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Hacia una nueva era de paz y de desarme: Un enfoque centrado en las personas (Propuesta de paz 2019)

Daisaku Ikeda
Presidente de la Soka Gakkai Internacional (SGI)

26 de enero de 2019

Con la escalada continua de los desafíos globales, crisis antaño impensables se han hecho realidad por todo el mundo.

La gravedad del cambio climático es especialmente alarmante, considerando que, en los últimos cuatro años, la temperatura media global alcanzó sus valores máximos históricos [1] y que, en la actualidad, no hay región del planeta que no se vea afectada por condiciones climáticas extremas. La crisis de los refugiados también es motivo de honda preocupación: el número de desplazados por la fuerza a causa de conflictos y de otras razones hoy asciende a 68,5 millones de personas. [2] Asimismo, las fricciones comerciales proyectan una oscura sombra sobre la sociedad. Muchos líderes del mundo, durante el debate general en la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) del año pasado, hicieron constar su inquietud por los efectos que tales enfrentamientos podrían tener sobre la economía global. Además de estos desafíos, la ONU ha instado a adoptar medidas urgentes en relación con el desarme.

En mayo del año pasado, el secretario general de las Naciones Unidas António Guterres presentó la Agenda para el Desarme, concebida como un informe integral sobre la cuestión. Tras mencionar que el gasto global militar ha superado los 1,7 billones de dólares estadounidenses [3] —la cifra más alta desde la caída del Muro de Berlín—, [4] advirtió: «Cuando cada país promueve su propia seguridad sin tener en cuenta a los demás, creamos una inseguridad global que nos amenaza a todos».[5] El secretario general observó que el total de gastos militares era aproximadamente ochenta veces superior a la cifra requerida para cubrir las necesidades de ayuda humanitaria de todo el mundo y expresó su honda preocupación por esta brecha cada vez más acentuada en la asignación de recursos, haciendo notar que los fondos necesarios para erradicar la pobreza, promover la salud y la educación, combatir el cambio climático o implementar otras medidas para proteger el planeta no se estaban dirigiendo a estos fines. De mantenerse la tendencia actual, podrían peligrar los avances hacia el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), cuyo propósito es asegurar que nadie se quede atrás.

El desarme, una de las metas primordiales de las Naciones Unidas desde su establecimiento, ha sido no solo una preocupación constante para mí, sino también un tema central de las propuestas de paz que presento anualmente desde hace más de treinta y cinco años. Como integrante de la generación que vivió las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial y como heredero espiritual de Josei Toda (1900-1958) — el segundo presidente de la Soka Gakkai, que trabajó sin descanso para erradicar el sufrimiento de este mundo— tengo clara conciencia de que el desarme es absolutamente esencial para eliminar la violencia y los enfrentamientos que amenazan la vida y la dignidad de infinidad de personas.

El género humano posee la fuerza de la solidaridad, una facultad que nos permite superar cualquier situación adversa. De hecho, fue a través del poder de esta solidaridad como se llegó a aprobar hace dos años el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), una conquista que durante muchos años se había considerado imposible. Hoy, finalmente estamos avanzando hacia su ratificación y su puesta en vigor.

Cuanto más oscura es la noche, más cerca está el amanecer; es momento de acelerar el paso hacia el desarme, tomando las crisis actuales como una oportunidad para escribir una nueva historia. Con este fin, me gustaría proponer tres temas clave que podrían servir de andamiaje para situar el desarme como una piedra angular en el mundo del siglo xxi: adoptar una visión común sobre el establecimiento de una sociedad de paz, promover un multilateralismo centrado en las personas, y dar un lugar central a la participación juvenil.

Una visión común

El primer tema que quiero examinar es la necesidad de adoptar una visión mancomunada sobre el establecimiento de una sociedad de paz.

La omnipresencia de las armas está elevando los niveles de amenaza en todo el mundo. Aunque el Tratado sobre el Comercio de Armas que regula el tráfico internacional de armamentos convencionales —desde armas pequeñas hasta tanques y misiles— entró en vigencia en 2014, los principales exportadores de armas permanecen aún al margen de este convenio haciendo difícil poner freno a la proliferación de armas en las regiones en conflicto. Asimismo, hemos visto casos reiterados de utilización de arsenal químico y de otro tipo de armamentos inhumanos. La modernización de las tecnologías bélicas también ha traído consigo graves problemas: el impacto de ataques de drones militares sobre poblaciones civiles ha generado una creciente preocupación fundamentada en el derecho internacional humanitario.

Asimismo, han aumentado las tensiones relacionadas con las armas nucleares. En octubre del año pasado, el presidente estadounidense Donald Trump anunció que los Estados Unidos se retirarían del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por sus siglas en inglés) que habían firmado con Rusia. En el marco de las disputas que han enfrentado a ambas naciones sobre el acatamiento del Tratado, el fracaso del INF pondría al mundo ante el peligro de una nueva carrera armamentista que podría involucrar también a otras potencias nucleares. Estas condiciones resuenan en las palabras del secretario general Guterres en el prefacio a la Agenda para el Desarme, donde advierte: «Las tensiones de la Guerra Fría han vuelto a un mundo que hoy es más complejo».[6]

¿Por qué la historia parece estar repitiéndose en el siglo xxi? En este punto, recuerdo las lúcidas palabras del eminente físico y filósofo Carl Friedrich von Weizsäcker (1912-2007). El compromiso permanente de Weizsäcker con la paz mundial fue uno de los temas del diálogo que mantuve con su hijo, el doctor Ernst Ulrich von Weizsäcker, presidente honorario del Club de Roma.

Caracterizando el período transcurrido entre 1989 —el fin de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín— y 1990 —cuando se produjo la reunificación de Alemania—, Weizsäcker observó que, en lo concerniente al mundo en conjunto, no se había producido un cambio significativo. [7] Viniendo de alguien que había vivido buena parte de su existencia en una Alemania dividida, y que había señalado con insistencia la naturaleza histórica de los hechos cuya secuencia puso fin a la Guerra Fría, esta declaración resulta sorprendente. Nos recuerda incluso la posición de Sócrates que se definió a sí mismo como un «partero de la verdad».

Puesto a reflexionar sobre la situación política y militar de esa época, Weizsäcker afirmó que los esfuerzos por superar «la institución de la guerra» [8] todavía no habían alcanzado el punto de poderse describir como una verdadera transformación de la conciencia. En otras palabras, creía que ni siquiera el final de la Guerra Fría había podido abrir caminos al desafío primordial de superar la guerra como institución, la lucha militar constante por la hegemonía entre bandos distintos. Más adelante, advirtió: «Después de todo, no podemos estar seguros, ni siquiera hoy, de que las nuevas clases de armas que se producen constantemente no conduzcan al estallido de nuevas guerras». [9] Reconozco la plena gravitación de sus palabras, en todo aplicables al estado actual de los asuntos globales.

En efecto, la cuestión de la paz y del desarme ha permanecido irresoluta desde el cese de la Guerra Fría. No obstante, aun cuando sigue siendo un reto que reviste gravedad —o incluso una aporía, si se quiere—, insisto en que hay un rayo de esperanza. Esto se advierte, por ejemplo, en que los diálogos sobre el desarme ya no se llevan a cabo limitándose a los intereses de la seguridad o de la política internacional, sino que incorporan cada vez más la perspectiva humanitaria. Asimismo, se han aprobado una serie de tratados que establecen la prohibición de armamentos inhumanos como las minas terrestres, las bombas de racimo y las armas nucleares. Ahora, todos los Estados, subidos a la ola de este proceso histórico que incorpora el enfoque humanitario a la formulación del derecho internacional, deben iniciar un proceso de cooperación y trabajo mancomunado para ganar terreno en dirección al desarme.

Con este fin, es útil considerar la idea de la «carencia de paz como enfermedad del alma» (en alemán, Friedlosigkeit als seelische Krankheit), en la cual Weizsäcker vio un impedimento para el avance del desarme. Esta caracterización de los obstáculos para la paz como una dolencia que nos aflige a todos se basa en la premisa de que ningún individuo o Estado puede considerarse inmune o exento de padecer dicha aflicción. Semejante perspectiva se apoya en su visión de los seres humanos como formas de vida indeterminadas, carentes de naturaleza fija,[10] que no pueden ser categorizadas como buenas o malas a priori. En tal sentido, Weizsäcker recalcaba que esa carencia de paz no era algo externo a las personas, resultado del mal o de la estupidez; [11] antes bien, deberíamos «tener muy presente el fenómeno de la enfermedad». [12] Explicaba que ni la instrucción ni la condena son medios eficaces para superar esta patología; para ello, en cambio hace falta «un enfoque diferente, que podríamos llamar “curativo”». [13] ¿Cómo empezar, en primer lugar, a administrar la cura si no reconocemos en nosotros mismos este mal y si no aprendemos a aceptarnos a nosotros mismos y a los otros como enfermos? [14]

Creo que esta clase de conciencia fue lo que permitió a Weizsäcker adoptar una mirada singular en momentos en que el Reino Unido acababa de sumarse a los Estados Unidos y a la Unión Soviética en la carrera armamentista nuclear. El Manifiesto de Gotinga de 1957, en cuya redacción intervino de manera central junto a otros científicos, reflejó la posición de Alemania en el mundo: «Creemos que [para Alemania Occidental] la mejor forma de promover la paz mundial y de autoprotegerse es prescindir voluntariamente de toda clase de armas nucleares». [15] Más que dirigirse a los Estados poseedores de arsenales nucleares, involucrados en una competencia candente, estas palabras establecían la postura que debía adoptar la propia nación de los autores en la problemática nuclear. Los redactores también declararon en el Manifiesto que, como científicos, eran «responsables de los efectos potenciales» que podía tener su trabajo y, en tal sentido, no podían permanecer «callados sobre la cuestión política». [16]

A propósito de esto, el Manifiesto de Gotinga se dio a conocer el mismo año en que el presidente Toda anunció su «Declaración para la abolición de las armas nucleares», fundamentada en sus convicciones como practicante budista. Luego de reconocer la importancia de los movimientos de oposición a los ensayos nucleares que estaban ganando terreno en ese momento, afirmó que era necesario erradicar los modos de pensar que justificaban las armas nucleares y en los cuales se basaban los planteamientos de seguridad, si se quería dar solución definitiva al problema: «Quiero exponer y arrancar de cuajo las garras que se ocultan en lo profundo de las armas nucleares». [17]

Su declaración, formulada unos seis meses antes de fallecer, se basaba en el reconocimiento de que nadie, ningún ser humano, tenía potestad para coartar el derecho fundamental a la existencia, que era patrimonio inalienable de todas las personas del mundo. En un mundo que exaltaba las armas nucleares como un elemento necesario para la paz y la seguridad de los Estados, el peso de su proclama yace en haber devuelto el eje del debate al valor inalienable de la vida, una cuestión de acuciante relevancia para todas las personas.

En mi afán de perpetuar esta visión, he sostenido en cada oportunidad que, para poner fin a la era de las armas nucleares, debíamos luchar contra el enemigo real, que no eran los armamentos nucleares en sí mismos, ni tampoco los Estados que las fabrican o adquieren, sino la mentalidad que permite la existencia de estas armas y considera viable aniquilar al otro al percibirlo como una amenaza o un impedimento para el logro de los propios intereses.

En setiembre de 1958, un año después de que Toda presentara esta declaración, escribí un ensayo titulado «Cómo salir de la casa en llamas», tomando como referencia una parábola del Sutra del loto cuyo tema son tres carrozas y una casa devorada por el fuego. El relato cuenta que estalla un incendio en la casona de un hombre rico; la propiedad es amplia y los hijos que juegan en el interior no advierten el peligro que los rodea, ni dan señales de alarma o de temor. Entonces el padre busca el modo de inducir a los niños a que salgan de la vivienda por propia voluntad. De esa forma, consigue salvarlos de morir entre las llamas. Utilizando esta parábola como tema, observé que el uso de cualquier bomba atómica o de hidrógeno sería un acto suicida para la Tierra —la autodestrucción colectiva de toda la humanidad— y que, viendo la profunda amenaza que las armas nucleares representaban para todos los pueblos, debíamos trabajar juntos para salir de la «casa en llamas» en que se había convertido nuestro mundo, bajo el signo ominoso de ese peligro sin precedentes. [18] Como muestra dicha alegoría, el punto crucial de todas las iniciativas debe ser salvar al género humano de un destino evitable.

En tal sentido, coincido plenamente con las ideas expuestas por el secretario general Guterres en su Agenda para el Desarme, cuyas tres nuevas perspectivas superan la retórica habitual sobre la seguridad que durante mucho tiempo ha ocupado un lugar central en estos debates y, en cambio, proponen un desarme para salvar a la humanidad; un desarme para preservar la vida, y un desarme para las generaciones futuras. [19]

¿Qué hace falta, entonces, para acelerar el paso mundial hacia un desarme dirigido a preservar la vida y superar la carencia de paz, esa enfermedad que justifica el uso de cualquier medio con tal de alcanzar los propios fines, sin pensar en el daño perpetrado? Tal vez la filosofía budista pueda ayudar a despejar este dilema con un enfoque terapéutico del problema.

