El respeto universal a la dignidad humana: un gran camino hacia la paz (Propuesta de paz 2016)
Daisaku Ikeda
President de la Soka Gakkai International
26 de enero de 2016
Apartados de la propuesta (hacer clic para ir)
En 2016 se cumplen 35 años desde que la Soka Gakkai Internacional (SGI) inició sus actividades en apoyo a las Naciones Unidas (ONU) como organización no gubernamental (ONG) acreditada. La ONU, nacida de la experiencia trágica de dos guerras mundiales, asumió como objetivo la construcción de un mundo libre del flagelo de la guerra, en el que se respeten los derechos humanos y se eliminen la represión y la discriminación. Esta visión concuerda plenamente con los valores centrales de paz, igualdad y amor compasivo que sostenemos los practicantes del budismo.
Todas las personas tienen derecho a vivir felices. El propósito esencial de nuestro movimiento es tejer una red cada vez más amplia de ciudadanos consagrados a proteger ese derecho y a librar a la humanidad del sufrimiento innecesario. Nuestras actividades de apoyo a la ONU son el corolario natural e inevitable de ese compromiso.
La sociedad global de hoy está expuesta a diversas crisis que amenazan gravemente la vida y la dignidad de millones de seres humanos. Ha habido un crecimiento desmesurado de refugiados y desplazados internos en todo el mundo, en especial en Oriente Medio, donde el conflicto sirio no cesa. En el planeta hay 60 millones de personas desplazadas, asiladas o refugiadas a causa de la persecución y de los conflictos armados.[1]
A esto se suman desastres naturales de diversa índole que, en menos de un año, han afectado a más de 100 millones de personas. El 90% han sido desastres climáticos como inundaciones o tormentas destructivas, lo cual genera preocupación por el creciente impacto del calentamiento global.[2]
En este marco, se convocó para mayo de 2016 la primera Cumbre Humanitaria Mundial, organizada por la ONU en Estambul, Turquía. Las consultas previas a la cumbre transcurrieron en un clima de alarma creciente ante la escala y el alcance sin precedentes del problema humanitario. Además de lograr el cese inmediato de las hostilidades armadas, es decisivo mejorar las condiciones a las que se ven expuestas millones de personas.
Las crisis humanitarias, como el desplazamiento forzoso causado por los conflictos bélicos y los desastres naturales, han sido desde siempre un ámbito de preocupación y de compromiso para la SGI. Representantes nuestros participarán en la cumbre de Estambul, donde esperamos contribuir al debate sobre el papel de las organizaciones religiosas en los esfuerzos de ayuda humanitaria y en la construcción de la solidaridad en la sociedad civil.
La SGI comenzó sus actividades como ONG de carácter consultivo con el Departamento de Información Pública de la ONU en 1981, y se registró como ONG en el Consejo Económico y Social (ECOSOC) en 1983, año en que redacté la primera de estas propuestas de paz. Desde entonces, nuestras actividades se han centrado en las áreas de la paz y el desarme, la ayuda humanitaria, la educación orientada a los derechos humanos y el desarrollo sostenible.
En esta oportunidad, quisiera referirme a los elementos fundamentales que han inspirado nuestro respaldo a la ONU, y ofrecer algunas reflexiones e ideas sobre el papel de la sociedad civil en el tratamiento de los problemas globales, incluidas las crisis humanitarias.
La corriente profunda del humanismo
En setiembre de 2015, las Naciones Unidas aprobaron un marco sucesor de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), adoptados en 2000 con el fin de remediar problemas como el hambre y la pobreza. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se enunciaron en la resolución Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
Además de continuar la labor iniciada con los ODM, los nuevos objetivos se proponen desarrollar respuestas integrales a cuestiones críticas como el cambio climático y la reducción de los riesgos de desastres, de hoy a 2030. Uno de los aspectos más llamativos de los ODS quizá sea el enunciado de la determinación de no excluir a nadie, que se expresa con claridad ya en el primer objetivo: «Poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo». Si bien los ODM lograron reducir la pobreza extrema a la mitad, estas nuevas metas representan un avance importante, ya que afirman que ni una sola persona debe ser abandonada a su suerte.
La Agenda 2030 visibiliza y destaca la importancia de empoderar a los grupos especialmente vulnerables: los niños, la gente mayor, las personas con discapacidades, los refugiados y los migrantes. Exhorta a fortalecer las medidas de apoyo adecuadas a las necesidades específicas de estos grupos vulnerables, y a mejorar las condiciones de quienes viven en zonas afectadas por emergencias humanitarias o por el terrorismo.
Me complace particularmente que los ODS enfaticen el principio de no excluir a nadie, algo que he venido promoviendo siempre. Además, he instado a que los ODS incluyan la protección de los derechos humanos básicos y de la dignidad de las personas desplazadas o migrantes internacionales. En vista de la cantidad creciente de refugiados en el mundo, no podemos avanzar hacia un futuro mejor sin considerar abiertamente las dificultades que sufre este vulnerable colectivo. En tal sentido, una de las primeras oportunidades de impulsar la implementación de los ODS será la Cumbre Humanitaria Mundial, cuyo foco de debate será, entre otros temas, la crisis de los refugiados.
En los cinco años transcurridos desde el estallido del conflicto en Siria, más de 200.000 personas han perdido la vida, y casi la mitad de la población se ha visto forzada a abandonar sus hogares y comunidades. El flagelo de la guerra no ha dejado nada en pie: se han destruido viviendas y negocios, hospitales y escuelas; se han atacado lugares de refugio; se han bloqueado carreteras, agravando la dificultad de distribuir provisiones, alimentos y suministros de auxilio. A raíz de ello muchos habitantes de Siria, un país que antes de la guerra era uno de los más abiertos a recibir refugiados, se han visto forzados a asumir ellos mismos la condición de refugiados. Huyendo de un conflicto que no da señales de cesar, después de cruzar las fronteras se ven expuestos a nuevos y diversos peligros. Numerosos niños han sido separados de sus familias; al mismo tiempo, incontables personas han muerto tratando de cruzar el Mediterráneo en embarcaciones precarias, o a causa de la ola de frío que afectó a Oriente Medio.
«Vivir como refugiado es como estar atrapado en arenas movedizas: cada vez que te mueves, te hundes aún más».[3] El ex alto comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados António Guterres explicó las condiciones inhumanas en que se encuentran multitud de familias, citando estas palabras de un padre que debió abandonar el territorio sirio. Para una ingente cantidad de personas, huir no representa una seguridad real; lo que les espera es una vida de privaciones extremas y de incertidumbre.
Al mismo tiempo, las poblaciones de refugiados y de desplazados internos han crecido de manera incesante en países africanos y asiáticos. La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ha asumido la coordinación de las actividades de asistencia, pero aun así hay un gran número de personas que no podrán sobrevivir si no se resuelve su necesidad de ayuda urgente.
La corriente de refugiados y migrantes llegada a Europa se ha encontrado con respuestas de diversa índole. En lo personal, me conmovió la declaración de un residente en una localidad portuaria italiana, que leí en un artículo de la agencia de noticias Inter Press Service (IPS):
Son personas de carne y hueso, igual que nosotros. No podemos dejar que se ahoguen.[4]
La Declaración Universal de Derechos Humanos, en su artículo 14, señala: «En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país». Sin embargo, me parece mucho más esencial la empatía expresada por ese ciudadano italiano; esa solidaridad, que aflora sin necesidad de esgrimir códigos o normas de derechos humanos, es la luz del humanitarismo que brilla en cualquier lugar o situación.
En esto hizo hincapié la exposición «El valor de recordar: El Holocausto (1939-1945) y el heroísmo de Ana Frank y de Chiune Sugihara», organizada con la cooperación del Comité de Paz de la Soka Gakkai y exhibida en Tokio en octubre pasado.
La muestra representa la vida y la lucha de Ana Frank (1929-1945), la joven judía que se negó a abandonar la esperanza y resistió escondida de los nazis en Ámsterdam, y las actividades del diplomático japonés Chiune Sugihara (1900-1986), quien, desobedeciendo órdenes del Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón, emitió visas de tránsito para salvar a 6.000 refugiados judíos. Como revelan los registros históricos, en un período de creciente persecución a los judíos en Europa, diplomáticos de diversos países siguieron la voz de su conciencia para proteger a los refugiados, a menudo tomando distancia de la política oficial.
Asimismo, hubo numerosos individuos que, como las mujeres que arriesgaron la vida para dar sustento a la familia Frank mientras duró su encierro, se unieron y formaron redes para proteger a los judíos perseguidos. Creo que, en estas acciones silenciosas que han llevado a cabo numerosos ciudadanos anónimos en muchos países, también se expresa el brillo genuino de nuestra humanidad, que permanece intacta bajo la profunda corriente de los vaivenes históricos.
En el mundo actual, hay personas que reciben con los brazos abiertos a grupos de refugiados que llegan de manera inesperada a sus comunidades, y espontáneamente les ofrecen su ayuda, conscientes de la odisea que han debido soportar. Para quienes se ven obligados a abandonar sus hogares, cada acto de solidaridad es una importante fuente de aliento y un sustento irreemplazable.
Un gesto de consideración aparentemente pequeño puede tener un efecto significativo e incluso decisivo en la persona beneficiaria. Con respecto a las voces críticas que aseguran que es imposible salvar a todas, el Mahatma Gandhi (1869-1948) dijo a su nieto:
En esas ocasiones, la cuestión es si podemos llegar a la vida de un individuo. No podemos velar por miles de personas. Pero si podemos llegar a la vida de una persona y salvarla; ese es el gran cambio que podemos efectuar.[5]
Las bases de la acción altruista
La convicción de Gandhi tiene mucho en común con el espíritu que ha inspirado no solo la práctica religiosa de la SGI, sino también nuestro apoyo a la ONU y a otras actividades de carácter social. Me refiero a la determinación de atesorar a cada individuo.
El fundamento del budismo es la creencia en la dignidad inherente a todos los seres. Pero, como indica el siguiente pasaje de una enseñanza de Shakyamuni, esa conciencia se despierta a través de un arduo proceso de autorreflexión y autoconocimiento:
Todos temen la violencia, todos aman la vida. Pensando que todos siente n como tú, no mates, no hagas matar.[6]
En otras palabras, el budismo toma como punto de partida el impulso humano universal a evitar el sufrimiento y el daño; y también la conciencia inequívoca del valor singular que tiene nuestro propio ser. Esto nos conduce a comprender que los demás deben de sentir lo mismo. En la medida en que nos ponemos en el lugar del otro, podemos percibir sus sufrimientos como algo tangible y real. Shakyamuni nos exhortó a ver el mundo con una mirada de empatía y a elegir una manera de vivir que proteja a todos los congéneres de la violencia y la discriminación.
El altruismo de la filosofía budista no deriva de la negación del yo. Lo que nos abre a la universalidad de la angustia humana, más allá de toda diferencia étnica o naci onal, es la conciencia del dolor inevitable de nuestra propia existencia y el apego que sentimos al recorrido vital que nos ha llevado hasta donde estamos. Cuando decidimos no ignorar el sufrimiento de alguien como algo ajeno a nosotros es cuando hacemos brillar de manera genuina nuestra humanidad.
