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Aleksey N. Kosygin

Paladín de la paz en la Guerra Fría

Encuentro con Aleksei Kosygin, premier de la URSS (Moscú, septiembre de 1974)


(El presente ensayo de Daisaku Ikeda pertenece a una serie acerca de sus encuentros con figuras mundiales.)

Nuestra reunión se produjo el 17 de septiembre de 1974, durante el último día de lo que fue mi primera visita a la Unión Soviética.

Me encontraba en un cuarto del Kremlin. Al otro lado de la mesa, estaba el primer ministro de la Unión Soviética, Aleksei N. Kosygin, de setenta años. Mantenía un semblante imperturbable como una roca que ha sabido soportar la erosión de las tormentas.

Comenté sin rodeos: “Hay incertidumbre en la China con respecto a las intenciones de la Unión Soviética.¿Su país piensa atacar China?”.

“La Unión Soviética no tiene ninguna intención de atacar China, ni de aislarla”, aseguró Kosygin.

Soy franco por naturaleza, y creo que ser sincero es una muestra de respeto a los demás.

“¿Puedo transmitírselo a los líderes de la China?”, pregunté.

“Hágalo, por favor”, respondió.

Suavizando las tensiones chino-japonesas a través de la diplomacia humana

En los comienzos de la década de 1970 se vivía una atmósfera de gran tensión entre la China y la Unión Soviética. Las dos naciones estaban enfrascadas en una pugna de críticas. Algunos decían estar dispuestos a continuar el debate ideológco por diez mil años, si ello fuese necesario. El acercamiento de China con Estados Unidos y Japón había agudizado el nerviosismo de la Unión Soviética. En fin, ambos países temían un ataque militar. Pero en los diez días que permanecí en la Unión Soviétca, percibí el anhelo de paz de su gente.

Tres meses antes, yo había estado en China. En Pekín, me mostraron los refugios subterráneos antiaéreos. Eran de unos seis a once metros de profundidad y estaban equipados con sistemas de telefonía y transmisión, y hasta con comedores. Tenían pasadizos que los conectaban con cualquier parte de la ciudad. Los hogares y escuelas contaban con puertas de acceso a la ciudad subterránea.

Llegué a ver a alumnos de secundaria que cavaban refugios en el patio de su escuela. La ominosa sombra de la guerra se cernía también sobre esos chicos. Esa escena lamentable me hizo renovar mi decisión de emprender el diálogo para disipar la desconfianza entre los pueblos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la China y la Unión Soviética habían sido invadidas. China por Japón y la Unión Soviética por Alemania. Fallecieron decenas de millones de personas. Las demás tuvieron que soportar las trágicas y absurdas secuelas de los enfrentamientos bélicos. Las nuevas generaciones merecen vivir en paz. No podemos dejar en vano las lágrimas que derramaron tantos millones.

Ikeda y el premier soviético Aleksey Kosygin, Kremlin, Moscú, 1974

Ikeda y el premier soviético Aleksey Kosygin (Kremlin, Moscú, 1974)

Inmediatamente acoté: “Dudo que China esté instrumentando una política de agresión”.

El primer ministro Kosygin no se inmutó, pero percibí una chispa en su mirada.

Kosygin como hombre y líder

Kosygin era conocido por su expresión impasible. Desde que integró el gabinete a los treinta y cinco años de edad en 1939, ejerció importantes puestos dentro del gobierno y su partido. Él reveló tiempo después que, durante la administración de Stalin, vivió permanentemente bajo vigilancia y nunca se le autorizó estar solo. Fue un milagro que sobreviviera en una época en que la gente era condenada a ejecución sumaria por los más mínimos errores, incluso, sin haberlos cometido. Muchos atribuyeron su permanencia en el poder a que era un hombre ajeno a la ambición; era discreto; poseía una extraordinaria capacidad para hacer las cosas, y, además, una suerte increíble.

Dados los antecedentes, era lógico que se convirtiera en un hombre proverbialmente cauteloso.

Aunque trabajaba dieciséis horas diarias, era muy afecto a su familia. En 1967, su esposa cayó gravemente enferma y él se mantuvo a su lado en el hospital. Sin embargo, el día de la revista de tropas en la Plaza Roja, tuvo que acudir para cumplir con sus deberes públicos. Kosygin guardó su angustia con fortaleza y permaneció largas horas ante el mausoleo de Lenin. Cuando regresó, su mujer ya había fallecido.

Yo asumo por auténtico lo que expresa una persona juiciosa. La desconfianza impide entablar conversaciones productivas. Mi intuición me decía que Kosygin fue honesto cuando manifestó su deseo de paz con China.

