a+ a- print

Un compromiso colectivo: erradicar el sufrimiento de la tierra y construir un futuro más humano (propuesta de paz 2015)

Daisaku Ikeda
Presidente de la Soka Gakkai Internacional (SGI)

26 de enero de 2015

En ocasión del cuadragésimo aniversario de la Soka Gakkai Internacional (SGI), quisiera exponer algunas reflexiones y propuestas sobre las formas de incrementar la solidaridad entre los pueblos del mundo, no solo con miras a lograr la paz y a impulsar los valores humanitarios, sino también a eliminar el sufrimiento innecesario que se cierne sobre la tierra.

El futuro de nuestro mundo estará determinado por la intensidad y la magnitud del compromiso que adoptemos sus habitantes actuales. Los seres humanos tenemos la capacidad de tomar medidas para asegurar que, hoy y en las generaciones futuras, nadie deba soportar nuestros padecimientos actuales.

En los setenta años transcurridos desde su creación, las Naciones Unidas han extendido el horizonte de sus actividades hasta abarcar un amplio espectro de problemas globales. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), adoptados en 2000, tuvieron como propósito mejorar en un plazo de quince años (2015) las condiciones de la población expuesta al hambre y a la pobreza. En julio del año pasado, el Grupo de Trabajo Abierto sobre Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) dio a conocer una propuesta con numerosos puntos de interés, en relación con estas nuevas metas de desarrollo sostenible, que prolongarán hasta el 2030 las gestiones iniciadas en el 2000 con los ODM. En particular, destaco el compromiso de proteger la dignidad de todas las personas, sin excepción, que se hace palpable en frases como «Poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo» y «Garantizar una vida sana y promover el bienestar para todos en todas las edades».[1]

Los esfuerzos realizados en el mundo por alcanzar los ODM han conducido a importantes conquistas; entre ellas, reducir a 700 millones la cantidad de personas que viven en condiciones de pobreza extrema, y disminuir significativamente la desigualdad de acceso a la educación primaria entre niños y niñas. No obstante ello, sigue habiendo numerosas regiones y grupos poblacionales que aún no han visto mejoras concretas. Consciente de estas dificultades, el Grupo de Trabajo Abierto se ha propuesto establecer ciertos niveles mínimos universales. Dado que en mis propuestas anteriores y en otros documentos he planteado que las nuevas metas internacionales de desarrollo posteriores al 2015 no debían excluir a nadie, celebro francamente esta perspectiva.

Recuerdo que mi maestro Josei Toda (1900-1958), segundo presidente de la Soka Gakkai, señaló conmovido por el dolor del pueblo húngaro tras el fallido alzamiento de 1956: «Mi deseo es que nunca más haya que usar la palabra “sufrimiento” para describir a una persona, a un país o a este mundo en que vivimos...».[2]

Al respecto, viene a cuento el célebre aforismo de Martin Luther King (h): «La justicia es indivisible».[3] Esa fue, también, la convicción del maestro Toda, nutrida por su experiencia como prisionero de conciencia junto al educador y fundador de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi (1871-1944), por haberse opuesto a las políticas de control ideológico del gobierno militarista japonés durante la segunda guerra mundial. Él llegó a entender que la paz y la seguridad, la prosperidad y la dicha, no eran logros que debían beneficiar solo a un grupo de individuos, mientras otros padecían por no tenerlos a su alcance. En las horas más tensas de la guerra de Corea, expresó una honda preocupación personal: «A causa de esta guerra deplorable, cuántos han perdido a sus esposas y maridos, cuántos están buscando en este momento a sus hijos o padres desaparecidos...».[4]

La base de su conducta fue siempre la empatía con las aflicciones de la gente común. Esto se aprecia en su visión de un «nacionalismo global»: los seres humanos tienen derecho a vivir en paz y felicidad, sean cuales fueren su nacionalidad o el lugar donde vivan. Lo que sustenta esta forma de pensar es el intenso deseo de erradicar el sufrimiento de este mundo, que fluye intacto en las actividades de la SGI por la paz, la cultura y la educación, y en su apoyo de larga data a las Naciones Unidas.