En la semblanza de Shakyamuni que creó el filósofo alemán Karl Jaspers (1883 -1969), el Buda declaró: «Voy a tocar en el mundo sumido en tinieblas el tambor del no morir»,[7] porque llegó a la convicción de que «volverse a todos es volverse a cada cual».[8]
Los miembros de la SGI, herederos de este espíritu en el mundo contemporáneo, hemos trabajado para compartir empáticamente los sufrimientos y las alegrías de nuestros congéneres, y para avanzar codo a codo con ellos creando una red creciente de vínculos de vida a vida.
El espíritu budista de atesorar a cada individuo puede complementarse con una perspectiva adicional: la convicción de que cada persona, cualquiera sea su camino de vida o su condición actual, tiene la capacidad de iluminar el lugar donde se encuentra. Nos esforzamos en no juzgar el valor ni el potencial de los semejantes basándonos en apariencias transitorias; por el contrario, procuramos reconocer la dignidad inherente a cada ser. De esa manera, nos inspiramos unos a otros a vivir con esperanza y convicción, desde este día en adelante, bañados por la luz de esa dignidad.
El budismo nos alienta a aprender lecciones positivas de los retos que debemos afrontar en la vida, para poder lograr nuestra felicidad personal y, a la vez, infundir valor a quienes nos rodean y a la sociedad en su conjunto. Nichiren (1222-1282), el monje budista del siglo xiii en cuyas enseñanzas se basan las actividades de la SGI, esclareció que el principio de que todos los seres pueden lograr la Budeidad –es decir, que todas las personas poseen dignidad intrínseca y pueden hacer realidad posibilidades ilimitadas– constituye la esencia del Sutra del loto de Shakyamuni y el corazón de las enseñanzas budistas.
El Sutra del loto lo expresa mediante una serie de escenas de gran vitalidad narrativa que involucran a Shakyamuni y a otros seres. Por ejemplo, uno de sus discípulos, llamado Shariputra, era conocido por su comprensión intelectual de las enseñanzas de Shakyamuni; sin embargo, cuando llegó a captar de manera plena la dignidad de su propia vida, el sutra dice que «el corazón [de Shariputra] danzó de alegría».[9] Al verlo expresar su juramento y escuchar las afables palabras de aliento de Shakyamuni, cuatro discípulos más sintieron que su alma se embargaba de gozo. Entonces, para expresar su júbilo por haber encontrado ese tesoro de valor inapreciable, «algo no buscado que vino por sí solo»,[10] relataron la parábola del hombre rico y su hijo pobre..
A medida que se suceden esas parábolas y relatos, una gran cantidad de bodhisattvas suman sus voces y juran superar todas las dificultades, dispuestos a cumplir su tarea en bien de la felicidad humana. Por fin, el foco de la narración vira hacia una cuestión central: quién continuará la práctica del budismo tras la muerte de Shakyamuni. En ese momento, emerge una gran asamblea de bodhisattvas de la tierra, y estos prometen asumir esa misión en cualquier época y lugar.
Las escenas culminan en un coro de juramentos, a medida que los discípulos del Buda comprenden alborozadamente la dignidad suprema de su propia vida a través del contacto con las enseñanzas de su maestro. Conscientes de que esa misma dignidad es intrínseca a los demás seres, determinan proyectar su luz interior y alentar a otros a hacerlo para así iluminar la sociedad humana.
El ejemplo más conocido es el de una niña, la hija del Rey Dragón, que jura salvar a los demás del sufrimiento mediante las enseñanzas del Sutra del loto. Su proceder, en perfecta concordancia con su juramento, provoca deleite, sorpresa y admiración en el corazón de quienes la observan. En esta espiral de alegría creciente, infinidad de personas descubren el valor y la dignidad que en última instancia poseen en su interior. Esa joven, que a ojos de la sociedad de su época se encontraba entre las criaturas más alejadas de la posibilidad de iluminarse, al cumplir fielmente su compromiso genera una reacción en cadena de júbilo y brinda una inspiradora prueba de que todos los seres pueden acceder al Camino del Buda. Con esto en mente, Nichiren alentó a sus discípulas, expuestas a dificultades diarias de toda índole, a «seguir los pasos de la hija del Rey Dragón».[11]
El Japón del siglo xiii era un lugar afligido por desastres naturales y conflictos militares. En su compromiso de fortalecer al pueblo ante tantos sufrimientos, Nichiren censuró a las autoridades, lo cual le acarreó reiteradas persecuciones. Aun desterrado, siguió escribiendo cartas de aliento a sus seguidores y recibiendo cálidamente a los que viajaban desde muy lejos para encontrarse con él. Asimismo, urgió a sus discípulos a que leyesen juntos sus cartas y se apoyaran mutuamente en la lucha por superar diversas clases de adversidades.
Este mismo despliegue de compromiso activo, alegría y aliento recíproco es lo que se aprecia hoy en los diálogos en pequeños grupos que constituyen una tradición en la Soka Gakkai desde su fundación en 1930. En estos encuentros, los participantes comprenden que no están solos con sus problemas; el ejemplo de los compañeros que se desafían ante las dificultades les transmite valor. A su vez, el ejemplo de su propia determinación renovada enciende una llama de valentía en los demás.
Alentar y ser alentados… En este proceso de ida y vuelta, el juramento que expresa una persona inspira a otra a comprometerse, y despierta el poder de la esperanza que permite a la gente marchar con la frente alta incluso ante grandes dificultades. Este aliento catalizador de vida a vida es el corazón de las reuniones de diálogo de la SGI.
Hoy, estos encuentros se llevan a cabo en países de todo el mundo. En ellos convergen personas de distintas edades, género, posiciones sociales y circunstancias, como integrantes de una comunidad, para escuchar sus relatos vitales y la expresión de sus más profundos sentimientos. Juntas, renuevan su determinación y su compromiso.
Para la SGI, las reuniones de diálogo constituyen un elemento central en el trabajo de empoderamiento del pueblo, por el pueblo y para el pueblo; corporifican nuestro sentido de mi sión en el ámbito social. En ellas revitalizamos la conciencia del valor y las posibilidades ilimitadas de cada sujeto, que tienden a quedar relegados a un segundo plano dentro de la trama cada vez más compleja de amenazas que se cierne sobre nuestro mundo.
Esta es la fuente de la energía que orienta nuestras actividades por la paz y nuestras iniciativas en apoyo de la ONU, dando forma a la continuidad entre la práctica religiosa y el compromiso social. En estos esfuerzos paralelos, reafirmamos nuestra promesa de no buscar jamás la felicidad personal a expensas de los demás, y de que quienes más han sufrido puedan ejercer su derecho a ser felices. De esa forma, aspiramos a construir un mundo donde la dignidad humana de todos los habitantes pueda florecer con plenitud.
La valentía de aplicar lo que se aprende
En nuestras actividades de apoyo a la ONU, hemos adoptado un enfoque centrado en el aprendizaje, que destaca la práctica del diálogo.
En relación con esto, me gustaría examinar dos funciones importantes del aprendizaje. En primer lugar, permite a las personas evaluar correctamente las consecuencias de sus acciones, y las empodera para efectuar cambios positivos en su propia persona y en el mundo circundante.
El presidente fundador de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi (1871-1944), fue un precursor de la educación humanística. En su tratado de 1930 Soka kyoikugaku taikei (Sistema pedagógico para la creación de valores), de importancia capital para la SGI, describe tres formas de vida como seres humanos: dependiente, independiente y contributiva.
Un individuo que vive de manera dependiente suele ser ajeno a su propio potencial. Como no puede percibirlo, pierde toda posibilidad real de transformar su situación actual; por eso, se ajusta pasivamente a los demás, al entorno inmediato o a las tendencias de la sociedad.
En una forma de vida independiente, el sujeto siente el deseo de abrirse camino y avanzar, pero tiende a ser poco solidario con quienes no tiene relación directa. Estas personas son propensas a argumentar que cada cual debe ocuparse de resolver sus propios problemas, por difícil que sea su situación.
Makiguchi solía dar el siguiente ejemplo para ilustrar el problema implícito en esta forma de vivir. Supongamos que alguien ha puesto una roca en las vías de un tren. De más está decir que es una mala acción. Pero si otra persona, a pesar de tener conocimiento de la situación, no retira la roca, el tren descarrilará.
En otras palabras, si reconocemos un peligro pero no hacemos nada al respecto porque no nos sentimos afectados personalmente, esa renuncia a hacer el bien dará como resultado un mal.
Todo el mundo habla sobre el aspecto perjudicial de las malas acciones; pero, inexplicablemente, nadie asume la naturaleza perjudicial de no hacer el bien. De esa manera, los males sociales fundamentales persisten.[12]
Quien se pregunte si no hacer el bien equivale a hacer el mal, saldrá de toda duda con solo imaginarse a bordo del tren que va a descarrilar.
En la política, la economía y otras áreas del pensamiento contemporáneo, se acepta tácitamente el sacrificio de los intereses de ciertas personas en aras de una mayor felicidad para la mayoría. Pero los problemas de esta lógica se ven claramente en la actual crisis climática. La disposición a aceptar el sacrificio de otras personas puede erosionar los cimientos de la supervivencia de la humanidad; aunque hoy alguien crea estar a salvo, es improbable que a la larga quede alguna región de la Tierra libre de consecuencias.
La filósofa norteamericana Martha C. Nussbaum ha advertido sobre los riesgos de considerar únicamente los intereses a corto plazo. Lo que propone, en cambio, es cultivar una conciencia como miembros de una ciudadanía global.
Hoy más que nunca, todos dependemos de personas que jamás hemos visto y que, a su vez, dependen de nosotros. […]
Por otra parte, ninguno de nosotros queda fuera de esa interdependencia.[13]
El desarrollo de capacidades imaginativas a través de la educación y el aprendizaje amplía la esfera de la solidaridad cotidiana y fomenta las acciones ciudadanas tendientes a resolver problemas globales.
Por su parte, Makiguchi sostenía que había que aspirar a una vida contributiva. «La felicidad auténtica no puede lograrse sin compartir las alegrías y los sufrimientos del pueblo como miembros de la sociedad».[14] Hoy, necesitamos extender esta conciencia al mundo entero. No hay ninguna otra tarea más crucial.
El budismo concibe el mundo como una trama de relaciones donde ningún elemento existe completamente desvinculado de los demás. En cada instante, el mundo es conformado por este flujo de interconexiones. Cuando entendemos este principio y comprendemos que vivimos –o, mejor dicho, que nuestra vida solo es posible– en esta red de interdependencias, percibimos claramente que no puede haber felicidad exclusiva, y que el sufrimiento nunca afecta únicamente a los demás.
En tal sentido, nosotros mismos, aquí y ahora, somos el punto de partida de una cadena de transformaciones positivas. Podemos no solo hacer frente a nuestros propios desaf íos, sino también contribuir a dirigir el ambiente donde vivimos y aun la sociedad humana en una dirección mejor.
Esta conciencia palpable de nuestra interdependencia provee un marco para replantearnos la relación entre el yo y los otros, entre nosotros y la sociedad. He aquí el enfoque que el budismo insta a adoptar.
En esto, la educación adquiere una importancia esencial, pues nos permite poblar este campo de coordenadas con la experiencia real de la empatía que sentimos cuando nos abrimos al sufrimiento de otros. Nuestra percepción se afina cuando aprendemos acerca del trasfondo y las causas de problemas como la degradación ambiental o las desigualdades sociales; esto, a su vez, aclara y refuerza el sistema de coordenadas éticas en el cual buscamos solucionarlos.
La segunda función del aprendizaje es despertar la valentía para perseverar ante la adversidad.