Evitando un nuevo Hitler

Él aseveró: “Nuestras acciones están basadas en los valores fundamentales de la paz. Por eso no iniciaremos hostilidades”. “Nadie sabe si surgirá otro Hitler ni qué podrá hacer un indviduo como ése. Si eso sucediese, no habrían medios para asegurar la supervivencia humana. Tarde o temprano, llegará el momento en que el género humano comprenderá que la única opción es el desarme mundial”.

Su declaración me sorprendió, ya que la Unión Soviética había manifestado abiertamente que la posesión del arsenal nuclear era un requisito para mantener la paz.

“Otro Hitler…”. En nuestra conversación, mencioné el Sitio de Leningrado (actual San Petersburgo), catalogado como uno de los bloqueos más crueles de la historia universal. Dicha operación militar comandada por Hitler empezó en septiembre de 1941 y duró casi novecientos días hasta enero de 1944. Según fuentes, casi la mitad de los tres millones de pobladores fallecieron de hambre y frío.

El período más duro del bloqueo fue el cruento invierno de 1941 a 1942. Se registraron temperaturas mínimas bajo cero. En determinado momento, la ración diaria de pan (adulterada con papel para que durase más) había sido disminuida a sólo 125 gramos. Leningrado estaba privada de electricidad, telecomunición y agua corriente. La gente que iba hasta las orillas del río Neva a beber agua era sorprendida por el hedor de los cadáveres abandonados. El estruendo de los morteros era ensordecedor, día y noche. Cada día parecía interminable, cada uno tan largo como un mes. Los deudos estaban tan debilitados que no podían trasladar a sus seres queridos hasta el cementerio. Por la noche, las ratas mordisqueaban los cadáveres abandonados a la intemperie. Muchas veces, la gente tuvo que alimentarse de roedores para sobrevivir. Algunos vendían carne humana. El Sitio de Leningrado fue el mismísimo retrato del infierno. A pesar de la horrorosa situación, el pueblo perseveró, hasta que el bloqueo terminó.

200 millones de vidas perdidas

Ikeda coloca una corona de flores y ofrece oraciones en el cementerio conmemorativo de Piskarevskoye

Ikeda coloca una corona de flores y ofrece oraciones en el cementerio conmemorativo de Piskarevskoye

Yo había estado en Leningrado cuatro días antes de mi encuentro con el premier Kosygin. En el Cementerio Piskarevsky, había visto unas doscientas lápidas inscritas con las mismas fechas. Tantas vidas sacrificadas y dejadas en el anonimato...

Según los cálculos más prudentes, la Unión Soviética perdió más de veinte millones de habitantes durante la Segunda Guerra Mundial, lo cual representa un diez por ciento de la población.

Todos los pueblos del mundo ansían que las guerras terminen para siempre. Ese deseo universal no puede ser arrasado por un nacionalismo equivocado. Como seres humanos, tenemos que unirnos sin importar las fronteras y manifestar juntos nuestro rechazo a la guerra.

Le conté a Kosygin la conmoción que me produjo mi visita a Leningrado. “Verá usted...”, comentó, “yo estuve en Leningrado durante el bloqueo”. Y no dijo nada más. Con su silencio compendí que trató de contener todo un torrente de emociones.

El diario de un niño

Cuando visité Leningrado, pasé por el Museo Metropolitano de Historia, en donde se exhibe el pequeño diario de una niña llamada Tanya Savichev, de once años, que consiste en siete trozos de papel, arrancados de un cuaderno de caligrafía. Cada página estaba destinada a la práctica de una letra. La dueña del cuaderno había escrito breves anotaciones que comenzaban con la letra de la página respectiva:

Z - Zhenya (hermana) fallecida el 28 de diciembre, 12:30 am, 1941.

B - Babushka (abuela) fallecida el 25 de enero, 15 horas, 1942.

L - Leka (hermanito) fallecido el 17 de marzo, 5 de la mañana, 1942.

D - Dedya Vasya (Tío Vasya) fallecido el 13 de abrill, 2 de la madrugada, 1942.

D - Dedya Lesha (Tío Lesha), 10 de mayo, 4 de la tarde, 1942.

M - Mami, 13 de mayo, 7:30 am, 1942.

S - Savichev, muertos. Toda la familia. Tanya es la única restante.

No sólo ella. Hay innumerables Tanyas en la Unión Soviética. También en la China. Hay incontables familias Savichev en Hiroshima, Nagasaki, Okinawa, en todo Japón y en el mundo.

Defensor temprano de la Perestroika

“Hay que desechar el concepto de guerra”, dijo Kosygin. “No tiene sentido. Si dejamos de prepararnos para la guerra y nos preparamos para la paz, estaríamos en la posibilidad de producir más alimentos en lugar de armas”.

Kosygin siempre enfatizó la importancia de velar por las necesidades básicas de la población, en lugar de lo militar; era inexplicable que los misiles dejaran sin pan al pueblo. No era un idealista. Detestaba las teorías abstractas, los discursos pomposos, las reuniones formales y los actos protocolares. Trabajaba sin desperdiciar el tiempo. Las ineficiencias del sistema deben haberlo incomodado. En cierto sentido, fue un adelantado de la “perestroika”.