En las enseñanzas del budismo encontramos la historia de un hombre llamado Angulimāla, [20] contemporáneo de Shakyamuni, un asesino temido por haber matado a incontables personas. Un día, Angulimāla ve a Shakyamuni y decide matarlo. Pero, aunque lo persigue con todas sus fuerzas, no logra alcanzarlo. Frustrado, finalmente deja de correr y grita: «¡Alto!», a lo cual Shakyamuni responde: «Angulimāla, yo me he detenido. Ahora te toca a ti».

Angulimāla, perplejo, le dice que él ya ha dejado de correr. ¿Por qué entonces le dice que debe detenerse? Shakyamuni le explica que se estaba refiriendo a su acto de matar sin piedad y a la maldad que compelía su accionar. Las palabras de Shakyamuni conmueven profundamente a Angulimāla, que reconoce la depravación de su corazón y deja de cometer maldades. Allí, en ese momento, decide despojarse de sus armas y solicita a Shakyamuni que lo acepte como su discípulo. A partir de entonces, Angulimāla deplora sus crímenes pasados y se concentra en la práctica budista con seriedad, buscando la redención.

En la historia de este personaje hay otro punto de inflexión decisivo. Un día, mientras deambula por el pueblo pidiendo limosna, ve a una mujer que grita de dolor, en pleno trabajo de parto. No hay nadie que le preste ayuda a su lado; pero Angulimāla, sintiéndose incapaz de asistirla, se aleja del lugar. Sin embargo, perseguido por la imagen de esa mujer angustiada, se acerca a Shakyamuni y le cuenta lo que acaba de ver. Su maestro lo exhorta a volver de inmediato y a decirle a la parturienta estas palabras: «Hermana, desde el día en que nací, no he destruido una sola criatura a sabiendas; por esta verdad que digo, que haya dicha para ti y para el ser que va a nacer».

Angulimāla, dolorosamente consciente de su historia de malas acciones, no alcanza a comprender la verdadera intención de Shakyamuni. Este, sin embargo, aclara que Angulimāla, por propia voluntad, ya ha logrado disipar la perversidad que movía sus acciones, ha deplorado su conducta anterior y ha emprendido una sincera práctica religiosa. Como para recordárselo, vuelve a urgirlo a que le diga a la mujer: «Hermana, habiendo renacido como un hombre en busca del noble Camino, no tengo memoria de haber quitado conscientemente la vida a otra criatura. Por esta verdad, que haya dicha para ti y para el ser que va a nacer». Angulimāla entiende, por fin, el amor compasivo de su maestro y corre al lado de la parturienta, para alentarla con tales palabras. La mujer aquieta su angustia y da a luz a su bebé.

Estos dos episodios indican los cambios que Shakyamuni se propuso inspirar en Angulimāla. En primer lugar, dirigir su atención a la malicia, a la intención de dañar, que durante tanto tiempo había controlado su conducta. Después, mostrándole un camino que le permitiría salvar la vida de una mujer y de su hijo, quiso alentarlo a una vida de compromiso personal para que se convirtiera en alguien capaz de «salvar a otras personas».

Como es evidente, esta parábola muestra la transformación interior de un solo individuo en un contexto histórico y cultural diferente del nuestro. Así y todo, la considero pertinente como respuesta que no se limita a frenar la conducta hostil, sino que involucra el cuidado y la protección de la vida de los otros. Mi proposición es que se asuma este enfoque como base para encontrar remedios capaces de transformar la sociedad de raíz.

Los Convenios de Ginebra , promulgados hace setenta años, en 1949, y de los cuales dimanan los principios fundamentales del derecho internacional humanitario, fueron redactados con intenciones que tienen mucho en común con la historia de Angulimāla. Ya en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) había planteado el establecimiento de zonas seguras para embarazadas, mujeres en general, niños, y personas enfermas y ancianas, en una labor que se consideró preparatoria de tal instrumento jurídico. Cuando se suscribieron los mencionados Convenios, después del conflicto bélico, los Estados que habían participado en las reuniones de negociación expresaron:

El deseo ardiente [de la Conferencia] de que jamás tengan los Gobiernos necesidad de aplicar, en el futuro, estos Convenios de Ginebra para la protección de víctimas de la guerra;

[...] su más vivo deseo es, en realidad, que las grandes y pequeñas Potencias puedan siempre encontrar una solución amistosa para sus discrepancias, por el camino de la colaboración y del entendimiento internacional. [21]

Aquí se ve que la voluntad de los redactores no era solo establecer sanciones a quienes violaran dichos Convenios, sino evitar las condiciones de gran sufrimiento y pérdida de vidas que darían lugar a la aplicación de sus cláusulas. Si la Convención de Ginebra de 1949 —cimiento del actual derecho internacional humanitario— manifiesta esta enfática determinación, es precisamente porque los participantes en las rondas de negociación tuvieron presente la tragedia y la crueldad de la guerra.

Si no retornamos una y otra vez a los orígenes de los Convenios de Ginebra, quedaremos capturados en una lógica argumental que justifica y legitima cualquier acción mientras no viole de manera explícita la letra de la norma.

Es decisivo que tengamos esto en mente, viendo el desarrollo acelerado que están alcanzando los Sistemas de Armas Autónomos Letales (SAAL) que se valen de la inteligencia artificial (IA), que tornan posible el despliegue de acciones bélicas sin control directo del ser humano. Ignorar estas cuestiones pondría en peligro el espíritu fundacional del derecho internacional humanitario expresado en los Convenios de Ginebra.

Hoy, más que nunca, es menester redoblar nuestros esfuerzos para superar la patología de la carencia de paz. Con este fin, debemos cultivar el reconocimiento mutuo de ese mal y trabajar colectivamente en busca de una cura. En otras palabras, tenemos que desarrollar una visión común de una sociedad de paz. Y creo que el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN) es el prolegómeno de un derecho internacional sobre desarme que podría ayudar a configurar esa visión.

El TPAN es un instrumento jurídico internacional que trasciende las limitaciones tradicionales del desarme o de la protección humanitaria. Jean Pictet (1914-2002), ex director general del Comité Internacional de la Cruz Roja a quien se atribuye la creación del término «derecho internacional humanitario», planteó que este concepto no era más que «la transposición de la ley moral internacional o, más específicamente, de las razones humanitarias» al ámbito jurídico. [22] El TPAN, donde palpita la determinación de los hibakusha y de muchos otros de no consentir jamás la repetición de una tragedia nuclear, responde por cierto a esta misma genealogía del derecho internacional.

El TPAN también exhibe características del derecho internacional híbrido, un nuevo marco teórico que comienza a ganar difusión. Este enfoque, en principio concebido para tratar el cambio climático de manera articulada con cuestiones como los derechos humanos y los desplazamientos forzosos, promueve un giro en la forma tradicional de clasificar las ramas del derecho. En este contexto, el TPAN es un instrumento jurídico que reconoce la naturaleza interrelacionada de nuestros problemas globales y los reúne bajo un techo lo más amplio posible.

Incluso los temas de seguridad que están profundamente ligados con el concepto de la soberanía nacional deben, de todas maneras, tomar en consideración factores como el medio ambiente, el desarrollo socioeconómico, la economía global, la seguridad alimentaria, la salud y el bienestar de las generaciones actuales y futuras, los derechos humanos y la igualdad de género. Esta es la direccionalidad que aparece enunciada sin ambigüedad en el TPAN. El discurso del desarme nuclear debe basarse en la conciencia colectiva de que no habrá seguridad real mientras no tratemos de manera adecuada e interrelacionada cada uno de estos ejes. De otro modo, las negociaciones seguirán centrándose en el equilibrio de poder bélico entre las distintas partes y será mucho más difícil trascender el contexto del control armamentista.

En tal sentido, el TPAN puede aportar el impulso necesario para romper el prolongado estancamiento que experimenta el desarme nuclear. Más aún, ampliando el apoyo al Tratado podremos dar grandes pasos adelante en objetivos como: hacer posible un mundo con vigencia plena de los derechos humanos, partiendo del respeto mutuo a la dignidad de todos; crear un mundo humanitario donde el eje central sea la felicidad y la seguridad para sí; construir un mundo de convivencia fundado en el sentido colectivo de responsabilidad hacia el medio ambiente y las generaciones futuras. Esta, creo yo, puede ser la contribución más grande del TPAN a la historia.

Un multilateralismo centrado en las personas

El tema siguiente que quiero analizar en relación con la causa del desarme es la necesidad de aunar fuerzas para fomentar un multilateralismo centrado en las personas, idea que quedó expresada en agosto del año pasado en el documento final de la conferencia de organizaciones no gubernamentales (ONG) afiliadas al Departamento de Información Pública de las Naciones Unidas [23] (Conferencia del DIP para las ONG). Este enfoque se centra en proteger a quienes afrontan las adversidades y amenazas más graves.

Aunque esta idea se propuso inicialmente en el contexto de los ODS, siento que también puede contribuir de manera sustancial a desplazar la corriente de los acontecimientos mundiales en dirección al desarme. Tal como advirtió el secretario general Guterres en el anuncio de la Agenda para el Desarme de las Naciones Unidas, el gasto militar mundial sigue creciendo mientras que los recursos disponibles para afrontar las crisis humanitarias son insuficientes. Cada año, hay una media de más de 200 millones de personas afectadas por desastres naturales. [24] Paralelamente en 2017 hubo 821 millones de personas en situación de hambruna y casi 151 millones de niños menores de cinco años con retraso en el crecimiento debido a la desnutrición. [25] Cifras como estas nos compelen a cuestionar el significado y los objetivos de las políticas de seguridad que hoy implementan las naciones.

Creo que aquí es fundamental citar las ideas de Hans van Ginkel, exrector de la Universidad de las Naciones Unidas, sobre la naturaleza y las metas de la seguridad humana. Van Ginkel, a la vez que admite la complejidad aparente de esta cuestión, también observa que, si vemos el mundo desde la perspectiva de cada individuo, resulta evidente lo que representa una amenaza o una causa de inseguridad para el ser humano:

Sin embargo, está claro que la seguridad tradicional no ha podido brindar, en el nivel del individuo, una seguridad significativa a una proporción relevante de la población mundial. […] Así y todo, lo que prevalece en las relaciones internacionales o en las decisiones sobre política exterior son las actitudes e instituciones que privilegian la «alta política» sobre las enfermedades, el hambre o el analfabetismo. A decir verdad, tanto nos hemos acostumbrado a este enfoque que, para muchos, la «seguridad» es sinónimo de «seguridad nacional». [26] (El resaltado aparece en el original).

Aquí, Van Ginkel señala que la respuesta a las amenazas contra la vida o la supervivencia de los individuos parece menos urgente que las cuestiones de seguridad nacional. El resultado de esta lógica es que grandes números de personas se ven privadas de toda sensación real de seguridad.

En otro discurso, Van Ginkel describe la aflicción de personas que viven en condiciones de extrema pobreza:

A decir verdad, ¿cómo puede alguien experimentar el significado y el júbilo de la vida humana, cómo puede alguien experimentar una existencia digna, cuando su supervivencia de hoy al mañana —si: de hoy al mañana o quizá de esta hora a la siguiente— no está siquiera asegurada? ¿Cómo puede una persona proyectarse al futuro y crear lazos con sus semejantes si su mayor reto es llegar viva al próximo día? [27]

Esta reflexión pone de relieve con elocuencia el tremendo sufrimiento de las personas cuyos intereses son ignorados en nombre del pensamiento convencional sobre la seguridad. Nos referimos no solo a quienes viven en situación de pobreza o de desigualdad, sino también a los desplazados de sus hogares por la fuerza o a los refugiados que huyen de desastres naturales o de zonas de conflicto armado.

La base de un multilateralismo centrado en las personas debe ser el afán de construir un mundo donde todos puedan gozar de una seguridad significativa y cultivar juntos una visión esperanzada del futuro. Sin embargo, dicho enfoque no tiene por qué comenzar de la nada; de hecho, ya es objeto de gran atención en África y forma parte de la respuesta a los numerosos problemas graves que afronta el continente. El establecimiento de la Unión Africana en 2002 obró, en tal sentido, como una divisoria de aguas.

En 2012, en el marco de las gestiones para desarrollar respuestas colaborativas más eficientes a las crisis humanitarias, entró en vigor la Convención de la Unión Africana para la Protección y la Asistencia de los Desplazados Internos en África (Convención de Kampala). Este convenio de trascendencia histórica incluyó consideraciones inéditas, orientadas a promover un trabajo regional colectivo para proteger a los desplazados internos.

