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La construcción de una era de solidaridad humana: Hacia un futuro para todos (propuesta de paz 2020)

Daisaku Ikeda
Presidente de la Soka Gakkai Internacional (SGI)

26 de enero de 2020

Con ánimo de celebrar el 90.° aniversario de la fundación de la Soka Gakkai y el 45.° aniversario de la Soka Gakkai Internacional (SGI), quisiera elevar algunas propuestas sobre la construcción de una sociedad global sostenible donde todas las personas podamos vivir con dignidad y conciencia de seguridad.

El primer punto al cual quiero referirme es a la escalada de tensión entre los Estados Unidos de América y la República Islámica de Irán, que viene observándose desde comienzos del año. Exhorto enfáticamente a ambas partes a mantener su actual posición de mesura y a tomar todos los recaudos necesarios, mediante el acatamiento del derecho internacional y el impulso de las gestiones diplomáticas, a fin de evitar el agravamiento de la situación. Espero con sinceridad que a través de la colaboración mediadora de las Naciones Unidas (ONU) y de otros países se pueda hallar un camino que desescale las tensiones.

Nuestro mundo ha experimentado una sucesión de fenómenos climáticos extremos y destructivos. El año pasado, las olas de calor alcanzaron niveles máximos históricos en Europa, la India y otras regiones, y en todo el orbe hubo inundaciones provocadas por tifones de enorme magnitud y lluvias torrenciales. Los graves incendios forestales recientes en Australia aún siguen causando estragos.

En septiembre del año pasado, las Naciones Unidas llevaron a cabo la Cumbre sobre la Acción Climática en un trasfondo de profunda inquietud por las consecuencias cada vez más graves del calentamiento global. En dicha oportunidad, un tercio de los Estados miembros de la ONU —unos 65 países— anunciaron políticas tendientes a reducir a «cero neto» las emisiones de gases de efecto invernadero para 2050. [1] Es fundamental que estas iniciativas se implementen en escala mundial. El cambio climático es mucho más que un problema ambiental en el sentido convencional del término; representa una amenaza contra todas las personas que viven sobre la Tierra, tanto hoy como en generaciones futuras. Y, al igual que las armas nucleares, constituye un problema impostergable del cual depende el porvenir de la humanidad.

Por cierto, tal como ha declarado el secretario general de la ONU, António Guterres, el cambio climático es «el problema que define nuestra época». [2] Sus consecuencias amenazan con volver irrelevantes las gestiones globales para erradicar la pobreza y el hambre, planteadas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU.

Sin embargo, nuestro foco no ha de limitarse a detener las espirales perniciosas. Ya que el cambio climático es una cuestión que afecta a todos, tiene el potencial de catalizar una fuerza colectiva de solidaridad y de acción global nunca antes vista. De hecho, el éxito o el fracaso que tengamos en aglutinar este potencial será el factor que definirá nuestra época.

La Cumbre sobre la Acción Climática se ha caracterizado por la intervención masiva de los jóvenes en reclamo de cambios, así como por diversas medidas audaces y urgentes de respuesta a la crisis climática, adoptadas por municipios, instituciones universitarias y el sector privado.

Este mes, ha entrado en pleno funcionamiento el Acuerdo de París, instrumento con el cual la comunidad internacional busca limitar a 1,5 grados centígrados el incremento de las temperaturas medias con respecto a los niveles preindustriales. Una de las misiones cruciales de las Naciones Unidas hoy, en vísperas de su 75.° aniversario es fomentar la creación de ciclos positivos de retroalimentación, de manera tal que la solidaridad colectiva desplegada para revertir el cambio climático también sirva para impulsar, simultáneamente, el logro de los ODS.

En este trabajo, quisiera analizar algunos elementos necesarios para forjar esa firme acción solidaria desde la perspectiva de tres compromisos.

No dejar a nadie atrás

El primer compromiso debe ser no abandonar jamás a quienes viven en circunstancias difíciles.

En años recientes, ha aumentado la magnitud de los daños desatados por catástrofes naturales; gran parte de ellos se ha debido a fenómenos climáticos extremos. Estas consecuencias, de alcance global, afectan tanto a países en desarrollo como a naciones desarrolladas. Por ejemplo, el año pasado, en Japón, los tifones Faxai y Hagibis azotaron diversas regiones con vientos y lluvias de terrible violencia, que causaron inundaciones extensas y dejaron amplias áreas del país sin suministro eléctrico ni agua, perturbando gravemente la vida cotidiana de la gente.

Una preocupación creciente en el mundo —que las Naciones Unidas han hecho notar con insistencia— es que las secuelas de estos fenómenos tienden a concentrarse y a agravarse en la población afectada por la pobreza y en los sectores más vulnerables de la sociedad, como las mujeres, los niños y los ancianos. Estas personas están más expuestas al peligro y tienen mayores dificultades para reconstruir su vida después de los desastres, por lo cual necesitan apoyo adecuado y continuo.

Otra consecuencia trágica del cambio climático es el creciente número de personas obligadas a huir de los hogares donde transcurría su vida cotidiana. Una crisis que preocupa profundamente es la que afrontan los pueblos de los países insulares del Pacífico. Dado que el éxodo está provocado por el crecimiento de los niveles oceánicos y por la inundación resultante de sus tierras, es muy probable que estos desplazamientos sean permanentes y que estas personas jamás puedan regresar a sus hogares.

El Instituto Toda por la Paz Global, que fundé con la esperanza de dar respuesta a estas crisis, inició hace dos años un proyecto de investigación sobre los efectos del cambio climático en las comunidades de las islas del Pacífico. El estudio permitió destacar la trascendencia que tiene, en estas comunidades, el lazo entre los sujetos y el territorio donde viven. La pérdida de su tierra equivale a una pérdida fundamental de identidad. Aunque se muden a otra isla y puedan adquirir seguridad material, seguirán echando en falta lo que el informe describe como la «seguridad ontológica» que encuadraba su vida como habitantes de estas islas. [3] El proyecto concluye que toda gestión de respuesta al cambio climático debe prestar atención a esta clase de aflicción irreparable.

La pérdida de vínculos con la tierra y el sentimiento de pesadumbre derivado de esta privación han sido un aspecto insoslayable en grandes catástrofes como los terremotos y tsunamis. La angustia, agravada por la falta repentina de amigos y familiares, puede llegar a ser realmente insoportable. Y las sociedades, en conjunto, no pueden desconocer el imperativo de responder a esta profunda congoja, como hice notar en mi propuesta posterior al terremoto y tsunami que hizo estragos en el Japón, el 11 de marzo de 2011. La naturaleza irreemplazable de un lugar donde está grabado el registro de la propia vida, y el hogar imbuido con los sentidos y aromas de la vida cotidiana, es algo que supo retratar Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) en estas palabras alusivas: «No es lógico pretender que, habiendo plantado una bellota por la mañana, pueda uno sentarse a la sombra de un roble por la tarde». [4]

A la hora de ponderar los impactos del cambio climático, se tiende a medir la magnitud valuando los daños materiales, las pérdidas económicas y otros factores cuantificables. Pero me parece importante dirigir la atención al sufrimiento de incontables personas, a la angustia que hay detrás de los índices macroeconómicos, y considerar esta realidad en el centro de todas las iniciativas colectivas que adoptemos en la búsqueda de soluciones.

En esto hay una semejanza estructural con las fricciones en el comercio exterior que han ido escalando en los últimos años. Se suele usar el término «empobrecer al vecino» para definir las políticas que buscan proteger la propia economía elevando aranceles o restringiendo las importaciones. No obstante, en nuestro mundo globalizado y cada vez más interdependiente, los ciclos de represalias económicas a menudo conducen a resultados no previstos que terminan «empobreciendo a uno mismo».

Las fricciones comerciales ejercen efectos negativos en muchas pequeñas y medianas empresas, que acaban sometidas a presiones para reestructurar sus operaciones y dejan a mucha gente sin empleo. Aun cuando aceptemos que es importante mejorar ciertos índices económicos como la balanza comercial, cuando se instalan condiciones que empeoran más todavía la vida de la gente vulnerable dentro y fuera de un país, el único saldo es el agravamiento de la inestabilidad social en el mundo.

En su discurso del año anterior ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el secretario general Guterres presentó una semblanza de las personas a quienes había conocido en sus visitas a lugares expuestos a graves amenazas. Entre ellas, familias del Pacífico Sur que corrían el riesgo de ser barridas por el aumento del nivel del mar, jóvenes refugiados de Medio Oriente que añoraban volver a sus escuelas y hogares, sobrevivientes del Ébola en África que batallaban por reconstruir sus vidas... En ese discurso, advirtió: «Muchas personas temen ser pisoteadas, frustradas, excluidas y dejadas atrás». [5] Me sumo a su preocupación: cuando consideramos estos problemas globales, nuestro foco primario y central debe ser la amenaza tangible contra la vida, la subsistencia y la dignidad de cada persona.

Tanto el clima como el comercio internacional son cuestiones que afectan profundamente las economías y las sociedades. En este sentido, creo interesante citar aquí las ideas del fundador y primer presidente de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi (1871-1944), expuestas en una obra suya de 1903, Jinsei Chirigaku (Geografía de la vida humana). Makiguchi contraponía la naturaleza de los conflictos bélicos, circunscriptos en el tiempo, a la de la competencia económica, de naturaleza más perdurable. Los primeros —señalaba— tienen un comienzo abrupto y producen un horrendo sufrimiento que resulta ostensible al observador; la segunda acontece gradualmente y se percibe con menos dramatismo.

Lo que Makiguchi quería señalar es que, siendo la crueldad de la guerra tan evidente, la gente tiene clara conciencia del mal que genera, lo cual facilita las oportunidades de evitar un daño mayor por medio de negociaciones o de mediaciones. Pero no es lo que ocurre con la competencia económica. Esta se produce de manera continua y generalmente inadvertida para la gente, que tiende a interpretar sus resultados como el producto de un proceso de «selección natural». De tal modo, la competencia económica se diluye en el telón de fondo de nuestra vida social y esta conciencia difusa nos expone a pasar por alto las condiciones y los padecimientos inhumanos que ella genera.

En la época de Makiguchi, el mundo vivía bajo el dominio del imperialismo y el colonialismo, en un orden que naturalizaba la búsqueda de la prosperidad a expensas de otras sociedades. Pero esta mentalidad implica aceptar que en el mundo hay ciertos pueblos o sectores destinados inevitablemente al sacrificio, y que su privación o sufrimiento no nos concierne. Esta creencia, con el tiempo, va fijándose en lo profundo de las sociedades como una capa de sedimento aluvional que favorece la progresión incontenible de una competencia económica regulada por la «supervivencia del más apto». Así se cumple el pronóstico de Makiguchi de que «en última instancia, el padecimiento generado resulta ser mucho más devastador [que el de la guerra]». [6] En el mundo del siglo xxi, con una globalización y una integración económica que no existían en los tiempos de Makiguchi, estos riesgos son más pronunciados que nunca.

Makiguchi no negaba el valor de la competencia en el funcionamiento social; a su entender, un mutuo incentivo en pos de la excelencia podía ser una fuente de energía y de creatividad. Lo que él objetaba era la tendencia a considerar el mundo como un mero espacio de lucha por la supervivencia, a basar la conducta en el supuesto de que la vida de uno es independiente de la vida ajena y a desentenderse de las consecuencias que involucra ese enfoque de la existencia.

Las ideas de Makiguchi se fundaban en la conciencia de que el mundo, sobre todas las cosas, es un espacio para la «vida compartida».

En su introducción a la Geografía de la vida humana, Makiguchi describe la conciencia concreta que se halla en el centro de su visión del mundo. La esposa de Makiguchi hizo frente a la imposibilidad de alimentar a su recién nacido a través de la lactancia materna. Luego de probar con un sustituto de producción japonesa que no resultó adecuado, el médico recomendó una leche en polvo fabricada en Suiza. Makiguchi expresa su agradecimiento a los pastores de las laderas del Jura. Y, notando que los pañales de su hijo estaban hechos de algodón de la India, evoca a los campesinos trabajando bajo el sol calcinante para obtener el hilado. [7]

A partir de esta reflexión, Makiguchi comenta que la vida de un ser humano, desde el instante en que nace, está conectada con el mundo entero. Su gratitud hacia esa gente a quien nunca había conocido se expresa en el sintagma «vida compartida», que no describe una sociedad ideal, sino la naturaleza real del mundo, aunque a menudo no advirtamos las interacciones que lo nutren.

El mundo se construye en la superposición y el entrecruzamiento de las actividades de incontables personas y de sus vectores de influencia recíproca. Cuando los modos de instrumentar la competencia ignoran esta realidad, se pierde de vista la existencia de quienes sufren bajo graves amenazas y contradicciones sociales. Por lo tanto, es esencial participar conscientemente en esa vida compartida y promover una sociedad basada en la ética de «cuidar y mejorar no solo la propia existencia sino también la de otros». [8] Esta fue, en esencia, la proposición de Makiguchi.

Volviendo al presente, nada dictamina que el crecimiento económico y el afán de revertir el calentamiento global sean incompatibles intrínsecamente. Por ejemplo, en el trienio iniciado en 2014, la economía global creció a una tasa anual superior al 3 %, [9] mientras que las emisiones de dióxido de carbono (CO2), principal gas de efecto invernadero, se mantuvieron estables. [10] Desde entonces, las emisiones han vuelto a aumentar, pero creo que si se adopta la audaz decisión de «proteger y mejorar no solo la propia existencia, sino también la de otros» —con medidas como la inclusión de fuentes renovables de energía y mejoras en la eficiencia energética— deberíamos poder desarrollar nuevas modalidades de vida social y económica.

