Artículo (Ene, 2008)
by Clark Strand
Religión en acción
La tradición de las reuniones de diálogo de la Soka Gakkai
Por Clark Strand
[Artículo de Clark Strand publicado en enero de 2008. Clark Strand se desempeñó como editor de la revista de budismo Tricycle de los Estados Unidos. Es autor de artículos y obras sobre práctica religiosa.]
“Las reuniones de diálogo están a la vanguardia de los tiempos.”
--Daisaku Ikeda (Seudónimo, Shin'ichi Yamamoto)
(c) Dion Ogust
LA SEMANA PASADA SE PUBLICÓ UN ARTÍCULO EN EL WASHINGTON POST en el que se describía la oposición de un grupo de vecinos contra la construcción de un Centro Comunitario de la SGI de los Estados Unidos, en el Embassy Row, una importante zona de Washinton D.C. El portavoz del grupo, John Magnus, declaró que, en principio, no se oponía a que una agrupación budista se mudara al barrio. Después de todo, la zona del Embassy Row es asiento de la Catedral Nacional, además de otros sitios de culto. Lo que cuestionaba era que la SGI alegaba que su centro era efectivamente un “lugar de culto”. “[La SGI] afirma que la totalidad de sus actividades están centradas en el fomento de la paz, la cultura y la educación”, afirmó Magnus. “Personalmente, creo que es maravilloso. Todos mis vecinos piensan que es maravilloso. Pero es que no se trata de un culto”.
Cuando leí por primera vez esta historia, pensé que era un simple caso de discriminación religiosa. Si hubiera sido la Iglesia Metodista la que hubiera querido construir una sede en el mismo lugar, los vecinos seguramente habrán renegado del aumento del tráfico, pero no se habrían atrevido a cuestionar su autenticidad como organización religiosa. Entonces me acordé de una conversación que tuvo lugar a finales de los sesenta, entre el presidente de la Soka Gakkai, Daisaku Ikeda, y una mujer cuya madre se había opuesto a su práctica budista.
“¿Crees que tu madre se habría opuesto a que te unieras a un grupo religioso que no fuera la Soka Gakkai?”, le preguntó a la mujer.
“Si se tratara de algunas de las escuelas budistas tradicionales como la Tierra Pura o Zen, no creo que le importara”, le respondió.
“No es de extrañar que su madre, siendo mayor, tenga algunas reservas sobre tu religión”, admitió el presidente Ikeda. “Después de todo, el budismo de Nichiren es una filosofía que está a la vanguardia de los tiempos, y que está abriendo caminos hacia el futuro”.
Desde un punto de vista retrospectivo, creo que se trataba de la misma reacción que la mostrada por Magnus. Los nuevos paradigmas religiosos siempre son desconocidos. A Magnus le habría costado hacer oposición contra el templo Zen, con su arquitectura notoriamente religiosa y sus sacerdotes tonsurados, o contra un santuario budista tibetano, con sus monjes de toga granate entrando y saliendo sin cesar por sus puertas. La SGI no tiene una vestimenta específica, ni sacerdotes ni monjes, ni tampoco un estilo arquitectónico identificable. Ha preservado la sustancia de la vida religiosa, y dejado a un lado la apariencia de la religión.
¿Qué queda cuando se han eliminado las formalidades y las convenciones del culto religioso? Creo que la respuesta es muy sencilla: una preocupación por los valores humanos básicos, es decir, los valores de vida básicos que son comunes en todas las tradiciones religiosas. Quizá por ello, para una persona común, eso ya no parezca religioso. No son valores exclusivos judíos, cristianos, musulmán o budistas. Simplemente reflejan, en el fondo, lo que el ser humano desea y requiere. El hecho de que una persona común y educada pueda pensar que el culto religioso es algo diferente a reunirse para discutir las inquietudes humanas básicas, para conversar cuál es la mejor manera de solucionarlas en la vida cotidiana y para ofrecerse mutuamente aliento probablemente diga mucho más sobre los límites de la educación moderna que sobre la Soka Gakkai. En resumen, la forma de culto de la Soka Gakkai no tiene nada de malo. El problema reside en la división entre la religión y la vida que existe en la mente de la mayoría de la gente moderna.
