Cómo crear y sostener un siglo de la vida: el desafío de la nueva época (2001)
Propuesta de paz 2001 (Versión abreviada)
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En la alborada del nuevo siglo, es natural que los seres humanos nos hagamos preguntas sobre los logros del siglo anterior y sobre lo que se puede esperar del siguiente.
El siglo XX fue testigo de un progreso encomiable en los campos de la ciencia y la tecnología, de mejoras en la salud y de avances en los derechos humanos. Sin embargo, al hacer un balance, fue una época de tragedias y sufrimiento humano sin precedentes, marcada por terribles e incesantes guerras y conflictos, una era de injustificable falta de respeto a la vida humana. Los avances y el progreso alcanzados en el siglo XX fueron casi en su totalidad materiales y físicos. Con respecto al ámbito interno del espíritu humano, parece innegable que la era fue marcada por el retroceso y no por el avance. Por otra parte, el progreso de la ciencia moderna ha sido fundamentado en una visión mecanicista de la naturaleza como objeto de manipulación y control, visión que carece de humanidad. Los lazos existentes entre las personas y entre éstas y el cosmos están siendo cortados y esto está llevando a la humanidad a un estado de aislamiento espiritual.
Para sobrepasar esta crisis del espíritu, necesitamos una visión del mundo que reconozca la interconexión de todos los seres: que los planos subjetivo y objetivo son inseparables y que la humanidad forma parte integral de la naturaleza. Se precisa de una renovación que tenga como base la reverencia por la vida si se quiere que la humanidad encuentre una clara dirección en el nuevo siglo.
Una de las tendencias que se manifiesta específicamente en el Japón contemporáneo es un profundo cambio en la orientación de los intereses de las personas: una búsqueda de la identidad, un sentido de la realidad en un momento en el que todos los valores, estructuras y sistemas están siendo cuestionados en su nivel más esencial. Tal vez este cambio esté siendo propiciado por la globalización y por la revolución de la tecnología de la información, avances que, a pesar de lo mucho que prometen, también conducen a serios problemas que debemos atender: los problemas relacionados con la identidad, con nuestras relaciones interpersonales y con el mundo que nos rodea frente a la cada vez más expansiva realidad virtual.
Los índices claves para definir el espíritu que debe prevalecer en el siglo XXI, si se quiere que este sea el siglo de la vida, son la coexistencia creativa y el funcionamiento autónomo de la motivación interior. Lo primero guarda un paralelismo con el énfasis que pone el budismo en la interrelación y la interdependencia. Lo segundo refleja la comprensión que tiene el budismo en cuanto a que todo está contenido en el momento presente, y que el modo en que afrontamos el momento presente es crucial, pues determinará el curso total de nuestras vidas. Si se puede llegar a que estos valores se conviertan en la fuerza espiritual que impulse la época, lograremos traspasar las pesadillas del siglo XX y hacer realidad un siglo de la vida y de la paz, una paz que será mucho más que un simple interludio entre guerras.
Las mujeres jugarán un papel crucial en la cristalización de un mundo así en el siglo XXI. Los valores, principios e ideologías que están siendo cuestionados en la actualidad, son todos, producto de sociedades dominadas por el hombre. La irrupción de la mujer en el siglo XXI posee un significado que llega hasta la raíz misma de la civilización humana.
Volviendo al tema de la revisión de la Constitución del Japón, la cual está siendo actualmente objeto de mucho debate en el Japón, debemos adoptar el espíritu que subyace en el Artículo 9 referente a la renuncia a la guerra. En todo debate sobre la reforma constitucional, debemos tener siempre presentes los ideales del pacifismo y de la cooperación internacional expresados en el Preámbulo y en el Artículo 9, que son el alma y la médula de la Constitución del Japón, y son lo que la hace merecedora de ser denominada “Constitución de la Paz”. Debemos universalizar e insuflar nueva vida en el espíritu y los ideales del Artículo. En lugar de confinarse a lo que ha sido denominado “pacifismo unilateral”, el cual ignora los movimientos de la sociedad internacional y las preocupaciones de otros países, el Japón debería tomar la iniciativa para la creación de un sistema de prevención de los conflictos, siempre centrado en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y en la línea con el espíritu original de su constitución, cuyo preámbulo declara el derecho que tiene la humanidad para coexistir en paz.