La búsqueda consciente de una vida compartida empieza por el reconocimiento de que esa gente que vive bajo la sombra de graves amenazas no es, esencialmente, distinta de nosotros.

Este es un eje que recorre la obra de Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo, profesores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) que se han dedicado a estudiar los problemas de la pobreza y la profunda relación que existe entre estas cuestiones y la competencia económica. Los autores, sin embargo, no analizan el tema desde una perspectiva macroeconómica, sino investigando empíricamente las condiciones en que vive la gente real. Su trabajo fue reconocido con el Premio Nobel de Economía en 2019, compartido con el profesor Michael Kremer de la Universidad de Harvard.

En su reciente libro Repensar la pobreza: Un giro radical en la lucha contra la desigualdad global, escriben que la gente más pobre, esencialmente, no es distinta del resto ni es, por ejemplo, menos racional. [11] Los habitantes de países ricos son beneficiarios de un conjunto de prestaciones «tan incorporado al sistema que apenas lo notamos», [12] como el acceso al agua potable, a la atención sanitaria y a otros servicios no visibles. Señalan que «la gente pobre no solo tiene vidas más arriesgadas que la gente menos pobre, sino que un determinado tropiezo de idéntica magnitud los daña más». [13] Banerjee y Duflo nos alientan a no formular juicios basados en estereotipos y recalcan la necesidad de apreciar las condiciones reales en que viven muchas personas.

Este giro hacia las circunstancias en que viven los congéneres, más que observar a los otros con la lente de las categorías sociales o de clase, también ocupa un lugar central en las enseñanzas del budismo que practican los miembros de la SGI. En el registro de los discursos de Shakyamuni encontramos esta reflexión:

Las diferenciaciones entre seres vivos adquieren forma corporal, sin embargo, entre los seres humanos no existen tales distinciones. Las diferenciaciones entre seres humanos son solo nominales. [14]

El mensaje central de este pasaje es que, si bien en la sociedad se construyen categorías y se otorgan rótulos nominales, en lo que hace a su humanidad no existen diferencias entre las personas.

Sin prestar atención a encasillamientos sociales de casta o de clase, Shakyamuni ofrecía tratamiento y palabras de aliento a todos los enfermos, desde un monje agonizante a quien acababa de conocer hasta el rey Ajātashatru, quien tiempo atrás había atentado contra su vida. Sin embargo, esas dos personas tenían algo en común: el monje había sido abandonado por sus pares y sobrellevaba su agonía en soledad y en aislamiento, mientras que el rey Ajātashatru, con su dolencia pestilente, causaba repulsión a todos. Shakyamuni en persona lavó al monje enfermo y lo vistió con ropa limpia. Y aun sabiendo que su propia muerte era inminente, hizo tiempo para reunirse con el rey Ajātashatru y le transmitió las enseñanzas del Dharma para alentarlo a recuperarse de su mal.

Shakyamuni no admitía el abandono o la exclusión de los que sufrían o de los que se hallaban arrojados a graves dificultades. En esta conducta, creo yo, puede discernirse el origen del amor solidario y compasivo que caracteriza al budismo. Desde el punto de vista budista, la capacidad de las personas no está predeterminada; sin embargo, hay una marcada tendencia social a establecer estereotipos y a juzgar a los individuos en función de las categorías impuestas por la sociedad.

Incluso los que se encuentran en condiciones vulnerables, tienen más posibilidades de salir adelante si cuentan con una red de personas dispuestas a afrontar esas dificultades a su lado. Nuestra forma de experimentar la pobreza o la enfermedad puede cambiar rotundamente por el solo hecho de saber que tenemos el apoyo de otros. Este es un principio esencial de la filosofía budista. La visión de la vida que proponía Makiguchi —un involucramiento consciente en la vida compartida— tiene sus raíces en la determinación de no dejar atrás a los que afrontan dificultades.

Uno de los ejes del diálogo que mantuve en 2008 con el ex subsecretario general adjunto de las Naciones Unidas, Anwarul K. Chowdhury, en momentos en que la crisis financiera sacudía al mundo hasta los cimientos, fue la importancia de priorizar el apoyo a los países que enfrentan una situación económica extrema y a los individuos socialmente vulnerables. El señor Chowdhury, embajador de Bangladesh ante la ONU, recalcó la necesidad de crear una red de seguridad global que amortiguara el impacto de embestidas externas como el cambio climático, las fluctuaciones drásticas en los precios y las retracciones financieras extremas. [15] Estoy plenamente de acuerdo. Ambos coincidimos, también, en que una de las tareas clave de las Naciones Unidas en el siglo xxi debía ser representar a los segmentos vulnerables de la sociedad.

En momentos en que se creó la Oficina del Alto Representante para los Países Menos Adelantados, los Países en Desarrollo sin Litoral y los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo, en 2001, el embajador Chowdhury fue el primer funcionario encargado de coordinar dicha agencia. Esto le permitió trabajar en forma directa y real con los Estados y los pueblos que suelen ser ignorados por la comunidad internacional. Me conmovió escucharle decir que su mayor alegría era ver mejoras sustanciales en las condiciones de vida de los países más vulnerables. [16]

Este sentimiento me es muy cercano, porque, en sus primeros años, a la Soka Gakkai se la despreciaba como una agrupación de «pobres y enfermos». A través del aliento mutuo, esas personas comunes, descartadas por la sociedad, fueron elevándose y creciendo desde los abismos de la infelicidad. Y esta es una historia que nos enorgullece.

Josei Toda (1900-1958) quien fundó la Soka Gakkai junto con Tsunesaburo Makiguchi y luego fue su segundo presidente, concebía la organización como un movimiento popular. Frente a las reacciones cínicas de la sociedad, expresó con estas palabras la convicción que nutría su acción incesante:

Haré lo que deba hacer. Es decir, apoyar a los enfermos, a los pobres, a los atormentados y a los que sufren. Por todo esto, elevo mi voz. [17]

El deseo más apasionado de Toda era erradicar el sufrimiento de la faz de la Tierra. El origen de esa postura era el compromiso de evitar la repetición de una tragedia como la que había padecido tantos millones de congéneres en decenas de países, durante la Segunda Guerra Mundial. Por esta razón, depositó grandes expectativas en las Naciones Unidas, el organismo que se había fundado como respuesta inmediata a los dos conflictos mundiales del siglo xx, y solicitó que brindásemos apoyo para que llegara a ser una fortaleza de esperanza para el mundo.

Cuando, hace 60 años, asumí la tercera presidencia de la Soka Gakkai, inicié mi labor concreta por la paz mundial viajando a los Estados Unidos, donde visité la sede central de la ONU en Nueva York, como representante y continuador de la visión de mi maestro. Desde entonces, el apoyo a la ONU ha sido un pilar fundamental de nuestro compromiso social, que se ha fortalecido en la relación colaborativa con otras organizaciones de la sociedad civil y con personas de pensamiento afín, y no ha cesado de promover iniciativas para hallar respuesta a los problemas globales.

Poco después de ese viaje a Nueva York en 1960, se ofreció un concierto alusivo al Día de las Naciones Unidas (24 de octubre) en la sede central de la organización. El programa incluyó la Novena Sinfonía de Beethoven completa, a pedido de quien entonces era el secretario general, Dag Hammarskjöld (1905-1961). Hasta ese momento, las interpretaciones de la Novena Sinfonía se habían limitado al cuarto y último movimiento, con su enaltecedor «Himno a la alegría». Pero, en ese 15.° aniversario de la fundación, se decidió interpretar la obra en su totalidad.

Hammarskjöld se dirigió al público diciendo:

Al inicio de la Novena Sinfonía, ingresamos en un drama poblado por oscuras amenazas y crudos conflictos. Pero el compositor nos va guiando a lo largo de la obra y, al llegar al último movimiento, las líneas melódicas se repiten, esta vez como puente hacia la síntesis final. [18]

Hammarskjöld trazaba un paralelo entre el desarrollo de la Novena Sinfonía y el proceso de la historia humana, con la esperanza de «no perder jamás la fe en que habrá, algún día, un cuarto movimiento en que culminarán las partes iniciales». [19]

La convicción de Hammarskjöld tiene mucho en común con la progresión de las épocas históricas bosquejada por Makiguchi en su Geografía de la vida humana. En los albores del siglo xx, Makiguchi hizo constar su honda preocupación por los modos de competencia militar, política y económica que llevaban a las personas y a las sociedades a buscar su propia seguridad y riqueza a expensas de la aflicción de otros. Lamentablemente, esa realidad sigue siendo parte de nuestro mundo actual.

Pero, así como el coro de la Novena Sinfonía de Beethoven, en su cuarto movimiento, se inicia con la proclama «O Freunde, nicht diese Töne!» («¡Oh, amigos, dejemos estos tonos!»), los seres humanos somos capaces de generar nuevos enfoques que transformen esas formas de competencia arraigadas. Makiguchi proponía que la esencia de este cambio debía surgir de lo que él denominó «modos de competencia humanitaria o humanística», en los cuales el individuo beneficia a los demás y está al servicio de sus intereses, al tiempo que se beneficia a sí mismo. A través de implementar una acción solidaria global para afrontar el reto del cambio climático, podemos y debemos gestar un cambio de paradigma y abrir nuevos horizontes en la historia humana.

Creo que, en este desafío, es fundamental el compromiso de no abandonar jamás a los que se ven expuestos a circunstancias adversas. La acción basada en este cometido, dondequiera que estemos, puede transformar la crisis sin precedentes del cambio climático en una oportunidad de reencauzar la corriente de la historia.

El desafío de la construcción

El segundo compromiso que quiero plantear se refiere a la importancia de actuar de manera conjunta y constructiva, en vez de, simplemente, comunicar un sentido de crisis compartido.

Las primeras advertencias sobre el calentamiento global provocado por el ser humano se escucharon en la década de 1980. En mayo de 1992, se aprobó la Convención Marco sobre el Cambio Climático, poco antes de celebrarse la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Cumbre de la Tierra) en Río de Janeiro. En 1997 se adoptó el Protocolo de Kioto, con el objetivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero producidas por las economías desarrolladas. Y, en diciembre de 2015 se firmó el Acuerdo de París, primer marco global que incluyó tanto a economías emergentes como desarrolladas.

El trasfondo que condujo a adoptar este marco global fue una mayor conciencia de la crisis, vinculada a una serie de estudios científicos realizados por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés). Pero, al mismo tiempo que estas investigaciones ayudaban a crear una comprensión más profunda sobre las consecuencias del calentamiento global, los fenómenos meteorológicos extremos convertían la amenaza en una realidad palpable para gran parte de la población.

Aunque el Acuerdo de París entró en funcionamiento pleno este mes, su futuro se ve jaqueado por graves dificultades. Según un informe especial del IPCC, si el ritmo del calentamiento global no disminuye, existe el peligro cierto de que, en 2030, el incremento de las temperaturas medias del planeta supere la cota de los 1,5 grados centígrados. [20] Ya que el objetivo trazado en el Acuerdo de París es mantener el calentamiento global dentro de este límite, resulta fundamental que todos los países comiencen a acelerar de inmediato sus iniciativas en esta dirección. Con este fin, debemos ir más allá del mero sentido de crisis compartido y formular una clara visión en torno a la cual se pueda construir una acción solidaria conjunta, que involucre la participación de la gente en cada lugar.

Si nos centramos únicamente en las amenazas, nos arriesgamos a obtener una respuesta indiferente de parte de los que no se consideran directamente afectados. Incluso quienes reconozcan la gravedad del peligro, paralizados por la impotencia, podrían sentir que están atados de pies y manos para remediar la situación.

Esto trae a mi memoria algo que me transmitió la doctora Elise Boulding (1920-2010), investigadora en estudios sobre la paz. En la década de 1960, mientras participaba en una conferencia sobre desarme, preguntó a los especialistas presentes cómo vislumbraban concretamente el funcionamiento de un mundo donde las armas se hubieran erradicado por completo. Para su sorpresa, dijeron que no tenían la menor idea. Su trabajo se limitaba a describir las vías posibles hacia el desarme. [21] Basada en esta experiencia, la doctora Boulding entendía que sería casi imposible unir a las personas en pos de la paz, mientras no existiera una visión clara de lo que significa, en términos reales, una sociedad pacífica.

Creo que esta es una reflexión de enorme importancia. Por su parte, la SGI ha puesto en marcha diversas iniciativas de vasto alcance para que las personas puedan vislumbrar una sociedad de paz; entre ellas, la muestra «Todo lo que atesoras: Por un mundo libre de armas nucleares», organizada conjuntamente con ICAN (Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares), que se ha exhibido en unas 90 ciudades del mundo desde 2012.

Precisamente porque la cuestión de las armas nucleares evoca imágenes de una terrible potencia destructiva, que conjura la extinción de la especie humana, la gente suele responder a este tipo de mensajes con el impulso de apartar la mirada. En cambio, los paneles inaugurales de esta exposición alientan a los visitantes a reflexionar sobre lo más valioso e importante de su vida. El contenido invita a imaginar cómo construir un mundo que proteja no solo las cosas valiosas para uno, sino también lo que otros consideran irreemplazable; en tal sentido, busca fomentar el deseo mancomunado de una acción constructiva.

Durante muchos años, la sola idea de un tratado de prohibición de las armas nucleares se consideraba inviable. Sin embargo, las preocupaciones por las consecuencias humanitarias catastróficas de estos arsenales se intensificaron y, a partir de ello, las gestiones para proscribirlos fueron enfocando con más nitidez la visión de un futuro mejor. Este factor impulsó el consenso solidario que facilitó al fin, en 2017, la adopción del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN).

