Propuesta para la normalización de las relaciones entre China y Japón (8 de septiembre de 1968)
[Daisaku Ikeda propuso el restablecimiento de los lazos diplomáticos entre China y Japón durante un discurso pronunciado el 8 de septiembre de 1968 ante más de diez mil estudiantes universitarios reunidos en Tokio. El discurso fue titulado «Les encargo el futuro de la amistad entre China y Japón». Véase, «relación sino-japonesa».]
Hoy me gustaría hablar sobre China. Desde hace un tiempo la gente dice que, cuando termine el conflicto de Vietnam, lo que nos espera es la cuestión de China. Dada la situación en Vietnam y Checoslovaquia, habrá quienes encuentren inadecuado discutir sobre China ahora. Pero si analizamos la posición de Japón, comprobaremos que es un tema ineludible que tendremos que sortear tarde o temprano. Y es igual de crucial para la Soka Gakkai porque creemos en el principio de que todos los pueblos del planeta pertenecemos al mismo género humano.
Como ciudadano japonés consciente de la realidad nacional y como joven que anhela un porvenir de paz, los invito a que hoy reflexionemos juntos sobre este tema.
Dentro de lo que es la coyuntura mundial, la problemática china es tan complicada como intentar franquear un desfiladero en la empresa de la consecución de la paz. Si revisamos la historia, sobre todo las dos décadas posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial, constataremos que en Asia se produjo la mayor cantidad de enfrentamientos militares entre los dos grandes bloques del Este y Oeste, que resultaron en trágicas guerras como la de Corea y, más recientemente, la de Vietnam, que aún prosigue.
El protagonista de primera fila del bloque occidental es Estados Unidos, mientras que del bloque comunista es China, más que la Unión Soviética.
En la escena internacional, China, que está excluida de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), apenas mantiene relaciones volubles con otros estados. El telón de bambú no permite ver ni captar lo que ocurre realmente entre China y los demás países.
Nunca podremos consolidar la paz en Asia, ni en el mundo, si no logramos vincularnos justa y equitativamente con China, catalogada como la oveja negra de la comunidad internacional, como lo hacemos con otros estados. La paz... Eso es lo que más me preocupa. Estoy convencido de que solucionar esta situación es un requisito indispensable para obtener estabilidad política y prosperidad económica para los países de Asia como Corea, Taiwán, Vietnam, Tailandia y Laos.
¿Qué medidas deberá adoptar la comunidad internacional para lograr dicho cometido? Primero, reconocer oficialmente al gobierno de la República Popular China. Segundo, otorgar a China un asiento legítimo en las Naciones Unidas para que participe en las conversaciones que se desarrollen en dicho ámbito internacional. Tercero, promover un amplio intercambio económico y cultural con China.
Japón es un país clave que podría desempeñar un rol determinante en la apertura de la China, recluida en su aislamiento, por ser uno de los que mantiene más aspectos afines con ella, sea por una cuestión de tradición histórica, de ubicación geográfica o de proximidad étnica.
Desafortunadamente, nuestro gobierno resguarda la seguridad nacional bajo el paraguas nuclear de los Estados Unidos, el más acérrimo detractor de China, y no tiene la intención de reconocer a China ni de restituir los canales diplomáticos. Es una situación exacerbante, en que incluso la alternativa comercial se reduce año a año.
Hay un verso que mi maestro Josei Toda, quien fue presidente de la Soka Gakkai, compuso antaño: «Haré irradiar el sol sobre los pueblos de Asia...». Desde la perspectiva budista, el camino que la Soka Gakkai propondría al Japón es tomar el camino medio. No estoy sugiriendo adoptar una posición política de derecha o izquierda. Como una nación asiática, Japón tiene la justa obligación de prestar atención a la felicidad de los pueblos de la región.
Las heridas de la guerra sino-japonesa siguen abiertas. Han transcurrido veintitrés años desde que acabó el conflicto y la mayoría de los reunidos aquí pertenecen a una generación que no vivió en carne propia la conflagración. Los niños y jóvenes chinos tampoco tienen que ver con esa guerra. Por tanto, es inaceptable que obliguemos a la juventud, en la que depende el futuro de ambas naciones, a sufrir por una herencia lacerante.