Kosygin me preguntó: “¿Cuál es su ideología básica?”.

Le respondí sin vacilar: “Creo en la paz, la cultura y la educación, basadas en los valores del humanismo”.

Él coincidió: “Yo tengo alta estima por los mismos valores”. Y agregó: “Aquí en la Unión Soviética, los tenemos que desarrollar también”.

Fomentando la amistad ruso-japonesa a través de la cultura y la educación

Le hablé con franqueza sobre las relaciones bilaterales: “Los japoneses no sienten cercanía a la Unión Soviética. Conocemos su literatura y su música tradicional, pero la mayoría de mis connacionales la considera un país temible. Eso es lamentable para ambos pueblos. Tenemos que mejorar el entendimiento mutuo. Las relaciones a nivel económico o gubernamental no son suficientes porque no siempre pueden construir lazos de amistad verdadera. Tenemos que promover activamente un intercambio más amplio a nivel civil y cultural”.

El primer ministro escuchó apasiblemente. Luego asintió con firmeza y dijo: “Estoy de acuerdo”. A partir de ese día, la Soka Gakkai inició una serie de intercambios culturales y educativos con la Unión Soviética.

Cuando hay un ambiente cordial de entendimiento entre naciones, es posible encontrar vías para resolver las complejidades que las separan.

Esperanza en el amanecer de un nuevo siglo

Ikeda, con su esposa Kaneko, se reúne con Kosygin en el Kremlin durante su segunda visita a la Unión Soviética (mayo de 1975)

Ikeda, con su esposa Kaneko, se reúne con Kosygin en el Kremlin durante su segunda visita a la Unión Soviética (mayo de 1975)

Volví a ver al premier Kosygin en mayo de 1975, durante mi segundo viaje a la Unión Soviética. Desde nuestro encuentro el año anterior, había logrado reunirme con el primer ministro chino Zhou Enlai y con el secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger. Mi condición de ciudadano particular me permitió actuar sin las restricciones que tendría un político, y pude entablar diálogos de igual a igual. Deseaba aunar el anhelo de paz de todos los pueblos y pedirles que asumieramos un compromiso compartido en aras de la humanidad.

Con el transcurso del tiempo, la Unión Soviética y el mundo cambiaron radicalmente. La antigua tensión entre la Unión Soviética y la China ha desaparecido. La Guerra Fría terminó y la Unión Soviética eligió el camino de la democracia.

Recuerdo lo que dijo el premier Kosygin cuando le pregunté si me equivocaba al creer que el mundo sería un lugar mejor en la próxima centuria: “Eso es lo que nosotros deseamos”.

Por entonces, faltaban veinticinco años para el siguiente milenio. Pero ahora, la nueva centuria está por comenzar.

Espero que la conciencia de que todos somos seres humanos adquiera arraigo. Estoy seguro de que el mundo, a pesar de sus vueltas y reveses, asumirá un compromiso más serio con la humanidad.

Kosygin falleció a fines de 1980, poco después de retirarse de la vida pública, en octubre, por razones de salud.

Mostrando mis respetos a la familia del primer ministro

En mayo de 1981, visité su tumba. Imperaba una fuerte corriente antisoviética debido a la invasión rusa a Afganistán. Sesenta naciones habían boicoteado los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980. Las relaciones entre Japón y la Unión Soviética también estaban tensas. Por eso decidí ir a Moscú, llevando a una delegación de intercambio amistoso conformada por doscientos treinta miembros de la Soka Gakkai.

Después de rendir tributo a la tumba de Kosygin, visité a su hija, Ludmila Gvishiani. Mi relación con su padre fue de ser humano a ser humano, como ciudadano particular. En ese tenor ofrecí mis condolencias a su familia.

Ludmila Gvishiani me contó que su padre había hablado del encuentro que sostuvimos cuando regresó a su casa aquella noche. “Era raro que él, en casa, comentara asuntos del trabajo”, señaló.

Luego agregó: “He hablado con mi familia, y hemos decidido que nos gustaría que usted conserve algunos recuerdos personales de mi padre. Escogimos algunos de sus artículos predilectos, los de valor especial para él”. Dicho eso, puso en mis manos un jarrón de cristal que fue otorgado a su padre cuando lo distinguieron como “Héroe de la labor socialista”. También me ofreció dos libros de cuero, que su padre guardaba en su biblioteca cuando falleció. Los libros eran obras póstumas de Kosygin.

Y, con los ojos llenos de lágrimas, dijo suavemente: “Es como si estuviese vivo. Estos libros conservan el calor de sus manos. Se los ofrezco en su nombre”.


[Cortesía de la revista SGI Quarterly, abril 1999.]

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