El TPAN va más allá de señalar el riesgo que representan las armas nucleares para la seguridad de todo el género humano. Como indica su preámbulo, en el corazón del tratado hay una visión clara que muestra la relación indisoluble y el ciclo virtuoso que vincula las gestiones de desarme nuclear con la creación de un mundo que respete los derechos humanos y promueva la igualdad de género; un mundo donde se proteja la salud de las generaciones actuales y futuras, y un mundo que priorice la integridad ecológica.

Del mismo modo, nuestro desafío por revertir el cambio climático no debe limitarse solo a contener el aumento de la temperatura media global en función de un objetivo numérico. Más allá de eso, debemos cultivar una visión colectiva del mundo que queremos tener cuando resolvamos la crisis e, incluso, adoptar entre todos medidas proactivas que hagan posible esa realidad.

La participación en el desafío de construir se nos revela como una tercera vía de avance, que nos permite eludir la indiferencia egoísta ante los problemas que no nos afectan directamente, y también la parálisis pesimista ante lo que nos resulta demasiado apabullante.

En coincidencia con la Cumbre de la Tierra de 1992, la SGI fundó el Instituto Soka CEPEAM (Centro de Proyectos y Estudios Ambientales del Amazonas) en Brasil, que desde entonces ha llevado a cabo iniciativas para el restablecimiento de la selva tropical y la protección de su ecosistema único. No es mera coincidencia que nuestras exposiciones, organizadas inicialmente en apoyo al Decenio de las Naciones Unidas de la Educación para el Desarrollo Sostenible, se hayan titulado «Semillas del cambio» y «Semillas de la esperanza». El mensaje que condensan ambos títulos es que cada uno, partiendo del lugar donde está ahora, tiene el potencial de ser el arquitecto de una sociedad global sostenible, y que cada una de nuestras acciones es una semilla del cambio, una semilla de la esperanza, que dará flores de dignidad humana en todo el mundo.

Este énfasis en adoptar un enfoque constructivo ante las amenazas tiene sus orígenes en la filosofía budista. En el Sutra del loto, quintaesencia de las enseñanzas de Shakyamuni, hallamos el principio de que «el mundo sahā es, en sí mismo, la Tierra de la Luz Tranquila». Sahā es un vocablo sánscrito que significa «soportar» o «resistir». El término «mundo sahā» expresa la visión de Shakyamuni de que este mundo donde vivimos está atravesado de angustias y de malestar. Pero aun basándose en esta visión del mundo, el Buda declaró: «A los 29 años, yo inicio mi viaje en busca del bien». [22] Como esto denota, lo que inspiraba su conducta no era el pesimismo, sino la sincera exploración de un camino que permitiera al ser humano trascender el sufrimiento y vivir feliz.

El filósofo Karl Jaspers (1883-1969), autor de un estudio biográfico sobre el pensamiento de Shakyamuni, sintetizó así la esencia de su periplo: «Buda no enseña un sistema de conocimiento, sino un camino de salvación». [23]

Si las personas conciben primariamente el mundo como un lugar plagado de aflicciones, corren mayor riesgo de interactuar con él de la manera equivocada; por ejemplo, buscando solo su propia salvación personal; o sintiéndose impotentes y resignadas ante la dura realidad social; o incurriendo en respuestas pasivas, en espera de que alguien resuelva sus problemas.

La verdadera intención de Shakyamuni no fue sentenciar que el mundo sahā era un lugar donde soportar penurias, sino esclarecer que es el entorno preciso donde debemos construir la tierra de nuestros sueños y aspiraciones; es decir, la «Tierra de la Luz Tranquila». Este principio se ilustra con detalles en el undécimo capítulo del Sutra del loto, titulado «El surgimiento de la torre de los tesoros». Allí, en ese mundo sahā donde se han congregado multitudes a escuchar la prédica del Buda, emerge una gigantesca torre iluminada por la luz de la dignidad. Entonces, el mundo sahā se convierte en la Tierra de la Luz Tranquila a los ojos de todos.

En el Japón del siglo xiii, el maestro budista Nichiren (1222-1282) expuso con estas palabras el principio de que «el mundo sahā es, en sí, la Tierra de la Luz Tranquila»: «No es que [el practicante del Sutra del loto] deba marcharse del lugar donde está e irse a otro sitio». [24] Es decir, ese mundo ideal que todos ansiamos no existe en algún otro sitio lejano e inalcanzable. El corazón del Sutra del loto yace en actuar cada vez más y mejor, para hacer que el lugar donde vivimos resplandezca como una Tierra de la Luz Tranquila.

En los tiempos de Nichiren, el pueblo japonés vivía a merced de una serie interminable de catástrofes. A los conflictos armados se sumaban desastres naturales como terremotos y tifones, y también epidemias. Pero la sociedad estaba dominada por ideologías escapistas, que mantenían a la gente encerrada en el cascarón de su egoísmo y en la negación de la realidad, o por sistemas de pensamiento que representaban al ser humano como una criatura impotente. Estas creencias alimentaban un círculo vicioso que debilitaba y drenaba la fuerza vital de la población.

En este trasfondo social, Nichiren habla sobre la escena del Sutra del loto donde surge la Torre de los Tesoros, que da inicio al proceso de transformación de la tierra. Recalca que esa torre que se vuelve visible ante la asamblea allí reunida representa, en realidad, el «cuerpo individual» de todas las personas. [25] Y, con ello, nos enseña que este proceso de toma de conciencia —el descubrimiento de que cada uno de nosotros es esa misma luz digna y brillante que emite la Torre de los Tesoros, capaz de iluminar el mundo transido de aflicciones— es el yacimiento del cual aflora nuestro potencial humano ilimitado. Además, proclama la importancia de crear con nuestras propias manos el mundo que deseamos, mediante el esfuerzo de cada persona por brillar como esa Torre de los Tesoros y mediante la acción redoblada de todos para alumbrar de esperanza la sociedad.

En febrero de 2005, me reuní con la ambientalista y activista Wangari Maathai (1940-2011). Hablamos sobre su labor sembradora de esperanza y en la creación de un mundo nuevo, que comenzó por su entorno inmediato. Puesta a reflexionar sobre el Movimiento Cinturón Verde, que empezó plantando apenas siete retoños, la doctora Maathai afirmó: «El futuro no existe en el futuro: nace de lo que hagamos hoy. Si queremos lograr algo en el futuro, tenemos que ponernos a trabajar ya en esa dirección».

Recuerdo con claridad el momento en que la doctora Maathai fue recibida por los estudiantes de la Universidad Soka, quienes le dieron la bienvenida con la canción del Movimiento Cinturón Verde en kikuyu, su idioma natal. Su rostro se iluminó con una sonrisa de par en par, benévola como una brisa de primavera.

Este es nuestro hogar,
donde solo árboles
queremos plantar…

La vi tararear y moverse al son de la canción, sentí que estaba ante la imagen viviente del júbilo que solo sienten quienes participan en el desafío de la construcción. Esa alegría, que brotaba de todo su ser, había sido la fuerza motriz del enorme movimiento de forestación que enriqueció toda África, desde su epicentro en Kenia.

A propósito, ese encuentro con la doctora Maathai tuvo lugar dos días después de la entrada en vigor del Protocolo de Kioto, el primer acuerdo marco que planteó la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. El movimiento iniciado por la doctora Maathai en Kenia tal vez no haya sido tema de grandes titulares, comparado con ese convenio histórico. Sin embargo, con el paso del tiempo, la esperanza que ella encendió con sus acciones fue ganando ímpetu y apoyo, y creció hasta convertirse en una campaña coauspiciada por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), que ha proseguido después del fallecimiento de su iniciadora. Estamos hablando de un emprendimiento que condujo a la plantación de más de 15 000 millones de árboles en todo el mundo. [26] Además, durante la Cumbre sobre la Acción Climática que se llevó a cabo el pasado año, numerosos países del mundo —desde Pakistán hasta Guatemala— se comprometieron a plantar más de 11 000 millones de árboles. [27]

Hasta el día de hoy, guardo en mi memoria vívidamente estas palabras de la doctora Maathai:

Aunque creamos que cierta acción particular hecha por un individuo es muy pequeña, pensemos en qué ocurriría si se repitiera varios millones de veces… Sin duda, marcaría una diferencia. [28]

Sus palabras transmiten un potente alborozo cuyo origen es el desafío de la construcción.

La exposición «Semillas de la esperanza», organizada por la SGI, muestra las acciones de personajes como la doctora Maathai, que han sido iniciadoras de movimientos de base popular. Otra de las figuras destacadas en los paneles es la doctora Hazel Henderson, investigadora de tendencias futuras, que se ha dedicado a luchar contra la contaminación del aire. En el caso de la doctora Maathai, lo que estimuló su determinación fue ver la tala de higueras —árboles sagrados para la población de su tierra natal— con fines de explotación económica. Para la doctora Henderson, el puntapié fue ver la terrible contaminación del aire en la ciudad de Nueva York, donde vivía en esos años, tan elevada que su pequeña hija regresaba de la escuela con la piel cubierta de hollín.

En ambos casos, sus experiencias de aguda aflicción las hicieron tomar conciencia de las cosas que eran valiosas, imprescindibles para el mundo. Pero no dejaron que ese dolor las paralizara. La doctora Maathai trabajó para expandir su movimiento basada en el compromiso de cortar el círculo vicioso de pobreza y de hambre, y nutrir la paz mediante campañas de forestación. Al igual que ella, la doctora Henderson comenzó a trabajar con personas que compartían su preocupación, deseosas de que sus hijos volvieran a respirar aire puro. Ambas transmutaron su descontento en una energía creadora que les permitió hacer realidad el mundo que ansiaban ver.

Tras exponer estas historias, la muestra «Semillas de la esperanza» concluye con un panel donde aparece un árbol con incontables hojas que se extienden hacia el espacio abierto. Allí, se invita a los visitantes a pensar juntos en los retos que pueden asumir empezando por el lugar donde están, para plantar semillas de la esperanza en el mundo.

La iniciativa ONU75, que empezó este mes conmemorando el 75.° aniversario de las Naciones Unidas, se propone fomentar el diálogo y la acción para construir un mundo mejor, en vista de los numerosos problemas que afronta la humanidad. A la vez que crea diversas oportunidades de diálogo, pone el foco especialmente en salir al encuentro de las personas cuya voz suele ser ignorada o silenciada por la sociedad internacional, «escuchar sus esperanzas y temores» y «aprender de sus experiencias». [29] A través de estos diálogos, las Naciones Unidas esperan gestar una visión global con miras a su centenario, en 2045, y galvanizar una acción colaborativa que convierta dicha imagen en una realidad tangible.

Dado que el cambio climático es una de las cuestiones medulares que impulsa el diálogo en las Naciones Unidas, es fundamental capitalizar esta oportunidad para dar relieve a los graves temores e inquietudes de las poblaciones que sufrieron directamente los efectos de las crisis, y aprovechar sus relatos para iniciar acciones que permitan construir un mundo mejor. Los puntos de vista de grandes números de personas, empezando por las que se ven directamente afectadas por el cambio climático, son un elemento integral en la visión global sobre el futuro que queremos. La clave yace en unir esas piezas superpuestas para crear un mosaico cimentado en las experiencias vividas por la gente real.

Por medio de la labor conjunta nacida de estos diálogos, y a través de una visión amplia e inclusiva donde las personas puedan reconocerse y vincularse, estoy seguro de que podremos acelerar la lucha contra el calentamiento global y consolidar el terreno para edificar una sociedad global sostenible.

Una acción climática liderada por los jóvenes

El tercer compromiso que quiero proponer se refiere a iniciativas para que los próximos diez años sean un decenio de la acción climática liderada por los jóvenes, en el contexto integral de la Década de Acción de la ONU recientemente lanzada para lograr los ODS en 2030. [30]

La Cumbre de la Juventud sobre el Clima, que tuvo lugar antes de la Cumbre sobre la Acción Climática en septiembre pasado, puede verse como el asomo de un nuevo rumbo para la Organización de las Naciones Unidas. Lo digo por las características particulares que adquirió:

  1. En primer lugar, los jóvenes concurrentes de más de 140 países y territorios no participaron como representantes de sus Estados, sino de toda su generación;
  2. los diversos debates de la Cumbre no fueron moderados por funcionarios de las Naciones Unidas, sino por los propios jóvenes, y
  3. el formato de las presentaciones se apartó del acostumbrado programa de ponencias individuales y se inclinó hacia el debate interactivo.

Sin embargo, más que ninguna otra cosa, me parece notable que el secretario general Guterres haya sido el «oyente principal» [31] de la sesión inaugural, durante la cual prestó seria atención a cada una de las intervenciones de los representantes juveniles.

En 2006, propuse una reforma de las Naciones Unidas. Allí, sugería que, cada año, en los prolegómenos de la Asamblea General anual de la ONU, se celebrara una reunión de jóvenes representantes de todos los países, donde los líderes mundiales tuvieran oportunidad de escuchar las perspectivas de la generación siguiente. En vista de ello, considero que la Cumbre de la Juventud sobre el Clima es un ejemplo de este tipo de práctica para el futuro.