Así y todo, el esfuerzo por lograr la inclusión «para todos» y «en todo el mundo» —tal como consta en la propuesta del Grupo de Trabajo Abierto—, y por sumar colaboración en aras de este fin, estará sembrado de dificultades. Por ende, es vital retornar al espíritu de la Carta de las Naciones Unidas, cuyo Preámbulo no admite excepciones en el compromiso de «preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra», «reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana», y «promover el progreso económico y social de todos los pueblos».[5]

Así pues, quisiera debatir tres cuestiones prioritarias para alcanzar las nuevas metas de desarrollo internacional de las Naciones Unidas y acelerar las gestiones para erradicar el sufrimiento de la faz de nuestro planeta.

Rehumanizar la política y la economía

El primer eje prioritario es «rehumanizar la política y la economía», como medio para eliminar las causas del sufrimiento humano.

En agosto del año pasado, el Instituto Toda de Investigaciones y Estrategias para la Paz Mundial, que fundé para honrar el legado de mi mentor, llevó a cabo una conferencia de investigadores de primer calibre en Estambul, Turquía. En el simposio, se analizaron puntos focales como la guerra civil en Siria, el conflicto palestino-israelí, las situaciones en Irak y Ucrania, y el incremento de las tensiones en Asia Oriental. Al mismo tiempo, la conferencia dio a conocer tendencias emergentes positivas y promovió un intercambio de ideas tendiente a apoyarlas y fortalecerlas. Se puso de relieve la rehumanización de la política, cuya primera motivación debe ser revertir el sufrimiento de los seres humanos, y se trataron además otros temas cruciales, como el fortalecimiento de las Naciones Unidas y de otros organismos internacionales, y el desarrollo de la capacidad de empatía, imaginación y creatividad en las jóvenes generaciones.

La Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de Derechos Humanos han dejado claro el papel de los Estados a la hora de proteger los derechos humanos fundamentales. Y, sin embargo, los Estados suelen ser los principales causantes de amenazas contra la vida y la dignidad de las personas. Esta es una inquietud sobre la cual he tenido oportunidad de dialogar con el doctor Kevin Clements, secretario general del Instituto Toda.

El ejemplo más flagrante de esto es la guerra. En los años transcurridos desde que terminó la segunda guerra mundial, solo un puñado de países han podido mantenerse enteramente al margen de los conflictos armados. Por el contrario, en demasiados casos se han puesto trabas a los derechos humanos y a las libertades civiles en nombre de la seguridad nacional, y se ha priorizado el incremento de poderío nacional a expensas de los sectores más vulnerables de la sociedad. En años recientes, muchos pueblos se han visto expuestos a carencias y privaciones imprevistas debido a desastres naturales y a condiciones climáticas extremas. Responder a estos padecimientos es una de las responsabilidades primarias de cualquier sistema político. Lo mismo se aplica al plano de la economía.

Hace dos años, el papa Francisco planteó al sistema económico actual un reto que cobró amplia difusión: «No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa».[6] A decir verdad, la obsesión por los índices macroeconómicos y las tasas de crecimiento a menudo termina relegando a un segundo plano la preocupación por la vida, la dignidad y la subsistencia de los individuos; de tal suerte, el ritmo febril y acelerado de la actividad económica no consigue aliviar la lucha que afronta la población cotidianamente.

La palabra «política» deriva del griego politeia que, entre otros significados, denota el papel de los ciudadanos en el Estado. Por su parte, en idioma japonés el vocablo correspondiente a «economía» es la abreviatura de un término chino de cuatro caracteres que significa «generar orden en la sociedad y aliviar el sufrimiento del pueblo». Hoy, el significado original de estas dos palabras ha caído en el olvido, y los principios rectores de la acción política o económica parecen, en todo caso, agravar aún más los padecimientos de las personas que viven en circunstancias desfavorables.

