Artículo (Feb, 2013)
El nuevo humanismo, de Daisaku Ikeda
Impresiones de un lector
Por Jim Garrison
Febrero de 2013
El "nuevo humanismo" es una expresión profunda de la ley eterna del Dharma, que se renueva y se mantiene joven perennemente. Representa una incesante creación de valores y un interminable proceso de cambio irrepetible dentro de la vida cotidiana. A continuación, trataré de formular algunas apreciaciones sobre el libro El nuevo humanismo de Ikeda, que reflejen el espíritu con que fue escrito.
La filosofía pragmatista de John Dewey inspira gran parte de mi labor. También he recibido las influencias de pensadores como Louise Rosenblatt, quien aplicó la teoría transaccional de Dewey para desarrollar lo que ella denominó la teoría de la "respuesta del lector", relativa a la lectura. Uno de sus libros más famosos es El modelo transaccional. (1) En él, la autora señala que existen tantas buenas interpretaciones de un texto como lectores cuidadosos, interesados y creativos hay. La palabra griega poiesis significa 'hacer', 'crear', o 'traer a la existencia'. Según Rosenblatt, el poema (es decir, el significado) de un texto emerge de una transacción única y creativa entre cada lector y el texto; el significado no está únicamente en uno o en el otro. Es más bien como una amena conversación entre el autor y el lector. Los lectores son quienes en definitiva determinan el valor del texto. Una buena obra, escrita de acuerdo con la Ley Mística, siempre tendrá algo nuevo que decirle a cada generación que la lea. Con ese espíritu he leído El nuevo humanismo de Ikeda. Para experimentar realmente el significado del texto, usted mismo debe leerlo y extraer su propio significado, no el mío.Creo que el concepto del "nuevo humanismo" expuesto por Ikeda presenta el camino medio entre los dos enfoques predominantes sobre el ser humano. Uno es el camino más antiguo de las religiones dogmáticas de corte sobrenatural, que desestiman el humanismo. Se caracterizan por la creencia en deidades que trascienden las cuestiones mundanas y que ejercen influjo sobre dimensiones ajenas al universo humano; eso implica que la acción humana es inútil e insignificante, salvo que se suplique y se complazca a un ser omnipotente y omnisciente. Esas religiones rígidas tienden a definir la esencia de la humanidad en términos de impotencia, pecado original y miseria. Suelen ser intolerantes. Caen fácilmente en el fanatismo, el autoritarismo y la persecución de quienes no concuerdan con sus doctrinas. Las religiones dogmáticas dependen íntegramente de poderes sobrehumanos y buscan la salvación mediante el escape hacia un reino donde residen tales poderes. Esas clases de creencias niegan la vida y desdeñan los afanes creativos más esenciales.
El otro camino se relaciona con el materialismo y el humanismo secular. Se trata de la negación dialéctica de la religión sobrenatural. Postula que la racionalidad es la esencia misma de la humanidad, y que las personas tenemos la capacidad de determinar nuestro propio destino. Por ende, no es necesario creer en ningún otro poder dentro o fuera del universo más que en nosotros mismos. Tal visión supone el progreso incesante, el desafío, la autoafirmación, el fundamento lógico y las riquezas más diversas. El humanismo secular suele caer en el individualismo egocéntrico, el relativismo moral subjetivo y el cientificismo. También puede generar fanatismo, autoritarismo e ideologías dogmáticas. Si bien respeta la vida, muchas veces encadena la creatividad a conceptos y categorías fijos, taxativos y supuestamente racionales; y asimismo, a reglas rígidas que comandan el pensamiento correcto.
Los jóvenes suelen ser sensibles al fracaso de las religiones sobrenaturales y del humanismo secular materialista, aunque no puedan definir qué es lo que los lleva a distanciarse de ambos. Mientras tanto, son demasiados los adultos enfrascados en imponer reglas inflexibles, en lugar de recurrir a la sabiduría. Sin embargo, mucha gente, quizás la mayoría, ya sean jóvenes o mayores, han cedido al nihilismo provocado por la muerte de algún Dios dogmático y de un racionalismo igualmente dogmático. Con frecuencia, tal nihilismo hace que la gente se dedique al recreo, la diversión y otros placeres pasivos, que son atractivos pero insignificantes ante los placeres más grandiosos de crear sentido y valor junto con los demás integrantes de la comunidad humana.