Hay otros ejemplos destacables de asistencia a los refugiados en los países africanos. Uganda, por ejemplo, ha acogido en torno a 1 100 000 refugiados provenientes de zonas de conflictos en Sudán del Sur y en otros lugares. [28] A estas personas, además de otorgárseles libertad de movimientos y oportunidades de empleo, se les asignaron tierras para el cultivo y se las integró en los sistemas locales de salud y de educación. Muchos ugandeses han sido refugiados y conocen de primera mano el padecimiento de los conflictos armados y de los desplazamientos forzosos; estas vivencias parecen haber sido la base del apoyo a tales políticas.

Cabe destacarse un ejemplo pertinente referido a Tanzania. Este país, en la actualidad, alberga a más de 300 000 refugiados de países vecinos. [29] Algunos de ellos, en cooperación con la población local, participan en actividades de cultivo de árboles para la reforestación. El proyecto, iniciado en respuesta a la desforestación y la degradación ambiental causadas por la necesidad de recoger leña, ha promovido hasta hoy la plantación de unos dos millones de árboles en los campos de refugiados y en las tierras aledañas. La imagen de estos verdes árboles plantados en el gran suelo africano inevitablemente me lleva a pensar en mi querida amiga, la fallecida Wangari Maathai (1940-2011): plantar árboles ayuda a sanear la tierra y a romper el círculo de la pobreza. «Los árboles —escribió— son símbolos vivientes de paz y de esperanza». [30] Para los refugiados que pugnan por comenzar una nueva vida, los árboles que han plantado son, sin duda alguna, un símbolo de esperanza y una importante promesa de seguridad.

Desde hace más de cincuenta años, vengo afirmando que el siglo xxi será el siglo de África, motivado en mi rotunda convicción de que las personas que más sufren son las que tienen más derecho a la felicidad. En África hallamos el amanecer de un nuevo multilateralismo centrado en las personas, enfoque que representa una gran promesa para el mundo.

De acuerdo con la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), hoy más del 30 % de los refugiados a quienes presta asistencia viven en África. [31] En el pasado mes de diciembre, las Naciones Unidas aprobaron el Pacto Mundial sobre Refugiados; este instrumento reconoce las dificultades afrontadas por los países que, sin recibir apoyo, aceptan un número ingente de refugiados. La sociedad internacional debe unirse para reforzar su ayuda a las personas que buscan refugio, pero también a los países que les brindan acogida.

En general, los habitantes de naciones que no se ven directamente afectadas por la crisis de los refugiados o por los problemas de la pobreza tienden a tomar distancia de estas dificultades y a no responsabilizarse de hallar soluciones. El objetivo de un multilateralismo centrado en las personas es ir más allá de las diferencias de perspectiva nacional y encontrar modos de aliviar el sufrimiento de las personas expuestas a graves crisis o amenazas.

La historia de los cuatro encuentros de Shakyamuni describe la motivación inicial que lo condujo a postular las enseñanzas budistas; sugiere la transformación de la conciencia que hoy necesitamos protagonizar. Shakyamuni, nacido en una familia real de la India antigua, disfrutó de privilegios políticos y de abundancia material. Sus años de formación transcurrieron en un entorno protegido por el trabajo de numerosas personas que estaban al servicio de la familia real; de tal manera, nunca tuvo necesidad de preocuparse por el frío en invierno o por el sofocante calor estival, por llevar ropa sucia por el polvo, el pasto o el rocío de la noche. [32]

Sin embargo, un día Shakyamuni atravesó las puertas del palacio y vio la realidad de personas expuestas a la enfermedad y el envejecimiento. Se cruzó con el cadáver de alguien que había fallecido a la vera del camino. Profundamente conmovido por estos encuentros, comprendió con el peso de una gran verdad que nadie, ni siquiera él mismo, podía evitar los sufrimientos del nacimiento, el envejecimiento, la enfermedad y la muerte. Lo que más lo afligió fue descubrir cuántas personas, por creerse inmunes a estos padecimientos, despreciaban a los seres que sufrían y tomaban distancia de ellos. Tiempo después, puesto a recordar estos hechos, describiría así este aspecto de la psicología humana:

En su estupidez, aun sabiendo que ellos mismos envejecerán sin poder evitarlo, los mortales comunes ven que alguien suma años y declina, cavilan sobre ello, se angustian y experimentan vergüenza y odio, todo ello sin siquiera pensar que están ante un problema que les es propio. [33]

Sus palabras se aplican no solo al sufrimiento del envejecimiento, sino también al de la enfermedad y la muerte. A esta idea de que el padecimiento de los otros no guarda relación con uno, y al rechazo que incluso provocan las aflicciones ajenas, Shakyamuni lo llamó «la arrogancia de los jóvenes», «la arrogancia de los sanos», «la arrogancia de los vivos». Si reconsideramos esta soberbia en términos de sus relaciones con el corazón humano, resulta evidente que la apatía y la falta de preocupación derivadas de la arrogancia, en realidad, agravan e intensifican el sufrimiento del prójimo.

En cualquier época hay espacio para el pensamiento fatalista de creer que la pobreza o las condiciones desfavorables son el destino inevitable de ciertos individuos, o el resultado de su fracaso personal; o para la negación de la moral, manifiesta en quien piensa que no tiene responsabilidad sobre el dolor o el daño que padecen otros. La respuesta de Shakyamuni a estas actitudes fue enseñar que, si bien los sufrimientos inherentes a la vida eran inevitables, uno podía transformar la propia existencia mediante el pleno desarrollo de las potencialidades interiores. Por otro lado, nuestro espíritu de responder con empatía y apoyo a quienes están expuestos a dificultades contribuye no solo a crear redes de aliento mutuo, sino también a extender una sensación de esperanza y de seguridad colectiva.

El enfoque del budismo no se limita a los sufrimientos ineludibles de la vida; antes bien, incorpora la realidad de las personas que enfrentan toda clase de dificultades en la sociedad. De tal forma, en el canon del budismo Mahāyāna (El Sutra de los preceptos del Upāsaka) encontramos aliento a construir fuentes de agua, plantar árboles frutales, cavar acequias y canales de riego, ayudar a los ancianos, jóvenes y personas vulnerables a cruzar los ríos y consolar a quienes han perdido su tierra. [34] Así, se nos exhorta a reconocer que la vida, en algún momento, puede ponernos ante las mismas aflicciones que hoy sufren los demás; que no hay felicidad que nos pertenezca solo a nosotros, así como no hay padecimientos que afecten solo al resto de la gente, y a trabajar simultáneamente por el bienestar propio y ajeno. En esto se expresa el espíritu fundamental del budismo.

Asumir los dolores y los sufrimientos de otros como propios es exactamente la fuente filosófica que nutre las actividades de la SGI como organización basada en la fe (OBF), que trabaja para enfrentar desafíos globales como la paz y los derechos humanos, el medio ambiente y los propósitos humanitarios.

Creo ver una clara continuidad entre la psicología observada antaño por Shakyamuni —considerar el envejecimiento o la enfermedad como algo irrelevante y responder con indiferencia o frialdad a las personas que enfrentan estas realidades— y la tendencia actual a desentenderse de la pobreza, el hambre o los conflictos padecidos por otros, considerándolos problemas que no tienen gravitación sobre la propia vida y que es mejor ignorar.

Esto trae a mi mente el siguiente pasaje del documento final que antes mencioné, presentado en la Conferencia del DIP para las ONG: «Nosotros, los pueblos, rechazamos la falsa elección entre nacionalismo e internacionalismo». [35] Por cierto, los intereses del nacionalismo —«mi país primero»— refuerzan la tendencia a la xenofobia; el avance de un globalismo que solo contempla el provecho económico crea un mundo donde los más débiles son presa de los poderosos. Por eso coincido en que la época actual exige que todos los países trabajen juntos para poner en acción un multilateralismo centrado en la gente, cuyo interés sea proteger a las personas vulnerables a las amenazas y los problemas graves.

Si examinamos las nociones sobre la seguridad a lo largo de la historia, a menudo hallamos la idea de que un castillo se protege rodeándolo de murallas sólidas. En la época contemporánea, este enfoque se expresa en la creencia de que la seguridad del pueblo se establece protegiendo las fronteras nacionales con la fuerza militar. Pero, de hecho, numerosos problemas globales como el cambio climático generan daños que no respetan las fronteras nacionales y que requieren de un nuevo enfoque.

Para citar un ejemplo, en marzo del año pasado los países de América Latina y el Caribe firmaron un marco de trabajo sumamente importante, el Acuerdo de Escazú, con el fin de proteger los derechos vinculados al medio ambiente. La región ha sufrido los impactos de los ciclones tropicales y la acidificación de los océanos. Además de reforzar la cooperación regional, el acuerdo incluye políticas centradas en las personas, como la protección de los activistas ambientales y la inclusión obligatoria de perspectivas diferentes a la hora de tomar decisiones importantes.

Además, se están emprendiendo iniciativas globales dignas de mención. Hace dos años, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) inició la campaña Mares Limpios, que aspira a reducir la contaminación de agua causada por los plásticos. Hasta la fecha, la campaña cuenta con la participación de más de cincuenta países, que cubren más del 60 % de las líneas costeras del mundo. [36] En un sentido tradicional, la protección de las costas ha estado planteada como una cuestión de seguridad, enfocada en actividades militares de defensa; ahora, comienza a adquirir un significado nuevo: proteger los océanos y colaborar en la preservación de la integridad ecológica, más allá de las diferencias nacionales.

Si repasamos la historia vemos que las raíces del nacionalismo xenófobo y de una globalización que prioriza el beneficio económico se remontan, en ambos casos, al imperialismo que surgió como fuerza fundamental en la segunda mitad del siglo xix.

A comienzos del siglo xx, podían percibirse en todo el mundo las consecuencias destructivas del orden imperialista. En 1903, Tsunesaburo Makiguchi (1871-1944), fundador y primer presidente de la Soka Gakkai, exhortó a dar por concluida la rivalidad por la supervivencia que lleva a las naciones a buscar su prosperidad y su seguridad a expensas de otras. En lugar de esta clase de confrontación, instó a adoptar formas auténticas de competencia que, en su filosofía, se basaban en «el compromiso consciente con la vida colectiva», eligiendo «hacer cosas en bien de los semejantes porque cuando beneficiamos a otros, nos beneficiamos nosotros mismos». [37] Nuestro mundo actual demanda desesperadamente esta clase de reorientación.

La acumulación continua de experiencias de apoyo mutuo y de colaboración en respuesta a las crisis humanitarias y a los problemas ambientales nos permite construir una atmósfera de seguridad y de confianza que sirve para contrarrestar las tensiones y conflictos vinculados con la patología de la carencia de paz. Desde este punto de partida es más fácil hallar salida a la competencia armamentista en la que estamos actualmente inmersos.

En el próximo mes de setiembre se llevará a cabo una Cumbre sobre el Clima, en la sede de las Naciones Unidas. Será una excelente oportunidad para impulsar la causa de un multilateralismo centrado en la gente y de alcance global. Exhorto con vehemencia a aprovechar esta ocasión para identificar áreas clave que nos permitan colaborar con el fin de proteger la vida y la dignidad de nuestros congéneres que viven en este planeta, desarrollar políticas más eficaces destinadas a combatir el calentamiento global y seguir transformando nuestra visión de la seguridad.

Dar un lugar central a la participación juvenil

El tercero y último de los temas que quisiera proponer es la necesidad de dar un lugar central a la participación juvenil.

En las Naciones Unidas, el término «juventud» ha pasado a ser un concepto clave en muchos campos. Este fenómeno coincide con la estrategia Juventud 2030 (Youth2030, en inglés) presentada en setiembre del pasado año, que aspira a empoderar a los 1 800 millones de jóvenes del mundo y a facilitar el liderazgo y el compromiso de las nuevas generaciones con los ODS. En el ámbito de los derechos humanos se ha visto la misma tendencia; por ejemplo, las Naciones Unidas han puesto en los jóvenes el foco de la cuarta fase de su Programa Mundial para la educación en derechos humanos. Habiendo abogado por esta precisa medida en mi propuesta del año pasado, espero que todos los esfuerzos apunten a asegurar el éxito de esta cuarta fase.

La importancia de la juventud en el desarme es clara, tal como lo recalcó el secretario general Guterres en su Agenda para el Desarme. Prueba elocuente de ello es que, para presentar su agenda ante la opinión pública, no escogió la sede central de la ONU ni otro centro diplomático, sino la Universidad de Ginebra.

Y la fuerza más importante para transformar nuestro mundo son los jóvenes, como los estudiantes presentes en este recinto [...]. Espero que utilicen su vigor y sus relaciones para abogar por un mundo de paz, libre de armas nucleares, donde los armamentos estén controlados y regulados, y los recursos se destinen a dar a todos oportunidades y prosperidad. [38]

En sus palabras, se refirió al viejo e insidioso problema de las armas nucleares, sumado al riesgo de conflictos disparados por el desarrollo de nuevas tecnologías, como una grave amenaza para el futuro de sus jóvenes interlocutores. En particular, destacó los ciberataques como un motivo de honda preocupación. Las ciberarmas no solo pueden utilizarse para atacar objetivos militares, sino también para infiltrarse en infraestructuras vitales y paralizar sociedades enteras; por lo tanto, conllevan el riesgo de afectar a elevados números de civiles e infligir graves daños.