Esto trae a mi mente el concepto del dharma, que, según las enseñanzas budistas tempranas, Shakyamuni propuso como camino fundamental por el cual transitar la vida. Dharma, que deriva de la raíz dhṛ, es un término sánscrito que significa «aquello que sostiene o fundamenta». En las traducciones de las escrituras budistas al chino, se lo expresó como «Ley» o «Camino». En otras palabras, refleja la idea de que el individuo necesita algo en lo cual sustentarse o tomar como fundamento; el académico japonés Hajime Nakamura (1912-1999) lo explicó diciendo que hay caminos y principios que como seres humanos debemos observar o recorrer.[7]

Aunque, por un lado, es lógico que ciertos aspectos específicos de la economía y de la política varíen en respuesta a los tiempos, también hay principios esenciales y parámetros de conducta que no pueden ser ignorados. En las enseñanzas que datan de sus últimos años, Shakyamuni alentó a sus seguidores a vivir basados en este dharma subyacente, en todas las circunstancias. Comparó el dharma con una isla, para expresar la forma en que este principio funciona en el contexto agitado de la realidad cotidiana, del mismo modo que una isla brinda refugio, protección y sustento a las personas a merced de la corriente. Si extrapolamos esta idea, podríamos decir que el papel de la política y de la economía es ofrecer, en épocas de crisis, un espacio de seguridad, especialmente para los vulnerables, una base desde la cual los seres humanos puedan recuperar la esperanza necesaria para vivir.

Si reconsideramos el origen de la política desde el punto de vista de las personas comunes, encontramos la esperanza y casi el ruego de que, a través de ese voto o de esa participación, se pueda hacer de la sociedad un lugar mejor. Del mismo modo, los orígenes de la economía se encuentran en el firme deseo de que los individuos desempeñen un papel útil en la sociedad a través de su trabajo u ocupación. Sin embargo, cuando la política funciona en gran escala, se observa una tendencia que se ha definido como «déficit democrático», según la cual la voluntad popular no se ve reflejada en las medidas y acciones políticas. El fenómeno correspondiente en el ámbito de la economía serían los excesos del sector financiero, que permiten a la especulación incontrolada causar estragos en la economía real.

¿Cuáles son, entonces, los principios que debemos abrazar para restringir estas tendencias y adecuar de la manera necesaria los sistemas políticos y económicos actuales?

Creo que vienen a colación las siguientes palabras que el Mahatma Gandhi (1869-1948) escribió a un amigo: «Recuerda el rostro de la persona más pobre y débil que hayas conocido, y pregúntate si la medida que estás por adoptar le será de algún provecho a esa persona».[8] Lo que Gandhi nos exhorta a tener presente a la hora de tomar decisiones cruciales son las penurias de la gente de carne y hueso con quienes compartimos la vida, antes que las teorías o políticas circunstanciales.

Siento que esta mirada es profundamente compatible con la idea del Camino Medio expuesta por el budismo. El Camino Medio no significa un simple punto intermedio entre posiciones extremas en el pensamiento o en la acción. Antes bien, se refiere al proceso de construcción del camino; es decir, a vivir y dejar huella en la sociedad interrogándonos continuamente sobre nuestro proceder para asegurarnos de que este concuerde con los principios del humanismo. Cuando Shakyamuni propuso a sus seguidores que confiaran en el dharma como una isla segura, al mismo tiempo estaba indicándoles que viviesen con confianza en sí mismos. De esta manera, señalaba el verdadero significado del Camino Medio: no se trata de seguir irreflexivamente cada ocurrencia cambiante, sino, como propuso Hajime Nakamura, de «sustentarse en el yo auténtico, en esa dimensión del ser en la cual podemos creer con orgullo en cualquier circunstancia».[9]

Cuando cada uno tiene en cuenta a las personas que se verán afectadas por sus decisiones y reflexiona sobre el peso de su responsabilidad, se torna posible el descubrimiento de la subjetividad auténtica y el cultivo del humanismo interior. La repetición sostenida de este proceso nos permite explorar más profundamente el significado y la función de los sistemas políticos y económicos, y crear las condiciones sociales que den lugar a su rehumanización. Este es el dinamismo esencial del Camino Medio.

Puede que las decisiones tomadas en base a estos parámetros sean criticadas o rebatidas por oponerse a la corriente de la época o de la sociedad. Pero cuando el ser humano renuncia a las propias convicciones, no solo deja de hacer el bien pasivamente, sino que, mucho peor, da lugar a una clase de males que ocasionan sufrimiento a numerosas personas. Esta fue la clara advertencia de Tsunesaburo Makiguchi, el fundador y primer presidente de la Soka Gakkai.