El camino medio explora el vasto territorio que se encuentra entre los dos extremos. [En su libro,] Ikeda cita palabras de Nichiren para ilustrar el concepto de iluminación del Mahayana: "Ni sólo mediante el propio esfuerzo […] ni sólo mediante el poder de los demás" (NICHIREN: Gosho zenshu, pág. 403). Ikeda complementa la explicación usando el libro Una fe común, en el que Dewey habla sobre la "piedad natural" o la devoción a las fuerzas creadoras, que sostienen al ser humano y sobre las cuales las personas dependen para lograr metas propuestas con sabiduría. Dewey comprende la naturaleza humana como un participante creativo de un universo inconcluso, interminable y en estado de creación continua. No somos espectadores de un cosmos completo, o que puede completarse.
Tras reflexionar sobre la filosofía de Dewey, llegué a la siguiente conclusión sobre la espiritualidad: la espiritualidad es una relación íntima con el universo en la cual nuestros actos creativos individuales adquieren importancia en el curso de los eventos cósmicos. Encuentro un enfoque similar en el budismo de Nichiren y en el "nuevo humanismo" de Ikeda. Creo que la Soka Gakkai [literalmente, Sociedad para la Creación de Valor] promueve esa creatividad cósmica en las cuestiones diarias de nuestra época. Al seguir a Nichiren, pero no, al clero de la Nichiren Shoshu, la organización [de la Soka Gakkai] busca una recreación continua acorde a las circunstancias actuales y se esfuerza en mantener un espíritu eternamente joven, razón por la cual, durante décadas, ha dado importancia a la energía creativa de los jóvenes, hacedores de significado y valor. En el "nuevo humanismo", los seres humanos no tienen una esencia fija. Individuos y sociedades enteras crean de continuo y se recrean a sí mismos en cada generación, a medida que responden a las circunstancias únicas e irrepetibles de su lugar y su tiempo.
En lo que a mí respecta, la disertación "El cosmos magnífico" [pronunciada en la Universidad Estatal de Moscú], en la que se describen las tres fases de transformación en la vida del individuo y en el desarrollo de la personalidad, es especialmente esclarecedora. La primera etapa implica el desarrollo de una conciencia del orden fundamental de la vida. Los individuos poseen el potencial de transformarse, a su manera única, en un ser humano ideal. En términos del budismo, cada persona posee la naturaleza de Buda, es decir, el potencial de llegar a ser un buda perfectamente dotado. Cuando reconocemos esa verdad abrumadora, actuamos en la dirección del autodominio, la revolución humana y la libertad, erradicando las ilusiones que nos incapacitan, los prejuicios que nos ofuscan, las ideologías, y obstáculos de índole similar. Comenzar esa travesía nos da una felicidad que ni aun el poeta más excelso puede expresar completamente. Es una dicha que surge cuando encontramos la plenitud de la vida más allá de los placeres sensoriales; es un placer de los sentidos y del espíritu.
Al adquirir una nueva conciencia, surge todo lo trascendental que existe en el mundo; no se busca lo sobrenatural. Uno no debe pensar que el Buda es una especie de ser mítico y distante. La simiente del despertar está oculta en el interior del ser humano. El universo está intentando algo nuevo en cada uno de nosotros. Todo individuo tiene un potencial único y debe encontrar su propio camino hacia la realización mientras supera obstáculos. Sin embargo, nunca estamos solos en el trayecto hacia la superación de las dificultades, porque podemos emplear creativamente las fuerzas que nos trajeron aquí y siguen apoyándonos (incluyendo a nuestros padres, hermanos, amigos y la comunidad local y global). Esa realización nos lleva a la siguiente etapa.