Esta clase de competencia armamentista pone en jaque la vida cotidiana aun cuando no haya hostilidades activas. Pero el problema va más allá de la amenaza física contra la paz y los intereses humanitarios; también deben considerarse sus efectos sobre el desenvolvimiento normal de la vida y, en especial, sobre los jóvenes. La competencia armamentista ha adquirido tal magnitud y tal complejidad, que instila masivamente en las personas la resignación a aceptar la realidad y a pensar que cambiarla está más allá de sus posibilidades. Este, tal vez, sea su efecto más fundamental y grave.

Con esta misma preocupación, Weizsäcker enunciaba en su alegato la necesidad de superar la «patología de la carencia de paz». Allí, anticipaba dos críticas que podría recibir su defensa de una paz garantizada en el nivel de las instituciones. La primera era el argumento de que ya estábamos viviendo en condiciones de paz, aseguradas por la existencia de armamentos de gran escala. La segunda es que la guerra ha existido desde siempre, y que volverá a ocurrir en el futuro porque es parte de la naturaleza humana. Weizsäcker señalaba la incongruencia de que ambas críticas suelen ser enunciadas por los mismos sujetos, de un lado sosteniendo que estamos viviendo en paz, y del otro diciendo que la paz es una fantasía irrealizable. Esta contradicción suele pasar inadvertida a los proponentes de esta lógica.

Según Weizsäcker, cuando las personas se ven ante un problema al cual no puede mirar de frente, su reacción psicológica suele ser apartar la cuestión de la conciencia. Y aunque esto, a veces, pueda ser necesario para mantener el equilibrio mental, difícilmente puede considerarse una respuesta óptima cuando lo que está en juego es tomar una decisión vinculada a la supervivencia; de hecho, nos impide pensar con seriedad en lo que hace falta para crear la paz, y en las acciones que debemos tomar con ese fin. [39]

Ha pasado medio siglo desde que Weizsäcker formuló esta observación. Sin embargo, hoy hay muchas personas que viven en Estados dependientes o poseedores de armas nucleares y que, aun sin apoyar activamente las políticas de disuasión, aceptan dichos armamentos como una necesidad ineludible para el mantenimiento de la seguridad nacional. Mientras no estalle una guerra nuclear, parecería no haber problema en pensar que estos arsenales en gran escala mantienen la paz, o en apartar la vista de la amenaza que representan. Pero, en verdad, esta resignación generalizada ante la cuestión nuclear tiene un efecto atroz en el cimiento de la sociedad y en el futuro de los jóvenes.

Si las estrategias de seguridad basadas en la disuasión nuclear fracasan y estalla una conflagración atómica, el resultado será una devastación horrenda y una enorme pérdida de vidas humanas, para aliados y enemigos por igual. Pero el daño infligido por la teoría de la disuasión no se limita a esto: aun cuando las armas nucleares no lleguen a usarse jamás, la gente se verá obligada a vivir con la absurda amenaza existencial que estas representan; se seguirá esgrimiendo la necesidad de proteger secretos militares y de defensa, y en nombre de la seguridad nacional se seguirán coartando los derechos y las libertades de la población civil. Si a esta realidad le sumamos un sentimiento generalizado de impotencia, se crea un clima social propicio para tolerar los abusos contra los derechos humanos como un mal necesario mientras no tengan repercusión directa en la propia vida. La prevalencia de esta negatividad aplastante, vinculada a la patología de la ausencia de paz, terminará negando a los jóvenes la oportunidad de desarrollar un humanismo sano y provechoso.

El reformador budista japonés Nichiren (1222-1282), que desarrolló su comprensión de la enseñanza basado en el Sutra del loto como enseñanza esencial del buda Shakyamuni, en 1260 presentó ante la máxima autoridad política de su época un tratado titulado Sobre el establecimiento de la enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra. Allí, identificó la resignación masiva del pueblo como una causa raíz de la anomia que afectaba la sociedad.

En ese momento, abrumado por los conflictos armados y por los reiterados desastres naturales, el pueblo japonés vivía entregado a la apatía y la resignación. La sociedad, en su conjunto, se hacía eco de filosofías pesimistas que rechazaban la posibilidad de resolver los problemas a través de la propia acción. El principal interés de muchos era evadirse buscando la tranquilidad interior. Esta mentalidad y la conducta derivada de ella eran totalmente contrarias a las enseñanzas del Sutra del loto, que nos invitan a mantener una fe inclaudicable en el potencial de todas las personas; a trabajar por el pleno desarrollo de ese potencial, y a construir una sociedad donde todos sus integrantes puedan irradiar el pleno brillo de su dignidad humana.

El tratado de Nichiren exhorta a confrontar seriamente el reto de encender una luz de esperanza en el corazón de la gente abatida por los continuos desastres, y de movilizar un cambio social para evitar las guerras y los conflictos internos. De este modo, postula la necesidad de erradicar la patología de resignación que se oculta en los estratos más profundos de la mentalidad social, contagiándonos a todos: «En lugar de ofrendar diez mil plegarias como remedio, mejor sería proscribir simplemente este único mal». [40] Su tratado impugna la aceptación pasiva de los profundos males sociales y, en lugar de ello, nos invita a armarnos de todas nuestras capacidades humanas para responder juntos a los graves problemas de nuestra era, como agentes de un cambio proactivo y colectivo.

Los miembros de la Soka Gakkai, como herederos espirituales de Nichiren, desde la época de los presidentes fundadores Makiguchi y Toda hemos entendido que nuestra misión en la sociedad era construir una solidaridad activa dedicada a erradicar el sufrimiento de la tierra.

El filósofo Karl Jaspers (1883-1969), autor de un importante análisis sobre la perspectiva del sufrimiento en el pensamiento de Shakyamuni, postuló que en la concepción del Buda no había ninguna traza de pesimismo. [41] En otro escrito, Jaspers exploró las formas de superar el sentimiento de impotencia. Utilizó el término «situación límite» (en alemán, Grenzsituation) para describir las realidades inevitables que confrontan los individuos, y señaló que, así como cerrar los ojos ante una situación límite en nuestra existencia era una forma de negarla, al hacerlo también uno terminaba negando su potencial interior. [42]

Quisiera aquí detenerme en la perspicacia de Jaspers al observar que las situaciones límite son propias y concretas de cada sujeto, y que esa característica es lo que permite a la persona hallar el camino hacia su resolución. En otras palabras, cada uno de nosotros carga con el peso de su propia vida, con las particularidades de su origen y de sus circunstancias, y tales restricciones obran estrechando las condiciones de su vida. Pero, cuando reconocemos nuestra propia situación límite y decidimos superarla, la restricción de nuestras circunstancias individuales —imposibles de ser reemplazadas por las de otro— se convierten en la profundidad con la cual vivimos nuestras identidades originales.

Jaspers notaba que «en esta situación límite no existe una solución objetiva que se aplique a todos los tiempos; solo hay soluciones históricas para el tiempo que está en curso». [43] Esto determina el peso particular de cada una de nuestras acciones: acciones que solo nosotros podemos emprender.

El alegato de Jaspers, si se quiere, describe el enfoque que me impulsó en mis propias iniciativas, desde la época de la Guerra Fría, para abrir un camino de paz y de coexistencia. En 1974, en un momento de enormes tensiones internacionales, decidí viajar por primera vez a la China y a la Unión Soviética. En ese entonces, con ánimo de crítica, algunos preguntaron qué tenía que hacer un hombre de fe en países cuya ideología oficial rechazaba la religión. Sin embargo, a mi entender, precisamente porque era un hombre de fe que deseaba fuertemente el establecimiento de la paz, quería sentar las bases de la amistad y del intercambio; de tal manera, cuando la Universidad Estatal de Moscú M. V. Lomonosov y la Asociación para la Amistad Chino-Japonesa me extendieron sendas invitaciones a sus países, sentí que no podía dejar pasar la oportunidad para hacerlo. No hace falta decir que inicié estos viajes sin tener un método o un plan infalible de antemano que garantizaran el éxito. Antes bien, mi postura fue prestarme a cada encuentro y a cada diálogo con profunda sinceridad, entendiendo que eran oportunidades únicas que no volverían a repetirse, enfocado en abrir rutas de intercambio cultural y educativo, una a una.

En los años siguientes al cese de la Guerra Fría, convencido de que ningún país o pueblo debía quedar aislado, viajé a Cuba, en momentos en que las relaciones con los Estados Unidos eran sumamente tensas; a Colombia, que afrontaba un grave problema con el terrorismo, y a otros países. Recorrí cada uno de estos lugares sin rendirme a la impotencia o a la resignación; o, antes bien, pensando que mi condición como persona de fe, ajena a todo interés gubernamental, me abría posibilidades únicas de acción. Con este mismo espíritu, he venido presentando propuestas anuales de paz y de desarme en los últimos treinta y cinco años, y promoviendo una red de solidaridad cada vez más amplia en la sociedad civil.

Ahora que se ha alcanzado la meta tan anhelada de un Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, quisiera dirigirme a los jóvenes del mundo desde la perspectiva de mi propia experiencia, y decirles: cada uno de ustedes posee una vida imbuida de dignidad y de posibilidades ilimitadas; aun cuando la realidad de la sociedad internacional sea grave y parezca inamovible, no tienen por qué aceptar esa realidad o resignarse a ella, ni ahora ni en el futuro.

En junio del año pasado, junto con el activista argentino de los derechos humanos Adolfo Pérez Esquivel presentamos un llamamiento conjunto a los jóvenes, sustentados en la convicción de que otro mundo es posible.

Las guerras y los conflictos armados, el hambre, y la violencia social y estructural ultrajan la vida y la dignidad de decenas de millones de personas. Debemos abrir los brazos, la mente y el corazón en solidaridad con los más vulnerables, para rectificar esta grave situación. [44]

En esta dirección, cabe destacar el ejemplo de la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés). Esta institución movilizó la pasión y la rica creatividad de las jóvenes generaciones en apoyo de la firma del TPAN, y por su trabajo se hizo acreedora al Premio Nobel de la Paz en 2017.

La propia colaboración de la Soka Gakkai Internacional (SGI) como socia internacional de ICAN desde su creación también ha sido impulsada por la juventud. En 2007, la SGI inició el Decenio de los Pueblos para la Abolición Nuclear. La membresía juvenil de la SGI lideró el movimiento recopilando nada menos que 5 120 000 firmas reclamando un mundo libre de armas nucleares. En Italia, nuestros jóvenes miembros cooperaron con la campaña Senzatomica, organizando en más de setenta ciudades del país exposiciones dirigidas a concienciar sobre la cuestión. Los estudiantes de la SGI en los Estados Unidos, por su parte, iniciaron la campaña Our New Clear Future (Un Futuro Nuevo y Limpio para Nosotros), destinada a promover el diálogo y la construcción de consensos con miras a la abolición nuclear de hoy al 2030, a través de actividades en universidades de toda la nación.

Algunas de las iniciativas mencionadas se incluyeron en un informe presentado por la SGI el año pasado, como contribución al estudio sobre los progresos logrados en relación con la juventud, la paz y la seguridad dispuesto por la resolución 2250 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, aprobada en 2015. Dicha resolución solicita al secretario general la ejecución de «un estudio sobre los progresos logrados en relación con la contribución positiva de la juventud a los procesos de paz y la solución de conflictos» [45] y a informar de los resultados al Consejo de Seguridad y a todos los Estados miembros. En dicho estudio se citaron como referencia las aportaciones de los jóvenes de la SGI. El informe presentado por nuestros jóvenes describía el Decenio de los Pueblos para la Abolición Nuclear y ofrecía el siguiente análisis: «De hecho, el involucramiento de la juventud parece haber tenido el efecto en cadena de concienciar a personas ajenas a la cuestión y de energizar a quienes ya estaban comprometidos con el tema». [46]

Despertar y fortalecer la voluntad transformadora en el corazón de las personas: en esta capacidad de establecer resonancias de vida a vida es donde se encuentra la esencia de la juventud.

Puestos ahora a examinar las tareas que aún quedan por delante —la entrada en vigor del TPAN y, más allá de eso, la participación de los países poseedores o dependientes de armas nucleares en la eliminación de estos armamentos—, queda claro que ninguna otra fuerza es más indispensable para movilizar y mantener tanto el apoyo y el interés de la opinión pública como el poderoso compromiso de la juventud.

Estoy firmemente convencido de que la inspiración mutua entre los jóvenes encierra la clave para lograr el desarme a través de las tres áreas temáticas que he explorado en este trabajo.

Amigos del TPAN

A continuación, quisiera ofrecer cinco propuestas concretas con ánimo de ayudar a resolver problemas urgentes referidos a la paz y al desarme, y de impulsar de manera significativa los esfuerzos hacia el logro de los ODS.