Las dificultades transversales a la humanidad, como la pobreza o los desastres naturales, se manifiestan de maneras particulares según el lugar y las circunstancias. A la vez, como he mencionado con respecto al cambio climático, los efectos de las diversas amenazas pueden darse en cualquier persona, momento o lugar. Por eso, es necesario mantener una acción sostenida que fortalezca en cada localidad la resiliencia, es decir, la capacidad de prevenir crisis o de evitar que estas se agraven, y la capacidad de actuar con sabiduría para responder de manera flexible y enérgica a las difíciles secuelas de los desastres.
Como educador, Makiguchi se centró en fortalecer en los alumnos la capacidad de apreciar los efectos de los acontecimientos en su propio medio ambiente y responder de manera proactiva. Se refería a esta actitud como la «valentía de aplicar» lo aprendido.[15] Para él, el verdadero objetivo de la educación es cultivar el hábito de descubrir oportunidades para aplicar el conocimiento adquirido, y hacerlo a través de acciones concretas que produzcan los mejores efectos.
Más que limitarse a dar a los estudiantes respuestas correctas, lo que hace falta es «orientar a los niños hacia las áreas donde abundan las oportunidades de aplicar lo aprendido y dirigir su atención hacia ello».[16]
Makiguchi subrayaba la importancia de hacer que se manifieste la «valentía de aplicar» –la capacidad de resolver problemas mediante el propio esfuerzo–, basada en descubrir la naturaleza de dichos problemas mediante el estudio. Este valor es lo que nos anima a no dejarnos vencer por las circunstancias y, en lugar de eso, construir el futuro que deseamos.
Para dar un ejemplo, la forma exacta de la sociedad global sostenible que aspiran a lograr los ODS no es algo fijo y conocido de entrada. Así como varias crisis y amenazas se manifiestan de manera diferente en entornos diversos, la sostenibilidad tampoco tiene una fórmula de aplicación universal. Ningún resultado debe considerarse definitivo, aun cuando en el esfuerzo por integrar las dimensiones económica, social y ambiental, la búsqueda de sostenibilidad produzca avances positivos.
En los últimos años se ha hablado mucho sobre el valor de la resiliencia, definida como la capacidad de responder a los cambios constantes de la realidad. Como han observado Andrew Zolli y Ann Marie Healy, «la meta debe ser alcanzar un sano dinamismo, en lugar de llegar a un estado fijo, cristalizado en ámbar».[17] Este enfoque tiene mucho que ver con la visión budista del mundo como una red de interrelaciones.
El contorno nítido de una sociedad global sostenible se hará visible en la medida en que cada uno de nosotros haga un inventario de las cosas que considera de valor irreemplazable y actúe con sabiduría para protegerlas y transmitirlas a la posteridad. Aquí se ve la relevancia de la creación de valor en el lugar donde cada uno se encuentra, mediante las palabras y acciones que solo uno puede generar.
Makiguchi postulaba «la valentía de aplicar» en oposición al enunciado, más formalista, de «el acto de aplicar». Esto expresa su confianza en la capacidad humana innata de prevalecer ante la adversidad y su fe en el valor ilimitado de cada individuo.
En este contexto, lo que expresó en febrero del año pasado una joven de diecisiete años de Zimbabue en un panel organizado por ONU Mujeres en la sede de las Naciones Unidas resuena con fuerza:
En los países en desarrollo vivimos 860 millones de niñas y mujeres jóvenes. Somos más que una estadística. ¡Somos 860 millones de sueños, 860 millones de voces, y tenemos el poder de marcar una diferencia![18]
Enfrentados a amenazas y a crisis cada vez más abrumadoras, es fácil perder de vista el peso de la vida humana, y olvidar que cada individuo tiene un potencial ilimitado. La magnitud de las dificultades puede silenciar y sumergir el relato vital de cada persona, sus sueños, sus sentimientos íntimos y su capacidad de iniciar un proceso de transformación en sus circunstancias inmediatas. Mediante nuestras actividades educativas, la SGI busca despertar la conciencia sobre las posibilidades y recursos de cada individuo, y poner de relieve la capacidad humana de responder con eficacia a las distintas realidades.
Más específicamente, desde que en 1982 realizamos en la sede de la ONU en Nueva York nuestra primera exposición, titulada «Armas nucleares: Una amenaza para nuestro mundo», hemos dado a la educación para la ciudadanía global un lugar central en nuestras acti vidades de base para la resolución de problemas globales.
Esa educación orientada a formar ciudadanos del mundo, que engloba las dos funciones del aprendizaje antes señaladas, nos ha permitido fomentar los siguientes cuatro procesos interrelacionados:
- Aprender y comprender los problemas de la sociedad en la cual vivimos y los retos colectivos que el mundo tiene por delante.
- Orientarnos en el sistema de coordenadas desarrollado a través de ese aprendizaje, para iniciar un proceso cotidiano de reflexión sobre la propia forma de vivir.
- Empoderarnos para descubrir las potencialidades infinitas que hay en cada uno de nosotros.
- Ejercer un liderazgo transformador para una nueva era, a través de acciones concretas implementadas en la comunidad donde vivimos.
Alentados por la referencia explícita a la importancia de la educación para la ciudadanía global en los nuevos ODS, seguiremos acelerando nuestras actividades centrándonos en estos cuatro procesos.
El diálogo como camino hacia la empatía
Además de este enfoque basado en el aprendizaje, hemos destacado la importancia del diálogo como cimiento de nuestras actividades. Personalmente, estoy convencido de que el diálogo es un proceso imprescindible para construir un mundo en el que nadie se sienta excluido.
Para responder con acierto a los problemas que afectan a la humanidad, es fundamental preguntarnos una y otra vez qué debemos preservar, quién se encargará de protegerlo, y de qué manera. El punto de partida deben ser las personas más gravemente afectadas; con ellas debemos trabajar para despejar el camino hacia las soluciones. Y el diálogo es lo que lo hace posible.
Con el trasfondo de los reiterados desastres naturales y fenómenos climáticos extremos que han venido sacudiendo el planeta, en marzo del año pasado se llevó a cabo en Sendai, Japón, la Tercera Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Reducción del Riesgo de Desastres (RRD), en la cual se aprobó el Marco de Sendai. Este estableció metas colectivas como la reducción significativa del número de personas afectadas por desastres hasta 2030.
Me asombró la atención que se dedicó al principio de «reconstruir mejor». Como expresa este concepto, las tareas de reconstrucción deben tener en cuenta los desafíos específicos que afectaban a las comunidades antes de las catástrofes y mejorar su capacidad de afrontarlas. Por ejemplo, aunque con las actividades de RRD se mejore la resistencia sísmica de los edificios donde viven personas mayores solas, para ellas podrá seguir habiendo problemas importantes sin resolver, como la dificultad cotidiana de acceder a asistencia médica o a tiendas para abastecerse. Las tareas para «reconstruir mejor» tratan de resolver, en el proceso de recuperación, dificultades de peso preexistentes.
En relación con esto, recuerdo la siguiente parábola budista. Una vez, un hombre vio una soberbia mansión de tres pisos que pertenecía a una persona rica, y decidió tener una igual. Al regresar a casa, de inmediato encargó a un carpintero que pusiera manos a la obra, y este comenzó a trabajar en los cimientos, luego en la primera planta, y luego en la segunda. Pero el hombre, incapaz de entender el procedimiento, le apremiaba diciéndole: «Hágame el tercer piso, ¡no necesito el primero ni el segundo!». El carpintero, exasperado, le respondió: «Mi buen señor, lo que usted pide es imposible. ¿Cómo pretende que haga el segundo piso sin tener el primero, o el tercero sin el segundo?».
De manera similar, las respuestas a las crisis humanitarias deben estar cimentadas en el lecho de roca de la dignidad de cada individuo. Los esfuerzos de recuperación no deberían limitarse a la reconstrucción material; en cambio, deben considerar de manera escrupulosa cómo mejorar la vida de cada integrante de la comunidad y cómo profundizar los lazos de comunicación y de apoyo entre los residentes. Sin esto, no producirán resultados óptimos.
Con este fin, es esencial escuchar las voces de las personas más perjudicadas y sentarse a dialogar con ellas para buscar juntos las soluciones. La paradoja de las crisis humanitarias es que cuanto más apremiante es la situación en que se encuentran las víctimas, más difícil les resulta hacerse oír. A través del diálogo, conocemos de primera mano sus vivencias y podemos verter luz sobre cada uno de los elementos necesarios para asegurar que las tareas de recuperación no dejen a nadie al margen. No debemos olvidar que quienes han experimentado los peores sufrimientos tienen lecciones invalorables para transmitir.
El Marco de Sendai enumera, entre las diversas aportaciones que los ciudadanos y las organizaciones de la sociedad civil pueden hacer como parte de su compromiso activo, la transmisión de conocimientos y de vivencias. En este marco, las experiencias de los habitantes de zonas damnificadas adquieren una relevancia fundamental.
Esto se pudo apreciar en las semanas siguientes al terremoto y tsunami que azotó el noreste de Japón el 11 de marzo de 2011. Muchas personas directamente afectadas por los desastres pudieron apoyar y alentar a otras víctimas, y, de esa manera, se convirtieron en agentes de la reconstrucción. En nuestro apoyo continuo a las tareas de socorro y restauración, los miembros de la SGI hemos tenido oportunidad de aprender profundas lecciones en contacto con las inestimables experiencias de la gente, y, en conferencias internacionales realizadas posteriormente, hemos recalcado la importancia crucial de dar cabida a las voces y capacidades de las víctimas en el proceso de recuperación.
Lo mismo se aplica a los esfuerzos por lograr los ODS. Los gobiernos, organismos internacionales y ONG necesitan escuchar la voz de las personas que padecen dificultades para determinar qué pasos adoptar y cómo asegurar su éxito.
En este sentido, resultan valiosas las palabras de Amina J. Mohammed, ex consejera especial del secretario general de las Naciones Unidas sobre planificación del desarrollo post-2015. En su reflexión sobre un mundo donde abundan los problemas y conflictos y escasean las buenas noticias, ha señalado que la clave para fortalecer la unión de la sociedad internacional es «volver a encontrar un lugar para nuestra humanidad […] donde se rescaten los valores que, a mi criterio, hemos perdido a lo largo de la marcha».[19] El diálogo es algo que cualquiera de nosotros, en cualquier lugar y momento, puede emprender para restaurar nuestra humanidad colectiva.
En épocas de tensiones y de enfrentamientos exacerbados, hay otro papel importante que el diálogo puede desempeñar, y es el de incentivarnos a renovar los lazos que como individuos nos unen con los demás seres y con el mundo. En este sentido, puede ser una fuente de energía creativa para transformar la época.
Como resultado de la globalización, una de las tendencias que ha dado forma a este siglo xxi, un número sin precedentes de personas viven fuera de sus países de origen temporalmente por motivos de estudios o trabajo, o indefinidamente porque así lo han decidido. De modo que muchos países han recibido flujos de personas con diversos trasfondos culturales, lo cual brinda nuevas oportunidades de interacción e intercambio. Sin embargo, la contracara de este fenómeno ha sido un incremento del racismo y de la xenofobia.
En la propuesta de paz que elevé el año pasado, advertí sobre los peligros de los discursos de odio, haciendo notar que representan una violación intolerable de los derechos humanos, quienesquiera sean los grupos o personas destinatarios. Es fundamental que este reconocimiento se extienda al conjunto de la sociedad internacional. Para construir sociedades resistentes a la xenofobia y las incitaciones al odio, la población debe experimentar y recordar diferentes perspectivas. El diálogo cara a cara puede desempeñar un papel crucial en esto.