La siguiente etapa involucra el principio budista de estar "perfectamente dotado". Cuando despertamos y estamos perfectamente dotados, descartamos la parcialidad y el prejuicio. Puede abarcar todo, y ello incluye no solo a los seres humanos, sino a la naturaleza y al universo entero. Cuando comprendemos que somos un microcosmos dentro de un cosmos infinitamente más grande, discernimos nuestra relación simbiótica con el resto de lo que existe, o lo que el budismo denomina "origen dependiente". Por ejemplo, existe una relación simbiótica entre las plantas y los animales. Las plantas producen el oxígeno que los animales necesitan, y estos producen el dióxido de carbono, que las plantas a su vez precisan. Cada vez que respiramos, contraemos una deuda de gratitud con la flora terrestre. Las fuerzas del universo nos trajeron aquí y, si dejaran alguna vez de protegernos, pereceríamos. Todos los elementos de la tabla periódica posteriores a los tres primeros –hidrógeno, helio y litio—, incluidos el hierro de nuestra sangre y el calcio de nuestros huesos, son el resultado de la explosión de estrellas, novas o supernovas. Estas son entidades de segunda o tercera generación en la vida del universo. La primera generación de galaxias en el cosmos solo contenía hidrógeno, helio y tal vez, rastros de litio. La vida, tal como la conocemos, está basada en el carbono. La creación del carbono se produce en el núcleo plasmático de las estrellas rojas gigantes. Nuevas propiedades emergen a medida que los diversos elementos comienzan a interaccionar. Por ejemplo, el oxígeno sustenta la combustión, y el hidrógeno es altamente combustible; sin embargo, mezclados en la proporción armoniosa correcta, el agua (H20), extinguen el fuego. Del mismo modo, la vida en sí misma es una transacción emergente. Una versión plausible de cómo se originó en la Tierra implica la transacción funcional del carbono y del metano bajo una energía enorme (tal vez, la luz) que sintetizó las proteínas. Incluso en el sentido más ordinario de la frase, somos polvo de estrellas del universo.
Todo lo que existe depende de las relaciones con otras innumerables cosas pasadas y presentes; nada existe aisladamente. El término budista kechi-en lo expresa bellamente. Todos los fenómenos se sostienen mutuamente o interaccionan mutuamente, o son mutuamente transaccionales, en términos de Dewey. En rigor, según Dewey, nada tiene potencial a menos que haya en el universo algo con lo cual no haya establecido todavía una transacción. Tales intercambios son mutuamente transformativos, por lo que alteran la identidad de todo lo que participa. Esho-funi, la unidad del sujeto y el entorno, es una magnífica expresión del origen dependiente. Allí Ikeda encuentra el significado oculto de cosas, como la ceremonia del té o la poesía japonesa, como el renga y el haiku: "Su plena significación se revela sólo cuando dichos objetos se emplazan en un ʻespacioʼ sito en el corazón de la vida común y cotidiana. Su valor depende del kechi-en, de la conexión que establecen con el espacio circundante". (2) Podemos decir lo mismo tanto para el tiempo como para el espacio. Solo podremos captar el significado cabal del presente en términos del pasado y del futuro. Un poema o cualquier obra artística es algo elaborado a través de generaciones cósmicas, que incluyen generaciones de habitantes del planeta.
Matsuo Basho dice: "Deteniéndose entre nubes / la Luna permanece / en los ojos que la contemplan". ¿Dónde se encuentra el significado del poema? ¿Vive en las nubes, en la Luna, entre ambas o en los ojos del observador? De acuerdo al "nuevo humanismo" de Ikeda, se vive en todo momento y en todo lugar en los que tenga consecuencias. ¿Y qué significan las palabras del poema? [En el libro,] Ikeda nos advierte que debemos permanecer atentos a la capacidad de cosificación que tiene el lenguaje, para capturar la experiencia y convertirla en algo fijo. El significado del poema es el efecto que tiene sobre la vida de todo aquel que lee poéticamente. Es por ello que la revolución humana en nuestra existencia es también una revolución en la comunidad del individuo y, simultáneamente, parte de la revolución cósmica. El "nuevo humanismo" revela el significado profundo del darwinismo.
Ikeda comprende que poner demasiado énfasis en la interdependencia puede subyugar al individuo y reducir su capacidad para relacionarse positivamente con el mundo. El objetivo no es suprimir la creatividad individual, sino reconocer que la individualidad y la creatividad implican el origen dependiente. Cada individuo es una red evolutiva de relaciones únicas en el tiempo. Para hacer surgir nuestro potencial único, debemos tejer una red creciente de relaciones expansivas con nuestro entorno, otras personas, nuestro mundo y con el universo que nos trajo aquí y continúa sustentándonos. De esa manera, concretamos nuestro potencial único realizando una contribución a la vez única al flujo creativo del cosmos. Podremos así darnos cuenta de que toda creación es realmente una creación conjunta. La autoestima y la afirmación personal juegan un papel importante en el flujo interminable de los eventos. Al tiempo que reconocemos y aceptamos lo que requieren el yo superior y la Ley Mística que gobiernan el universo y todo lo que hay en él, incluidos nosotros mismos, debemos también comprender el papel crucial que juega el yo pequeño dentro del conjunto mayor. Eso significa que el yo inferior debe mostrarse de la manera correcta en el momento correcto para el bien mayor. Comprendidas correctamente, la afirmación personal, la expresión personal y la creación personal son también parte del "nuevo humanismo".