La primera de ellas se refiere a la pronta entrada en vigor del TPAN y al incremento del número de países participantes. Desde su adopción en julio de 2017, el TPAN ha sido firmado por 70 Estados, que representan más de un tercio de los Estados miembros de las Naciones Unidas, y ha sido ratificado por 20 de ellos. Pero la entrada en vigor del Tratado está supeditada, como requisito, a la ratificación de 50 Estados, y este proceso, hasta ahora, ha venido avanzando a un paso constante comparable con el de la Convención sobre las Armas Químicas o la Convención sobre las Armas Biológicas.

Por otro lado, cabe notar que casi el 80 % de los Estados del mundo —entre ellos los que aún no se han sumado al TPAN— han implementado políticas de seguridad que se adecuan a las prohibiciones establecidas en el Tratado. Según la organización Ayuda Popular Noruega (NPA, por sus siglas en inglés), entidad socia de ICAN, 155 Estados del mundo han adherido a la prohibición de desarrollar, ensayar, producir, fabricar, adquirir, poseer, almacenar, transferir, recibir la transferencia, emplear, amenazar con el uso, permitir el paso, instalación o despliegue de cualquier clase de armas nucleares, así como también de dar o recibir ayuda para participar en cualquier actividad prohibida por el Tratado. [47]

En otras palabras, una mayoría apabullante de países del mundo, entre ellos los que no se han adherido aún al TPAN, observan políticas de seguridad no dependientes de las armas nucleares, lo cual significa la aceptación de las normas centrales de dicho Tratado. Es fundamental definir la entrada en vigor de este instrumento e incrementar el alcance de su ratificación, para que dichas normas de prohibición de las armas nucleares adquieran verdadera universalidad.

Al mismo tiempo, hay quienes sostienen que el TPAN podría acentuar las divisiones con respecto al Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP), que es el marco internacional primordial para el desarme nuclear. Sin embargo, lo cierto es que los objetivos de ambos Tratados son los mismos, y el TPAN no debilita en modo alguno el TNP. Por el contrario, lo destacable es que el TPAN puede insuflar nueva vida a la obligación de celebrar negociaciones de buena fe en dirección al desarme nuclear, como estipula el artículo VI del TNP.

Aquí me gustaría proponer la creación de un grupo de Estados de ideas afines, dispuestos a profundizar y extender el debate desarrollado durante el proceso que condujo a la adopción del TPAN, con la mirada puesta en ampliar la participación en este instrumento. Podría llamarse «Amigos del TPAN», tomando como modelo el grupo Amigos del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCEN, o CTBT por sus siglas en inglés), que trabaja por la entrada en vigor de dicho convenio. Desde su formación por iniciativa del Japón, Australia y los Países Bajos en 2002, este colectivo ha celebrado reuniones ministeriales cada bienio. El año pasado, unos 70 países participaron del noveno encuentro. [48]

Los asistentes, cabe destacar, eran funcionarios ministeriales de países poseedores, dependientes y no poseedores de armas nucleares. Y los Estados sumaron su participación independientemente de si habían o no firmado o ratificado el Tratado. Diversos gobiernos procedieron a ratificar el TPCEN después de asistir a estos encuentros ministeriales; en otros casos, hubo Estados que, habiendo ratificado el Tratado, en estas reuniones instaron a hacerlo a otros Estados del Anexo 2.

Aunque los Estados Unidos aún no han prestado su ratificación, en estos cónclaves participaron el entonces secretario de Estado John Kerry y el exsecretario de Defensa William Perry. Este último expuso lecciones cruciales sobre las armas nucleares; entre ellas, se refirió a episodios ocurridos en los años 70, en los que hubo falsas alarmas sobre lanzamientos de misiles ICBM soviéticos. A partir de la experiencia de Amigos del TPCEN, una agrupación similar en torno al TPAN podría ejercer de foro de diálogo permanente entre diversas posiciones con respecto al Tratado.

Exhorto enérgicamente al Japón a unirse y participar en este grupo. He venido insistiendo en la necesidad de que Japón apoye y ratifique el TPAN, como único país del mundo que sufrió un ataque nuclear en tiempos de guerra. Considerando el papel fundamental que ha cumplido en el colectivo Amigos del TPCEN, ahora debería cooperar en la creación del grupo Amigos del TPAN y alentar a otros Estados dependientes de armas nucleares a sumarse al diálogo, así sea para superar los obstáculos que impiden su propia adhesión al Tratado.

El TPAN requiere que, en el transcurso de un año a partir de su entrada en vigor, se convoque la primera reunión de Estados partes. Creo que el grupo Amigos del TPAN debería establecerse antes de ese encuentro, porque la existencia de un ámbito de diálogo anticipado, abierto a todos los Estados, ayudaría mucho a resolver las diferencias en torno al Tratado. Ya que el Japón ha expresado su voluntad de tender puentes entre los Estados poseedores de armas nucleares y los no poseedores, tendría sentido que tomara la iniciativa de crear un ámbito de diálogo así.

En las instancias finales de negociación del TPAN, el Japón anunció la creación de un Grupo de Personas Eminentes para la Promoción del Desarme Nuclear. Este grupo, recientemente, presentó recomendaciones basadas en debates con expertos de Estados poseedores, dependientes y no poseedores de armas nucleares:

El estancamiento en torno al desarme nuclear no es sostenible. [...] La comunidad internacional debe avanzar urgentemente para acortar y, en definitiva, resolver sus diferencias. [...] Todas las partes, aun teniendo perspectivas divergentes, pueden trabajar juntas para reducir el peligro nuclear. [49]

El Japón debe apoyar la labor de un colectivo como Amigos del TPAN, adoptando estas reflexiones de su Grupo de Personas Eminentes y colaborando con países como Austria, que ya se ha ofrecido para acoger la primera reunión de Estados partes. Espero que esta nueva agrupación sea un ámbito de diálogo entre los Estados poseedores y no poseedores de armas nucleares, de manera coordinada con organizaciones que han trabajado intensamente en favor del TPAN, como el CICR, ICAN y Alcaldes por la Paz.

En la sociedad civil han surgido nuevas iniciativas para ampliar el apoyo al TPAN. Por ejemplo, en noviembre de 2018, ICAN presentó una nueva campaña, denominada Llamamiento a las Ciudades. Ya se han sumado a esta convocatoria ciudades de países con armas nucleares, como los Estados Unidos y el Reino Unido, y de naciones dependientes como Canadá, Australia y España. Con esta iniciativa, ICAN apunta a ampliar la solidaridad entre gobiernos locales que apoyan al TPAN a la par de fomentar la participación activa de los ciudadanos en forma individual. La gente puede usar las redes sociales y el hashtag #ICANSave para expresar su rotundo derecho a vivir en un mundo libre de la amenaza nuclear. Por su parte, la red de Alcaldes por la Paz, formada por 7 701 ciudades de 163 países, está invitando a todos los Estados a unirse al Tratado. [50]

En mi propuesta del año pasado, sugerí la creación de un mapa mundial que mostrase los municipios que apoyan el TPAN. También insistí en dar clara visibilidad a la voluntad popular global que rehúsa aceptar como un hecho naturalizado la posibilidad de una mortífera conflagración nuclear, algo que ayudaría a conducir el mundo en dirección a la desnuclearización.

El año pasado, la SGI anunció un segundo Decenio de los Pueblos para la Abolición Nuclear, para profundizar los logros del primer Decenio, que concluyó en 2017 con la adopción del TPAN. Este segundo período de diez años se centrará en ampliar el apoyo global al Tratado y en allanar el camino hacia un mundo sin armas nucleares; con este fin, seguiremos colaborando con asociados que compartan la misma visión.

Un cuarto período extraordinario de sesiones de la Asamblea General

Mi segunda propuesta tiene que ver con el impulso al desarme nuclear.

En el 2020 se cumplirá el quincuagésimo aniversario de la entrada en vigor del TNP, que precedió al TPAN en enunciar el objetivo del desarme nuclear total y estableció obligaciones de negociar con ese fin. Hoy, se considera que el TNP es el instrumento de derecho internacional más universal sobre el desarme, adoptado por 191 Estados. Pero en las fases iniciales de negociación muchos consideraron que los Estados sin armas nucleares prestarían mínima adhesión al Tratado.

Tras la crisis de los misiles con Cuba, que en 1962 significó la aterradora posibilidad de una guerra nuclear, los Estados Unidos y la Unión Soviética propusieron el borrador de un tratado que limitara la proliferación de las armas nucleares, que en ese momento poseían cinco Estados. Pero no incluía cláusulas de desarme. En el proceso de negociación subsiguiente se incorporó un Artículo VI —con el compromiso de los Estados poseedores de armas nucleares a iniciar negociaciones de buena fe orientadas al desarme nuclear completo—, a fin de reflejar las posiciones de los Estados que no poseen dichos armamentos. En otras palabras, si fue posible iniciar el régimen del TNP, se debió a que los países nuclearizados comprendieron la urgente necesidad de detener la proliferación y a que los Estados sin estas armas se mostraron dispuestos a aceptar sus términos y confiar en su compromiso de buena fe en dirección al desarme.

Medio siglo después, se estima que en el mundo actual, aun habiendo disminuido los niveles máximos registrados durante la Guerra Fría, sigue habiendo 14 465 armas nucleares. [51] Hasta la fecha, todas las reducciones logradas obedecieron a acuerdos de desarme bilaterales celebrados entre los Estados Unidos y Rusia; no se ha eliminado ni una sola ojiva nuclear como resultado de acuerdos multilaterales. Pero además, si consideramos la capacidad destructiva más que la cantidad, la actual modernización de los sistemas bélicos indica una tendencia agravante.

En este punto, viene a mi mente la preocupación expresada por Carl Friedrich von Weizsäcker en una conferencia ofrecida en julio de 1967, poco antes de que comenzaran de manera formal las negociaciones del TNP. Allí observó que, a pesar de sus imperfecciones, si los acuerdos de paz eran eficaces podrían evitar el desarrollo de nuevas formas de peligro y enseñar a los Estados formas de colaboración y de trabajo conjunto. Sin embargo, «no consiguen abolir los arsenales existentes y, tomados en forma aislada, consolidan el statu quo con todos sus problemas irresueltos». [52]

Es cierto que el TNP impidió la situación extrema vislumbrada por el presidente norteamericano John F. Kennedy (1917-1963) en la crisis de los misiles cubanos, que era un mundo con 25 Estados poseedores de arsenales nucleares. Con todo, desde la perspectiva del desarme, es cierto que el TNP ha tendido a perpetuar el statu quo y, con él, todos sus problemas pendientes, tal como Weizsäcker había advertido.

Recordemos que la reafirmación de los compromisos de desarme establecidos en el Artículo VI fue lo que permitió la prórroga indefinida del Tratado en 1995, tras la culminación de la Guerra Fría. El documento final de la conferencia donde esto se decidió señala que «deben cumplirse resueltamente los compromisos relativos al desarme nuclear contenidos en el Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares»; [53] con ello, se indica con claridad que la prórroga no estaba sujeta a condiciones. De hecho, las cuatro Conferencias de Examen del Tratado, celebradas entre 2000 y 2015, se caracterizaron por repetidos llamados a cumplir las obligaciones del Artículo VI.

En la Conferencia de las Partes de 2020 Encargada del Examen del TNP, coincidente con el quincuagésimo aniversario de su entrada en vigor, los Estados partes deberán tener en cuenta las circunstancias y motivaciones que dieron origen al Tratado y centrar sus deliberaciones en los compromisos del Artículo VI para salir de este prolongado estancamiento.

Aquí me gustaría destacar las reflexiones que ofrecieron los países nórdicos en abril de 2018, durante el Comité Preparatorio para la Conferencia de las Partes de 2020 Encargada del Examen del TNP. Tras observar la actual disputa entre los Estados Unidos y Rusia sobre el Tratado INF, comentan: «Debemos sumar fuerzas para mantener y fortalecer la relevancia [del TNP] y abstenernos de todo acto que resulte lesivo». [54] La declaración también exhorta a los países a enfocarse en aquello que los une, y a considerar las consecuencias humanitarias catastróficas que ocasionaría el uso de armas nucleares; esta preocupación conjunta fue también afirmada en la Conferencia de las Partes de 2010 Encargada del Examen del TNP. Merece destacarse que, además de Finlandia y Suecia, esta posición fue suscripta por Dinamarca, Noruega e Islandia, países dependientes de armas nucleares y miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

En la Conferencia de la OTAN sobre Armas de Destrucción Masiva, Control de Armamentos, Desarme y No Proliferación, celebrada en octubre pasado, la Alta Representante de las Naciones Unidas para Asuntos de Desarme, Izumi Nakamitsu, propuso llevar a cabo una reunión ministerial previa a la Conferencia de las Partes de 2020 Encargada del Examen del TNP, con el mandato de formular una declaración política al respecto. No podría estar más de acuerdo con esta idea; una declaración así confirmaría lo que nos une en torno al TNP.