Con sus palabras y acciones, Makiguchi confrontó de lleno el fascismo militar del Japón y sus políticas de control ideológico en tiempos de guerra. A partir de 1940, las reuniones que llevaba a cabo la Soka Kyoiku Gakkai, precursora de la organización actual, comenzaron a celebrarse bajo vigilancia de la Policía Especial Superior. Las autoridades clausuraron el boletín de la institución, Kachi sozo (Creación de valor), en mayo de 1942, y en julio del año siguiente detuvieron a Makiguchi para someterlo a un extenso interrogatorio.

Según consta en los archivos oficiales, esta es la respuesta que dio a una de las preguntas:

A veces la gente, demasiado pendiente de la opinión de la sociedad, elige una manera de vivir que, alejada del gran bien o del mal en sentido real, se da por satisfecha con hacer el bien en mínima escala. En casos extremos, esto conduce a la idea de que es válido hacer cualquier cosa mientras la ley no lo prohíba. Yo considero que estas maneras de vivir involucran una denigración del dharma budista.[10]

Con esa «denigración» del dharma, Makiguchi se refiere a las acciones que contradicen las enseñanzas del budismo, pero, en sentido más amplio, nos alienta a reflexionar sobre cualquier curso de acción que transgreda los principios del humanismo. Detrás de un sinfín de situaciones en que la actividad política y económica es causa de sufrimientos reales y concretos, lo que opera es la indiferencia a la desgracia ajena y el ansia de autojustificación, que tanto deplora Makiguchi. Mientras impere esta lógica, ni siquiera los casos exitosos de aparente prosperidad durarán en el tiempo; lejos de ello, el egocentrismo de creer «Después de mí, el diluvio» será causa directa de desdicha.

El desafío de reorientar las actividades económicas y políticas hacia el alivio del sufrimiento humano —es decir, rehumanizarlas— es en verdad relevante, porque la lógica que impera en la actualidad es, precisamente, este tipo de pensamiento egoísta.

Por fortuna, se observan ciertos movimientos en esta dirección humanitaria. A modo de ejemplo, 110 países ya han creado instituciones nacionales de derechos humanos a tono con las recomendaciones del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y de otros organismos. Estas agencias alientan la creación de marcos jurídicos para la protección y la educación en materia de derechos humanos. En mi propuesta de paz de 1998, sugerí que se incluyera a las ONG en los grupos de trabajo deliberativos, a fin de encontrar el formato más adecuado para tales agencias.[11]

En el campo de la economía, en mayo del año pasado (2014), once miembros de la Unión Europea acordaron la implementación conjunta de un impuesto a las transacciones financieras, que, según se estima, entraría en vigencia en 2016. Considerando las lecciones que dejó la crisis financiera del 2008 y el serio golpe que asestó a la economía mundial, el mencionado gravamen a las operaciones financieras desalentaría la especulación desmedida y activaría la recaudación fiscal destinada a programas redistributivos. En la propuesta que elevé seis años atrás, exhorté a implementar ampliamente mecanismos tributarios de solidaridad internacional para apuntalar el cumplimiento de los ODM. Sugerí que cierto tipo de medidas, como la aplicación de tasas fiscales a las operaciones financieras, podrían ser objeto de una competencia positiva entre naciones, puestas a desarrollar nuevas ideas y visiones orientadas al mañana.[12] En el caso de las ODS, hará falta ejercitar este pensamiento creativo en mucha mayor medida.

La fuerza impulsora más importante para rehumanizar la política y la economía es la solidaridad ciudadana entre personas que hagan oír su voz, basadas en un compromiso inclaudicable con el futuro colectivo de la humanidad. En un trabajo anterior, Makiguchi ya había señalado que el espíritu que animaba a las sociedades no existía separadamente del de sus habitantes, y que a partir de comunicar y difundir un cambio de conciencia individual, era posible crear una nueva conciencia social. [13]

Cuando discurrí sobre la metodología de la transformación social con la académica Elise Boulding (1920-2010), destacada investigadora en estudios sobre la paz, esta expresó: «Llevo largo tiempo pensando que es posible crear un mundo de paz y de inclusión si el foco de nuestro esfuerzo denodado es el desarrollo de cada integrante de la comunidad».[14] También afirmó que la dirección futura de una sociedad suele estar definida por la acción de un 5% de personas activas y comprometidas. Ese 5% es lo que, en última instancia, transforma la cultura en su totalidad. Su convicción me infundió una gran esperanza.