A diferencia de las religiones dogmáticas convencionales y del cientificismo igualmente dogmático, el budismo de Nichiren considera que nuestros deseos individuales son una expresión de la energía vital, y empleados de acuerdo con la ley de la vida, conducen al compromiso, la creatividad y la felicidad genuina. Ikeda declara que cada uno de nosotros consiste de un yo pequeño y de un yo superior; estar cegado por las circunstancias temporarias y torturados por deseos desmesurados es existir solamente en el pequeño yo; vivir para el yo superior significa reconocer el principio universal que subyace a todas las cosas y elevarse por sobre la transitoriedad de los fenómenos del mundo.
El yo superior es el macrocosmos y el Dharma al que obedece. Sin embargo, puesto que somos un microcosmos dentro del macrocosmos, no debemos abandonar nuestro pequeño yo. Es, al fin de cuentas, una parte del despliegue creativo del mismísimo universo. Con demasiada frecuencia las religiones, entre ellas el budismo, han enseñado la inmolación y la negación de la vida, en tanto que el budismo de Nichiren afirma el yo como parte del poder generador de la vida que crea amor y frutos de todo tipo.
Una vez que despertamos a nuestro potencial único e ilimitado, y comprendemos nuestros sentimientos dentro de la relación con el yo superior, adquirimos conciencia del yo imperecedero que reside en la gran vida cósmica, que opera eternamente, y nos damos cuenta de que la vida y la muerte son simples fases dentro de la gran vida cósmica. Ikeda señala que puesto que el yo pequeño está incluido en el yo superior, cada uno de nosotros participa de la vida cósmica inmutable, mientras vivimos en el mundo fugaz y cambiante. En 1513, el explorador español Ponce de León buscó la fuente de la juventud en sus periplos por lo que hoy es Saint Agustine, Florida, en los Estados Unidos. Muchos buscan las fuentes de la juventud y de la vida eterna, pero, como las exploraciones de Ponce de León, se trata de una búsqueda insensata. Ya somos inmortales. Los deseos sabiamente dirigidos liberan el espíritu creativo y generan karma positivo en la vida de nuestro yo pequeño y en la vida inmortal del yo superior; lamentablemente, los deseos insensatos nos convierten en esclavos de nuestras pasiones y sofocan nuestra creatividad. Quienes han seguido la senda de la iluminación hasta ahora ya han ingresado en la etapa final.
La última etapa es la revitalización y la renovación personal. Con respecto a la revitalización, [en la disertación pronunciada en la Universidad Estatal de Moscú] Ikeda dice: "Significa cultivar el dinamismo creativo de la vida, que nos permite renacer cada día y nos impide estancarnos o caer en la rigidez". Cuando hemos logrado una revitalización plena, nos deleitamos en la eterna danza del cambio de ir y venir, incluido nuestro propio ir y venir, dentro del amplio ritmo de un tiempo más allá de cualquier tiempo atrapado en los relojes y calendarios, que solo cuentan horas, días y años. Aquí, uno tendrá el tiempo de su vida, y un número infinito de existencias. Quienes se han revitalizado entonan con Walt Whitman, como en el Canto de mí mismo: "Todas las cosas avanzan, nada se destruye, / Y la muerte no es como la han imaginado, sino más propicia". (3)
Whitman conocía la inmortalidad de su yo superior. Fue un poeta extraordinariamente original. Como todos los grandes poetas, vivió sumido en la creación y compuso versos a partir de lo que encontró en ella. Ikeda sostiene que el arte es la expresión irrefrenable de la espiritualidad humana. Luego proclama que el arte juega un papel primordial y perdurable en la vida, porque es el poder de integrar, de revelar la totalidad de las cosas. Agrega que la fuerza de la integración actúa en los seres vivos abriendo el camino para que lo finito se vuelva infinito, para que lo específico de la experiencia real asuma su significado universal. Como Whitman, Ikeda reconoce que todo va hacia adelante y hacia arriba, y que nada se pierde. No solo somos inmortales, sino que el sentido de nuestra vida siempre fue infinito. Es allí donde encuentro la espiritualidad del "nuevo humanismo" de Ikeda.