Asimismo, las movilizaciones mundiales por el clima han generado un oleaje de impulso internacional a la acción climática. Solamente durante la semana de la Cumbre sobre la Acción Climática de la ONU, más de 7,6 millones de personas de 185 países marcharon en reclamo de medidas urgentes para combatir el calentamiento global. [32] Los orígenes de este movimiento nos remiten a las acciones de la estudiante de educación secundaria sueca Greta Thunberg, quien, en el verano de 2018, inició una huelga estudiantil para exigir medidas más enérgicas ante la crisis climática. Su ejemplo generó un eco inmediato en las juventudes del mundo; a partir de entonces, las movilizaciones han ido creciendo e involucrando a participantes de todas las edades.

Una figura clave de las rondas de diálogo sobre el clima en París fue Christiana Figueres, entonces secretaria ejecutiva de la Convención Marco sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas y hoy líder de la Misión 2020, una iniciativa destinada a asegurar el cumplimiento del Acuerdo de París. Cito aquí su reflexión:

La furia y la indignación que se advierten en las calles están plenamente justificadas, porque esas personas —particularmente los jóvenes— entienden la información científica, entienden las consecuencias para su vida y saben que es posible revertir el problema. [33]

Como ella misma ha explicado, los jóvenes saben que el cambio no es imposible, y por eso expresan su descontento ante la lentitud de las gestiones para frenar el calentamiento global; saben que, si avanzamos combinando la indignación con el optimismo, podemos esperar que surja algo aún más poderoso.

La señora Figueres estuvo en la sede central de la Soka Gakkai en febrero del año pasado. En un artículo que posteriormente escribió para el diario Seikyo Shimbun, reflexionó sobre el proceso que condujo a implementar el Acuerdo de París, aun cuando para muchos era un horizonte inalcanzable. «Sin optimismo —observó— no hay forma de conquistar victorias». [34] No puedo sino sentir que cuando los jóvenes unen su voluntad de transformar la realidad con un optimismo intrépido, se abren posibilidades ilimitadas.

Las campañas de los jóvenes frente al cambio climático han sido un catalizador que potenció las actividades de muchas personas y organizaciones del mundo. Ejemplo de ello son las redes universitarias que, con más de 16 000 instituciones hoy adheridas, han firmado el compromiso de afrontar la crisis mediante la labor conjunta con el estudiantado. Su plan de acción abarca aspectos como el compromiso de ser instituciones neutrales en materia de emisiones de carbono; movilizar más recursos para la investigación del cambio climático, y fortalecer la educación ambiental y sostenible tanto en las aulas como en programas de extensión a la comunidad. [35]

Otro ejemplo es la movilización de ciudades y gobiernos municipales del mundo; una de ellas, el Pacto Global de Alcaldes sobre el Clima y la Energía, ya suma más de 10 000 localidades en 138 países. Estos ayuntamientos se han comprometido a adoptar medidas activas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. [36]

«Los jóvenes activistas del cambio climático estamos creando una nueva “conciencia colectiva”», [37] afirmó el estudiante argentino Bruno Rodríguez durante la Cumbre de Jóvenes sobre el Clima de la ONU; en efecto, lo que está iniciando un ciclo de causalidad positiva es la energía y el compromiso de la joven generación.

Mientras contemplo estos movimientos que anticipan una nueva era, recuerdo las palabras del doctor Aurelio Peccei (1908-1984), cofundador del Club de Roma, quien escribió en 1981: «Razones de justicia y de democracia exigirían, pues, que la voz de los jóvenes fuese escuchada». [38]

El Club de Roma se ha destacado por advertir, hace más de 50 años, sobre la naturaleza finita de la Tierra y de sus recursos naturales; de hecho, su labor anticipó las líneas de pensamiento que luego darían lugar al concepto de la sostenibilidad. El doctor Peccei, quien tuvo una participación central en este proceso, recalcó la importancia de dar a los jóvenes más sitio para actuar y hacer valer el poder de su liderazgo y de su imaginación. Tuve ocasión de dialogar con él cinco veces, a partir de 1975; hasta hoy recuerdo vívidamente la energía con que expresaba este parecer.

Escuchar a los jóvenes ya no es una opción ni es solo la «mejor» decisión. Es el único camino lógico posible; es un curso que no podemos eludir si, de verdad, nos preocupa el futuro de este mundo. Esta fue su firme convicción.

Aunque, como empresario industrial, el doctor Peccei obtuvo muchas satisfacciones y estímulos en su trabajo, en determinado momento decidió cerrar ese capítulo de su vida y explorar la creación de un espacio como el Club de Roma, a partir de una conciencia que él mismo expresó así:

Estaba plenamente convencido de que […] concentrar todas nuestras fuerzas en proyectos o programas específicos, mientras el contexto más amplio en que se insertan —la condición global del mundo— se iba deteriorando rápidamente, podría conducirnos a una situación catastrófica. [39]

El Club de Roma —establecido en 1968 con esta preocupación como idea de base— tuvo bastantes dificultades para lograr resultados tangibles en sus primeros años de actividad. Pese a su gran esfuerzo por llamar la atención sobre los retos existenciales que afrontaba la Tierra, fue «como si los problemas globales que estábamos develando se refiriesen a otro planeta». Más aún, incluso las personas que adherían a los propósitos del Club lo hacían «siempre y cuando no interfirieran con sus intereses o con sus quehaceres cotidianos». [40]

En 1972, cuatro años después de su creación, el Club de Roma publicó un informe titulado Los límites del crecimiento, que tuvo una enorme repercusión. El texto, que advertía sobre el carácter limitado de los recursos terrestres y del propio planeta, fue criticado por su excesivo pesimismo. Sin embargo, el doctor Peccei no se desanimó. Mantuvo incólume su convicción en que «lo importante por el momento es no concederse treguas y dar algunos pasos verdaderos en la dirección justa». [41] Nunca abandonó su fe en el ilimitado potencial inherente a cada ser humano.

Me encontré a dialogar con él por primera vez en mayo de 1975, pocos meses después de la fundación de la SGI. Fue una de las personas que me presentó el historiador Arnold J. Toynbee (1889-1975) cuando me reuní con él en Londres en mayo de 1973, un año después de haberse publicado Los límites del crecimiento. Acabábamos de concluir unas 40 horas de diálogo celebradas a lo largo de dos años, y el profesor Toynbee me alentó a seguir conversando con varios de sus amigos, entre los cuales se encontraba el doctor Peccei.

Cuando estábamos considerando la posibilidad de reunirnos durante mi próximo viaje a Europa, el doctor Peccei supo que celebraríamos la Primera Conferencia sobre la Paz Mundial en Guam y envió un mensaje de felicitaciones.

En ese cónclave, durante el cual se fundó la SGI el 26 de enero de 1975, registré mi nombre en el libro de invitados, y en la columna de la nacionalidad puse «El mundo». En el punto de partida de la SGI, quise englobar en esas dos palabras el espíritu del presidente fundador Makiguchi y del segundo presidente Toda. Makiguchi, por su parte, había propuesto ver el mundo como un lugar donde ejercer conscientemente la vida compartida, no solo como miembros de una comunidad nacional determinada, sino como «ciudadanos del mundo». La determinación de Toda, a su vez, fue que ninguna persona, cualquiera fuese su nacionalidad, sufriera la violación de sus derechos humanos e intereses, visión que denominó «nacionalismo global» (en japonés, chikyu minzokushugi).

Cuatro meses después, cuando me reuní con el doctor Peccei, observé que él tenía consigo la traducción inglesa de mi novela La revolución humana, donde relato, en género narrativo, la historia inicial de la Soka Gakkai desde los tiempos de sus fundadores Makiguchi y Toda. Me contó que sentía una profunda coincidencia con nuestro movimiento para la «revolución humana», que aspira a transformar la época mediante el esfuerzo de cada persona por desplegar plenamente su potencial intrínseco. Su apoyo, en verdad, significó un enorme aliento para mí en ese momento.

En el libro que recoge nuestros diálogos (publicado en español con el título Antes de que sea demasiado tarde), él comenta:

Existe en cada individuo un tesoro natural de cualidades y capacidades que han permanecido dormidas pero que se pueden sacar a la luz y emplear para enderezar la maltrecha condición humana. [42]

El surgimiento de tantos jóvenes que, en el mundo actual, están confrontando la crisis climática puede verse como una expresión de esa fuerza en la cual había depositado sus esperanzas el doctor Peccei. A diferencia de problemas como la contaminación y el agotamiento de los recursos no renovables —que ya eran objeto de preocupaciones cuando se publicó Los límites del crecimiento y cuyas causas pueden ser desagregadas en su mayor parte—, los factores que ocasionan el cambio climático están imbricados en todas las áreas de la vida diaria y de la actividad económica, por lo cual es mucho más difícil identificar las soluciones.

En octubre de 2019, la actual copresidenta del Club de Roma, Sandrine Dixson-Declève, citó el «Plan de emergencia planetaria» del Club de Roma ante el Parlamento Europeo; allí, mencionó diez acciones urgentes que se deben implementar para hacer un giro hacia la economía circular; entre ellas, la transición hacia energías con baja emisión de carbono y el incremento de la inversión en fuentes de energía renovable. [43]

Precisamente porque el problema del cambio climático es tan complejo y requiere de un enfoque multidimensional, al mismo tiempo también ofrece a los seres humanos muy diversas oportunidades de desplegar su potencial sin límites. La amplitud de esta diversidad quedó de manifiesto en la variedad de foros ofrecidos en la Cumbre de la Juventud sobre el Clima, donde también participaron representantes de la SGI. Estos exploraron soluciones innovadoras desde muy variadas perspectivas, entre ellas la conservación ambiental, las empresas emergentes, las finanzas, la tecnología, el arte y el deporte, la moda, las redes sociales y la viralización de videocontenidos, entre otros.

Aquí me gustaría destacar la declaración política de la Cumbre de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, aprobada en las Naciones Unidas inmediatamente después de la Cumbre de la Juventud sobre el Clima. Tras vislumbrar el período restante hasta el 2030 como un «decenio de acción y resultados en favor del desarrollo sostenible», [44] afirma que debemos unirnos estableciendo colaboraciones duraderas que incluyan a todas las partes interesadas, en especial, los jóvenes.

A partir de esta declaración, el secretario general Guterres lanzó una nueva Década de Acción, enfocado en la acción en los niveles global y comunitario, a la par de un trabajo popular para involucrar a la juventud. A tono con esto, quisiera exhortar a que estas actividades populares pongan en el centro las iniciativas lideradas por los jóvenes para desarrollar soluciones climáticas.

Greta Thunberg, líder del movimiento para revertir el cambio climático, se dirigió a la Conferencia de las Naciones Unidas COP25, celebrada en Madrid el mes pasado para tratar esta cuestión. En relación con el significado del decenio que nos llevará hasta el 2030, la activista reflexionó:

En realidad, cada cambio en la Historia ha sido producido por la gente. No tenemos que esperar. [...] Tenemos que arrancar el cambio ahora. [45]

En tal sentido, propongo que la Cumbre de la Juventud sobre el Clima se siga realizando todos los años para dar a las Naciones Unidas un nuevo rumbo. Asimismo, me permito sugerir que este organismo supranacional, en estrecha coordinación con la sociedad civil, promueva un amplio abanico de actividades que permitan a los jóvenes de todos los países, en el decenio próximo, ponerse a la vanguardia en la lucha contra el cambio climático.

Además, como medida para consolidar esta tendencia, quisiera proponer que el Consejo de Seguridad apruebe una resolución que incorpore e integre la participación de la juventud en la toma de decisiones sobre cuestiones climáticas. Esto seguiría el modelo de la Resolución 2250 del Consejo de Seguridad, que urge a los Estados miembros a fortalecer el papel de los jóvenes en los temas de paz y de seguridad.

El próximo mes de septiembre está previsto celebrar una reunión de alto nivel para conmemorar el 75.o aniversario de la fundación de las Naciones Unidas. A este evento deberían ser invitados los jóvenes como participantes centrales. Una resolución del Consejo de Seguridad como la que he mencionado antes daría lugar a diez años de acción liderada por la juventud y a un nuevo capítulo en la historia de las Naciones Unidas.

El programa Acción Global Soka, iniciado en 2014 por la División de Jóvenes de nuestra organización en el Japón, será reformulado este año como Acción Global Soka 2030, con el propósito de construir un movimiento de base unido y comprometido con la acción. Parte de este programa es la iniciativa «Mis diez desafíos», que permite a los individuos adoptar medidas concretas para ayudar a reducir la huella de carbono en su vida cotidiana.

El camino para solucionar el problema del cambio climático y lograr los ODS no será fácil ni sencillo. Sin embargo, tengo la profunda convicción de que, mientras exista solidaridad entre los jóvenes, no habrá crisis que no podamos superar.

Construir un basamento de apoyo al TPAN

A continuación, quisiera ofrecer propuestas específicas en cuatro áreas centrales que contribuirán a la creación de una sociedad global sostenible, donde todos podamos vivir con dignidad y una clara sensación de seguridad.

La primera de ellas concierne al Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN). No hay cómo insistir lo suficiente en la importancia de que el tratado entre en vigor en el trascurso de este año, que marca el 75.o aniversario de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. De esa forma, 2020 podría ser el año en que la humanidad, finalmente, empiece a clausurar para siempre la era nuclear.

Desde su aprobación en julio de 2017, el TPAN ha sido firmado por 80 Estados y ratificado por 35. [46] Los Estados deberán firmar y ratificar a un ritmo acelerado para alcanzar el hito de 50 ratificaciones requerido para que dicho instrumento entre en vigor lo antes posible.