En tal sentido, no son los simples números sino la fortaleza y la profundidad de nuestras redes solidarias lo que nos pondrá en el camino hacia la rehumanización de la política y de la economía. La clave para transformar el rumbo de la historia yace en crear una corriente solidaria de nivel local e internacional, formada por personas comunes que no quieran ver a otros sufriendo en la desgracia.

Una onda expansiva de empoderamiento

El segundo tema prioritario que quisiera explorar es lo que llamo «una onda expansiva de empoderamiento» para activar en las personas la capacidad de trascender y de transformar las aflicciones.

En las últimas décadas, los desastres naturales y las condiciones climáticas extremas han infligido graves daños y han causado crisis humanitarias en todo el mundo. Ejemplos de ellas son el terremoto de Kobe (1995), el terremoto y tsunami del océano Índico (2004), el terremoto de Haití (2010), el terremoto y tsunami de Japón oriental (2011) y el tifón Haiyan que azotó las Filipinas en 2013. Según estadísticas de las Naciones Unidas, en 2013 hubo 22 millones de personas desplazadas de sus hogares a causa de desastres naturales. Esta cifra es tres veces mayor a la de los desplazados por conflictos armados.[15]

En una oportunidad, he sufrido también, en carne propia, la enorme tristeza de perder el techo. Durante la segunda guerra mundial, la economía de nuestra familia se vio minada por la enfermedad de mi padre y por el reclutamiento forzado de mis cuatro hermanos mayores. Al poco tiempo, tuvimos que vender la casa donde había transcurrido nuestra infancia. La vivienda a la cual nos mudamos fue derribada para crear un cortafuegos, y el nuevo lugar al que nos trasladamos de inmediato después quedó completamente incinerado durante un bombardeo.

Estas experiencias me permiten imaginar la desazón y el dolor de los que, además de perder a sus seres queridos, se ven obligados a abandonar sus hogares. En verdad, lo que uno siente es el sufrimiento de perder el mundo donde vivía. El verdadero reto de las tareas de reconstrucción es restablecer la esperanza y la voluntad de vivir en los afectados. Y para ello, es fundamental el apoyo consciente de toda la sociedad.

De hecho, la experiencia de perder el propio espacio vital, el sentido de pertenencia y de contención comunitaria es algo común a todos los lugares, aun cuando se exprese de maneras menos dramáticas. En el caso del Japón, se estima que una de cada cinco personas de más de sesenta y cinco años vive en situación de pobreza y uno de cada seis niños experimenta alguna forma de privación; entre ellas, la inseguridad alimentaria.[16] Para muchos, el dolor de la privación económica viene acompañado de un angustiante aislamiento social.

En la búsqueda de soluciones a este problema, creo que puede sernos valioso leer las reflexiones de la filósofa norteamericana Martha C. Nussbaum. La pensadora observa que las concepciones tradicionales del contrato social se formularon sin incluir a las mujeres, los ancianos, los niños o las personas con discapacidades. Y también cita la influencia del utilitarismo como razón que lleva a ignorar el sufrimiento de determinados sectores de la población. En este tenor, expresa:

[U]tilitarismo… El dolor y la miseria de una persona pueden compensarse de este modo por la fortuna de una pluralidad de personas. Se elimina así un hecho moral de extraordinaria importancia: que cada persona tiene una única vida por vivir.[17]

Nussbaum nos exhorta a trascender la idea del beneficio mutuo como único principio organizador de la sociedad y propone una reconfiguración basada en el concepto de la dignidad humana sin exclusión de nadie. Afirma que cada uno de nosotros, en determinado momento de la vida, necesitará la ayuda de otros para vivir, ya sea por razones de vejez, enfermedad o accidente, y que, por eso, debemos ponderar el nuevo rumbo de la sociedad como si fuera un asunto del máximo interés personal.