Espero que ustedes, y las jóvenes generaciones de China y Japón, se conviertan en los timoneles de la sociedad para que los ciudadanos de ambos países cooperen jovialmente en la construcción de un mundo más venturoso. Cuando los pueblos de Asia nos apoyemos y auxiliemos mutuamente, alentados por este tipo de iniciativa positiva por parte de China y Japón, podremos dispersar la niebla que cubre el continente y veremos brillar rayos de esperanza y felicidad.
No soy admirador del comunismo. Creo ser consciente de la preocupación que tiene la mayoría de los buenos ciudadanos japoneses y de la circunspección existente hacia la actitud de China. Ante la tendencia global, simplemente considero que es imprescindible mantener relaciones amistosas con todas las naciones, en aras de la paz no solo de Asia sino del resto del planeta.
No es exagerado decir que, para evitar la destrucción de la especie humana en la era nuclear, todo dependerá de nuestra capacidad de entablar lazos fraternales por sobre las fronteras nacionales. Esta es la convicción que me motiva a hablarles hoy sobre la problemática china.
Algunos me tomarán por ingenuo o desinformado, pero si no resolvemos la cuestión de la China, no podremos proclamar el fin de la posguerra.
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El primer tema que quiero analizar con ustedes es el de la restauración de las relaciones entre China y Japón. Tras la firma del Tratado entre el Japón y la República de China en 1952, el gobierno nipón dio por resuelto el conflicto con China sustentándose en el acuerdo de paz que convino con la administración nacionalista de Taiwán. Sin embargo, esta medida ignora la existencia de los 710 millones de habitantes de la China continental.
La normalización de los lazos bilaterales tendrá sentido solo cuando los ciudadanos de China y de Japón gocen de entendimiento mutuo y de una interacción recíprocamente benéfica, y solo cuando contribuya a impulsar la paz mundial. Los 710 millones de pobladores de la China continental son el componente principal del proceso de restauración de los vínculos bilaterales. Es absurdo que ignoremos el meollo del asunto y nos aferremos a las justificaciones de un tratado ajeno, por más que éste sea legal.
De hecho, el premier Zhou Enlai y otros dirigentes chinos insisten en que el conflicto entre la República Popular China y el Japón todavía no ha finalizado. Mientras esto no cambie y Japón se empecine en dar por terminada la guerra, la armonía entre los dos países nunca llegará a ser una realidad. Lo que el gobierno japonés debe intentar a toda costa es dialogar con la administración de Pekín.
Existe una serie de cuestiones conectadas que hay que solucionar para restaurar plenamente las relaciones bilaterales, tales como el tema de la compensación de los daños infligidos por los japoneses al pueblo chino durante la Segunda Guerra Mundial, así como el reclamo de los bienes en territorios como Manchuria. Todos estos problemas son complejos y delicados y no podremos superarlos sin un clima de sincera confianza y entendimiento mutuo, y sobretodo, si carecemos de la voluntad conjunta de lograr la concordia.
Fracasaremos si seguimos empecinados en el método inductivo aplicado hasta ahora, centrado en maniobras diplomáticas triviales que priorizan temas marginales. Considero que la vía más segura para recomponer las relaciones con China es comenzar por una cumbre de jefes de estado, en la que las propias autoridades máximas verifiquen mutuamente su disposición fundamental para lograr un acuerdo de paz. Así, ambas partes podrán apuntalar primero una visión básica y general de conversación y luego proceder a zanjar tópicos específicos. Quiero enfatizar que el camino más directo a la solución de nuestros problemas es la aplicación del método deductivo.
Estoy seguro de que cuando los ejecutivos de ambos países persistan en el diálogo, cuantas veces sea necesario, encontraremos el haz de luz que nos permitirá solucionar cada problema, por más difícil que parezca.