La enseñanza budista sobre las «cuatro formas de ver el bosque de árboles sal» muestra las distintas percepciones de una misma realidad que pueden tener las personas según el estado espiritual o el marco de pensamiento de cada una. Así, por ejemplo, un mismo río puede crear representaciones distintas en las personas que lo contemplen: una apreciará la pureza de sus aguas, otra se preguntará qué peces vivirán en él, otra se preocupará por la posibilidad de que se desborde… Nótese que estas no son meras discrepancias subjetivas de percepción, sino que pueden dar lugar a acciones que alteren efectivamente el paisaje fluvial.
Un ejemplo de esto se encuentra en el relato vital de mi apreciada amiga, la doctora Wangari Maathai (1940-2011).
Los residentes de la aldea keniata donde ella nació reverenciaban las higueras, y de ese modo contribuían a proteger el ecosistema de su localidad. Pero cuando, años después, regresó de los Estados Unidos, donde había completado sus estudios, se encontró con una escena que la perturbó. Una higuera que había amado durante toda su infancia había sido talada por el nuevo propietario de la finca a fin de liberar espacio para plantar té. Pero la destrucción del paisaje no iba a ser el único efecto; a medida que esta conducta se replicaba en otros lugares, los desprendimientos de tierra se volvieron más frecuentes y las fuentes de agua potable, más escasas.[20]
Este claro ejemplo ilustra que el objeto que alguien ama puede ser, para otro, un estorbo a eliminar. Estas diferencias de conciencia no solo crean tensiones entre las personas; además, afectan las relaciones entre grupos con trasfondos étnicos o culturales distintos. En nuestra «versión personal» del mundo, las cosas que no inciden en nuestra conciencia son inexistentes.
El ser humano puede entender los sentimientos de las personas que están cerca, pero se crea una distancia psicológica cuando hay barreras geográficas y culturales de por medio.
Esto se acentúa en contextos de globalización acelerada, donde los medios de comunicación a veces intervienen amplificando la tendencia al odio y a los estereotipos. Como resultado de ello, la gente evita el contacto con quienes son distintos, aun si son residentes de la misma comunidad, y los observa a través de un filtro de preconceptos discriminatorios. En general, en la sociedad ha disminuido la capacidad de valorar y apreciar a los demás por lo que son, y tal como son. Creo que la forma más segura de transformar este déficit es escuchar atentamente los relatos vitales de los semejantes, en diálogos personales.
El año pasado, con motivo del Día Mundial del Refugiado, ACNUR inició una campaña de educación pública que da a conocer relatos vitales de personas que se han convertido en refugiadas e invita a los lectores a compartirlos con sus amigos y conocidos. Cada una está encabezada por el nombre de quien la protagoniza y por atributos que la definen, sin relación alguna con la nacionalidad –«Jardinera. Madre. Amante de la naturaleza». «Estudiante. Hermano. Poeta»–;[21] dan voz a sus historias y sentimientos con respecto a la situación que viven. Este contacto directo con la vivencia y el recorrido de un ser humano nos permite ver más allá del frío rótulo de «refugiado».
En mi diálogo con el profesor Ved Nanda, de la Universidad de Denver en los Estados Unidos, me contó su experiencia de desarraigo cuando, en 1947, se produjo la partición del territorio indio y, con solo doce años, debió abandonar su hogar y caminar durante días enteros al lado de su madre buscando un sitio seguro donde vivir. Con los años, estudió Derecho Internacional y llegó a ser un reconocido especialista en derechos humanos y en la cuestión de los refugiados. Como él mismo expresó:
No hay duda de que las experiencias de mi primera infancia tuvieron una influencia profunda y duradera en mí. Recordaré, hasta el último de mis días, la congoja que sentí cuando tuve que abandonar mi tierra natal.[22]
Como sugiere el esfuerzo de ACNUR en mostrar el rostro humano de los refugiados, nuestra conciencia acerca de la gente de distintas religiones o etnias puede transformarse mediante el contacto directo y la conversación incluso con un solo integrante de esas colectividades. Estos encuentros abren ante nuestros ojos un «paisaje» completamente nuevo y distinto. El diálogo franco y abierto nos permite ver cosas del otro que permanecían ocultas a nuestra mirada, y nuestro mundo empieza a brillar con una luz más cálida y humana.
En setiembre de 1974, cuando se vivían las horas más tensas de la Guerra Fría, decidí ignorar las voces de crítica y de oposición y emprender mi primer viaje a la Unión Soviética. Mi decisión se fundamentaba en una firme creencia: lo temible no era la Unión Soviética, sino nuestra ignorancia con respecto a la Unión Soviética.
Ni los conflictos ni las tensiones, por sí solos, tornan imposible el diálogo; lo que levanta murallas entre nosotros es la disposición a seguir ignorando al otro. Por eso es crucial dar el primer paso para iniciar el diálogo. Todo empieza ahí.
En una cena de bienvenida, la noche que llegué a Moscú, expresé mis sentimientos:
En el hermoso invierno siberiano, la gente siente la calidez humana, la calidez del corazón, en la luz que asoma tras las ventanas. De la misma manera, prometemos atesorar la luz del corazón humano, independientemente de las diferencias entre nuestros sistemas sociales.
Ese sentimiento me inspiró a viajar a Cuba décadas después, en junio de 1996, apenas cuatro meses después de que la Fuerza Aérea de Cuba derribara dos aviones civiles estadounidenses; así y todo, estaba convencido de que la voluntad compartida de paz puede superar los más formidables obstáculos. Con esta determinación, intercambié perspectivas libre y extensamente con el entonces presidente Fidel Castro.
En la conferencia que fui invitado a dar en la Universidad de La Habana, observé que la educación es «el salvoconducto más confiable hacia un futuro de esperanza».[23] Desde entonces, hemos mantenido intercambios educativos y culturales que continúan hasta el día de hoy. De modo que en julio del año pasado recibí con profunda satisfacción la noticia del restablecimiento de lazos diplomáticos entre los Estados Unidos y Cuba después de cincuenta y cuatro años de ruptura.
Si bien las relaciones diplomáticas son, desde luego, cruciales, son más vitales aún el diálogo y el intercambio en el nivel ciudadano, la aceptación activa de la existencia del otro en toda su realidad y riqueza. Esto es algo que suelen oscurecer los enfoques estereotipados sobre otras personas y religiones.
Estoy convencido de que el mundo a nuestro alrededor comenzará a cambiar cuando, como individuos, nos apoyemos en la amistad y en la empatía para rediseñar el mapamundi en nuestros corazones.
Mi maestro Josei Toda (1900-1958), el segundo presidente de la Soka Gakkai, con frecuencia advertía sobre los peligros de dejar que nuestra respuesta a los problemas fuese condicionada por la lente de nuestra pertenencia a un grupo nacional o de otro tipo. Notaba que, si bien los individuos de distintas nacionalidades procuran vivir juntos de manera civilizada, las relaciones entre Estados se ven signadas por «el constante ejercicio de la fuerza camuflado bajo una pátina de cultura».[24]
También lamentaba que las diferencias ideológicas dieran lugar a conflictos políticos y económicos; le preocupaba que la lógica de la identidad colectiva nos cegara con respecto a la identidad humana que tenemos en común. Más aún, abogaba por una solidaridad humanitaria de amplia base, unida por el deseo compartido de paz, un «nacionalismo global» basado en el afán de que «la palabra “sufrimiento” nunca más pueda usarse para definir al mundo, a un país, o a un ser humano».
Para perpetuar el legado de mi maestro, en 1996 fundé el Instituto Toda de Investigación sobre la Paz Global. En febrero, el instituto organizará en Tokio una conferencia sobre el potencial de las religiones mundiales para contribuir a la creación de la paz. El simposio, que convocará a pensadores e investigadores vinculados a las tradiciones cristiana, judía, islámica y budista, examinará la capacidad de la religión de fortalecer los aspectos positivos de la humanidad. Los participantes explorarán formas de alejar al mundo del siglo xxi de la violencia y el odio, y de generar, en cambio, una nueva corriente de paz y de valores humanos.
El filósofo francés Jacques Maritain (1882-1973), uno de los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos, en una oportunidad propuso una «geología de la conciencia»[25] que excavara los rasgos comunes indispensables del accionar humano, más allá de las diferencias ideológicas y filosóficas. El Instituto Toda, con sus diversas actividades en torno al lema «Un diálogo entre civilizaciones en aras de la ciudadanía global», está comprometido activamente con esta tarea, en vísperas de cumplir su vigésimo aniversario el 11 de febrero (de 2016).
El poder de conmover a las personas en el nivel más profundo no se origina en declaraciones formales ni en dogmas, sino en las palabras que emanan de las experiencias reales y transmiten el peso de esa realidad vivida. Los intercambios vehiculados por este lenguaje alcanzan los más ricos yacimientos de nuestra humanidad común, y traen a la superficie refulgentes tesoros espirituales que iluminan la sociedad humana. Esta es la convicción que me ha sostenido a lo largo de los años en mis diálogos con personas con trasfondos culturales, étnicos y religiosos diversos.
En efecto, lo que revela a nuestros ojos perspectivas que de otro modo no habríamos conocido es, precisamente, ese encuentro con quienes han recorrido caminos distintos en la vida. Las melodías de una nueva energía creativa comienzan a fluir a través de la resonancia entre personas que se conocen y se reconocen en toda su dimensión humana.
He aquí la verdadera relevancia del diálogo: puede albergar un tesoro infinito de posibilidades, puede ser la dinamo de la creación de la historia.
Compartir el tiempo y el espacio en el diálogo… La amistad y la confianza que se nutren mediante el empeño comprometido en este proceso pueden establecer la base de una red solidaria de personas comunes dedicadas a resolver los problemas globales y gestar un mundo de paz.
Hacia un mundo más humanitario
A continuación, quisiera aportar algunas ideas sobre tres áreas que requieren la acción veloz y coordinada de los gobiernos y de la sociedad civil:
- La ayuda humanitaria y la protección de los derechos humanos.
- La integridad ecológica y la reducción del riesgo de desastres.
- El desarme y la prohibición de las armas nucleares.
Estas propuestas se orientan hacia el ideal de un mundo donde nadie se sienta relegado, tal como expresan los ODS.
La primera de estas áreas clave es la ayuda humanitaria y la protección y promoción de los derechos humanos. Específicamente, quisiera elevar dos sugerencias concretas a la Cumbre Humanitaria Mundial a realizar en Estambul en mayo.
La primera es que todos los participantes de la cumbre reafirmen el principio de que las respuestas a la grave crisis de los refugiados deberán basarse, ante todo, en las leyes internacionales sobre derechos humanos; en este tenor, los urjo a expresar un claro compromiso con la prioridad de proteger la vida y los derechos de los niños refugiados.
El número de personas desplazadas que buscan refugio en países extranjeros es el mayor registrado desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. En los países que abren sus puertas a los refugiados, lo que preocupa a la población es que esto traiga aparejada una mayor inestabilidad social; que la atención humanitaria signifique un alto coste económico para el gobierno, y que puedan infiltrarse terroristas encubiertos, fingiendo buscar asilo. Si bien cada país debe adoptar medidas para atender estos temores, toda respuesta a la crisis de los refugiados debe basarse en el compromiso de proteger la vida y la dignidad de las personas, espina dorsal de las normas y tratados internacionales sobre derechos humanos.