En el preámbulo del TNP se enuncia la necesidad de hacer todos los esfuerzos posibles para evitar el peligro de una guerra nuclear y la importancia de fortalecer la confianza entre los Estados, a fin de «facilitar la cesación de la fabricación de armas nucleares, la liquidación de todas sus reservas existentes y la eliminación de las armas nucleares y de sus vectores en los arsenales nacionales». [55] Dicha reunión ministerial debería afirmar el espíritu del preámbulo del TNP y dejar constancia de una honda preocupación sobre las consecuencias humanitarias catastróficas que tendría cualquier empleo de estos armamentos. Además, en sincronía con el quincuagésimo aniversario de su entrada en vigor, podría expresar el firme compromiso de tomar medidas tangibles para impulsar la causa del desarme nuclear.

Asimismo, me permito sugerir que el documento final de la Conferencia de las Partes de 2020 Encargada del Examen del TNP incorpore la recomendación de establecer un grupo abierto de trabajo de la ONU para debatir medidas concretas tendientes a reducir el papel que hoy tienen las armas nucleares en las doctrinas de seguridad, y así trazar un claro cambio de rumbo hacia el desarme nuclear. Las armas nucleares no se han utilizado en situaciones bélicas desde los bombardeos de Hiroshima y de Nagasaki de 1945; paralelamente, los Estados poseedores de armas nucleares, los Estados miembros de la OTAN y otros han comenzado a reconocer la escasa utilidad militar real de estos arsenales. Incluso durante la Guerra Fría, ya era evidente que en una conflagración nuclear no habría ganadores. Dada esta conciencia cada vez más generalizada sobre su falta de utilidad militar real, ¿qué razones quedan para justificar doctrinas de seguridad dependientes de las armas nucleares?

Weizsäcker advirtió que acopiar bombas atómicas con fines de intimidación, incluso con la expectativa de no usarlas jamás, era como bailar al borde de un abismo. [56] Y sin embargo, seguimos haciéndolo hasta el día de hoy. Mantener ojivas nucleares en estado de máxima alerta, listas para ser lanzadas en cualquier momento —incluso sin que existan hechos de intensa hostilidad—, significa vivir siempre bajo el miedo de una detonación accidental. La disuasión nuclear, permeada de fragilidad y de peligros, nos obliga a vivir en una permanente vulnerabilidad. Es hora de tomar una decisión colectiva y apagar el incendio que devora «la casa en llamas», para tomar prestada la parábola del Sutra del loto a la que me he referido anteriormente. Con este fin, que no es otro que eliminar la fragilidad y el peligro de la disuasión nuclear, exhorto a todos los Estados nucleares a priorizar medidas que reduzcan el papel de estos arsenales en sus doctrinas de seguridad.

No menos urgente es retirar las ojivas nucleares de su estado de máxima alerta, lo cual podría hacerse con una preparación relativamente corta. Ya existen antecedentes de ello: en 1991, el presidente estadounidense George H. W. Bush (1924-2018) y su par soviético Mijaíl Gorbachov tomaron una decisión conjunta en este sentido, durante las gestiones de ambos para poner fin a la Guerra Fría. El presidente Bush ordenó levantar el estado de alerta a todos los bombarderos estratégicos, a los 450 misiles balísticos intercontinentales (ICBM) Minuteman II y a los diez submarinos nucleares cargados de misiles balísticos pesados (SLBM). En respuesta, el presidente Gorbachov ordenó retirar de sus fuerzas operativas unos 500 misiles de lanzamiento terrestre y seis submarinos nucleares. Todo este proceso se hizo efectivo en cuestión de días.

Como ilustra este precedente, retirar las armas nucleares de su estado de máxima alerta es algo factible en forma inmediata, y que solo requiere la decisión política de los Estados poseedores. Con ánimo de acordar fases progresivas en esta dirección y reducir la incidencia de estos armamentos, podría ser útil la creación de un grupo abierto de trabajo de la ONU con la participación de Estados dependientes y no poseedores de las armas nucleares.

Hoy, en comparación con la época de la Guerra Fría, los países tienen un riesgo menor de sufrir un ataque nuclear de una potencia extranjera. La preocupación más candente ahora es la amenaza de una detonación nuclear accidental o por error humano. El mes pasado, 175 países apoyaron una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la reducción del estado de alerta operativa de los sistemas de armas nucleares. Sería sumamente significativo que los Estados con armas nucleares tomasen como base este amplio apoyo internacional y adoptasen la valiente medida de quitar sus armamentos del estado de máxima alerta. Esta reducción del riesgo nuclear —«desarme horizontal»— combinada con las gestiones para reducir el número de armas que integran los arsenales nucleares —«desarme vertical»— constituye un elemento vital para cumplir con los compromisos enunciados por el Artículo VI.

De tal suerte, quisiera proponer que, en 2021, como seguimiento de la Conferencia de las Partes de 2020 Encargada del Examen del TNP, se celebre un cuarto período extraordinario de sesiones de la Asamblea General dedicado al desarme (SSOD-IV, por sus siglas en inglés). En ese espacio, además de reconfirmar la obligación de negociar el desarme de modo multilateral, se deberían trazar las metas básicas sobre una importante reducción de los arsenales nucleares y establecer el cese de su modernización. Asimismo, se podrían iniciar las negociaciones de desarme multilaterales con miras a la Conferencia de las Partes de 2025 Encargada del Examen del TNP.

Nunca ha sido fácil lograr el consenso sobre el desarme. De hecho, cuando se celebró el primer período extraordinario de sesiones dedicado al desarme (SSOD-I) en 1978, pese a las peticiones de muchos Estados, las negociaciones fueron difíciles. Cada Estado expresó diversas opiniones sobre el texto preliminar del acuerdo, y hubo que usar corchetes para indicar los enunciados que eran tema de disputa. Hasta que estos no se dirimieron, no fue posible alcanzar el consenso ni aprobar resoluciones. En ese momento, recayó en el exministro de Relaciones Exteriores de México, Alfonso García Robles (1911-1991), el reto de coordinar las distintas opiniones y superar el impasse. Él se dirigió a la Conferencia de este modo:

Propongo a todos los representantes firmar una suerte de acuerdo de caballeros, de manera tal que los párrafos que, tras largas y arduas negociaciones, vayan quedando sin corchetes no vuelvan a encorchetarse con nuevas revisiones, a menos que surjan circunstancias excepcionales que lo tornen absolutamente necesario; de otro modo, temo que nos veremos en la misma situación que la fiel esposa de Ulises, que en la mitología griega pasaba los días tejiendo hileras y las noches destejiéndolas. [57]

Gracias a la labor de García Robles, quien luego recibió el Premio Nobel de la Paz, se resolvieron las diferencias sobre el texto, se eliminaron todos los corchetes y se aprobó por unanimidad el documento final que, hasta el día de hoy, sigue considerándose la base de todas las deliberaciones sobre desarme. Espero que, en este cuarto período extraordinario de sesiones, todos los Estados sigan su ejemplo con sincero compromiso, buena disposición a negociar, y voluntad de arribar a un consenso sobre el desarme nuclear y de otro tipo de arsenales.

Confío, también, en que en este foro se les den suficientes oportunidades de expresión a los representantes de la sociedad civil. En el primer período extraordinario de sesiones, hablaron ante la Asamblea General representantes de veinticinco ONG y seis institutos de investigación; esa fue la primera vez que la sociedad civil se hizo escuchar de ese modo.

Por mi parte, he escrito propuestas sobre el desarme en ocasión de los períodos extraordinarios de sesiones primero (1978), segundo (1982) y tercero (1988). Durante el segundo, la SGI organizó en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York la muestra «Armas nucleares: Una amenaza para nuestro mundo». Esta exposición, que ilustra los horrores de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, contribuyó a que, en el SSOD-II se aprobara la Campaña Mundial del Desarme. Desde entonces, la SGI ha trabajado constantemente para promover la educación para el desarme. A través de actividades como la organización de simposios en torno al cuarto período extraordinario de sesiones dedicado al desarme, seguiremos amplificando las voces de la sociedad civil en reclamo de un mundo sin armas nucleares.

Por una prohibición de las armas autónomas letales

Mi tercera propuesta es establecer un instrumento jurídico vinculante que prohíba todos los Sistemas de Armas Autónomos Letales (SAAL), también conocidos como «robots asesinos» o «armas de inteligencia artificial». Aunque estas tecnologías no han sido empleadas aún en situaciones bélicas, se encuentran en fase de desarrollo en varios países. Ante la posibilidad de que algún Estado las utilice con fines militares, la comunidad internacional teme con creciente inquietud que sus consecuencias sean análogas a las de la invención de las armas nucleares, que transformaron radicalmente el panorama global de la seguridad. Una de las amenazas que representan los SAAL es que permiten librar combates sin intervención directa del ser humano; además de reducir de manera significativa el umbral de las acciones militares, conllevan el riesgo de violar de manera flagrante los principios del derecho internacional humanitario.

Asimismo, los SAAL involucran aspectos exclusivos que necesitamos considerar. A lo largo de los años y como se señala en la Agenda para el Desarme de las Naciones Unidas, ya se habían desarrollado y utilizado ciertas armas automáticas capaces de funcionar sin intervención de un operador, como las bombas aéreas no tripuladas V-1 en la Segunda Guerra Mundial, o las minas terrestres antipersonales, que aún hoy siguen enterradas en diferentes lugares del planeta. Pero la preocupación que plantea la agenda es que estos SAAL, al estar dotados de inteligencia artificial y poder lanzar «acciones no anticipadas o inexplicables», [58] representan para la humanidad un nivel de amenaza totalmente distinto.

En 2014, con el auspicio de las Naciones Unidas, se celebró una reunión oficiosa de expertos para debatir aspectos relacionados con la regulación de los SAAL; este fue uno de los temas del diálogo que mantuve con el doctor Kevin Clements, reconocido investigador en estudios sobre la paz. En relación con el peligro de las armas robóticas, hice hincapié en la amenaza que representan desde una perspectiva humanitaria. Estos artefactos, cuando reciben la orden de atacar, proceden al exterminio de forma automática, sin un instante de vacilación o sin tener que evaluar cuestiones de conciencia. También reiteré la imperiosa necesidad de prohibir tales armamentos por completo antes de que se cometa cualquier atrocidad, y de crear un marco de trabajo para la proscripción de su desarrollo o despliegue.

El doctor Clements, refiriéndose a la iniciativa internacional Campaña para Detener a los Robots Asesinos (Campaign to Stop Killer Robots), recalcó la importancia de fortalecer la colaboración entre actores de diversos campos; entre ellos, las Naciones Unidas, los miembros de la comunidad diplomática y la sociedad civil. [59] En un encuentro de expertos gubernamentales llevado a cabo en abril de 2018, la mayoría de los Estados participantes convino en la importancia de mantener todos los sistemas de armamentos bajo control humano; los enviados de veintiséis Estados, asimismo, se pronunciaron en favor de la prohibición total de los SAAL. [60] Por ende, exhorto a convocar con carácter urgente una conferencia con el fin de negociar un tratado de proscripción de los SAAL, en respuesta a las advertencias de la Agenda para el Desarme y de otras reuniones de expertos.

En febrero del año pasado, el gobierno japonés anunció que no tenía intención de desarrollar Sistemas de Armas Autónomos Letales. En setiembre de 2018, el Parlamento Europeo aprobó una resolución en la cual se insta a los miembros de la Unión Europea a iniciar negociaciones dirigidas a promulgar un instrumento jurídico vinculante que prohíba los SAAL. En el ámbito de la sociedad civil global, la membresía de la Campaña para Detener a los Robots Asesinos se ha extendido a ochenta y nueve ONG de cincuenta y un países. [61]

Por nuestra parte, en octubre del año pasado la SGI envió representantes al primer período extraordinario de sesiones de la Asamblea General de la ONU, en cuyas reuniones presentaron dos documentos. Uno de ellos fue la declaración conjunta del grupo de Comunidades Religiosas Preocupadas por las Armas Nucleares. Esta proclama, suscripta porm catorce grupos e individuos de diversas tradiciones como el cristianismo, el islam, el hinduismo y el budismo, reclamó la pronta entrada en vigor del TPAN y un diálogo sustantivo en foros multilaterales, con miras a elaborar un instrumento jurídico vinculante de prohibición de los SAAL. [62] El otro fue una declaración pública de la SGI que destaca la grave amenaza militar representada por los SAAL y señala que su uso «lesiona los principios sobre la autonomía, responsabilidad y dignidad humanas, así como también el derecho a la vida». [63]

Si los SAAL, quedaran exentos de regulación o llegaran incluso a ser usados, transformarían de manera irreversible la naturaleza de la guerra. Por un lado, los Sistemas de Armas Autónomos Letales crean una desconexión física, permitiendo que quienes dirigen las agresiones no estén en el mismo lugar que los objetivos, como ya se ha visto en el caso de los ataques con drones. Por otro lado, también crean una desconexión ética, porque el iniciador del ataque permanece completamente aislado de la operación real de combate.