El florecimiento del Japón desde sus inicios como nación unificada, e incluso desde más antes en la antigüedad, fue favorecido por la constante influencia de la civilización china. El budismo se propagó en nuestro país desde China y los sutras que recitamos están escritos en ideogramas chinos. La filosofía política y los valores morales del Japón son una adopción del confucianismo. Muchos usos y costumbres que parecen autóctonos han sido adquiridos del país vecino.
En cuanto a nuestros vínculos étnicos, hay que destacar que una gran cantidad de chinos se nacionalizaron japoneses en el período Nara (siglo VIII). Al parecer Saicho (767-822), el fundador de la escuela budista T’ien-t’ai, era descendiente de esos ciudadanos naturalizados. El distrito de Uzumasa, en la antigua capital de Kioto (794-1869), era lugar de residencia de la comunidad china. Todavía podemos observar trazas de esta conexión en muchos topónimos del país.
Es lógico que trabajemos por la amistad entre China y Japón cuando compartimos tanta historia, tanta cercanía étnica y tantas semejanzas en costumbres. No sería sensato ni normal que continuemos dándole la espalda a China, ni seguir observando de brazos cruzados el sufrimiento de los pueblos asiáticos.
Un crítico francés ha dicho que Japón puede cumplir un rol decisivo en alentar a los Estados Unidos a cambiar su política hacia el Lejano Oriente, y que el Japón debe implementar una política autónoma y reanudar inmediatamente las relaciones con China para ayudar a calmar la tensión global. Concuerdo totalmente con esa opinión.
La normalización de los vínculos entre China y Japón no es meramente algo que beneficie a nuestro país, sino una misión que la realidad global demanda desde un plano imparcial.
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Ahora, quiero hablarles sobre la participación de la China en el sistema de las Naciones Unidas. En términos generales, se trata de un problema de representación. Es decir, a quién le correspondería ocupar el asiento designado a la China en las Naciones Unidas: a la administración de Pekín o a la de Taiwán. Algunos sienten que lo más razonable sería agregar sillas contiguas para los delegados de ambas partes, pero la República Popular China ni la República China están de acuerdo. Cada uno se proclama el representante legítimo.
De todos modos, la opinión pública se inclina por el gobierno de Pekín y la adhesión de los países desarrollados a reconocer el estatus de la República Popular China está creciendo. Los expertos en asuntos internacionales pronostican que la representación permanente de la China ante las Naciones Unidas probablemente recaerá sobre Pekín en unos cuatro o cinco años.
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Como toda nación independiente, Japón tiene el derecho a defender sus principios y ejercer su propia política exterior. Pero el Japón no ganará nada dejando que la situación continúe. Recordemos que el Japón comparte dos mil años de estrecha historia con China; seamos conscientes de nuestro lugar en la comunidad internacional; pensemos en el ideal de un futuro de paz para Asia y para el orbe entero.
Los tiempos están cambiando vertiginosamente incluso mientras hablamos. El atributo de todo joven es que puede desplegar toda su energía con la mirada puesta en el mañana. Que los jóvenes obren de esa manera, dependerá del aliento de líderes y gobernantes.
El vigésimo tercer período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas se celebrará este otoño de 1968. Esta vez, Japón debería fomentar el progreso de la cuestión de la representación de Pekín en la ONU, sin colaborar con los Estados Unidos en el voto de decisión para las cuestiones importantes de la asamblea.
El hecho de que un cuarto de la población mundial está siendo excluida, demuestra a todas luces que hay un serio defecto en las Naciones Unidas. Resolver esta situación permitirá demostrar la relevancia de la ONU como eje de la comunidad internacional, lo que a su vez contribuirá a la paz mundial.
A continuación, deseo ofrecer algunas reflexiones sobre la cuestión del comercio exterior entre China y Japón.
Hagamos una comparación del intercambio comercial entre China con los demás países socialistas y capitalistas. Debido a la dependencia con la Unión Soviética, en la década de 1950, el 70% del comercio exterior chino se efectuaba con el bloque comunista. En cambio, en la década de 1960, prácticamente el 70% tuvo como contraparte a las naciones capitalistas.
El periodista francés Robert Guillian señaló en un libro suyo (Dans trente ans, la Chine, 1965) que el país que más se benefició del comercio con China es probablemente Japón.