La expiración del Tratado sobre las Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, según siglas en inglés) —piedra angular de las gestiones de desarme nuclear entre los Estados Unidos de América y Rusia— trae aparejado el peligro de reavivar la carrera armamentista. El mundo se ve ante una situación tal que, en palabras de Renata Dwan, directora del Instituto de las Naciones Unidas de Investigación sobre el Desarme, «el riesgo de utilizar armas nucleares es hoy más elevado que en cualquier otro momento desde la Segunda Guerra Mundial». [47] Es imperioso impulsar la entrada en vigor del TPAN para generar una poderosa fuerza que contrarreste esta tendencia.

Hasta la fecha, ningún Estado poseedor de armas nucleares o dependiente de estos artefactos se ha sumado al TPAN; pero la cláusula allí estipulada, que prohíbe el uso de las armas nucleares «en cualquier circunstancia», [48] es de una significación histórica y trascendental. Allí palpita, sobre todo, el clamor de los hibakusha del mundo —las víctimas de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki y de los ensayos y producción de armas nucleares en todo el planeta—: el juramento de que, nunca más, otro ser humano tenga que sufrir lo que ellos han padecido.

El TPAN fue el corolario de sucesivas resoluciones de las Naciones Unidas, adoptadas a lo largo de las décadas con el ánimo de resolver la cuestión de las armas nucleares. De hecho, ya la primera de ellas, aprobada por la Asamblea General en 1946, reclamaba eliminar los artefactos atómicos. Como destacó el secretario general Guterres: «La eliminación de las armas nucleares está en el ADN de las Naciones Unidas». [49]

El ritmo actual de ratificación y firma del TPAN no es muy distinto del que siguió, en su momento, el Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP). Cuando este convenio entró en vigor en marzo de 1970, había sido firmado por 97 Estados y ratificado solo por 47. Sin embargo, la norma contra la proliferación de las armas nucleares fue ganando cada vez más consenso desde la implementación efectiva del TNP. Muchos Estados que estaban considerando sus opciones en esta materia eligieron, voluntariamente, definirse como Estados no nucleares. Sudáfrica, que había desarrollado y fabricado estas armas, puso fin a su programa nuclear, y eliminó y desmanteló sus arsenales para sumarse al régimen del TNP.

Países que han abandonado los programas de armas nucleares
PaísAño de abandono del programa nuclearSituación en el TNPExplicación
Argentina19901995 (A)Renunció a la producción de armas nucleares.
Belarús (Bielorrusia)19911993 (A)Devolvió sus armas nucleares.
Brasil19901998 (A)Renunció a la producción de armas nucleares.
Irak19911968 (R)Renunció a su programa de armas nucleares.
Kazajistán19911994 (A)Devolvió sus armas nucleares.
Libia20031968 (R)Renunció a su programa de armas nucleares.
República de CoreaMediados de los años 701968 (R)Suspendió su programa de plutonio.
Sudáfrica19891991 (A)Desmanteló su arsenal nuclear.
SueciaDécada de los años 601968 (A)Renunció a su programa de armas nucleares.
Ucrania19911994 (A)Devolvió sus armas nucleares.

A: Adhesión

R: Ratificación

Dicho de otro modo, hasta que entró en vigencia el TNP, la no proliferación nuclear había sido una utopía. Pero una vez que el tratado se instrumentó y la ratificación fue ganando terreno, el ideal se volvió realidad y ejerció una potente influencia transformadora sobre el mundo. Como muestra este precedente, la entrada en vigor de un instrumento jurídico puede marcar una clara direccionalidad global, incluso si, en la implementación inicial, el número de Estados Partes no ha sido muy elevado.

En este punto, quiero traer a colación un importante artículo de Merav Datan y Jürgen Scheffran sobre la importancia de establecer normas internacionales. Los autores fueron redactores de la Convención Modelo sobre Armas Nucleares (NWC, según siglas en inglés), instrumento jurídico precursor del TPAN que se presentó ante la ONU como documento de debate en 1997. Ambos expertos escriben:

Si las áreas de división entre el derecho internacional y las relaciones internacionales representan brechas entre lo ideal y lo real, cabe decir que el NWC constituye el ideal mientras que el TNP es lo real. El Tratado de Prohibición (TPAN) abarca ambos términos: representa lo ideal, ya que todavía no lo ha firmado ningún país poseedor de armas nucleares, y a la vez lo real, ya que es un instrumento existente. [50]

Además, recalcan: «Las tendencias opuestas y la resistencia al desarme también son una realidad, pero no niegan la evolución ni el valor de las normas». [51] Estoy totalmente de acuerdo.

Así pues, el foco de ahora en adelante debe ser asignar tal peso a la prohibición de usar armas nucleares en cualquier circunstancia —establecida con la entrada en vigor del TPAN—, que ningún Estado pueda transgredirla.

Según el informe de 2019 de la Organización Noruega de Ayuda a los Pueblos (NPA, por sus siglas en inglés), entidad socia de ICAN (Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares), actualmente hay 135 países que apoyan el TPAN. [52] También ha ido en aumento el número de municipios a favor del Tratado. En 2018, además, ICAN difundió un Llamamiento a las Ciudades al cual han adherido municipios y localidades de Estados poseedores de armas nucleares como los Estados Unidos, el Reino Unido y Francia; de países dependientes de armas nucleares, como Alemania, los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Italia, España, Noruega, Canadá, Japón y Australia, y también de Suiza. Entre las ciudades adherentes se encuentran Washington D. C. y París, capitales de naciones con armas nucleares, y Berlín, Oslo y Camberra, capitales de Estados dependientes de armas nucleares. [53]

En octubre de 2019, se presentó a la ONU el «Llamamiento de los hibakusha», con 10,5 millones de firmas. Muchos de los signatarios eran ciudadanos de países poseedores o dependientes de armas nucleares. [54] La campaña de recolección de firmas, que reclama a los Estados sumarse al TPAN, fue iniciada en 2016 por los hibakusha de Hiroshima y Nagasaki, y respaldada por el Comité de Paz de la Soka Gakkai.

Es vital que, juntos, entrelacemos los diversos hilos de la voluntad popular global en apoyo de la abolición de las armas nucleares, para impulsar decisivamente el proceso que la consolide como norma de la sociedad. Con ese fin, sugiero que se celebre un foro de los pueblos por un mundo sin armas nucleares en Hiroshima o Nagasaki, al término de la primera reunión de los Estados Partes en el TPAN que, de acuerdo con las cláusulas del tratado, deberá realizarse en los 12 meses siguientes a su entrada en vigor.

Este foro reuniría a los hibakusha de todo el mundo, a los municipios que apoyan el TPAN y a representantes de la sociedad civil. Propongo la celebración de este evento colectivo porque, a mi entender, para que la abolición eche raíz como norma global de la humanidad, los propios ciudadanos deben promover un debate basados en el consenso de que ningún lugar de la Tierra debe volver a experimentar el horror de las armas nucleares.

Mi sincera esperanza es que el Japón —único país del mundo que sufrió un ataque nuclear en tiempos de guerra— siga impulsando el diálogo internacional sobre la naturaleza inhumana de estos arsenales y actúe como un puente entre los Estados poseedores y no poseedores de dichas armas.

Lo que despejó el camino para las negociaciones sobre un tratado de prohibición de las armas nucleares —objetivo global impedido por una acerba resistencia durante más de 70 años— fue una serie de tres conferencias internacionales sobre las consecuencias humanitarias del uso de armas nucleares, iniciada en 2013. En estas reuniones, se esclarecieron los siguientes puntos fundamentales:

  1. Es improbable que un Estado u organismo internacional pueda responder de manera adecuada a la emergencia humanitaria inmediata causada por la detonación de un arma nuclear o brindar ayuda suficiente a las víctimas.
  2. Las consecuencias de una detonación nuclear no podrían delimitarse geográficamente dentro de ninguna frontera nacional, de modo que sus efectos devastadores y a largo plazo amenazarían la supervivencia de todo el género humano.
  3. Una detonación nuclear produciría graves efectos indirectos, como el freno al desarrollo socioeconómico y la destrucción ecológica del planeta, cuyas consecuencias recaerían mayormente sobre la población pobre y vulnerable.

Durante las conferencias, el eje de los debates sobre las armas nucleares se desplazó desde las cuestiones de seguridad nacional hacia las consecuencias humanitarias de su uso; esto contribuyó a fortalecer los consensos para comenzar a negociar un tratado de prohibición.

En octubre de 2018, tras la aprobación del TPAN, el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, responsable de supervisar la implementación del Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos (ICCPR, por sus siglas en inglés) de 1966, adoptó un comentario general señalando que la amenaza del uso o la utilización de armas nucleares era «incompatible con el respeto del derecho a la vida». [55]

El derecho a la vida, según define el ICCPR, es aquel «del cual no se permite suspensión alguna», [56] ni siquiera en situaciones de emergencia, lo cual pone de relieve su lugar de singular importancia dentro del sistema jurídico internacional de derechos humanos. Esto, que representa un desarrollo realmente trascendental, deja absolutamente clara la naturaleza problemática de la amenaza del uso o la utilización de armas nucleares, en relación con uno de los derechos capitales en el régimen jurídico internacional de los derechos humanos. Este punto también aparece señalado en la proclama para la abolición de las armas nucleares presentada por mi maestro Josei Toda, en septiembre de 1957.

En relación con mi propuesta anterior, en ese foro de los pueblos por un mundo sin armas nucleares, el derecho a la vida debería ser un tema clave, empleándose el derecho internacional como lente para enfocar la naturaleza inhumana de estos arsenales. Asimismo, quisiera sugerir que este espacio colaborativo fuese una oportunidad de aunar e intercambiar opiniones sobre cómo debería ser el mundo en un contexto de prohibición de las armas nucleares.

Durante los debates previos a la redacción del TPAN, lo que puso en el centro del proceso la perspectiva de género fue la voz de una mujer, quien destacó un aspecto largamente ignorado del daño ocasionado por las armas nucleares, hasta ese momento considerado irrelevante para este problema. En la Conferencia de Viena sobre el Impacto Humanitario de las Armas Nucleares de 2014, Mary Olson, del Servicio de Información y Recursos Nucleares, brindó una ponencia en la cual presentó pruebas de que el daño de la radiación de las armas nucleares era más grave para las mujeres que para los varones. Esto promovió un diálogo más extenso y, en definitiva, condujo a incluir en el lenguaje del preámbulo del TPAN el texto siguiente:

Reconociendo que la participación plena, efectiva y en condiciones de igualdad de las mujeres y los hombres es un factor esencial para la promoción y el logro de la paz y la seguridad sostenibles, y comprometidos a apoyar y reforzar la participación efectiva de las mujeres en el desarme nuclear... [57]

Esto esclarece, desde una perspectiva de género, el perfil de una visión del mundo que podría ser posible a partir de la prohibición de las armas nucleares.

En la compilación de testimonios de los hibakusha de Hiroshima y de Nagasaki llevada a cabo y publicada por la Soka Gakkai a lo largo de los años, se incluyen historias de numerosas mujeres. En un volumen que data de 2016, Joseitachi no Hiroshima (Las mujeres de Hiroshima), 14 sobrevivientes revelan, con sus testimonios, el sufrimiento experimentado después del bombardeo; entre diversas cuestiones, mencionan el estigma y las discriminaciones que padecieron en relación con el matrimonio y la maternidad, y lo que fue vivir bajo el terror constante a los efectos secundarios de la radiación. [58] Sin embargo, el mensaje de estas hibakusha no se limita a su determinación de no permitir que otro ser humano tenga que experimentar el mismo sufrimiento. Como denota el subtítulo del libro, «Para que nos sonría un futuro brillante», lo que anima su lucha es el juramento de trabajar mancomunadamente para construir un mundo de paz, donde las madres y sus hijos puedan vivir sintiéndose seguros.

Para establecer la relevancia universal del TPAN y ampliar su esfera de apoyo, es vital que más y más personas compartan las esperanzas y determinaciones que surgen de la realidad de su vida cotidiana. Estoy convencido de que la eficacia del TPAN como norma universal de la humanidad se incrementará a medida que se logre un amplio apoyo de base popular, trascendiendo las diferencias de nacionalidad y de perspectivas. El Tratado tiene el poder de sumar no solo a quienes ya están comprometidos con la paz y el desarme, sino también a las personas preocupadas por los derechos humanos, la igualdad de género, y el futuro de sus hijos y familias.

Las negociaciones multilaterales para el desarme nuclear

La segunda área en la cual quisiera formular algunas propuestas se refiere a políticas dirigidas a permitir avances sustanciales hacia el desarme nuclear. En concreto, quiero exhortar a que se incluyan dos acuerdos en la declaración final de la Conferencia de las Partes Encargada del Examen del Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares que se realizará en la sede central de las Naciones Unidas en Nueva York durante abril y mayo. El primero concierne al inicio de negociaciones multilaterales sobre el desarme nuclear; el segundo, a las deliberaciones sobre la convergencia entre las armas nucleares y las nuevas tecnologías, incluyendo la inteligencia artificial (IA).

Con respecto al primer acuerdo, me parece crucial prorrogar el Nuevo Tratado sobre la Reducción de las Armas Estratégicas (Nuevo START) entre los Estados Unidos y Rusia, y, luego, comenzar las negociaciones multilaterales sobre el desarme nuclear. El marco del Nuevo START, que quedará fuera de vigor en febrero de 2021, estipula reducir a 1550 el número de ojivas nucleares estratégicas de ambas naciones y limitar a 700 el número de misiles balísticos intercontinentales (ICBM), misiles balísticos lanzados desde submarinos (SLBM) y otros sistemas desplegados. Si bien está contemplado que el tratado pueda prorrogarse cinco años más, las negociaciones actualmente están suspendidas.