A la hora de considerar las consecuencias de esta desconexión ética —en algunos aspectos aún más preocupante que la amenaza militar representada por los sistemas robóticos de armas—, recuerdo una vivencia relatada por Richard von Weizsäcker (1920-2015), el primer presidente de la Alemania reunificada. En junio de 1991, ocho meses después de la reunificación germana, tuve oportunidad de encontrarme a dialogar con el estadista, hermano menor del físico Carl Friedrich von Weizsäcker. En esa conversación, nos referimos a las amenazas inherentes a las sociedades cerradas y asfixiantes, como las que Alemania y el Japón habían experimentado en las décadas de 1930 y 1940.

En sus memorias, Weizsäcker narra el siguiente episodio. En 1973, viajó por primera vez a la Unión Soviética como parlamentario de Alemania Occidental; a poco de llegar, visitó un cementerio de Leningrado (hoy, San Petersburgo) dedicado a los innumerables habitantes rusos caídos durante el asedio nazi a la ciudad, durante la Segunda Guerra Mundial. Esa noche, en un banquete oficial, le pidieron unas palabras al legislador, y este confesó que, en su juventud había tenido que participar en el Sitio de Leningrado como soldado de infantería. En el recinto se hizo un silencio. Dijo a los presentes que él y sus compañeros soldados habían «tenido plena conciencia del sufrimiento en todos los frentes, pero especialmente en esa ciudad. Y ahora estamos aquí para hacer nuestra parte y asegurarnos de que las generaciones futuras nunca tengan que repetir nuestras experiencias». [64] El pesado silencio de a poco fue dando espacio a un sentimiento de calidez humana.

Si llegaran a utilizarse Sistemas de Armas Autónomos Letales en combates reales, ¿sería posible que alguien que fue adversario en el pasado narrara sus reflexiones en un encuentro como el que describió el presidente Weizsäcker? ¿Habría lugar para un profundo remordimiento por los propios actos, para la impotencia que alguien siente en el campo de combate, o para la decisión personal de dedicarse a la paz en bien de las futuras generaciones?

Yo también estuve en el cementerio de Leningrado en setiembre de 1974, un año después que el presidente Weizsäcker. Mientras depositaba una ofrenda floral sobre el monumento, oré sinceramente por el reposo de los difuntos y renové mi juramento de trabajar por la paz. El último día de mi estadía en el país, durante mi encuentro con el primer ministro soviético Aleksei Kosygin (1904-1980), mencioné mi visita al cementerio. Este comentó que había estado en la ciudad durante el sitio y quedó en silencio, como recordando los horrores de ese período. A partir de entonces, comenzó un intercambio de opiniones sincero y abierto entre ambos. Aún hoy recuerdo la franca mirada del mandatario al expresar su convicción de que, ante todo, debíamos renunciar a la idea de la guerra para poder afrontar los retos globales que enfrentaba la humanidad. Mi propia vivencia me ayudó a entender cuán valiosos, importantes e insustituibles habrán sido esos intercambios del presidente Weizsäcker con el pueblo ruso.

En sus memorias, Weizsäcker describe con elocuencia sus experiencias durante la guerra:

Ya que la gran preocupación de todos los hombres enfrentados a ambos lados del combate era la propia supervivencia, podíamos pensar, en un punto, que nuestros enemigos no eran tan distintos de nosotros. [...] Recuerdo que una noche, en silencio total, marchábamos en fila cuando de pronto percibimos una hilera de hombres que venía hacia nosotros, también en silencio. Casi sin poder ver en la oscuridad, comprendimos que se trataba de una columna rusa. En esa instancia inesperada, lo crucial para ambos bandos era mantener la calma; fue así como unos y otros seguimos caminando imperturbables, en completo silencio. Se suponía que teníamos que matarnos, pero habríamos preferido darnos un abrazo.[65]

En un mundo de armas controladas por inteligencia artificial, ¿habría oportunidad de «mantener la calma» ante los complejos sentimientos que atraviesan la línea entre aliados y enemigos? ¿Habría espacio para sentir el peso de la humanidad que llevamos sobre los hombros, y suspender aun por un instante la decisión de atacar?

En vista de ello, es menester debatir los límites a los SAAL desde la perspectiva del derecho internacional humanitario, considerando principios como la protección a los civiles en épocas de conflicto o la prohibición de usar armas que causen sufrimiento innecesario a los combatientes, así como también la obligación de establecer si el uso de un nuevo sistema bélico transgrede los dictados de la legislación internacional vigente. Pero, por encima de ello, no debemos pasar por alto la desconexión ética inherente a los SAAL, en todo opuesta a la clase de conexión humana que evoca el presidente Weizsäcker en sus memorias. Aunque las armas robóticas autónomas sean de naturaleza distinta de las armas nucleares, su utilización igualmente tendría consecuencias irreversibles tanto para el Estado agresor como para el atacado.

Por lo tanto, exhorto enfáticamente a todas las partes —a los Estados que ya han solicitado la prohibición de los SAAL, a países como el Japón, que han declarado su intención de no fabricar tales armas, y a las ONG comprometidas con la Campaña para Detener a los Robots Asesinos— a unirse y a trabajar juntas por la pronta aprobación de un instrumento jurídico vinculante que prohíba por completo el desarrollo y el uso de estos sistemas.

Fortalecer las iniciativas de la ONU en la gestión de los recursos hídricos

A continuación, y como cuarta propuesta, quisiera formular algunas reflexiones e ideas con respecto a los ODS relacionados con el agua y, en particular, presentar propuestas sobre la gestión de los recursos hídricos.

Los ODS llaman a «lograr el acceso universal y equitativo al agua potable a un precio asequible para todos».[66] Se estima que más de 2 100 millones de personas no tienen acceso al agua potable; [67] asimismo, la escasez de agua afecta ya aproximadamente al 40 % de la población mundial.[68] Ciertos factores como el crecimiento demográfico, el desarrollo económico y el cambio en los patrones de consumo causan una creciente demanda de agua en todo el mundo; de manera paralela, la calidad del agua está deteriorándose como consecuencia del vertido de aguas residuales sin el debido tratamiento en ríos de Asia, África y América Latina. Por otra parte, el ciclo del agua se ve afectado adversamente por el cambio climático; vemos así que en regiones secas se agravan los niveles de sequía, y las precipitaciones aumentan en regiones lluviosas. [69]

En respuesta a dicha crisis, la Asamblea General de las Naciones Unidas anunció, en marzo de 2018, el Decenio Internacional para la Acción «Agua para el Desarrollo Sostenible» 2018-2028 (también «Decenio de Acción para el Agua»). En el acto de presentación, en la sede de las Naciones Unidas, el vicepresidente de la Asamblea General Mahmoud Saikal destacó las consecuencias desiguales que tiene la escasez de agua en el mundo:

Nadie que trabaje en este edificio sufrirá de sed. Ninguno de nosotros tendrá que preguntarse si el próximo sorbo de agua que beba lo hará enfermar. Ninguno pondrá en riesgo su dignidad y su seguridad para satisfacer sus necesidades básicas. Sencillamente, esta es nuestra realidad. Pero, para muchas personas del mundo, existe otra realidad distinta. [70]

Se estima que, en el mundo actual, hay más de 600 millones de personas que beben agua de pozos no saneados y de lagos, estanques, ríos y arroyos sin tratamiento de aguas, porque en su entorno cercano no tienen acceso a fuentes de agua potable. [71] Un gran número de mujeres y niños se ven obligados a recorrer grandes distancias para abastecerse de agua, y a soportar largas horas de marcha bajo el peso de enormes recipientes. El consumo de agua contaminada provoca en muchas personas enfermedades, que cada año resultan en la muerte de una gran cantidad de niños. En este sentido, el acceso al agua trasciende cuestiones como la pobreza o la desigualdad del ingreso. Por cierto, asegurar que todas las personas puedan vivir con dignidad, sin temer por su salud o por la carga innecesaria que les significa abastecerse de agua, es un eje fundamental en todo planteo sobre los derechos humanos básicos. En general, solo cuando ocurren desastres naturales los habitantes de países desarrollados comprenden cuánto dan por sentada la abundancia de agua potable y segura de la que disfrutan a diario.

El derecho de acceso a agua limpia y potable ha quedado establecido en tratados internacionales como la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés), de 1979, y la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989. Luego, en 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció «la importancia de disponer de agua potable y saneamiento en condiciones equitativas como componente esencial del disfrute de todos los derechos humanos», [72] derecho que, además, ha sido afirmado en resoluciones aprobadas por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

En vista de lo antedicho, propongo que en el ámbito de las Naciones Unidas se cree el puesto de representante especial para los recursos hídricos, con la tarea de coordinar gestiones mundiales que aseguren el acceso al agua potable, uno de los ejes clave de los ODS, de importancia crucial para proteger la vida, la subsistencia y la dignidad de todas las personas.

Aunque en este momento no existe en la ONU una entidad exclusivamente dedicada al problema del agua, hay más de treinta agencias internacionales que trabajan en programas hídricos y de saneamiento, coordinados por ONU-Agua. Un representante especial para los recursos hídricos, designado por el secretario general, trabajaría junto con dichas agencias incentivando a los Estados miembros a establecer asociaciones para la transferencia de tecnologías y compartiendo buenas prácticas en relación con el agua.

Un enfoque podría ser que el representante especial para los recursos hídricos convocara reuniones regulares de las Naciones Unidas sobre el Decenio de Acción para el Agua. El Panel de Alto Nivel sobre el Agua, formado por las Naciones Unidas y por el Grupo del Banco Mundial con once jefes de Estado y de Gobierno, recomendó la celebración de ese tipo de encuentros en forma anual o bianual. [73] Creo fundamental aplicar a los problemas hídricos un enfoque como el que expresé antes —es decir, un multilateralismo centrado en las personas— y, con esa perspectiva, convocar tales reuniones periódicas.

El secretario general Guterres se remitió a su experiencia como primer ministro de Portugal, en cuyo mandato su país llegó a un acuerdo con España sobre un convenio de recursos hídricos, y a otros ejemplos de cooperación en la materia, como los que ha habido entre la India y Pakistán, o entre Bolivia y Perú. Al respecto, dijo que «históricamente, el agua ha demostrado ser un catalizador para la cooperación, no para el conflicto». [74] En la actualidad, se calcula que existen 286 cuencas de ríos y lagos y 592 acuíferos que se extienden de manera transfronteriza,[75] y que alrededor de un tercio de ellos están cubiertos por marcos de gestión cooperativa entre los países involucrados. [76] En las áreas restantes podrían negociarse acuerdos internacionales análogos, con el apoyo de un representante especial para los recursos hídricos y los organismos coordinados por ONU-Agua; de este modo, sería posible asegurar fuentes de agua sostenibles y mejorar la calidad del agua en cuencas lacustres y fluviales transfronterizas.

En vista de la creciente inquietud sobre la futura suficiencia de agua dulce en el mundo, insto al Japón y a otras naciones con conocimientos y tecnologías avanzadas en la desalinización y la reutilización del agua a aportar soluciones proactivamente. El Japón ha apoyado el esfuerzo internacional por tratar problemas hídricos y de saneamiento, no solo en temas de infraestructura física e intelectual, sino también en la construcción de instalaciones y la capacitación de personal técnico; en este campo, se ha constituido como un socio clave para muchos países.

Asimismo, desde hace muchos años el Japón mantiene intercambios tecnológicos y de información sobre recursos hídricos con Corea del Sur y la China; con el primer país, celebra reuniones desde 1978; con el segundo, desde 1985. El año pasado, estos tres Estados llevaron a cabo la Tercera Reunión Ministerial sobre Recursos Hídricos; allí compartieron sus mejores prácticas y reafirmaron el compromiso de promover mayores intercambios y cooperación para alcanzar los ODS vinculados con el agua. Me haría feliz ver al Japón aplicar su experiencia a la solución de problemas hídricos en el nordeste de Asia y contribuir a fortalecer la confianza regional en este campo. Asimismo, confío en que la China, el Japón y Corea del Sur apoyen cooperativamente a los países de Oriente Medio y de África que tienen una imperiosa demanda de reutilización y de desalinización del agua.

En agosto de 2019, se celebrará en Yokohama la Séptima Conferencia Internacional de Tokio sobre el Desarrollo de África (TICAD VII). En la TICAD V, en 2013, el gobierno japonés anunció que seguiría brindando apoyo para asegurar la provisión de agua dulce potable a unos diez millones de personas y la formación de 1750 ingenieros.[77] En la conferencia de este año, espero que el Japón mantenga y refuerce su compromiso con estas iniciativas y que adopte un plan integral con proyectos para la reutilización y la desalinización del agua en países del continente africano.

Aunque el Japón es un país que cuenta con abundantes recursos hídricos, se halla considerablemente expuesto a sufrir desastres naturales; de hecho, según el Informe Global de Riesgos 2018, es el quinto Estado más expuesto a estas catástrofes.[78] La necesidad de agua segura se siente con más intensidad en situaciones de desastres naturales; esto, por sí solo, debería motivar al Japón a ejercer un liderazgo multilateral centrado en las personas, para ayudar a las naciones en dificultades a mejorar el acceso de sus ciudadanos a agua segura.