La tesis de Nussbaum tiene mucho en común con la filosofía budista, que asigna un lugar central a las aflicciones relacionadas con las diferentes etapas vitales —como el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte— e indaga cuál es la mejor forma de enfrentarlas. Como simboliza el famoso episodio de los cuatro encuentros, antes de su conversión filosófica Shakyamuni experimentó un hondo pesar: no lo condolía tanto la realidad de la vejez y de la enfermedad como ver que las personas debiesen confrontar tales desdichas en aislamiento, que los moribundos tuvieran que esperar la muerte en soledad a la vera de un camino, o que alguien debiera soportar dolencias físicas sin poder recibir atención o cuidados médicos. Esto nos revela a un Shakyamuni conmovido por la ruptura de los lazos entre los seres, y por el efecto de aislamiento que genera el dolor.

Pero —cabe destacarlo— además de sus actividades como maestro espiritual, Shakyamuni solía ocuparse de cuidar y atender personalmente a aquellos que son más vulnerables, y era muy estricto con los discípulos que se desentendían de este deber moral. Una enseñanza dice, al respecto, que «en horas de necesidad, es grato tener amigos».[18] Ni la enfermedad ni la vejez disminuyen de manera alguna el valor esencial de nuestra vida. A pesar de ello, el ser humano es objeto de una creciente desesperación cuando ve que sus lazos con los semejantes se debilitan y que la sociedad, de manera alienante, no lo acepta en su estado. Es algo que Shakyamuni decidió no ignorar.

Una de las enseñanzas clave de Shakyamuni es la idea del origen dependiente, que explica que el mundo está vinculado por una trama de interrelaciones entre todos los seres. Entender esta red conectiva nos permite tomar incluso la enfermedad y la vejez como una oportunidad para elevar y ennoblecer nuestra vida y la de las personas que nos rodean, pese al tenor doloroso de las circunstancias. Pero la conciencia intelectual de las interrelaciones no basta para efectuar un cambio positivo en la realidad.

«Cuando nos inclinamos ante un espejo, la figura reflejada también nos reverencia».[19] Tal como esta cita sugiere, esa naturaleza interrelacionada solo se torna palpable cuando percibimos y atesoramos en los demás la misma dignidad preciada e insoslayable que le asignamos a nuestra propia vida. En ese momento, las lágrimas y las sonrisas que fluyen de vida a vida encienden en nosotros y en los otros el valiente deseo de vivir.

El psicólogo Erik. H. Erikson (1902-1994), célebre por sus investigaciones sobre la conceptualización de la identidad, propone una mirada muy semejante al dinamismo del origen dependiente. Para él, vivir en un espacio conjunto significa algo más que la proximidad circunstancial; en verdad, lo que ello denota es una «intervivencia» entre las etapas vitales de los individuos, cuyos «engranajes», al rodar, arrastran y ponen en movimiento las etapas vitales de otros seres.[20]

Quisiera hacer referencia a las ideas de Erikson en mi tratamiento de las posibilidades infinitas que encierra la enseñanza del origen dependiente; entre ellas, la capacidad de autoempoderamiento que permite a las personas agobiadas por el sufrimiento iluminar su comunidad y la sociedad con la luz de su dignidad interior.

La primera de las ideas de Erikson que voy a citar se refiere a que «el hombre maduro necesita sentirse necesitado».[21] Esto indica, a mi entender, que cualquiera fuere nuestro estado, mientras nos sintamos necesarios existirá en nosotros el deseo de responder. Ese deseo activa las facultades interiores de la vida y mantiene encendida en nosotros la llama de la dignidad humana.

Esto me hace recordar el ejemplo de Elise Boulding, a quien antes cité, y la forma en que ella vivió la última etapa de su vida. Unos años antes de morir, cuando había pasado la barrera de los ochenta, la doctora Boulding recibió la visita de varios miembros de la SGI. Les explicó que, aunque ya no tenía la energía necesaria para escribir libros voluminosos como antes, se dedicaba con gusto a redactar prefacios que le solicitaban autores y estudiantes para sus obras.