El deseo de acabar con esa escisión fue lo que motivó al primer presidente de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi, a iniciar la tradición de celebrar los zandankai, o reuniones mensuales de diálogo. Cuando se le preguntó una vez si no sería mejor efectuar conferencias en vez de aplicar el estilo del diálogo en grupo, el presidente Makiguchi respondió: “No, no lo sería. El diálogo es la única forma de comunicarse con otra persona sobre los problemas de la vida. En una conferencia, inevitablemente, el público sentirá que no está incluido”. Creo que el comentario del presidente Makiguchi muestra la diferencia básica entre el antiguo paradigma religioso y el nuevo.
Esencialmente, existe una diferencia muy pequeña entre una conferencia y un sermón. Un sermón –en el que el orador ostenta una privilegiada autoridad— es idóneo para mantener la sumisión en el contexto religioso (por decirlo de otro modo, resulta efectivo para priorizar la visión religiosa del hablante sobre la vida de su audiencia) y raramente otorga capacidad de acción. En cambio, en una reunión de diálogo se escuchan a todas las personas. En dichos encuentros hay igualdad en espíritu, democracia en práctica y una total afirmación de la vida sustentada en la visión de que la práctica budista puede contribuir a la felicidad del individuo y que, en dicho proceso, se pueden sentar las bases de una sociedad feliz. “La religión debe resonar vibrantemente dentro de cada persona”, explica Daisaku Ikeda. “Aunque se converse de la felicidad del género humano, si se habla (de la religión) como algo aparte de la dicha del ser humano como individuo, entonces se trata de una mera teoría”. En mi opinión, la principal diferencia entre la Soka Gakkai y la mayoría de los demás cultos contemporáneos reside aquí, en su tradición de tratar de manera abierta los obstáculos que deben enfrentar los individuos comunes y corrientes para lograr ser felices. Esta es una diferencia tan esencial que a veces creo que los miembros de la Soka Gakkai, que entienden la tradición del zadankai desde el interior, no se dan cuenta del gran significado que tiene para el mundo en general. Lo que esta tradición ofrece en realidad no es tan sólo un nuevo paradigma de credo para el budismo, sino para la religión en general. Digo todo esto por una simple razón: porque hace que la religión sea una respuesta a la vida, y no que la vida sea la respuesta a la religión.
Este mes, una periodista especializada en temas religiosos se puso en contacto conmigo para pedirme si podía enviarle una lista de personas cuyas vidas cambiaron de modo positivo con la práctica budista. En concreto, quería entrevistar a “practicantes que se sintieron motivados en cambiar algún aspecto concreto de su vida como resultado de su religión”. Como ejemplos, alguien que tomó una decisión valiente o trascendental, que superó una adicción, o que se dedica a obras sociales o a cualquier otra profesión que contribuye al bienestar de otros. A los fines de su artículo, definió la religión budista como meditación, y por tanto estaba interesada principalmente en hablar con practicantes del Zen, budistas tibetanos o Vipassana (la meditación al estilo Theravada).