El conflicto y la guerra arruinan, en un instante, las vidas de incontables personas, privándolas de todo sentimiento de esperanza, de maneras que se asemejan a la situación de las que pierden sus hogares en desastres naturales y se ven obligadas a vivir en albergues temporales. Debemos recordar, más que ninguna otra cosa, que las principales víctimas de los conflictos armados son los niños, y que estos representan más de la mitad del total de refugiados.
El año pasado se cumplió el décimo aniversario de la Resolución 1612, adoptada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas con el fin de proteger a los niños afectados por los conflictos armados. Además de brindar amparo a los que han sufrido violencia y explotación en contiendas armadas, es imperioso proteger también a los que han huido de las atrocidades de la guerra.
Los niños encabezan la lista de personas vulnerables contemplada en los ODS, y se reconoce que serán los más afectados por las diversas amenazas. El director ejecutivo de UNICEF, Anthony Lake, ha señalado: «Cada niño tiene el derecho a la tranquilidad de una infancia normal».[26] Proteger este derecho de la infancia debería ser el interés primordial de todo apoyo internacional a los desplazados.
Solo podemos afirmar que una emergencia humanitaria ha quedado resuelta cuando los niños afectados pueden dejar atrás esa amarga experiencia y avanzar albergando sueños en sus corazones. Para quienes han tenido que abandonar sus hogares y tratan de reconstruir su vida en una nueva tierra, ver a los niños sonreír con esperanza es una fuente de inspiración y de entereza.
Mi segunda propuesta para la Cumbre Humanitaria Mundial es que se llegue a un acuerdo para fortalecer los programas de la ONU en apoyo a los países de Oriente Medio que aceptan recibir refugiados, y que se priorice un enfoque semejante en otras regiones de Asia y de África.
Las estadísticas de la ONU muestran que casi 9 de cada 10 refugiados se encuentran en regiones y países considerados económicamente menos desarrollados.[27] El apabullante número de personas desplazadas ha significado una carga onerosa para estas comunidades de acogida, de por sí vulnerables, hasta tal punto que están teniendo dificultades para suministrar agua potable y servicios públicos básicos. Muchos de estos países no pueden mantener su apoyo a los refugiados sin la cooperación internacional.
El Preámbulo de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados señala que el otorgamiento de asilo puede resultar «excesivamente oneroso» para ciertos países, y destaca que, sin cooperación internacional, es imposible llegar a una solución satisfactoria. Creo que para la comunidad global es imprescindible recordar el espíritu de cooperación internacional que impregna dicha convención en lo concerniente a cubrir las necesidades de los refugiados y desplazados internos.
En mi propuesta de paz del año pasado, exhorté a desarrollar programas conjuntos de empoderamiento regional, cuyos planes de asistencia educativa y laboral estuvieran destinados tanto a la población refugiada como a la local y, particularmente, a la juventud y las mujeres de los países receptores.
En estos momentos, en cinco países de Oriente Medio se está implementando una iniciativa de la ONU que combina las operaciones de ayuda a los refugiados con intervenciones de apoyo a las comunidades anfitrionas. Esta nueva estructura, llamada Plan Regional para Refugiados y Resiliencia (3RP, por sus siglas en inglés), está diseñada para dar apoyo directo a los refugiados sirios y, simultáneamente, a la población de los países que los acogen; no solo opera mejorando la calidad de vida y las oportunidades de empleo, sino también las infraestructuras sociales locales. Su propósito es construir un marco de cooperación internacional que ayude a estabilizar la región y a aliviar la carga afrontada por Turquía y Líbano –países que hasta la fecha han admitido a más de un millón de refugiados– y la presión sobre Jordania, Irak y Egipto, donde también han buscado amparo numerosos sirios. El Plan 3R ha contribuido a mejorar el suministro de alimentos y de agua potable, los servicios de salud y otras prestaciones. Las políticas básicas y los objetivos concretos para el futuro de estas iniciativas se han dado a conocer en diciembre de 2015.
Aliento a los participantes en la Cumbre Humanitaria Mundial a que debatan y reflexionen sobre el Plan 3R para aprender sobre las dificultades y las buenas prácticas, y expresen su compromiso de trabajar solidariamente para facilitar la continuidad de tales iniciativas, incluida la cooperación financiera. Asimismo, insto al gobierno japonés a ampliar su asistencia a los refugiados, con la prioridad de asegurar un futuro mejor para los niños desplazados, haciendo valer su experiencia en el suministro de ayuda humanitaria a Siria y a la región.
En Turquía, Líbano y otros países se ha podido brindar escolaridad a los niños tanto en escuelas públicas cercanas como en centros educativos temporales. Pero más de la mitad de la población infantil desplazada de Siria sigue sin tener acceso a la educación. La ONU ha instituido planes para mejorar las oportunidades educativas de los niños refugiados. La Unión Europea ha venido trabajando junto con UNICEF con el propósito de apoyar la educación para los jóvenes desplazados en Siria y los países vecinos; por mi parte, albergo el firme anhelo de que el gobierno japonés también desempeñe un papel significativo en este terreno.
Varias universidades de Japón, en asociación con ACNUR, han instituido un Programa de Educación Superior para Refugiados que ofrece cursos universitarios a las personas en esta situación. Debería brindarse una amplia oferta educativa a la generación más joven.
Es importante que la sociedad civil colabore en la respuesta a imperativos humanitarios como la crisis de los refugiados. Con el mismo fin de crear un mundo donde se respete la dignidad de todas las personas, la SGI redoblará sus esfuerzos para promover la educación orientada a los derechos humanos.
Este año es el quinto desde la aprobación de la Declaración de las Naciones Unidas sobre Educación y Formación en Materia de Derechos Humanos, mediante la cual, por primera vez, los Estados miembros de la ONU han adoptado estándares internacionales para la educación en este ámbito.
Dado el incremento de incidentes de discriminación racial y xenofobia en todo el mundo, especialmente de los ligados a prejuicios y odio hacia los refugiados, desplazados y migrantes, creo que hay dos aspectos de dicha declaración que es necesario destacar:
- Favorecer el desarrollo de la persona como miembro responsable de una sociedad libre y pacífica, pluralista e incluyente;
- Contribuir a la prevención de los abusos y las violaciones de los derechos humanos y a combatir y erradicar todas las formas de discriminación y racismo, los estereotipos y la incitación al odio y los nefastos prejuicios y actitudes en que se basan.[28]
Como esto expresa, no basta con abstenerse de cometer actos discriminatorios. Más bien, debemos establecer un ethos que rechace claramente todas las formas de violación de los derechos humanos arraigadas en el prejuicio y en el odio; en otras palabras, ayudar a instituir una cultura de los derechos humanos que nos permita construir sociedades auténticamente inclusivas.
Antes mencioné la máxima propuesta por Makiguchi, presidente fundador de la Soka Gakkai: no hacer el bien equivale a hacer el mal. Con respecto a la construcción de una cultura universal de los derechos humanos, en la cual la conducta y las acciones de cada individuo tienen un papel clave, debemos recordar y tener presente la gravedad de no hacer el bien.
El objeto de la declaración no es la mera adquisición de conocimientos sobre los derechos humanos o la profundización de la comprensión sobre la materia; incluye explícitamente el desarrollo de actitudes y de comportamientos. Asimismo, define la educación en materia de derechos humanos como «un proceso que se prolonga toda la vida y afecta a todas las edades».[29] Estos enunciados apuntan a los elementos indispensables para el rico florecimiento de una cultura de derechos humanos.
La SGI, como organización de la sociedad civil, ha apoyado esta importante declaración de la ONU desde las etapas iniciales de redacción. Desde que la Asamblea General la aprobó en diciembre de 2011, hemos respaldado sus objetivos organizando exposiciones dirigidas a concienciar al respecto y coproduciendo el documental Camino hacia la dignidad: El poder de la educación en materia de derechos humanos.
En 2013, Amnistía Internacional, Human Rights Education Associates y la SGI presentaron una coalición global de la sociedad civil denominada Educación en Derechos Humanos 2020 (HRE 2020, según sus siglas en inglés). Con el fin de apoyar y promover la Declaración y el Programa Mundial para la Educación en Materia de Derechos Humanos, HRE 2020 ha publicado el documento Marco de indicadores sobre la educación en derechos humanos, concebido como una guía para mejorar la calidad educativa en este terreno específico, en diversos entornos nacionales.
Con motivo del quinto aniversario de la adopción de la declaración, la SGI y otras organizaciones que trabajan juntas en el HRE 2020 están preparando una nueva muestra sobre derechos humanos que examinará, desde esta perspectiva, los ejes de los nuevos ODS. Espero que esta exposición aliente a perseverar en la clase de acciones que promueven un mundo donde se respete la dignidad de la vida de todas las personas.
La integridad ecológica y la reducción del riesgo de desastres
A continuación, quisiera plantear algunas reflexiones sobre los actuales problemas ambientales y la reducción del riesgo de desastres.
En primer lugar, me referiré a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento global. En el 21.º período de sesiones de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), celebrado entre el 30 de noviembre y el 11 de diciembre de 2015, se aprobó el Acuerdo de París, nuevo marco internacional que regula las gestiones de respuesta al calentamiento global.
La adopción del Acuerdo de París es de importancia histórica, en la medida en que expresa el compromiso de 195 países de actuar bajo un mismo marco colectivo. Lo asumieron en vista de la preocupación creciente por las consecuencias que deberá afrontar la humanidad si no se consigue mantener el aumento de la temperatura global media por debajo de los 2 ºC con respecto a los niveles preindustriales. Cada gobierno ha establecido una meta de carácter no vinculante, aunque con el compromiso de implementar medidas estratégicas que permitan alcanzarla.
Si bien combatir el calentamiento global es un desafío formidable, la participación casi universal de los gobiernos del mundo debe celebrarse como la mayor proeza del Acuerdo de París. Esto debería fomentar una clase de cooperación en la cual cada Estado pueda contribuir proactivamente con miras al bien público global.
Asia es una región que ha venido afrontando fenómenos climáticos extremos cada vez más frecuentes. En vista de ello, quisiera hacer hincapié en la cooperación entre China, Corea del Sur y Japón –tres naciones que, juntas, originan la tercera parte de las emisiones globales de gases de efecto invernadero– para desarrollar iniciativas innovadoras y de gran alcance.[30]
En noviembre del año pasado, después de un intervalo de tres años y medio, se llevó a cabo en Seúl la VI Cumbre Trilateral entre China, Corea del Sur y Japón. Ya que en propuestas anteriores y en otros espacios había planteado la necesidad de superar las tensiones políticas y de retomar estos encuentros tripartitos, me complace sobremanera saber que se ha restablecido por completo la colaboración y se ha acordado continuar estas cumbres con regularidad.
Lo que ha dado impulso y sustancia a la cooperación trilateral ha sido la labor realizada en el campo de la integridad ecológica. La Reunión Tripartita de Ministros de Medio Ambiente (TEMM, por sus siglas en inglés) ha entendido y expresado que Asia nororiental es «una sola comunidad ambiental».[31] Las sesiones anuales entre ministros han dado lugar a una colaboración continua en materia ambiental, incluso en momentos de acentuadas tensiones políticas.
El año pasado, con la esperanza de fomentar una mayor cooperación en bien del medio ambiente, invité a estos tres países a celebrar un acuerdo formal que convirtiera la región en un modelo de sostenibilidad. Si, además de reducir la contaminación atmosférica y de abordar el problema del polvo y las tormentas de arena, existiese una mayor cooperación regional orientada a combatir el cambio climático, esto sería un incentivo crucial para encarar las metas fijadas por cada país en el Acuerdo de París.
