El humanismo budista
“El budismo enseña que todas las personas son budas en forma inherente. Creo que esta visión budista de la humanidad representa un principio clave esencial para la paz del mundo.” 1 --Daisaku Ikeda
Ikeda con miembros de la Soka Gakkai del norte del Japón
A menudo Daisaku Ikeda emplea la expresión “humanismo budista”. Se trata de una perspectiva que refleja la esencia de la filosofía del Sutra del loto, basada en la convicción de la dignidad de la vida y que todas las personas pueden lograr por sí mismas grandes transformaciones positivas, cuando toman conciencia de su condición y de la interdependencia de todos los entes. Por ello, Ikeda confía en que un cambio fundamental en el interior de un individuo ejerce un gran efecto en la totalidad de la trama de la vida, y que el humanismo budista conduce a la felicidad mediante la armonización de las relaciones interdependientes.
En una ocasión, Ikeda afirmó: “El Budismo enseña que todas las personas son budas de forma inherente. Creo que esta visión budista de la humanidad representa un principio clave esencial para la paz del mundo. ʻTú eres un buda y yo también lo soy. Por eso no debemos pelear. Por eso tenemos que respetarnosʼ. (…) Estoy firmemente convencido de que si todos los presidentes, primeros ministros y dirigentes del mundo compartieran esta visión y se respetaran y honraran, si se encontrasen en la mitad del camino, pondríamos fin a las guerras y avanzaríamos hacia la paz y la felicidad de todo el género humano. El espíritu de respeto mutuo es la esencia del humanismo budista”. 2
Un paradigma de dimensión humana
Basado en el ideal del humanismo budista, Ikeda promueve el concepto del “paradigma de dimensión humana”.
Ikeda escribió en una ocasión: “¿Hemos escapado de la violencia y la guerra emprendidas de las ideologías a lo largo del siglo XX, sólo para encontrarnos a punto de entrar hoy en otra pesadilla siniestra? (…) En su forma actual, la globalización da lugar a una sociedad que se caracteriza por la exagerada diferencia de ingresos y por la escasa atención a las necesidades de los ʻperdedoresʼ. Este deterioro de la preocupación por los demás es un índice de la pérdida de autocontrol y de liderazgo moral. Creo que la respuesta a tales inquietudes está en desarrollar un paradigma de dimensión humana mediante el cual podamos entender nuestro mundo y el lugar en el que nos encontramos. Cuando digo de ʻdimensión humanaʼ estoy refiriéndome a una manera de pensar que nunca se desvíe de la escala de lo humano, una sensibilidad hacia la vida como un todo y también a los detalles del día a día de la existencia. Cuando examinamos la civilización moderna desde esa perspectiva, vemos que nuestra capacidad intelectual se ha hipertrofiado burdamente, y nuestras capacidades físicas y emocionales se han atrofiado. Este desequilibrio toma la forma de un embotamiento de la sensibilidad natural y del modo de reaccionar ante la vida y sus realidades cotidianas. Debemos ver la guerra contemporánea y de alta tecnología desde un plano ʻhumanoʼ para apreciar el horror de tales formas verdaderamente inauditas de combate; en el espacio aéreo, misiles de un millón de dólares vuelan sobre las cabezas de gente que subsiste con uno, o quizá dos dólares por día. Esto nos impulsa a avanzar hacia una más profunda toma de conciencia, en un proceso de constante reafirmación del saber quiénes somos y qué estamos haciendo. Tenemos que restaurar nuestra percepción de la vida en sí misma, nuestra conciencia manifiesta de las realidades del hacer cotidiano.” 3