La pérdida del marco del Nuevo START, sumada a la caducidad del Tratado sobre las Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por sus siglas en inglés), significaría, por primera vez en 50 años, la desaparición de las restricciones mutuas que hasta ahora limitaban los arsenales nucleares de ambas potencias. Este vacío abre las puertas al peligro de una nueva carrera armamentista. Además, el desarrollo acelerado de ojivas nucleares miniaturizadas y de armas supersónicas permitiría considerar en el futuro el uso de armas nucleares en conflictos geográficamente delimitados. Esto torna absolutamente esencial la prórroga del Nuevo START durante otro quinquenio.

En vista de ello, la Conferencia de las Partes Encargada del Examen del TNP debe alentar una moratoria que suspenda la modernización de todas las armas nucleares. Los Estados Partes deberían entender que es preciso iniciar negociaciones multilaterales sobre el desarme nuclear antes de la siguiente Conferencia de las Partes Encargada del Examen del TNP en 2025.

En los 50 años de historia de este instrumento jurídico, los únicos marcos de desarme nuclear han involucrado a los Estados Unidos y a Rusia; hasta ahora no ha habido procesos multilaterales que condujeran a un desarme nuclear real. Debemos hacer de la Conferencia Encargada del Examen de 2020 una oportunidad para reafirmar que el TNP es el único tratado legalmente vinculante en el cual todos los Estados poseedores de armas nucleares suscriben el objetivo del desarme nuclear y se comprometen a lograrlo. Más aún, es menester adoptar acciones que den forma tangible a este reconocimiento.

Con respecto a las medidas concretas que deben tomarse con este fin, hay varios enfoques posibles. Pero me gustaría proponer que, sobre la base de la prórroga quinquenal del Nuevo START, los Estados Unidos, Rusia, el Reino Unido, Francia y la China comiencen las negociaciones sobre un nuevo tratado de desarme nuclear, cuyo primer punto sea deliberar sobre los regímenes de verificación.

A partir de la experiencia de los Estados Unidos y de Rusia en el campo de la verificación, y los desarrollos de la Asociación Internacional para la Verificación del Desarme Nuclear, iniciada hace cinco años con la presencia de numerosos países, estos cinco Estados podrían empezar a discurrir sobre los impedimentos que hoy obstruyen el desarme nuclear. Tomando como base la construcción de confianza gestada en este diálogo, se podría avanzar hacia negociaciones concretas sobre los objetivos numéricos de la reducción de armas nucleares.

Para crear las condiciones de un desarme nuclear multilateral, me parece valioso reexaminar el concepto de la «seguridad común», que ayudó a promover las gestiones que pusieron fin a la Guerra Fría. Esta expresión, «seguridad común», fue el título de un informe escrito por una comisión presidida por el primer ministro sueco Olof Palme (1927-1986) y presentado en el segundo período extraordinario de sesiones de la Asamblea General dedicado al desarme (SSOD II), en junio de 1982. El informe, basado en el consenso de que en una guerra nuclear nadie es vencedor, exhortaba a emprender el siguiente cambio de conciencia: «Los Estados ya no pueden buscar su seguridad poniendo en riesgo la seguridad de otros países; aquella solo podrá alcanzarse mediante acciones colaborativas». [59]

Este enfoque está estrechamente alineado con mi propio pensamiento. En la propuesta que presenté en ocasión del SSOD II, había escrito: «Dada la confrontación planteada entre enormes arsenales nucleares, está claro que ninguna expansión del poder militar tiene posibilidad de generar una paz genuina». [60]

Un año antes, en 1981, en medio de las crecientes tensiones entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, el presidente Ronald W. Reagan (1911-2004) esclareció su postura de confrontación con la URSS y sugirió en sus declaraciones la hipótesis de una guerra nuclear limitada. Reagan, tiempo después, reveló sus sentimientos en ese momento: «Nuestras políticas debían basarse en la fuerza y en el realismo. Yo quería la paz por medio de la fuerza; no la paz por medio de un papel». [61]

Sin embargo, a medida que el mandatario fue tomando nota de un movimiento antinuclear cada vez más firme en su propio país y en Europa, y recapacitó en la destrucción horripilante que causaría el uso de armas nucleares, llegó a sentir con más fundamento la necesidad de evitar un conflicto nuclear. A la vez, empezó a considerar con más atención los sentimientos reales del pueblo de la Unión Soviética, el país antagonista de los Estados Unidos en materia nuclear. Después, reflexionaría sobre sus comunicaciones con el secretario general soviético Konstantin Chernenko (1911-1985):

En la carta a Chernenko, dije que creía que sería ventajoso para nosotros comunicarnos de manera directa y confidencial. Traté de usar la técnica de la empatía que había aprendido en mi pasado como actor. Le dije que estaba al tanto de que algunas personas en la Unión Soviética temían verdaderamente a nuestra nación. [62]

A través de este intercambio, Reagan pudo sentir hasta qué punto los temores que sentían sus compatriotas eran reflejo del miedo que embargaba a los ciudadanos soviéticos. Sus gestiones de diálogo con los líderes de la URSS culminaron en su encuentro con el secretario general Mijaíl Gorbachov, en noviembre de 1985, en la Cumbre de Ginebra. Gorbachov estaba igualmente convencido de la necesidad de resolver el problema nuclear; el franco diálogo entre ambos se tradujo en una declaración conjunta que incluyó estas célebres palabras: «En una guerra nuclear no hay vencedores, y por eso jamás debemos recurrir a ella». [63]

Este enfoque, afín a la idea de la seguridad común, llevó a la firma del Tratado sobre las Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) en diciembre de 1987 y fue fundamental para promover la disolución de la Guerra Fría. Hoy, nuevamente crecen en el mundo las tensiones en torno a las armas nucleares; el mundo se ve ante un panorama que, incluso, ha dado en llamarse una «nueva Guerra Fría». En estos momentos, más que nunca, es importante revivir el espíritu de la seguridad común y, por tal motivo, propongo que, en el documento final de la Conferencia Encargada del Examen, se incluya una declaración de los Estados Partes en el TNP donde se afirme que «En una guerra nuclear no hay vencedores, y por eso jamás debemos recurrir a ella».

La Agenda sobre el Desarme anunciada por la ONU en mayo de 2018 abogó por un «desarme para salvar a la humanidad». [64] La secretaria general adjunta y Alta Representante para Asuntos de Desarme de la ONU, Izumi Nakamitsu —una de las redactoras del informe—, dio un discurso un día después de su publicación, donde mencionó el vínculo entre la seguridad y el desarme. Allí dijo:

El desarme es una fuerza motriz de la paz y de la seguridad de orden internacional; a la vez, es un instrumento útil para garantizar la seguridad nacional.
El desarme no es una utopía, sino un propósito real para prevenir conflictos y mitigar sus consecuencias dondequiera y cuandoquiera que estos se produzcan. [65]

Cuando hacemos de las negociaciones sobre el desarme nuclear una herramienta útil para establecer nuestra propia seguridad, reducimos la percepción de inseguridad y amenaza que sienten otras naciones, y esto hace que se reduzca, también, nuestra sensación de amenaza y de inseguridad.

Estamos en un momento clave para impulsar decididamente la búsqueda del desarme nuclear con buena voluntad como nos compromete a hacer el artículo VI del TNP, a partir de este enfoque mutuamente provechoso, donde todos ganan.

Otra cuestión —en la cual espero que la Conferencia de las Partes Encargada del Examen del TNP busque un consenso— tiene que ver con el riesgo que representan los ciberataques a los sistemas de armamentos nucleares y la incorporación de inteligencia artificial en el funcionamiento de estas armas. Confío en que la conferencia dé lugar a un consenso más profundo sobre estas amenazas y al inicio de deliberaciones sobre un régimen que las proscriba.

Aun cuando la inteligencia artificial, internet y otras cibertecnologías hayan sido beneficiosas para la sociedad en general, es preocupante la velocidad con que estos avances se están aplicando al sector militar.

El pasado mes de marzo, se llevó a cabo en Berlín una conferencia sobre los problemas que conllevan estas tecnologías de punta. Un eje central del encuentro —al cual asistieron representantes gubernamentales de países de la OTAN, Estados miembros de la Unión Europea, Rusia, China, India, Japón y Brasil— fueron los Sistemas de Armas Autónomos Letales (SAAL), popularmente llamados «robots asesinos», así como las consecuencias de las nuevas tecnologías en las armas nucleares y en otro tipo de instrumentos bélicos. De esta conferencia dimanó una declaración política firmada por los cancilleres de Alemania, los Países Bajos y Suecia, en la cual convinieron en «la necesidad de crear un entendimiento común sobre las transformaciones que las tecnologías aplicadas al sector militar podrían ejercer en la naturaleza de la guerra y la influencia que esto tendría sobre la seguridad global». [66]

Esta preocupación enunciada también por Estados dependientes de armas nucleares indica la velocidad alarmante con que se están desarrollando nuevas tecnologías; en tal sentido, propongo que las deliberaciones sobre esta cuestión comiencen en forma inmediata en el marco del TNP.

Cuando, en 1995, se tomó la decisión de prorrogar el TNP indefinidamente, los Estados Partes acordaron que las Conferencias Encargadas de la Revisión no solo debían evaluar los resultados de las actividades pasadas, sino también identificar áreas de avance para el futuro y medios viables para lograrlo. [67] Ante la urgencia de la cuestión y la magnitud de los riesgos, es menester dar prioridad absoluta al problema de las nuevas tecnologías y a las implicaciones que estas pueden tener en las armas nucleares.

Los ciberataques, por ejemplo, no solo podrían afectar los centros de comando y control de las armas nucleares, sino también un amplio espectro de sistemas relacionados, entre ellos, los de alerta temprana, comunicaciones y transporte. En el peor de los casos, un ciberataque sobre cualquiera de estos sistemas podría conducir al lanzamiento o a la detonación inmediata de armas nucleares.

Con respecto a este asunto, el secretario general Guterres ha expresado la siguiente inquietud:

Aunque existe el consenso de que la ley internacional se aplica al ciberespacio, hay una falta de acuerdo sobre cuál es la ley internacional que se aplica y cómo los Estados pueden responder a acciones hostiles dentro de la ley. [68]

Como medio para sentar precedente en esta materia, y como paso hacia la reducción de riesgo nuclear, se deben adoptar medidas inmediatas en el marco del TNP a fin de prohibir los ciberataques sobre los sistemas relacionados con el armamento nuclear.

Asimismo, hay muchos peligros vinculados con la aplicación de inteligencia artificial a la operación de las armas nucleares. Según un informe que divulgó, en mayo pasado, el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI, por sus siglas en inglés), entre las ventajas de aplicar la IA a la industria bélica —desde la perspectiva de los Estados poseedores de armas nucleares— se cuentan, además de la eliminación de ciertos factores como la fatiga o el temor que, con el tiempo, tienden a afectar al rendimiento humano, el incremento en el alcance de los sistemas y la optimización del acceso a áreas con entornos de difícil operación para los seres humanos, como las aguas profundas o las regiones polares. [69]

Sin embargo, el informe también advierte de que una mayor dependencia en la IA podría redundar en factores desestabilizantes del modo en que operan las armas nucleares, lo cual desembocaría en un mayor riesgo nuclear. Tomemos el caso concreto de la disuasión nuclear, una esfera de naturaleza mayormente psicológica, sujeta a la percepción que alguien tenga sobre las intenciones de su adversario. [70] Los informes señalan que, con los recientes avances, la IA haría cada vez más difícil conjeturar las intenciones del adversario. Dada la naturaleza opaca de la inteligencia artificial —cuyas funciones internas no son fáciles de entender y operan como una caja negra—, si esta tecnología adquiere un papel preponderante en los sistemas bélicos nucleares, será cada vez más difícil predecir las intenciones del oponente e incitará así un estado de ansiedad y de sospecha cada vez mayor. [71] El informe destaca que «los EE.UU. y la URSS destinaron mucho tiempo y esfuerzo a estudiar los sistemas y comportamientos estratégicos de su contraparte durante la Guerra Fría, y sus representantes militares —aunque no siempre de manera productiva— se reunían con frecuencia». [72]

Aunque en esto hablamos de una percepción psicológica, pienso que fue la experiencia acumulativa de estos reiterados encuentros personales, más que otra cosa, lo que incrementó en cada uno la capacidad de predecir los movimientos del adversario. Durante la Guerra Fría, hubo diversas instancias peligrosas en que los sistemas computadorizados informaron falsamente una incursión de misiles enemigos, debido a errores de funcionamiento o de información. Sin embargo, lo que contuvo estas crisis fue la cordura de los individuos que supervisaban estos sistemas, quienes empleando el raciocinio y confiando en su inteligencia intuitiva, llegaron a la conclusión de que la información de los monitores era falsa y recomendaron no lanzar un contrataque. Si consideramos ciertos riesgos actuales vinculados con los ciberataques, como la piratería (hacking) y la suplantación de identidad con fines maliciosos (spoofing), vemos que el empleo masivo de inteligencia artificial volvería estos sistemas más vulnerables aún a la activación en respuesta a datos intencionalmente falseados.

Por mucho peso que adquiera la inteligencia artificial en los sistemas de armamentos nucleares, no parece probable que el «botón nuclear» de la decisión final sea delegado a una máquina en el futuro cercano. Y, sin embargo, debemos admitir que la actual premura de los Estados poseedores de armas nucleares por aplicar la inteligencia artificial a sus tecnologías bélicas representa un gravísimo problema para la comunidad global. Así como el uso de la IA permite aumentar la velocidad y la superioridad militares, también puede dar lugar a dilemas como el que enfrentaron, en 1962, el mandatario norteamericano John F. Kennedy (1917-1963) y el secretario general soviético Nikita Khrushchev (1894-1971) durante la crisis de los misiles cubanos, aunque, esta vez, con menos tiempo y calma para considerar opciones.