En concreto, es menester compartir conocimientos y buenas prácticas en los campos de la eficiencia energética, las energías renovables y los esfuerzos por minimizar la huella de la actividad económica en los recursos. Estas sinergias entre los tres países podrían acelerar la transición hacia un futuro con bajas emisiones de carbono.
Este año, la Cumbre Trilateral se llevará a cabo en Japón. Paralelamente, se convocará una Cumbre Trilateral Juvenil, donde representantes de las nuevas generaciones podrán debatir sobre la cooperación para la paz y la integridad ecológica en Asia nororiental. Exhorto a los líderes de los tres países a firmar un compromiso ambiental entre China, Corea del Sur y Japón centrado en la cooperación regional para revertir el cambio climático de cara a 2030, año en que el Acuerdo de París ha establecido la fecha límite.
También espero que la Cumbre Juvenil genere resultados orientados al establecimiento de una plataforma para compartir ideas creativas y buenas prácticas, y a apoyar intercambios juveniles para la cooperación en iniciativas ambiciosas propuestas por la gente joven.
A continuación, además de estas instancias de colaboración entre gobiernos, me gustaría sugerir que las ciudades del mundo trabajen juntas con ánimo de promover las metas del Acuerdo de París. Las ciudades ocupan apenas el 2% del planeta, pero representan más del 60% del consumo de energía y el 75% de las emisiones de carbono.[32] Por un lado, esto nos dice que la huella ambiental que generan las urbes es desmesurada; pero también significa que, si las ciudades cambian, el mundo entero lo hará.
Ya que la población urbana se caracteriza por su elevada densidad, es natural que los problemas y la incidencia ecológica se concentren en las ciudades. Con todo, siguiendo esta misma lógica, la densidad también facilita la implementación eficaz de medidas energéticas y la adopción de fuentes de energía renovables en la transición hacia una sociedad con bajas emisiones de carbono.
El Pacto de los Alcaldes, presentado en la Cumbre Climática de las Naciones Unidas de 2014 y que hoy ya abarca 400 ciudades del planeta, permite a cada núcleo urbano comprometerse públicamente a través de metas y planes de mitigación.
En la medida en que las ciudades se pongan en acción y los esfuerzos empiecen a dar frutos, sus habitantes se sentirán legítimamente realizados como actores del logro. Esta convicción y este orgullo inspirarán a sumarse a otras personas, y así cobrará ímpetu el movimiento hacia una sociedad sostenible. Creo que las urbes pueden generar reacciones en cadena que impulsen a cada nación a cumplir las metas estipuladas en el Acuerdo de París.
Antes de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible (Río +20) celebrada en 2012 –donde se inició el proceso de deliberaciones concretas con miras a los ODS–, manifesté mi esperanza de que las metas posteriores a 2015 se plantearan de tal manera que permitiesen a la gente común comprometerse a nivel personal y sentirse inspirada a trabajar de manera colectiva para lograrlas.
Uno de los objetivos enunciados en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible es el de las «ciudades sostenibles». Dado que la reiteración de esfuerzos en el entorno inmediato de un individuo puede generar efectos positivos visibles en el medio ambiente global, este foco en las ciudades sostenibles puede mostrar a la población que sus acciones son importantes y, así, estimular un sentimiento de realización y orgullo.
En octubre de este año también está previsto celebrar en Quito, Ecuador, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible (Hábitat III). Además de los representantes de los gobiernos nacionales, en el encuentro podrán expresar opiniones y compartir buenas prácticas representantes de entidades subnacionales, para fortalecer la solidaridad global en torno a la meta de las ciudades sostenibles.
La activista ambiental Wangari Maathai recordó que su experiencia en la Conferencia Hábitat I de 1976, celebrada en Vancouver, Canadá, había sido su inspiración para fundar el movimiento Cinturón Verde en Kenia:
El hermoso paisaje de la Columbia Británica y la posibilidad de conversar con gente que compartía mi preocupación por el medio ambiente era justo lo que necesitaba […]. Regresé a Kenia con energías renovadas y decidida a que mi idea funcionara.[33]
Con independencia del país o comunidad donde vivamos, creo que las personas comparten el deseo de dejar a sus hijos y nietos un medio ambiente mejor.
Así como antes exhorté a la cooperación nacional entre China, Corea del Sur y Japón, aquí me gustaría proponer la celebración de un foro de cooperación ambiental tripartito realizado en colaboración con Hábitat III, donde participen representantes de gobiernos subnacionales y de ONG activas en materia de medioambiente.
En marzo del año pasado, como evento paralelo a la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Reducción del Riesgo de Desastres llevada a cabo en Sendai, la SGI patrocinó un simposio con representantes de organizaciones de la sociedad civil implicadas en la RRD en China, Corea del Sur y Japón. Chen Feng, secretario general adjunto del Secretariado de Cooperación Trilateral –cuerpo intergubernamental que apoyó el evento–, afirmó que, como vecinos cercanos, un desastre natural en uno de los países afecta a los otros dos y que, por dicha razón, la cooperación en RRD debe ser siempre prioritaria.[34] Lo mismo puede decirse de los problemas ambientales.
En la actualidad, más de 600 localidades de estos tres países han entablado relaciones como ciudades hermanas. Las gestiones tripartitas pueden ayudar a establecer una herencia invalorable de amistad en bien del futuro si, aprovechando estos vínculos entre ciudades hermanas, fomentan una mayor conciencia de que las urbes, localidades y aldeas donde vivimos son parte de una misma comunidad ambiental.
El segundo tema que quisiera abordar es la reducción del riesgo de desastres basada en los ecosistemas (Eco-DRR, por sus siglas en inglés). En el mundo actual, unos 800 millones de personas sufren de hambre y de desnutrición. Por otro lado, alrededor de un tercio de los recursos mundiales del suelo, indispensables para la producción mundial de alimentos, están expuestos a la degradación en menor o en mayor medida.[35]
Los suelos sanos cumplen un papel esencial en el ciclo de carbono y en la acumulación y el filtrado del agua; por eso, son un componente crucial del ecosistema. Pero durante mucho tiempo no se les ha prestado la debida atención. El suelo, una vez degradado, no se recupera con facilidad. A la naturaleza puede llevarle más de un siglo generar un solo centímetro de tierra fértil.
Aunque la deforestación mundial neta se ha desacelerado, cada año se pierden todavía 13 millones de hectáreas de bosques; las consecuencias ambientales de esta destrucción son objeto de graves inquietudes, especialmente en lo referido a la pérdida de biodiversidad.[36]
Uno de los ODS expresa la importancia de detener y revertir la degradación de los suelos, así como de la gestión sostenible de los bosques del mundo. Estos son retos urgentes, necesarios no solo para proteger la integridad ecológica del planeta sino para mejorar la retención de carbono.
En los últimos años, la relación entre la reducción del riesgo de desastres y las iniciativas de protección ambiental ha atraído un creciente interés. La experiencia del tsunami del océano Índico, en 2004, contribuyó a concienciar sobre esta interacción. Los estudios mostraron que las localidades costeras con manglares –verdaderos escudos biológicos– sufrieron daños marcadamente menores que las áreas de costa carentes de esta protección forestal.
Algunos ejemplos de proyectos Eco-DRR son la plantación regeneradora para estabilizar dunas, el uso de humedales para mitigar las marejadas ciclónicas, y la ampliación de espacios verdes en las áreas urbanas ligada a la gestión de las aguas pluviales.
La participación comprometida y continua de los residentes locales representa, en sí misma, un valor digno de destacar. En las regiones afectadas por el terremoto y tsunami de 2011, en el noreste de Japón, los niños se han sumado activamente a las tareas de plantación de retoños para regenerar la barrera protectora de los bosques costeros. Estas tareas permiten a los participantes sentir de modo colectivo la importancia del ecosistema local e imaginar cuánto protegerán a la gente del futuro los árboles que ellos mismos están plantando.
Cuando los participantes en estas labores pasen por el lugar dentro de algunos años, observarán el paisaje con una conciencia aún más profunda de su valor. Sentirán cuán esencial e inefable es el ecosistema local para su vida cotidiana, y cuán invalorable ha sido su propia contribución, no solo en la defensa de ese ambiente sino también en la reducción del riesgo de desastres. Esta conciencia crecerá a la par de los árboles plantados, y será la raíz de una comunidad verdaderamente resiliente. Ejemplos como estos muestran que el esfuerzo de la gente por proteger la ecología local se traduce directamente en un futuro de esperanza para su población.
Una de las actividades subsiguientes al Decenio de las Naciones Unidas de la Educación para el Desarrollo Sostenible (DESD, por sus siglas en inglés) ha sido el Programa de Acción Global para la EDS, de reciente implementación. Una de las prioridades de este programa es la participación de la juventud; en tal sentido, aliento de todo corazón a los jóvenes y niños del mundo a que se involucren activamente en las iniciativas de Eco-DRR, por ejemplo, sumándose a las campañas de plantación de árboles.
El Marco de Sendai aprobado durante la Tercera Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Reducción del Riesgo de Desastres el pasado mes de marzo recalca que la RRD «requiere la implicación y colaboración de toda la sociedad»[37] y describe a los niños y jóvenes como «agentes del cambio»,[38] que deberían ser empoderados para contribuir a la RRD.
Desde que la SGI propuso, junto con otras ONG, el establecimiento del DESD en 2002, hemos organizado en todo el mundo exposiciones destinadas a concienciar al público como «Semillas del cambio: La Carta de la Tierra y el potencial humano», y «Semillas de la esperanza: Pasos hacia el cambio, perspectivas de sostenibilidad». Con los años, una gran cantidad de estudiantes de enseñanza primaria y secundaria han recorrido estas muestras, que han demostrado ser una herramienta eficaz para la educación ambiental.
Si la SGI ha dado tanta importancia a la educación para el desarrollo sostenible es, entre otras cosas, porque enseña los vínculos indisolubles entre los seres humanos y su ambiente, y porque genera una marea de personas de todas las edades capaces de reunir la «valentía de aplicar» lo aprendido, el objetivo crucial de la educación para el presidente fundador de la Soka Gakkai, Makiguchi. Esperamos que esto las aliente a desplegar acciones resueltas en las comunidades donde vivan. Creo que estas actividades continuas en el ámbito local pueden abrir un camino seguro y eficaz para proteger el medio ambiente mundial.
El desarme y la prohibición de las armas nucleares
Por último, quisiera elevar propuestas referidas al desarme y a la prohibición de las armas nucleares.
La primera de ellas apunta a fortalecer el marco institucional para evitar la proliferación de armas convencionales, que agrava las crisis humanitarias y facilita los incidentes de terrorismo en el mundo.
Cada año, se pierde un número inconcebible de vidas humanas debido a la introducción de armas pequeñas en zonas de conflicto.
El Tratado sobre el Comercio de Armas, que entró en vigencia el 24 de diciembre de 2014, busca regular las transacciones de armas convencionales, categoría que abarca desde armas pequeñas –a menudo referidas como «las verdaderas armas de destrucción masiva»– hasta tanques y misiles. Sin embargo, hasta la fecha ha sido ratificado solo por 79 países, y no se ha llegado aún a ningún acuerdo sobre temas clave como los mecanismos de información sobre transferencias internacionales de armamento.