La SGI, como miembro de la sociedad civil, apoyará el Decenio de Acción para el Agua con la organización de una muestra centrada en la vida y en la lucha cotidiana de las mujeres afectadas por problemas relacionados con el agua. Se calcula que, en países de bajos ingresos, las mujeres y las niñas destinan unas 40 000 millones de horas anuales a la recolección de agua.[79] Durante los arduos viajes diarios que deben hacer para aprovisionarse, a menudo están expuestas a violencia, y su salud sufre deterioros por la pesada carga que deben transportar. El acceso a agua segura abre la posibilidad de que más mujeres puedan dedicar su tiempo a otras formas de trabajo y de que más niñas puedan asistir a la escuela; por ende, es un factor que conduce a su empoderamiento integral. A través de esta exposición, la SGI se propone visibilizar las condiciones de estas mujeres y niñas, así como su necesidad de superar diversos problemas relacionados con el agua.

ONU Mujeres, organización dedicada a la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres, ha registrado estas experiencias. Una de ellas es el relato de una mujer de Tayikistán que emprendió la lucha para llevar agua limpia a su aldea. Viuda y con cinco hijos a cargo, tenía que caminar muchas horas por día para ir hasta el río a abastecerse de agua. Otras familias del pueblo, desalentadas por la permanente privación de agua, no esperaban ya ningún cambio. Pero esta mujer se unió a otras y formó un colectivo con la decisión de tomar cartas en el asunto y encontrar soluciones. Con el apoyo de varias ONG y la ayuda de sus vecinos, pudieron instalar 14 kilómetros de tuberías, llevar agua limpia a la aldea y asegurar así el acceso a agua potable a más de 3000 personas. Esta mujer reflexiona sobre su conquista: «Para nosotros fue una pequeña victoria. Queremos hacer más para mejorar nuestras vidas. Tenemos planes para crear una minigranja y construir pequeños invernaderos. Tenemos confianza en que lo lograremos».[80]

Nada expresa de manera tan elocuente el progreso hacia el logro de los ODS como la sonrisa de esperanza y la alegría en el rostro de estas mujeres.

En la presentación del Decenio de Acción para el Agua, en la sede de las Naciones Unidas, habló como representante de la sociedad civil la joven Autumn Peltier, de trece años. «Todos tenemos derecho a esta agua cada vez que la necesitemos. No solo la gente rica, sino todas las personas. Ningún niño debe crecer sin saber qué es el agua limpia o sin conocer qué es el agua corriente»,[81] dijo a los líderes esta activista indígena del Canadá. Por último, expresó un llamamiento: «Es hora de disponernos a combatir, empoderarnos unos a otros y tomar posición en defensa del planeta». [82]

A través de esta exposición, la SGI confía en inspirar una mayor acción en la sociedad civil por el acceso al agua potable, centrado en proteger a la humanidad y al planeta.

Las universidades como centros de promoción de los ODS

Mi quinta y última propuesta es fortalecer sinergias para que las universidades del mundo sean centros de promoción de los ODS. En 2010 se lanzó la iniciativa Impacto Académico de las Naciones Unidas (UNAI, por sus siglas en inglés), que alinea a instituciones de estudios superiores con este organismo y crea una red de apoyo colaborativo para cumplir la agenda global de las Naciones Unidas; hasta la fecha, se han sumado al proyecto más de 1300 universidades en aproximadamente 140 países.[83] En octubre de 2018, la UNAI anunció que había designado como Centros (Hubs) para los ODS diecisiete universidades del mundo, como modelos de compromiso innovador con —en cada caso— uno de los diecisiete ODS.

Una de ellas, la Universidad de Pretoria, en Sudáfrica, ha sido seleccionada como centro para el ODS 2: Hambre cero. En esta casa de estudios funcionan centros de investigación dedicados a la crisis alimentaria y al mejoramiento nutricional. La universidad colabora, asimismo, con instituciones de todo el continente y del mundo en temas de seguridad alimentaria, sobre los cuales patrocina desde hace años conferencias internacionales. En este marco, ha priorizado la integración de los ODS en los programas de estudio de sus asignaturas.

La Universidad Ahfad para Mujeres, en Sudán, ha sido asignada como centro para el ODS 5: Igualdad de género. A fin de impartir a las mujeres las competencias necesarias que les permitan contribuir activamente a sus comunidades y países, esta institución ofrece cuatro programas de máster especializados en cuestiones como Género y Desarrollo, y Género y Estudios para la Paz.

La Universidad de Montfort, en el Reino Unido, ha sido escogida como centro para el ODS 16: Paz, justicia e instituciones sólidas. Con su experiencia como líder de la campaña de la ONU para promover el bienestar de los refugiados y migrantes, y de facilitar su convivencia con las poblaciones locales, esta universidad tiene el compromiso de brindar oportunidades educativas a los jóvenes refugiados. Además de defender la dignidad de los migrantes y los refugiados, promueve un proyecto de historia oral para compilar y transmitir al público las vivencias de los refugiados.

En el Japón, la Universidad Tecnológica de Nagaoka ha sido seleccionada como centro para el ODS 9: Industria, innovación e infraestructura. Las diecisiete universidades designadas serán Centros para los ODS durante tres años; en ese lapso, asumirán el liderazgo impulsando iniciativas que permitan el logro del objetivo hacia el cual se comprometieron a trabajar.

Ramu Damodaran, jefe de la UNAI, dijo: «El estudio académico promueve el bien. Los estudiantes producen bienes. En ninguna otra área esta combinación ha sido tan eficaz y ha demostrado un aporte tan asombroso como en el trabajo universitario con miras a los ODS». [84] No podría estar más de acuerdo; el potencial inherente a las universidades es, realmente, ilimitado. Son usinas de esperanza y de seguridad para las sociedades; su contribución al bienestar de la humanidad en su conjunto puede ser decisivo. Con esta convicción, quisiera proponer que se expanda la red de universidades dedicadas a impulsar el logro de los ODS, tomando como precedente la labor de estos diecisiete Centros.

Una forma de hacerlo sería que las universidades del mundo, comenzando por las que integran la UNAI, seleccionen los ODS que sean afines a sus áreas de interés y colaboren para su logro de manera activa. Con el objetivo de promover la cooperación entre instituciones que ya trabajan por las mismas metas y de ampliar la solidaridad entre los estudiantes de todo el mundo, quisiera proponer que el año entrante, en que se festeja el 75.o aniversario de las Naciones Unidas, se celebre una conferencia mundial de universidades en apoyo de los ODS.

La estrategia de la ONU para la Juventud 2030 invita a los órganos y agencias de la ONU a amplificar y fortalecer las voces de la juventud en cumbres importantes, como las actividades alusivas al 75.o aniversario de las Naciones Unidas, y a abrir espacios periódicos de encuentro entre los jóvenes y el secretario general. En este contexto, una conferencia mundial de universidades en apoyo de los ODS reuniría en un mismo foro a educadores y estudiantes de todo el globo, y aceleraría el impulso dirigido hacia el cumplimiento de los objetivos. Dicho congreso podría ser, además, un espacio de diálogo con el secretario general.

En mi carácter de fundador de la Universidad Soka, he trabajado para promover intercambios académicos y he entablado conversaciones sobre la misión social de las universidades con rectores y titulares de instituciones académicas del mundo.

La Universidad Soka tiene una larga historia de vínculos con la Universidad de Buenos Aires, que es una de las diecisiete designadas Centros para los ODS. Durante mi diálogo con el entonces rector Oscar J. Shuberoff (1944-2010), compartí mi creencia de que los intercambios entre universidades permitirían, indudablemente, crear nueva sabiduría y valor. El proceso de diálogo y el cultivo del entendimiento mutuo siempre generan una energía renovada y abren caminos superadores hacia un futuro mejor para el mundo. El rector coincidió con esta idea y observó que las universidades del mundo, en general, afrontaban dificultades comunes y necesitaban cooperar para hallar soluciones. Me impresionó su firme convicción en que los educadores tienen el deber de acercarse a quienes más los necesitan.

La Universidad Soka, como miembro de la UNAI, trabaja en actividades centradas especialmente en cinco de los diez principios básicos de la iniciativa: promover la ciudadanía mundial; fomentar la paz y la resolución de conflictos; abordar asuntos sobre la pobreza; promover la sostenibilidad; impulsar el diálogo y el entendimiento intercultural, así como el «desaprendizaje» de la intolerancia. [85]

Cuando se anunciaron los ODS, en 2016, la Universidad Soka se adhirió al Programa de Educación Superior para Refugiados del ACNUR; desde entonces y en este marco, ha recibido como estudiantes a personas solicitantes de asilo. Además, ha celebrado acuerdos de intercambio permanente con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). El año pasado, la Universidad Soka incluyó en su oferta académica programas de educación para la ciudadanía global, enfocados en campos ligados a los ODS como la paz, el medio ambiente, el desarrollo y los derechos humanos. Asimismo, lleva a cabo una activa labor de investigación vinculada con los ODS; entre ellas, la construcción de sociedades basadas en la sostenibilidad regenerativa.

La Universidad Soka de los Estados Unidos (SUA, según siglas en inglés) también ha destinado recursos a programas centrados en desafíos globales. Como parte del plan de estudios, ofrece un innovador Módulo de Aprendizaje, concebido como un seminario intensivo de investigación donde los estudiantes forman equipos y exploran temas específicos de su propia elección, en una labor que siempre incluye trabajo de campo. La universidad brinda a los alumnos oportunidades de aprendizaje específico, entre las cuales se destacan sus visitas de estudio a las Naciones Unidas. Desde 2014 y en coincidencia con el Día Internacional de la No Violencia, la SUA organiza un simposio anual sobre la construcción de una cultura de paz y de no violencia.

En mi propuesta de reforma a las Naciones Unidas de 2006, insté a las universidades e instituciones de educación superior del mundo a incluir en su misión social un activo apoyo a la labor de la ONU. Anticipé un escenario en que los estudiantes y las universidades podrían estar conectados entre sí en un sistema de redes de apoyo a la ONU que, con el tiempo, abrazaría todo el planeta. Hoy, la UNAI, programa donde converge la colaboración de 1300 universidades, representa ese tipo de red global. La reciente creación de los Centros para los ODS es una perfecta oportunidad para invitar a más casas de estudio a sumarse a esta red, y permitir a los participantes compartir experiencias y saberes, y coordinar su trabajo para construir una sociedad global inclusiva, donde ninguna persona se quede atrás.

La SGI seguirá impulsando el logro de los ODS mediante la educación para la ciudadanía global, una de las iniciativas centrales en apoyo de la ONU. Hemos organizado exposiciones referidas a diversos problemas universales, muchas de las cuales se han mostrado en universidades del mundo, como la Universidad de Bergen, en Noruega, que también participa en la UNAI como Centro para los ODS. Siempre he mantenido la convicción de que las universidades son espacios ideales para sumar sabiduría capaz de crear soluciones y descubrir nuevos enfoques de los problemas. Los jóvenes en general, y los estudiantes en particular, son los principales agentes en condiciones de aportar la energía transformadora que necesita nuestro mundo.

En junio de 2018, el llamamiento conjunto a la juventud que el doctor Adolfo Pérez Esquivel y yo redactamos se dio a conocer en Roma. En esa conferencia de prensa, los encargados de presentar el texto fueron dos representantes estudiantiles. Al día siguiente, se celebró una reunión para debatir el contenido de nuestra propuesta, en el distrito estudiantil de la ciudad. La proclama recalca la importancia de empoderar a los jóvenes mediante la educación para la ciudadanía global, y propone tres ejes clave a tales efectos:

  1. Promover una conciencia colectiva sustentada en la memoria universal de la historia, para no repetir las tragedias.
  2. Promover el entendimiento de que la Tierra es nuestra Casa Común, donde nadie debe ser excluido por las diferencias.
  3. Promover la orientación humanitaria de la política y la economía, y cultivar la sabiduría para el logro de un futuro sostenible. [86]

La SGI, basada en estos tres compromisos, está decidida a fortalecer su colaboración con las instituciones académicas del mundo, en torno a actividades como la organización de exposiciones, que contribuyan a crear conciencia pública sobre los ODS.

Coincidentemente, el encuentro de estudiantes en Roma tuvo lugar el 6 de junio, que es el natalicio de Tsunesaburo Makiguchi, presidente fundador de la Soka Gakkai. Su filosofía educativa inspira las actividades de la Soka Gakkai y de la SGI. Un aspecto central de su pensamiento se expresa en la siguiente reflexión:

La labor educativa cimentada en una clara visión y en un lúcido sentido de propósito tiene el poder de superar las contradicciones y dudas que aquejan al género humano, y de conquistar una victoria perdurable para la humanidad.[87]

Con esta certeza inquebrantable en el potencial ilimitado de la educación, y con el compromiso de fomentar el empoderamiento de los jóvenes, la SGI seguirá trabajando para construir una sociedad global sostenible y pacífica, donde todos los habitantes puedan expresar su dignidad inherente.

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