Kennedy dijo una vez, recordando las lecciones de esa crisis que sacudió al mundo hasta la médula, que «las potencias nucleares deben evitar las confrontaciones que pongan al adversario en una disyuntiva entre una retirada humillante o una guerra nuclear». [73] Estas palabras de Kennedy reflejan cuán cerca se estuvo de un desastre inevitable y cuánto lamentaba que las condiciones hubiesen alcanzado ese nivel crítico de deterioro. Pero incluso en ese contexto, ambos líderes tuvieron un lapso de 13 días para deliberar y ponderar sus medidas. En cambio, de mantenerse el énfasis actual en incrementar la velocidad de respuesta, ambas partes tendrían un margen mucho menor para el análisis reflexivo, ante la presión de un inminente ataque adversario.

El informe del SIPRI advierte: «La búsqueda de armas más veloces, más inteligentes, más precisas y más versátiles podría desestabilizar la carrera armamentista». [74] Mi firme opinión es que la aplicación de la inteligencia artificial a las armas nucleares, lejos de ayudar a frenar una guerra nuclear, solo serviría para alentar el uso preventivo de estos arsenales.

Creo, como indica el preámbulo del TNP, que el compromiso de evitar a cualquier costo el peligro de una guerra nuclear es el espíritu perdurable de este tratado. Para avanzar, es fundamental que los Estados Partes en el tratado adopten este mismo compromiso como base común y aprovechen el debate sobre los ciberataques y el uso de IA como oportunidad, para cuestionar el sentido de apoyarse constantemente en las armas nucleares a la hora de diseñar sus doctrinas de seguridad.

Visibilizar lo invisible

Mi tercera propuesta se refiere al cambio climático y a la reducción del riesgo de desastres (RRD).

Las respuestas necesarias al cambio climático no se limitan a reducir los gases de efecto invernadero; existe además la necesidad urgente de adoptar medidas que limiten el daño causado, por ejemplo, por fenómenos meteorológicos extremos. Estos fueron los ejes centrales debatidos en la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25), celebrada en Madrid el mes pasado (diciembre de 2019).

Según un informe presentado por Oxfam en vísperas de la COP25, «en la última década se ha quintuplicado el número de desastres ocasionados por condiciones meteorológicas extremas que han llevado a personas a desplazarse». [75] Globalmente, hay muchísimos más individuos desplazados por causas referidas al cambio climático, que por desastres naturales como los terremotos o por conflictos armados.

Me gustaría sugerir, en este punto, que se celebre en el Japón una conferencia de las Naciones Unidas dedicada al cambio climático y la reducción del riesgo de desastres.

Desde 2007, la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR, por sus siglas en inglés) ha organizado la Plataforma Global para la Reducción del Riesgo de Desastres.

Este foro, originalmente convocado cada dos años, ha estado dirigido a funcionarios de gobierno y representantes de la sociedad civil; la convocatoria de 2015 se incorporó a la Tercera Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Reducción del Riesgo de Desastres realizada en Sendai, Japón. La sesión más reciente de la Plataforma Global (PG 2019) se llevó a cabo en Ginebra el pasado mes de mayo, con la asistencia de más de 4000 participantes de 182 países. [76] A partir de entonces, la Plataforma Global acordó reunirse cada tres años, con un próximo encuentro en 2022. Propongo que ese encuentro tenga lugar en el Japón e incluya deliberaciones sobre la RRD aplicada a los fenómenos meteorológicos extremos y sobre las dificultades atinentes a las tareas de reconstrucción.

En 2015, la Tercera Conferencia Mundial sobre la Reducción del Riesgo de Desastres de la ONU aprobó el Marco de Sendai. Dicho acuerdo enuncia varios objetivos, entre los cuales se destaca el de reducir sustancialmente para 2030 el número de personas afectadas por desastres naturales. Para alcanzar estas metas, los países deben basarse en sus experiencias a fin de reforzar medidas que reduzcan el riesgo de desastres ocasionados por los fenómenos meteorológicos extremos.

Posteriormente, en septiembre de 2019 y por iniciativa de la India, se creó la Coalición para la Infraestructura Resiliente ante los Desastres. Esta alianza internacional ayudará a robustecer la coordinación en materia técnica y el fomento de capacidades, con el fin de desarrollar infraestructuras resilientes no solo ante desastres sísmicos —un foco de interés desde hace muchos años— sino también ante el cambio climático. A esta coalición se ha sumado el Japón, que en años recientes ha sufrido un alto número de desastres inducidos por el clima. Propongo que este país, a través de su colaboración con la India y otros Estados miembros, se ponga a la vanguardia compendiando en la Plataforma Global diversas pautas y recomendaciones globales sobre esta temática.

Además, sugiero que uno de los temas principales de la próxima Plataforma Global sea el papel de los gobiernos locales ante los desastres provocados por el clima, y que este foro también sea una oportunidad para crear y ampliar aún más las alianzas entre municipios. Hasta la fecha, más de 4300 ayuntamientos del mundo se han inscripto en la campaña Construir Ciudades Resilientes, organizada por el UNDRR. [77] Como dato a destacar, la totalidad de los municipios de Mongolia y de Bangladesh ya se han sumado a esta iniciativa. [78] Este año, en que la campaña cumple sus primeros diez años de actividad, es importante que las localidades del mundo sigan reforzando su cooperación recíproca y asumiendo una tarea más central en la gestión de respuesta ante el riesgo de desastres climáticos extremos.

Alrededor del 40 % de los habitantes del planeta vive a menos de 100 kilómetros de la costa, [79] lo cual los expone a un riesgo mayor de sufrir desastres inducidos por el clima. La gran mayoría de la población japonesa también vive en regiones costeras. Por tal razón, considero valioso que los ayuntamientos de zonas ribereñas del Japón y de otros países asiáticos, como la China y Corea del Sur, aúnen sus experiencias y buenas prácticas referidas al cambio climático y la reducción del riesgo de desastres, generando de esta manera sinergias beneficiosas para Asia y para todo el mundo.

En junio de este año, la Conferencia Ministerial de Asia-Pacífico sobre Reducción del Riesgo de Desastres se llevará a cabo en Australia. Espero que esta conferencia signifique una oportunidad de ahondar el diálogo sobre una mayor colaboración entre municipios y que esto alcance la dimensión de una iniciativa mundial en la Plataforma Global 2022.

Además de los ejes antes mencionados, confío en que la reunión de 2022 priorice el debate sobre las formas de crear una sociedad más inclusiva, donde no queden atrás las personas más gravemente afectadas por los desastres inducidos por el clima.

La PG 2019 de Ginebra hizo fuerte hincapié en la promoción de la igualdad de género y la inclusión social. En ese foro, la mitad de los panelistas y el 40 % de los participantes fueron mujeres y, además, asistieron más de 120 personas con discapacidad. [80] Uno de los defensores de los ODS, Edward Ndopu de Sudáfrica, manifestó sus reflexiones sobre los procesos inclusivos de reconstrucción posteriores a los desastres:

Las personas con discapacidad constituyen el grupo minoritario más grande del mundo, en tanto representan el 15 % de la población global. Sin embargo, son sistemáticamente olvidadas […].
Existe una relación entre el acto físico de no tener en cuenta a las personas con discapacidad y las consecuencias sociales y muy reales que la exclusión genera en la vida de estas personas. [81]

El señor Ndopu, diagnosticado con atrofia muscular espinal a los dos años, también recalcó la necesidad de transformar las actitudes sociales hacia las personas expuestas a un mayor riesgo cuando ocurren los desastres. Creo que este punto es fundamental en toda gestión para incrementar la resiliencia; de hecho, es una condición esencial tanto para la gestión de riesgo previa a los desastres como en las tareas de reconstrucción posteriores. Solo si promovemos el sentido colectivo de la vida común y fortalecemos la trama de vínculos que nos conectan a todos en la vida cotidiana, podremos seguir mejorando nuestra capacidad de proteger la vida y la dignidad de las personas, desde el inicio de los desastres hasta la labor de recuperación posterior al desastre.

En una sesión de la PG 2019 dedicada a la RRD con perspectiva de género y a la construcción de resiliencia, una de las ideas clave fue «la importancia de visibilizar lo invisible en situaciones de desastre». [82] Ya que la realidad en que viven diariamente muchas mujeres se encuentra en un estado de invisibilidad debido a las normas sociales y las actitudes discriminatorias, las mujeres están más expuestas a ser abandonadas o excluidas en las circunstancias en que más necesitan recibir asistencia.

Cuando los fenómenos meteorológicos extremos o erráticos tornan imprescindible la evacuación, las mujeres son las últimas en abandonar los lugares, porque suelen quedarse atendiendo a los niños, ancianos dependientes o personas enfermas, especialmente en los casos en que los varones de la familia han emigrado para ganar el sustento. Por otro lado, es innegable que las mujeres son un inmenso baluarte de fortaleza en la estela de los desastres, asumiendo la responsabilidad de cuidar y de proteger a la gente en cada comunidad.

ONU Mujeres ha recalcado que la contribución real y potencial de la mujer en la reducción del riesgo de desastres —desde asumir el liderazgo inmediatamente después de una catástrofe hasta fortalecer la resiliencia de las comunidades— son un capital social prácticamente inexplorado.

Cuando pienso en los factores estructurales que tienden a nublar nuestra conciencia sobre personas o cosas que, sin embargo, existen y son reales, recuerdo una analogía que aparece en uno de los sutras del Mahayana con respecto a la luz de las estrellas durante el día. Pese a que en el cielo hay incontables astros, y cada uno emite su brillante luz, durante el día no los percibimos y hasta nos parece que no existen, a causa de la luz del sol.

Tanto en el curso de la vida normal como en épocas de crisis, las mujeres cumplen un papel crucial y generan redes de apoyo mutuo en las comunidades. Por eso, la clave para construir comunidades resilientes ante los desastres será incluir su voz en cada paso del proceso en que se definan medidas de respuesta ante situaciones de emergencia, no solo geofísicas como los terremotos, sino también causadas por fenómenos climáticos extremos.

Este 2020 marcará el 25.o aniversario de la Declaración y Plataforma de Acción de Pekín. Este documento, desarrollado en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, en Pekín, establece claras pautas para lograr la igualdad de género. La declaración enuncia:

El avance de la mujer y el logro de la igualdad entre la mujer y el hombre son una cuestión de derechos humanos y una condición para la justicia social y no deben encararse aisladamente como un problema de la mujer. Únicamente después de alcanzados esos objetivos se podrá instaurar una sociedad sostenible viable, justa y desarrollada. [83]

La igualdad de género también es un eje crucial en el campo de la reducción del riesgo de desastres. Ya sea en el contexto de la RRD como ante fenómenos meteorológicos extremos derivados del cambio climático, las medidas para fortalecer la resiliencia deben ir más allá de mejorar la infraestructura material. Por ende, creo firmemente que no solo debemos asegurar la implementación real de la igualdad de género, sino también priorizar a las mujeres que tienden a ser invisibilizadas y excluidas en la vida cotidiana, a medida que trabajamos por construir sociedades más resilientes.

A lo largo de los años y como organización de inspiración religiosa (OIR), la SGI ha participado regularmente en conferencias internacionales sobre RRD —entre ellas, la Plataforma Global—, y ha sido parte activa en tareas de socorro, rescate y reconstrucción en épocas de desastre. En 2017, la SGI coorganizó un evento en la PG 2017 de Cancún, México, titulado «La reducción del riesgo de desastres coordinada localmente por Organizaciones de Inspiración Religiosa y la implementación del Marco de Sendai». En esta reunión, la SGI presentó una declaración conjunta con otras OIR cristianas, islámicas y de diversas otras tradiciones. [84] En el transcurso de la PG 2019, en Ginebra, se dio a conocer un comunicado conjunto de tenor similar. [85]

En marzo de 2018, la SGI creó, junto a otras cuatro OIR, la Coalición de Organizaciones Religiosas de Asia y Pacífico para el Desarrollo Sostenible (APFC por sus siglas en inglés) y, en julio, los cinco miembros de la APFC presentaron una declaración conjunta a la Conferencia Ministerial Asiática sobre Reducción del Riesgo de Desastres, celebrada en Ulán Bator, Mongolia. En este documento se expresa su determinación colectiva:

En la raíz de la misión de las OIR se encuentra la voluntad de resolver las causas profundas de las vulnerabilidades, y de dar esperanza y bienestar a las comunidades marginadas de la sociedad. […]
Los grupos de inspiración religiosa desempeñan un papel crucial en la implementación local de la reducción del riesgo, la construcción de resiliencia y la acción humanitaria. [86]

La SGI, que comparte este espíritu con la comunidad de OIR, seguirá apoyando las iniciativas para fortalecer la resiliencia, motivada por la visión de una sociedad inclusiva, donde se respete la dignidad de todas las personas.

Educación para los niños y niñas en situación de crisis

La última de mis cuatro propuestas invita a reforzar el apoyo a los niños, niñas y adolescentes privados de oportunidades educativas debido a conflictos armados o a desastres naturales. Estoy convencido de que proteger los derechos humanos y el futuro desarrollo de las siguientes generaciones será la piedra angular de todos los esfuerzos por crear una sociedad global sostenible.