Todos los fenómenos son fugaces y a la larga superan las concepciones de cualquier sistema racional. No estamos destinados a descansar pacíficamente, incluso en la presencia de una obra maestra de arte, porque nuestro sino es mantener un vuelo continuo, siempre avanzando hacia la nueva creación. A diferencia de los fundamentos fijos y taxativos de las religiones dogmáticas y del racionalismo humanístico, en el "nuevo humanismo", solo podemos plantear la esencia del género humano como una paradoja: somos creadores creados que continuamos la creación a través de nuestros actos creativos que transforman constantemente el mundo y a nosotros mismos.
Cuando nos hemos revitalizado, aprendemos a vivir más allá del bien y del mal, como se los entiende convencionalmente. Ikeda escribe con intrepidez, para quienes saben cómo leer y reaccionar: "El "mundo" se refiere al ámbito de las diferencias, como las que existen entre el bien y el mal, el amor y el odio, la belleza y la fealdad, la ventaja y la desventaja". "Trascender el mundo" es liberarse de los apegos a todas esas distinciones".
Lo que Ikeda ilustra aquí es la trascendencia en la inmanencia. Es parte del camino medio. Nosotros no dejamos este mundo; en realidad, nos renovamos mediante sus infinitas posibilidades creativas. Casi todos confunden lo concreto con lo real. Lo concreto es solo una de las infinitas posibilidades que comprenden la realidad. Somos uno de ese número infinito y podemos tener todo el resto si somos capaces de despertar nuestro potencial creativo como parte de acciones más grandes del universo. Estamos conectados al cosmos más vasto a través de innumerables relaciones de origen dependiente. Cuando nos reconozcamos plenamente como creadores, también reconoceremos que toda creación es en verdad una obra conjunta.
Tal vez ahora comprendamos el rol que juega la falta de apego en la enseñanza budista. Cuando trascendemos el mundo, debemos desprendernos de todas las distinciones rígidas. Si vamos a vivir de acuerdo con el Dharma y a comprender la esencia paradójica del "nuevo humanismo", debemos al mismo tiempo aceptar el origen dependiente y el flujo eterno. Si todo está en constante cambio, y nosotros estamos creando y siendo creados constantemente, la urdimbre de las relaciones dependientes debe también estar en constante cambio, de modo que debemos aprender a separarnos de ellas. El desapego no significa que las relaciones no importan y que podemos descartarlas. De hecho, quiere decir que lo son todo y que debemos aceptar su evolución interminable. La sabiduría más grandiosa revela cuándo y cómo alcanzar, cuándo y cómo mantener, y cuándo y cómo dejar ir.
Con esto, he propuesto una forma de leer Un nuevo humanismo, de Ikeda; pero es mi manera personal. Usted debe encontrar la propia, en compañía de otras personas pues la riqueza de la vida que usted tiene depende de ellas.
Jim Garrison es profesor de filosofía de la educación en el Instituto Politécnico de Virginia, en Blacksburg, Estados Unidos, y ex presidente de la Sociedad John Dewey. Es especialista en John Dewey y el pragmatismo estadounidense. El diálogo, con el título tentativo de New Currents in Humane Education: Dewey and Value-creating Pedagogy [Nuevas corrientes en educación humana: Dewey y la pedagogía de creación de valor] entre el profesor Garrison, Daisaku Ikeda y Larry Hickman, director del Centro de Estudios sobre Dewey, fue publicado en la revista Todai del Japón.
(1) ROSENBLATT, Louise. The Reader, The Text, The Poem: The Transactional Theory of the Literary Work [El lector, el texto, el poema: La teoría transaccional de la literatura], Carbondale: Southern Illinois Press, 1978.
(2) IKEDA, Daisaku. El nuevo humanismo, México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1999, pág. 22
(3) WHITMAN, Walt. "Canto de mí mismo", Hojas de Hierba, Barcelona: Novaro, 1978, pág. 120.