En mi respuesta a su carta, aplaudí la idea del artículo que quería escribir, pero le comenté que había pocas posibilidades de conseguir tales resultados entre los meditadores de los Estados Unidos. El motivo, según le expliqué, era que su idea de la práctica religiosa, aunque pudiera parecer más moderna a los occidentales que, digamos, la del catolicismo, realmente no lo era. Se basaba en los modelos antiguos de la religión al estilo monástico que superponían la religión a la vida. En consecuencia, esas tradiciones no podían ofrecer a sus adherentes soluciones prácticas para enfrentar los obstáculos y los problemas a los que se suele enfrentar un individuo normal y corriente, y sus comunidades no estaban organizadas con el fin de ofrecer el apoyo e inspiración moral necesarios para sustentar el tipo de esfuerzo prolongado indispensable para un cambio real y duradero a nivel personal. Centran sus esfuerzos no en la proactividad para con los temas y problemas de la vida, sino en “ser religiones”, aunque sea bajo una apariencia de meditación. Si pedía a meditadores que le contaran historias sobre la manera en que habían llegado a esta o aquella introspección espiritual, cómo consiguieron resolver un koan concreto o cómo habían llegado a dominar una visualización compleja, seguramente le harían el favor. Pero si les preguntaba cómo la meditación les ayudó a cambiar de un trabajo malo a uno bueno, o cómo les ha ayudado a encontrar a la pareja adecuada, seguramente se quedarán en blanco.
De hecho, eso ocurrió. La periodista en cuestión confesó que, hasta la fecha, había recolectado muy pocas historias del tipo de las que estaba buscando. Puesto que aunque los meditadores con los que habló pudieron conseguir rebajar la presión arterial o su nivel de estrés, o mejorar su sistema inmune o sus facultades de concentración, en la mayoría de los casos no había existido una influencia directa entre su religión y la superación de retos y obstáculos personales que le llevaran a un crecimiento. No tenían un sentido firme del control práctico o una aplicación a la vida, ni de que dedicándose sin reservas a su práctica budista les hubiera llevado a unos resultados concretos que fueran positivos para su vida. Y ése era el motivo por el que se había puesto en contacto conmigo.
Al final, le comenté que tenía razón al desafiar a los budistas americanos a que mostraran pruebas reales de los beneficios de la meditación. Y mientras esperaba que lo hicieran, no obstante, no había razón por la que no debiera visitar una de las reuniones de diálogo de la SGI de su barrio. Sus oraciones, junto con las reuniones de estudio y diálogo mensuales, ofrecían una inspiración y apoyo para generar los cambios positivos en la vida que estaba buscando. “Acude a cualquier reunión de diálogo de la zona de Boston, y escucharás al menos una o dos historias de transformación personal”, le sugerí.
Una semana después me volvió a escribir. Siguiendo un consejo que le dio un representante de la SGI de los Estados Unidos con quien le puse en contacto, había hablado con una mujer, una asesora de marketing reconocida, que tenía una historia realmente inspiradora que contar. Y resultó que ya había entrevistado a esa mujer con anterioridad, aunque en un artículo completamente diferente, y le gustó de inmediato. Le sorprendió enterarse de que era un miembro de la SGI desde hace mucho tiempo. Le dije a mi amiga periodista que, según mi experiencia en el estudio de la SGI y sus miembros, no me sorprendía en absoluto. “Estoy seguro de que la mujer que entrevistaste acudía a muchas reuniones, había oído muchas historias inspiradores y por tanto decidió perseverar para superar sus problemas”, observé. “Hoy día, el resultado es una persona cuya vida encuentras alentadora e inspiradora. Pero eso es porque ayer fue a una reunión de debate de la SGI y aprendió cómo utilizar la práctica religiosa para crear felicidad en su vida”.
Aunque, según la perspectiva actual, parece claro y sencillo que la religión debe servir a la vida, y no la vida a la religión, creo que esta idea es, no obstante, totalmente revolucionaria. Y las reuniones de diálogo mensuales son, tal y como lo expresaron los presidentes Makiguchi, Toda e Ikeda, el lugar donde tiene lugar la "revolución humana". Se trata, por decirlo de otro modo, donde se cuece todo. Es donde la religión se pone a prueba, donde se buscan pruebas reales, y donde se manifiestan a través de los miembros, de sus historias personales de superación de obstáculos y de felicidad. Al compartir dichas historias, se reafirma la fe, la fe construye vidas, y en conjunto, esas vidas pueden cambiar la sociedad. Tal y como escribió el presidente Ikeda, “una gran revolución humana en la vida de una sola persona puede cambiar el destino de la humanidad y el planeta”.