Para concretar la paz en el siglo venidero, es absolutamente esencial que reemplacemos el esquema tradicional de enfrentamiento entre los diversos intereses nacionales por un orden comunitario internacional consagrado por igual al bienestar de toda la humanidad y al bienestar de la Tierra. La ONU puede y debe cumplir un papel central en esta transformación. Aunque la Carta de las Naciones Unidas acepta claramente la posibilidad de ejercer el “poder duro” (hard power), incluida aquí la acción militar, debemos tener presente, por encima de todo, que la naturaleza esencial de la ONU se encuentra en el “poder moderado” (soft power) del diálogo y la cooperación.
Con el fin de asegurar una mayor participación popular en las tareas de la ONU, es preciso desarrollar nuevos medios institucionales para establecer caminos diferentes orientados a una mayor cooperación con las ONG y la sociedad civil en general. Si la ONU logra centralizar la capacidad y los talentos variados y diversos de los ciudadanos comunes, podrá enriquecer y fortalecer la cualidad humanística que debería constituir su esencia. En este sentido, deben concretarse pronto las propuestas presentadas en el Foro del Milenio “Nosotros los pueblos”, para la creación de un Foro de la Sociedad Civil Global. De modo similar, con respecto a la solución del antiguo reto de la ONU para asegurarse fuentes estables de financiamiento, es preciso que se preste consideración a la creación de un fondo popular para la ONU, un organismo que participaría activamente en la captación de fondos aceptando donaciones de individuo, organizaciones y empresas. Esto complementaría las fuentes de ingreso existentes.
La ONU debe enfrentar activamente problemas como la pobreza y el medio ambiente. Para ello también es precisa una mayor participación popular: es crucial que las personas mismas digan lo que se requiere, y que esto se traduzca en programas de asistencia y desarrollo. Con este fin se podría establecer lo que podría ser denominado “Foro de la Tierra”, para actuar como puente entre los pueblos de los países en desarrollo y los países ricos del mundo, llevando sus preocupaciones y demandas a instancias tales como la cumbre de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) y las reuniones anuales del Foro Económico Mundial de Davos, Suiza. Esto podría facilitar el diálogo y las conversaciones hacia una sociedad global que sea realmente justa y equitativa.
Con respecto al medio ambiente y a los principios de la Carta de la Tierra, la cristalización de un proceso de diálogo global puede servir como base para un siglo de la vida. Es crucial que los principios de la Carta de la Tierra extiendan sus raíces dentro de la vida de cada persona como guía ética fundamental. La SGI seguirá promoviendo la Carta de la Tierra, esforzándose para que ésta sea adoptada oficialmente y para animar a los pueblos de todas las naciones para que la asuman con sentido de compromiso y reto personal.
Con el objetivo de promover los conceptos claves de la coexistencia creativa y el funcionamiento autónomo de la voluntad interior mencionada arriba, vale la pena considerar las tradiciones y los potenciales de la China y la India, países que, cada uno a su manera, poseen valores espirituales que tienen la fuerza necesaria para propiciar una era de poder moderado (soft power). Para el logro de este objetivo, la actual cumbre del Grupo de los Ocho (G8) debería ser ampliada permanentemente para incluir la China y la India. Sobre el tema de la región asiática, el reciente encuentro de líderes de las dos Coreas es un acontecimiento verdaderamente afortunado. El actual proceso de construcción de la confianza es un ejemplo valioso del papel del diálogo a la hora de enfrentar los problemas mundiales, y se ve venir un progreso aún mayor.
Otra región de importancia clave para el mundo en el siglo XXI es áfrica. La solidaridad pacífica en este continente es de importancia crucial, así lo han demostrado los cambios ocurridos desde finales de la era colonial hacia la formación de una Unión Africana. El destino de África y, en realidad, de toda la humanidad en el siglo XXI, depende de la medida en que las personas comunes despierten sus capacidades innatas de fortaleza, sabiduría y solidaridad. El diálogo abierto tiene una importancia central a la hora de hacer que despierten estas cualidades.
El diálogo tiene el poder para restaurar y revitalizar lo que tenemos en común, que somos seres humanos, libera nuestra capacidad innata hacia el bien. El no haber hecho del diálogo la base de la sociedad humana fue lo que desató las amargas tragedias del siglo XX. Debemos difundir el espíritu de diálogo para hacer de él la corriente y el flujo del siglo XXI. De este modo podremos crear juntos una era en la cual todas las personas disfruten de los beneficios de la paz y la felicidad y celebren su dignidad ilimitada y su potencial infinito.