Década de 1960: Comienzo pujante
Ante el muro de Berlín, 1961
En 1961, luego de sus visitas a Estados Unidos, Canadá y Brasil, realizadas el año anterior, Daisaku Ikeda se concentró en la región oriental del continente asiático y viajó a Hong Kong, Sri Lanka, India, Myanmar, Tailandia y Camboya. Aunque allí no había miembros de la Soka Gakkai, él deseaba comprender las condiciones y realidades de dichos países. Ese mismo año, viajó además a diversas naciones de Europa y tuvo la oportunidad de estar ante el Muro de Berlín.
La travesía asiática fue también un paso concreto en respuesta a los deseos de su fallecido maestro Toda, quien, por haber vivido en la época de la expansión imperialista del Japón, sentía el ardiente anhelo de que sus discípulos trabajaran para establecer la paz en Asia. Durante ese viaje y, en especial, cuando visitó Bodhgaya, considerado tradicionalmente el lugar en que Shakyamuni logró la iluminación, Ikeda comenzó a contemplar la posibilidad de establecer una institución dedicada al estudio de la filosofía y tradiciones del pensamiento asiático, como un medio de promover el diálogo y la paz. Al año siguiente hizo realidad su proyecto al fundar el Instituto de Filosofía Oriental.
Visita a Pakistán, 1962
En 1963, Ikeda fundó la Asociación de Conciertos Min-On mediante la cual empezó a concretar su propósito de forjar la paz a través de los intercambios culturales y artísticos.
Al tiempo que llevaba a cabo todas esas actividades, Ikeda ponía su máximo esfuerzo en alentar a los miembros de la Soka Gakkai: viajaba alrededor de Japón, se reunía con ellos, pronunciaba discursos, escribía y disertaba sobre las enseñanzas budistas, planificaba el desarrollo de la organización y forjaba a jóvenes líderes.
Esos esfuerzos dieron su fruto, y la cantidad de miembros se triplicó hasta alcanzar más de tres millones de familias en el período entre 1960 —cuando Ikeda había asumido la tercera presidencia de la organización— y 1964. Se trató de un logro monumental.
Los esfuerzos denodados que realizó Ikeda al viajar alrededor de Japón y mantener encuentros con los miembros de la Soka Gakkai dejaron abierto el camino para el crecimiento de la organización
Su esposa Kaneko recuerda que con frecuencia él llegaba tan extenuado a casa al finalizar el día, que apenas tenía fuerzas suficientes para quitarse los zapatos. Esa dedicación indescriptible ha sido el sello distintivo de Ikeda desde su juventud.
Un académico que se encontraba de visita en el Japón se refirió a la profunda impresión que le había causado el aspecto consumido y exhausto de Ikeda, cuando ambos se habían retirado juntos de una ceremonia de las Escuelas Soka. Solo unos minutos antes, él se había sentido atrapado por la atmósfera llena de júbilo y de vigor que Ikeda había generado al dirigirse a los estudiantes como fundador de las escuelas, bromeando y alentando a los participantes. Ese contraste, recordaba el académico, lo había conmovido profundamente, y le había permitido tener una visión fugaz del compromiso enorme de Ikeda y la energía que entregaba en sus interacciones con los demás, algo que quizás para otros podría parecer solo la demostración de un carisma natural.
Una virtud de Ikeda que se destacaba con frecuencia era su capacidad, aun en medio de la permanente presión de sus compromisos y obligaciones, de prestar la más profunda atención y de considerar con auténtico interés a toda persona que estaba frente a él. Su empeño constante para llegar a los individuos comunes y alentarlos, cualquiera fuese la ocasión, era otra demostración de su verdadera empatía hacia los demás; esa aptitud y su disposición para ofrecer esperanza a otros, a través de su profundo conocimiento de los principios budistas y del corazón humano, se granjearon la inmensa admiración de muchísimas personas.
Mucho más que una cualidad carismática intangible, su forma humanística y práctica de ejercer el liderazgo y de forjar a su vez líderes, junto con la monumental energía que desplegó en todas sus actividades, fueron características que lo definieron.