Es imprescindible y mutuamente beneficioso tanto para Japón como para China que ambas construyan una relación más estrecha. El Japón debe tener en cuenta no solamente la ubicación geográfica sino tener proyección de largo plazo. China constituye un país rico en recursos y un mercado gigantesco que favorecerá el desarrollo de ambos en el futuro. Quiero enfatizar que unas óptimas relaciones no solo serán provechosas económicamente para los dos países, sino que contribuirán claramente a la prosperidad colectiva de Asia y a la paz global.
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Tal como lo mencioné, lamentablemente, Asia es una de las regiones más inestables y delicadas del mundo en cuanto a paz. Tal desequilibrio ha sido causado fundamentalmente por la pobreza, pero también por el aislamiento, la desconfianza y la rivalidad entre los sectores capitalistas y comunistas de la región.
Para afrontar de raíz la pobreza de Asia, Japón debe cambiar su postura de dar la espalda a la mitad del continente y trabajar activamente por la prosperidad de todos los pueblos de la región. Quiero subrayar que si Japón toma la iniciativa en establecer lazos fraternales con China, eso coadyuvará a distender e incluso a terminar con el antagonismo Este-Oeste en Asia.
Es innegable que existen muchos factores que generan incertidumbre. Da la impresión de que la política exterior japonesa –la de dar preferencia a las ganancias inmediatas y a acelerar el crecimiento económico nacional— es la más acertada. Pero si dejamos que la inestabilidad continúe, el peligro de la guerra crecerá y la prosperidad económica del Japón terminará siendo una quimera. Esa posibilidad me parece altamente preocupante.
El producto nacional bruto del Japón es el segundo más grande del mundo libre y nuestro país ostenta un florecimiento sin precedentes. Pero este bienestar es como un castillo de naipes erigido a costa de las masas de bajos recursos y de la miseria de los pueblos de Asia. Un economista francés ha cuestionado tal bonanza y la ha calificado como «prosperidad desalmada» y un sociólogo nos ha llamado «una nación acomodada pero mutilada».
La comunidad internacional ya no debe ser condescendiente ante la simple búsqueda de réditos para un solo estado o pueblo. Como nación, Japón debe adoptar una perspectiva global más amplia y aportar a la paz, la prosperidad y el avance de la cultura y demostrar que puede contribuir eficazmente a la construcción de una nueva centuria.
En aras de la prosperidad de Asia y la paz del mundo, recalco que ha llegado el momento en que el Japón debe adoptar una perspectiva global y concentrar sus esfuerzos en servir como cigüeñal de la normalización de las relaciones diplomáticas con China y de la promoción de su participación en las Naciones Unidas y en el comercio exterior.
Seguramente mi opinión sobre China generará polémica. Dejo el juicio al sensato discernimiento de los jóvenes. Hoy, he expuesto este tema para expresar mis convicciones respecto a un problema que el Japón y todo joven tendrá que afrontar en bien del futuro de la humanidad. Me dará alegría que ustedes le dediquen una reflexión al asunto.
Cuando uno habla sobre la promoción de la amistad entre China y Japón genera malinterpretaciones y habrá quien piense que soy de izquierda. Pero esa será una conclusión superficial. Como budista estoy comprometido con el género humano y con el principio de ciudadanía mundial. Por lo tanto, es natural que anhele la paz y el bienestar del Japón y de la humanidad toda.
Quien comprenda la esencia de la filosofía budista entenderá que no estoy motivado por ideologías políticas de derecha ni de izquierda. Calificar precipitadamente de derecha o izquierda, solamente por impresión, es un error garrafal. Al fin y al cabo, sea de derecha o izquierda, lo más importante en cualquier forma de pensar es su cimiento filosófico. No tiene sentido discutir sin tener en cuenta este punto fundamental. El principio budista de la inseparabilidad del entorno físico y lo espiritual, o dicho de otro modo, de la unidad de lo material y de la mente es uno de los fundamentos que nos alienta a vivir basados en la filosofía del camino medio.