En agosto de 2015 se celebró en Cancún, México, la Primera Conferencia de los Estados Partes en el Tratado sobre el Comercio de Armas. Los participantes no pudieron alcanzar un consenso sobre cuestiones medulares, como la apertura de los informes al público o la clase de armas que deberían ser objeto de informes.
Desde mi propuesta de paz de 1999, vengo reclamando con insistencia la regulación del tráfico de armas, pues la considero un reto crucial en los esfuerzos por construir un mundo de paz en el transcurso de este siglo.
La crisis de los refugiados, cada vez más profunda, muestra la necesidad urgente de emplear el Tratado sobre el Comercio de Armas para detener la proliferación de las armas convencionales. La facilidad de acceso a ellas torna más insidiosos y prolongados los conflictos, que obligan a grandes cantidades de personas a abandonar sus hogares. Aun tras el cese de las hostilidades, la gente teme regresar a sus casas, porque subsiste el peligro de que se reanude la lucha armada.
En particular, las armas pequeñas facilitan el reclutamiento forzoso de niños para combatir, porque son fáciles de portar y de utilizar. Se calcula que en el mundo hay más de 300.000 niños soldados, expuestos a lesiones físicas, a traumas psicológicos y a la muerte.[39]
Además, es imperioso que el tráfico internacional de armas convencionales sea regulado en términos estrictos para evitar la expansión del terrorismo. La respuesta mundial a los ataques terroristas podría fortalecerse en gran medida a través de sinergias entre el Tratado sobre el Comercio de Armas y los numerosos convenios antiterroristas establecidos hasta hoy.
Dados los efectos nocivos asociados a la proliferación de armas pequeñas, la comunidad internacional debe hacer valer con urgencia el Tratado sobre el Comercio de Armas para interrumpir los ciclos de odio y violencia en el mundo.
La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible menciona las corrientes financieras y de armas ilícitas como factores coadyuvantes de la violencia, la inseguridad y la injusticia. Una de las metas trazadas en ese plan es la reducción significativa de esos movimientos ilícitos antes de 2030. Exhorto a los Estados a ratificar el Tratado sobre el Comercio de Armas sin pérdida de tiempo, como gesto fehaciente de compromiso con dicho objetivo.
Una divulgación pública plena, que incluyera el volumen de las transacciones de armas, ayudaría a mejorar la transparencia y a un funcionamiento más eficaz del tratado.
La segunda área referida al desarme que quisiera mencionar es la prohibición y la abolición de las armas nucleares.
El año pasado –septuagésimo aniversario de los bombardeos atómicos de Hiroshima y de Nagasaki– se llevó a cabo en la sede de la ONU en Nueva York la Conferencia de las Partes de 2015 Encargada del Examen del Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP). No obstante, la reunión finalizó sin haberse alcanzado un consenso.
Desde que el Documento Final de la Conferencia de las Partes de 2010 Encargada del Examen describió la naturaleza inhumana de cualquier uso de las armas nucleares y la necesidad de respetar el derecho internacional humanitario, ha crecido la preocupación global por las consecuencias humanitarias catastróficas de este tipo de armamento, y se han celebrado tres conferencias mundiales sobre este tema.
Por eso es mucho más lamentable aún que la Conferencia de 2015 Encargada del Examen no haya podido superar el cisma entre los Estados poseedores de armas nucleares y los Estados no nuclearizados, y que los países miembros del TNP no hayan sido capaces de llegar a un acuerdo en esta encrucijada histórica.
Sin embargo, todavía hay esperanzas, gracias a diversos avances dignos de mencionar. Por ejemplo:
- Un número creciente de países han suscripto el Compromiso Humanitario, declarando que trabajarán juntos con miras a resolver el problema de las armas nucleares;
- en diciembre de 2015, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó varias resoluciones de gran importancia que promueven un salto cualitativo en esta meta; y
- en el contexto de un clamor social que exige la abolición de las armas nucleares con mayor intensidad cada vez, las organizaciones religiosas y la juventud han acrecentado sus esfuerzos y su implicación.
Estos avances deben ser utilizados estratégicamente para trazar mapas de navegación hacia un mundo sin armas nucleares e iniciar acciones concretas a tal efecto.
El 6 de enero de este año, Corea del Norte llevó a cabo un ensayo nuclear que avivó los temores de la comunidad internacional sobre la amenaza de la proliferación nuclear.
Si en una acción bélica llegaran a detonarse armas nucleares en cualquier parte del mundo, las consecuencias serían inimaginables, tanto en cantidad de víctimas mortales como de personas expuestas a secuelas graves.
En el mundo actual hay más de 15.000 bombas nucleares. Su uso podría anular, en un solo instante, todos los esfuerzos de la humanidad por resolver los problemas globales.
Si tomamos como ejemplo el problema de los refugiados, las consecuencias de una explosión nuclear traspasarían las fronteras nacionales y crearían, con seguridad, una crisis humanitaria de alcance muy superior a los 60 millones de refugiados actuales. Cientos de millones de personas se verían arrojadas a un éxodo en busca de seguridad. En forma similar, por mucho que la humanidad procure combatir la degradación de los suelos –sabiendo que a la naturaleza le lleva hasta mil años formar un solo centímetro de tierra fértil–, una explosión nuclear contaminaría enormes superficies terrestres.
Investigaciones recientes han revelado el efecto devastador que una detonación nuclear tendría sobre la ecología global, incluso si ocurriera en una zona geográficamente limitada; las consecuencias sobre el clima terrestre pondrían en jaque la producción alimentaria y causarían una «hambruna nuclear».
Hasta la fecha, los esfuerzos por combatir la pobreza y mejorar la salud pública mediante los ODM han producido resultados significativos; además, a este trabajo se le ha dado continuidad y un marco de seguimiento con los ODS, en áreas como la reducción del riesgo de desastres y las ciudades sostenibles. Pero la existencia de las armas nucleares amenaza con obliterar todo esto.
¿Cuál es el punto, entonces, de la seguridad nacional que garantizan las armas nucleares, si su uso generaría inevitablemente consecuencias catastróficas, e impondría al mundo una cuota enorme de sufrimiento y sacrificios? ¿Qué es, exactamente, lo que protege un régimen de seguridad cuya premisa es la capacidad de infligir devastación y daño irreparable a innumerables cantidades de personas? ¿No estamos ante un sistema que ha olvidado el verdadero objetivo de la seguridad nacional, proteger la vida de cada habitante?
En 1903, cuando comenzaba la fase global de competencia militar que ha continuado hasta el día de hoy, el presidente fundador de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi, argumentó que la ineficacia de un modo de competencia para alcanzar sus fines debía dar paso a un cambio de forma y de naturaleza de la competencia humana.
Cuando las hostilidades se extienden durante un largo período, se ven afectados numerosos aspectos de la vida doméstica, lo cual conduce, ineludiblemente, al agotamiento de las fuerzas de una nación. Nada que pueda ganarse en una guerra llega a compensar jamás estas pérdidas.[40]
Las limitaciones de la competencia militar que observa Makiguchi se han vuelto evidentes en el curso de las dos guerras mundiales y en la competencia nuclear que comenzó en la Guerra Fría y prosigue hasta hoy.
Cuanto más evidentes se vuelven las consecuencias humanitarias de las armas nucleares y su limitada eficacia militar, más claro resulta que son inutilizables. Habiendo llegado a los límites de la competencia militar, ya se observan señales que prenuncian un nuevo modo de competencia internacional, centrada en el esfuerzo mutuo en pos de metas humanitarias.
Ejemplo de esto son las diversas contribuciones efectuadas por el Sistema Internacional de Vigilancia (SIV), establecido en 1996 con la aprobación del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCE). El TPCE aún debe ser ratificado por ocho países, sin los cuales queda bloqueada su puesta en vigencia. Pero el SIV, presentado por la Comisión Preparatoria de la OTPCE para detectar cualquier detonación nuclear en el mundo, ya está operando.
Su función central se puso de manifiesto con la rápida detección de las ondas sísmicas y de la radiación generadas por el reciente ensayo nuclear en Corea del Norte. Además, la red global del SIV se ha utilizado para reunir datos sobre desastres naturales y sobre las consecuencias del cambio climático. Por ejemplo, ha servido para aportar información sobre terremotos submarinos a centros de alerta temprana de tsunamis; vigilar erupciones volcánicas en tiempo real para que las autoridades de la aviación civil pudieran emitir advertencias a tiempo; monitorizar eventos climáticos de gran escala y derrumbes de masas de hielo. Se ha comparado el sistema con un estetoscopio gigante para la Tierra.
En palabras del secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, «El TPCE está salvando vidas incluso antes de entrar en vigencia».[41] De hecho, el Tratado y su régimen de verificación, originalmente diseñados para restringir la carrera armamentista y la proliferación nucleares, se han convertido en salvaguardas humanitarias esenciales, que protegen la vida de innumerables personas.
Han pasado veinte años desde la adopción del Tratado. Pido a los ocho Estados restantes que ratifiquen el TPCE lo antes posible para darle carácter efectivo y asegurar que en nuestro planeta nunca más se lleve a cabo un ensayo nuclear.
Por supuesto, debemos acelerar los esfuerzos con miras al desarme y la abolición nucleares. Al mismo tiempo, es menester desarrollar más aún este tipo de actividades derivadas del TPCE, para incrementar el ritmo de avance hacia un mundo que otorgue máxima prioridad a los objetivos humanitarios.
En setiembre de 1957, mientras la carrera armamentista nuclear avanzaba a paso desenfrenado bajo el antagonismo irreductible de la Guerra Fría, mi maestro Josei Toda realizó una declaración en la que urgía a la abolición de las armas nucleares:
Aunque está surgiendo en el mundo un movimiento que reclama la prohibición de los ensayos nucleares, mi deseo es ir más allá y atacar el problema en su raíz. Quiero exponer y arrancar de cuajo las garras que se ocultan en lo profundo de las armas nucleares.[42]
Toda se solidarizó con las voces sinceras de ciudadanos de todo el mundo que reclamaban la prohibición de los ensayos nucleares, pero también fue un paso más allá y advirtió que una solución genuina solo sería posible si superábamos el menosprecio a la vida que subyace a un sistema de seguridad nacional sustentado en el sufrimiento y el sacrificio de incontables civiles.
Lo que mi mentor denunció como las «garras» ocultas en lo profundo de las armas nucleares es la manera tóxica de pensar que permea la civilización contemporánea: la búsqueda de los propios objetivos por cualquier medio; la búsqueda de la seguridad y de los intereses propios a expensas de otros pueblos; la búsqueda de las metas inmediatas sin considerar el coste que pagarán las generaciones futuras. Con sus palabras resonando en mi corazón, he seguido trabajando en torno al problema de las armas nucleares, convencido de que el éxito en este desafío pondrá al mundo en una nueva dirección más humana.
Los Estados poseedores de armas nucleares y sus aliados promueven la idea de que están obligados a mantener la disuasión nuclear mientras existan armas nucleares en el mundo. Quizás crean que la fuerza de disuasión nuclear les da el control. Pero la verdad es que el peligro de una detonación accidental o de un lanzamiento erróneo es proporcional al número de armas nucleares y de países que las poseen. Visto desde esta perspectiva, el arsenal nuclear de un Estado en particular no solo tiene en sus manos el destino de su país, sino el de toda la humanidad.