En septiembre de este año, la Convención sobre los Derechos del Niño celebrará el 30.o aniversario de su entrada en vigor. Con 196 Estados Partes —un número que supera incluso la membresía de las Naciones Unidas—, es el tratado de derechos humanos universales más ampliamente ratificado del mundo. La convención estipula que los gobiernos tienen la obligación de asegurar el derecho de todos los niños a la educación. Por un lado, es cierto que la deserción escolar primaria disminuyó de un 20 % aproximadamente, en 1990, a menos del 10 % en 2019. [87] Pese a este progreso, hay millones de niños, niñas y adolescentes en países afectados por conflictos armados o por desastres naturales que padecen un grave déficit educacional.

En Yemen, una nación devastada por enfrentamientos de larga data, hay 2,4 millones de niños que no reciben educación. [88] Los edificios escolares han sido blanco de ataques y han sufrido graves deterioros; hay establecimientos de enseñanzas utilizados como bases militares o como refugios para la población civil. En Bangladés, un país que ha sufrido las consecuencias de reiterados desastres ambientales exacerbados por la crisis climática, un ingente número de familias han sido empujadas al desplazamiento forzoso y a la pobreza. Este proceso ha vulnerado la salud de los pequeños y el acceso a la educación, cada vez más dificultoso.

En el mundo actual hay más de 104 millones de niños, niñas, adolescentes y jóvenes privados de educación como resultado de conflictos armados y de desastres. [89] Sin embargo, en la financiación humanitaria, el área de la educación recibe menos del 2 % de los fondos. [90] Es habitual que, en la distribución de ayuda, a la educación se le asigne menos importancia que a la provisión de alimentos y de suministros médicos necesarios para la supervivencia. No obstante, una vez iniciada la fase de recuperación, la educación sigue siendo una de las últimas áreas en recibir atención. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, UNICEF, recalca el papel fundamental de la escuela a la hora de proveer a niños y niñas un importante espacio desde el cual recuperar la vida cotidiana. El tiempo vital que se comparte con los pares en la escuela ofrece a los niños, niñas y adolescentes un soporte psicológico para superar las experiencias traumáticas de tener que crecer en zonas de enfrentamientos armados o afectadas por desastres.

En este contexto, durante la Cumbre Humanitaria Mundial de 2016 se creó un nuevo fondo global, La Educación No Puede Esperar (ECW, por sus siglas en inglés), auspiciado por UNICEF. Es el primer mecanismo de esta índole dedicado a la educación en situaciones de emergencia y de crisis prolongada. En total, ECW ya ha beneficiado a más de 1,9 millones de niños atrapados en emergencias humanitarias, ofreciéndoles oportunidades de continuar estudiando.[91] Esto sienta las bases para que los jóvenes afectados por las crisis recuperen su sensación de seguridad y de esperanza, y puedan encaminarse hacia el porvenir albergando sueños. También es un recurso vital que aporta paz y estabilidad a las comunidades y a la sociedad.

La directora de ECW, Yasmine Sherif, explica:

Cómo es posible construir una sociedad viable en términos socioeconómicos cuando los ciudadanos y los refugiados de esa comunidad no saben leer ni escribir, no pueden pensar críticamente, no cuentan con maestros, abogados ni médicos […].
La educación es clave para promover la paz, la tolerancia y el respeto mutuo; en ámbitos donde las niñas y los niños tienen acceso igualitario a la educación, esta reduce en un 37 % las probabilidades de violencia y de conflictos. [92]

Uno de los ODS es la meta de asegurar que todos los niños y niñas reciban educación de calidad hasta completar su formación. Es inaceptable permitir que haya niños y jóvenes privados de sus derechos en zonas de desastres o de guerra, y se conviertan en una «generación perdida».

En 2016, el año en que se fundó ECW, se calculó que hacían falta 8500 millones de dólares estadounidenses por año para proporcionar servicios de educación básica a unos 75 millones de niños, niñas y adolescentes afectados por estas crisis; es decir, el equivalente a 113 dólares por niño y por año. [93] Desde entonces, el número de niños con necesidades educativas no cubiertas ha aumentado a 104 millones; [94] pero está claro que bastaría con asignar una mínima fracción del gasto militar global —estimado en 1800 billones de dólares anuales— [95] para financiar internacionalmente una educación que permita dar un paso adelante en su vida a millones de niños y niñas que hoy viven en condiciones extremas.

Exhorto a la comunidad internacional a fortalecer la base financiera de ECW a fin de asegurar una mayor prestación educativa en situaciones de emergencia. Esto significará un inmenso aporte para crear una sociedad global sostenible, donde todos puedan vivir con seguridad y dignidad.

En mi propuesta de paz de 2009, invité a implementar mecanismos financieros innovadores, como las tasas solidarias internacionales, a fin de acelerar el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas. Ahora que nos vemos ante la necesidad de alcanzar las metas sucesoras —los Objetivos de Desarrollo Sostenible—, es necesario redoblar los esfuerzos en esa dirección. Es hora de explorar medidas adicionales que incrementen los fondos aplicados a este fin, y una de ellas podría ser instrumentar un gravamen solidario internacional dedicado exclusivamente a la educación.

En Francia y en otros países, existe la tasa solidaria internacional sobre los billetes aéreos, que se destina a dar ayuda a la población de países en desarrollo afectada por enfermedades infecciosas como el sida, la tuberculosis y la malaria. Otro ejemplo de financiamiento innovador es UNITLIFE, un fondo creado hace cinco años para combatir la desnutrición crónica infantil.

En la Reunión Ministerial de Desarrollo del G7, que tuvo lugar en julio pasado, el Japón —país que, en 2019, tuvo a su cargo la presidencia del Grupo Piloto de Financiamiento Innovador para el Desarrollo— planteó la necesidad de establecer métodos de financiación innovadores como estas tasas para la solidaridad internacional, a fin de reforzar las políticas de desarrollo. El Japón, en colaboración con UNICEF, ha hecho posible la distribución de libros de texto a 100 000 estudiantes de nivel primario, y de útiles escolares y mochilas a 62 000 niños y niñas afectados por la guerra en Siria. [96]

En áreas de Afganistán con déficit de ayuda humanitaria, el Japón ha financiado la construcción de 70 escuelas que permitieron a 50 000 niños y niñas estudiar en instalaciones educativas adecuadas. [97] Exhorto al Japón a emplear su nutrida experiencia en el apoyo al desarrollo educativo en el exterior, a través de asumir un papel activo en el incremento del respaldo financiero de ECW, promoviendo el diálogo para crear nuevas plataformas que refuercen la disponibilidad de fondos solidarios internacionales destinados a la educación.

Quiero mencionar aquí un ejemplo del ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, que muestra cuánta esperanza representa para las familias desplazadas poder enviar a sus hijos a la escuela en los países de acogida donde solicitan refugio. Una joven madre se vio obligada a huir de Nicaragua junto con sus dos hijos a causa de la grave crisis social y política. Lo que más la afligía, ante la opción de refugiarse en el vecino país de Costa Rica, era tener que sacar de la escuela a sus hijos. Sin embargo, los peligros a los que se veían expuestos en su país de origen no le dejaron alternativa. El solo hecho de ir a buscar la documentación y las certificaciones escolares estaba lleno de riesgos; la familia apenas logró escapar del país con una pequeña maleta. Pero lo que más preocupaba a esta madre era si sus hijos iban a poder seguir estudiando en el país de acogida.

Afortunadamente, supo que en Costa Rica la educación primaria es pública, gratuita y obligatoria. Además, para responder a las necesidades de las familias desplazadas, muchas de las escuelas del norte del país simplificaron los requisitos de ingreso a fin de poder matricular a los alumnos que no traían documentación oficial. Como muchos de ellos llevaban cierto tiempo sin asistir a clases, varios establecimientos dispusieron clases complementarias para ayudarlos a nivelarse. Gracias a este sistema, los hijos de esta mujer pudieron reanudar sus estudios.

El hijo varón, de 14 años, dijo que asistir nuevamente a la escuela era para él una inmensa felicidad; contó que su sueño era llegar a ser médico. Él y su hermana menor, de diez años, hoy van a la escuela de la mano todos los días, contentos de poder estudiar. Uno de sus docentes dijo que su meta era ayudar a que estos niños y jóvenes que habían tenido que abandonar su tierra natal de manera forzosa se sintieran en la escuela como en su segundo hogar. [98]

Detrás de la cifra escalofriante de 104 millones de niños de edad escolar privados de su derecho a la educación por emergencias humanitarias, hay personas reales, portadoras de una historia de vida. Asegurar el acceso igualitario de estos niños a la escuela les permitirá recuperar la esperanza y vivir con sueños y aspiraciones.

La educación es uno de los tres pilares —junto con la paz y la cultura— en los cuales se centran las actividades de compromiso social de la SGI en 192 países y territorios. Estas iniciativas están orientadas a promover el empoderamiento del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

El eje motivador de nuestro movimiento se ve reflejado con elocuencia en el diseño utilizado en la portada de Soka Kyoikugaku Taikei (El sistema pedagógico de la creación de valor). Esta obra fue publicada hace 90 años (el 18 de noviembre de 1930) por los dos educadores que fundaron la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi y Josei Toda, unidos por una profunda relación de maestro y discípulo; en su cubierta, se ve una lámpara de aceite cuya luz disipa la oscuridad circundante.

Cuando la sociedad está al borde de la convulsión o plagada de amenazas, los que pagan el precio más duro siempre son los niños y los adolescentes. Makiguchi, preocupado por constatar esta realidad en las aulas, decidió enfocar su tarea docente en la enseñanza primaria, en la primera línea de la educación. Sin descuidar su mayor desvelo, que era encender una luz de esperanza real en el corazón de sus pequeños alumnos, se aplicó a investigar modos de educación humanística que ayudaran a las personas a desarrollar la capacidad de crear felicidad. Esta labor culminaría, años después, en la obra antes mencionada, El sistema pedagógico de la creación de valor.

Makiguchi, en su treintena cuando estalló la guerra ruso-japonesa (1904-1905), trabajó con denuedo para impulsar la educación de las niñas y las jóvenes, un área en la cual el Japón acusaba un enorme atraso. Muchas familias sufrían a causa de la pobreza, o habían perdido su fuente de ingresos por fallecimiento, enfermedad o lesiones durante la guerra. Decidió responder a esta vulnerabilidad implementando un programa de becas asistenciales que cubría la totalidad o la mitad de los costes de matriculación para los hijos de estas familias.

En sus 40 años, fue director de una escuela primaria especialmente dirigida a familias carenciadas. Durante su gestión, solía visitar personalmente y ayudar a los alumnos enfermos, y dispuso un servicio de comidas escolares para niños desnutridos. La razón por la cual Makiguchi apoyó con tanta abnegación a sus estudiantes se remonta, sin dudas, a su dolorosa experiencia de haber tenido que dejar de estudiar debido a circunstancias familiares.

Cuando tenía poco más de 50 años, el país fue azotado por el gran terremoto de Kanto (1923) que devastó el área metropolitana de Tokio. Muchos niños se vieron obligados a mudarse a otras escuelas, y él los recibió con los brazos abiertos en el establecimiento que dirigía, donde los proveyó de todos los útiles necesarios. Tan seria era su preocupación por el bienestar y el paradero de sus exalumnos que llegó a recorrer a pie los alrededores de los colegios donde había trabajado antes, para confirmar que estuvieran a salvo.

Con esta misma actitud y a pesar de las restricciones que prevalecían en Japón en tiempos de guerra, el discípulo más cercano de Makiguchi, Josei Toda, publicó 35 números de revistas educativas para niños entre 1940 y 1942. Su sincera dedicación a la felicidad y el bienestar de los niños jamás disminuyó, ni siquiera cuando fue encarcelado junto con Makiguchi, acusados de violar las leyes impuestas por el gobierno militar para constreñir la libertad ideológica.

Makiguchi murió en prisión; Toda salió un mes antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial con sus convicciones intactas tras dos años de cautiverio. Su primer movimiento después de recuperar la libertad fue iniciar un programa de educación por correspondencia para niños. Incluso en el caos que envolvía la sociedad después de la guerra, con numerosas escuelas fuera de servicio, él buscó la forma de asegurar que los jóvenes tuvieran continuidad en sus estudios.

Como ilustra esta historia, en el corazón de los dos fundadores de la Soka Gakkai ardió siempre la determinación de mantener viva la llama de la educación en bien de todos los niños, niñas y adolescentes, cualesquiera fuesen las circunstancias. La fecha de publicación de El sistema pedagógico de la creación de valor se celebra como día fundacional de la Soka Gakkai; estoy convencido de que la ilustración de esa lámpara de aceite en su cubierta simboliza el compromiso de ambos maestros con la acción. Como sugiere esa lámpara, la llama de la educación requiere ser alimentada sin interrupciones. Y lo que mantiene encendida esa luz es la pasión de quienes se dedican a ella y el apoyo de toda la sociedad a sus esfuerzos.

Por mi parte, tomando la antorcha de mis predecesores Makiguchi y Toda, he fundado una red de instituciones educativas en varios países, que incluye las Escuelas Soka de Segunda Enseñanza Básica y Superior de Tokio y de Kansai, la Universidad Soka del Japón, la Universidad Soka de los Estados Unidos y las Escuelas Soka del Brasil. También he participado en diálogos con educadores de todo el mundo, y he trabajado durante más de medio siglo para construir una sociedad que priorice las necesidades de la educación, y asegure la dignidad y la felicidad de niños y jóvenes, de hoy hacia el mañana.

En su llamamiento a construir una sociedad al servicio de la educación, la SGI está consagrada a promover el empoderamiento del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, a fin de responder a la crisis climática y a otros retos globales mediante una dinámica expansión de la solidaridad humana.

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