Hace veinte años, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) emitió una Opinión Consultiva sobre la Legalidad de la Amenaza o el Empleo de Armas Nucleares. Citando el artículo VI del TNP, el documento observa:
Existe la obligación de proseguir de buena fe y llevar a su conclusión las negociaciones con miras al desarme nuclear en todos sus aspectos bajo un control internacional estricto y efectivo.[43]
No obstante, estas negociaciones de buena fe entre los Estados poseedores de armas nucleares ni siquiera han comenzado, y no se advierten señales de que el desarme nuclear pueda lograrse en el futuro cercano. Estamos ante una situación insostenible.
Así pues, con el afán de resolver este estado de inmovilidad, en la Conferencia de las Partes de 2015 Encargada del Examen del TNP se presentó un instrumento llamado Compromiso Humanitario. Hasta hoy, ha sido refrendado por más de la mitad de los Estados miembros de la ONU –121 países–, dispuestos a cooperar con todas las partes interesadas, organismos internacionales y organizaciones de la sociedad civil «para estigmatizar, prohibir y eliminar las armas nucleares». Asimismo, este Compromiso exhorta a todos los Estados, con carácter de prioridad inmediata, a «identificar y llevar adelante medidas efectivas dirigidas a reducir la brecha legal para la prohibición y eliminación de las armas nucleares».[44]
En el otoño pasado, habiendo presentado varias resoluciones que llamaban a adoptar medidas efectivas, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó, en una resolución, la creación de un Grupo de Trabajo de Composición Abierta (GTCA) con el mandato de iniciar deliberaciones sustanciales orientadas a este fin. La resolución señala que el Grupo de Trabajo de Composición Abierta se reunirá en Ginebra este año, «con la participación y contribución de organizaciones internacionales y representantes de la sociedad civil», y que sus participantes deberán hacer «todo lo posible por llegar a un acuerdo general».[45]
Espero fervorosamente que el GTCA logre revertir el estancamiento que ha sufrido la Conferencia Encargada del Examen del TNP y, tal como enuncia la Opinión Consultiva de la CIJ, cumplir la obligación de «proseguir de buena fe y llevar a su conclusión las negociaciones con miras al desarme nuclear».
Teniendo en cuenta las consecuencias humanitarias de cualquier uso de armas nucleares, exhorto al GTCA a considerar los tres puntos siguientes a la hora de atender e integrar las voces de la sociedad civil en sus deliberaciones:
- Retiro de las fuerzas de represalia nuclear del nivel de gran alerta.
- Abandono del paraguas nuclear.
- Cese de la modernización de las armas nucleares.
Los dos primeros puntos deberían implementarse con la mayor urgencia, habiendo quedado claro en la situación actual que las armas nucleares son inutilizables en la práctica, por sus consecuencias humanitarias atroces y su ineficacia militar.
Aquí, deberíamos recordar el caso de las armas biológicas y químicas, desarrolladas en un clima de intensa competencia durante el transcurso de las dos guerras mundiales, cuyo uso hoy está prohibido precisamente por su repercusión humanitaria.
Al respecto, cabe citar las elocuentes palabras de Angela Kane, quien fue alta representante de las Naciones Unidas para Asuntos de Desarme:
¿Cuántos Estados actuales se jactan de poseer armas biológicas o de tener armas químicas? ¿Quién sostiene hoy en día que la peste bubónica o la polio son armas de uso legítimo en cualquier circunstancia, ya sea con fines de ataque o de represalia? ¿Quién propone un paraguas de armas biológicas?[46]
Cabe destacar que el Documento Final de la Conferencia de las Partes de 2010 insta a los Estados nuclearizados a «seguir disminuyendo el papel y la importancia de las armas nucleares en todos los conceptos, doctrinas y políticas militares y de seguridad».[47]
En tal sentido, es digno de mención que en octubre de 2015 una serie de Estados –entre ellos, Brasil– presentara a la Asamblea General una resolución que alienta a «todos los Estados que forman parte de alianzas regionales que incluyan a Estados poseedores de armas nucleares a que sigan promoviendo un papel cada vez menor de las armas nucleares».[48]
Otra resolución presentada durante el mismo período de sesiones, entre cuyos promotores figura Japón, «exhorta a los Estados interesados a que continúen examinando sus conceptos, doctrinas y políticas militares y de seguridad con miras a seguir reduciendo el papel y la importancia que se otorga a las armas nucleares en dichos instrumentos».[49] Creo que Japón debería tomar la iniciativa de transformar su régimen de seguridad, que actualmente depende de la fuerza de disuasión derivada del paraguas nuclear de los Estados Unidos.
Como parte de las actividades preliminares de la Cumbre del G7, que se prevé celebrar en mayo de este año, en abril se llevará a cabo en Hiroshima una Cumbre de Ministros de Relaciones Exteriores del G7. Espero que la naturaleza inhumana de las armas nucleares sea uno de los temas del orden del día, junto con otros ligados a la no proliferación como el programa nuclear de Corea del Norte y la reducción del papel de las armas nucleares como paso hacia la desnuclearización de Asia nororiental.
El tercer punto, el cese de la modernización de las armas nucleares, es algo que ya demandé en mi propuesta de paz del año pasado. Si los países poseedores de armas nucleares siguen gastando más de 100.000 millones de dólares anuales en el mantenimiento de sus arsenales, las grotescas desigualdades que hay en nuestro mundo se convertirán en un azote permanente.
Una resolución propuesta por Sudáfrica y otros Estados a la Asamblea General de las Naciones Unidas en octubre de 2015 señala que «en un mundo en que siguen sin atenderse las necesidades humanas básicas, los enormes recursos asignados a la modernización de los arsenales de armas nucleares podrían destinarse a satisfacer los Objetivos de Desarrollo Sostenible».[50]
Si la modernización de las armas nucleares mantiene su ritmo actual, sabemos con certeza que varias generaciones siguientes de la humanidad se verán obligadas a vivir bajo la amenaza de un holocausto nuclear. Aun suponiendo que no se utilicen, la desviación de recursos que representa será un grave obstáculo para el logro de los ODS y para mitigar de manera visible la desigualdad que hoy aflige a la sociedad global.
En palabras de un representante de Sudáfrica, «el desarme nuclear no solo es una obligación jurídica internacional, sino incluso un imperativo ético y moral». [51]. Creo que estas palabras expresan con vehemencia los sentimientos de quienes han sobrevivido a las bombas atómicas de Hiroshima y de Nagasaki, con un sufrimiento indescriptible, y de otros hibakusha gravemente afectados por el desarrollo y los ensayos de armas nucleares en distintas partes del mundo. También reflejan la vocación de los gobiernos que han suscripto el Compromiso Humanitario y de toda la gente de paz.
La generación del cambio
En la Conferencia Encargada de la Revisión del TNP, la SGI presentó, junto con representantes de organizaciones religiosas cristianas, judías, musulmanas y de otros credos, una declaración conjunta titulada «La preocupación de las organizaciones religiosas ante las consecuencias humanitarias de las armas nucleares». En ella se leen los siguientes fragmentos:
Las armas nucleares son incompatibles con los valores defendidos por las respectivas tradiciones religiosas, como el derecho de la gente a vivir con seguridad y dignidad, los mandatos de la conciencia y la justicia, el deber de proteger a las personas vulnerables y de ejercer la dirección que habrá de salvaguardar al planeta para las generaciones futuras. […]
Abogamos por el comienzo de las negociaciones entre distintos países, en un foro abierto a todos los Estados y que ninguno pueda impedir, a fin de crear un nuevo instrumento legal que prohíba las armas nucleares.[52]
Antes mencioné el análisis del presidente fundador Makiguchi sobre la evolución de la competencia. Ha llegado el momento de reconocer el fracaso de la lógica que subyace a la competencia armamentista nuclear –y, de hecho, a toda competencia armamentista–, tanto desde el punto de vista puramente militar, como en lo que concierne a la grave carga que impone a nuestro mundo.
Espero firmemente que este año, cuando el GTCA se reúna en Ginebra, mantenga un debate constructivo y trace una hoja de ruta que identifique efectivamente las medidas necesarias para «establecer y mantener un mundo sin armas nucleares»,[53] como tarea común de todos los Estados miembros de la ONU. Además, deseo que el GTCA lleve a cabo su labor teniendo claramente en vista la conferencia de alto nivel de la ONU sobre desarme nuclear –que, a más tardar, deberá efectuarse en 2018–, y que su trabajo conduzca al inicio de las negociaciones para firmar un tratado de prohibición de las armas nucleares.
El año próximo, se celebrará el 60.º aniversario de la declaración para la abolición de las armas nucleares del segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda. Esta declaración es el cimiento de los continuos esfuerzos de la SGI por ampliar el respaldo público a un mundo sin armas nucleares. Estamos decididos a lograr la prohibición y la abolición de estas armas a través de una iniciativa de los pueblos del mundo –concebida como una suerte de «derecho internacional de los pueblos»– resultante de la acción conjunta de numerosos actores pertenecientes a los Estados y a la sociedad civil.
La Cumbre Internacional de Jóvenes para la Abolición Nuclear, celebrada en Hiroshima en agosto del año pasado, emitió una declaración de compromiso que aseveraba:
Las armas nucleares son un símbolo de una era pasada; un símbolo que plantea una amenaza sobresaliente a nuestra realidad presente y no cabe en el futuro que estamos creando.[54]
Organizada por seis grupos, entre los cuales está la SGI, dicha cumbre contó con la participación de jóvenes de veintitrés países, así como de Ahmad Alhendawi, enviado del secretario general de las Naciones Unidas para la juventud. Los asistentes se comprometieron a transmitir al mundo y al futuro las experiencias de los hibakusha, concienciar a sus pares y llevar a cabo otras formas de acción para proteger el porvenir compartido de la humanidad.
Luego, en octubre, se presentó en Nueva York el resultado y el fruto de la Cumbre de Jóvenes como evento paralelo a la Primera Comisión de la Asamblea General, que se ocupa del desarme y de la seguridad nacional. La presentación se centró en las acciones que puede emprender la joven generación, tanto en la ONU como en sus respectivas comunidades, para ayudar a despejar el camino hacia un mundo libre de armas nucleares.
En este trabajo compartido con personas y grupos de propósitos afines, queremos apoyar la continuidad de estos encuentros para promover la abolición nuclear. Citando, una vez más, las palabras de la Declaración Juvenil:
Abolir las armas nucleares es nuestra responsabilidad; es nuestro derecho y no vamos a seguir de brazos cruzados observando cómo la oportunidad de la abolición nuclear se desperdicia. Nosotras y nosotros, jóvenes en toda nuestra diversidad y en profunda solidaridad nos comprometemos a hacer realidad esta meta. Somos la Generación del Cambio.[55]
Si esta declaración, enunciada en Hiroshima por jóvenes de todo el mundo, puede echar raíz en el corazón de la gente globalmente, no habrá barrera que no pueda superarse, ni habrá meta que no se pueda lograr.
Más que ninguna otra cosa, lo que cambiará el mundo es la profundidad y la intensidad del juramento que palpite en el corazón de las jóvenes generaciones; eso alejará la amenaza contra la vida y la dignidad humana que representan las armas nucleares, y hará posible un mundo donde todos puedan vivir en paz y manifestar plenamente su dignidad intrínseca.
La SGI asume el firme compromiso de apoyar incondicionalmente la abolición de las armas nucleares y el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, basada en la solidaridad de la juventud: la Generación del Cambio. De esa forma, seguiremos trabajando por un mundo, por una sociedad global, donde ninguna persona se sienta excluida.
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