Cuando el paso de los años agravó su estado de salud, tuvo que ser internada en una residencia asistencial. Y sin embargo, a pesar de las limitaciones, lo que la motivaba era pensar que había algo en lo cual podía ser útil cada día. Según recuerda el doctor Kevin Clements, uno de sus discípulos, esta notable académica encontraba la posibilidad de hacer el bien a los demás a través de sonreír, de ofrecer palabras de elogio o de agradecer la amable atención del personal médico que la cuidaba. Hasta el último momento antes de morir, siguió recibiendo a los visitantes con un magnífico espíritu de hospitalidad, tal como anteriormente hacía con los que la iban a ver a su hogar.

Como demuestra el caso de la doctora Boulding, siempre podemos mantener activa esa red de vínculos que nos unen a los demás y, con esta disposición, ofrecer momentos de genuina felicidad a los que nos rodean, haciendo resplandecer mucho más aún nuestra humanidad interior. Esos momentos se convierten en el registro vivo de nuestro ser, recreados en el corazón de nuestros seres queridos y en nuestra propia memoria. Ese noble brillo de la vida es producto de un empoderamiento que persiste en cualquier circunstancia.

Otra idea que propone Erikson es que el esfuerzo por reformular el sentido de nuestra vida evita que el sufrimiento se propague y genere círculos destructivos. No podemos rehacer lo que vivimos. Pero, al relatar a los demás los pasos que nos han llevado hasta el instante actual, podemos reformular el significado de los hechos pasados. Erikson encuentra en esto una fuente de esperanza.

Esta práctica se observa, por ejemplo, en las actividades de la SGI; en particular, en el relato de experiencias personales que, al compartirse con otros, permiten a todos reafirmar su convicción y sus metas de vida. Para la SGI, la tradición de hacer pequeñas reuniones de diálogo se remonta a las épocas del presidente fundador de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi.

En estos espacios, los practicantes e invitados debaten qué tipo de valores los hace felices y de qué manera encuentran sentido a su existencia, cómo abordan experiencias críticas, como la muerte de sus seres queridos, la enfermedad, dificultades económicas, problemas laborales, conflictos familiares o situaciones de discriminación o prejuicio. Es un lugar de reconocimiento colectivo donde se afirma la naturaleza irreemplazable de cada historia de vida; un ámbito donde se intercambian lágrimas de tristeza y de alegría ante los hechos de la existencia, pero invariablemente se incentiva a todos a triunfar en la contienda por resolver el sufrimiento.

En este intercambio, el sujeto que narra su experiencia reconoce que todas las circunstancias vividas le sirvieron para construir su identidad presente, y que cada una de sus contiendas puede nutrir positivamente su futuro crecimiento. Los que escuchan y comparten el relato sienten el valor que necesitan para desafiarse ante sus propios problemas. Esta reacción en cadena de empoderamiento, basada en la empatía, constituye la médula de nuestra práctica de la fe.

Lo que quisiera destacar es la profunda repercusión que puede tener en la vida de otros el relato vital de quien triunfó en la búsqueda del sentido interior, incluso en medio de hondos sufrimientos personales. Estas historias de vida trascienden los confines nacionales, conectan a las distintas generaciones e infunden valor y esperanza a muchísimas personas.

Erikson reconoció en Gandhi esta forma de vivir y lo consideró un ejemplo viviente de su filosofía, hasta tal punto que llegó a escribir una semblanza biográfica del líder indio. Allí describe con estas palabras a los jóvenes que se congregaban en torno a Gandhi:

Esos jóvenes, en muchos sentidos sumamente talentosos, parecían haberse unido en un «rasgo» de personalidad que era una preocupación intensa y precoz por los abandonados y perseguidos, al principio en el seno familiar y, luego, en un círculo de acción cada vez más amplio.[22]

Este proceso, sin duda, reflejaba las propias motivaciones de Gandhi. Este había empezado a luchar por los derechos humanos en Sudáfrica a raíz de la discriminación que él mismo había sufrido en su juventud. Con el tiempo, su activismo se extendió al movimiento de resistencia no violenta por la emancipación de la India colonial. Su mayor deseo era liberar de la opresión a toda la humanidad, sin dejar afuera a una sola persona. Y los jóvenes querían trabajar a su lado, precisamente, porque lo animaba una pasión tan sincera.

Cuando Gandhi murió, su ejemplo siguió marcando el rumbo a muchos otros que también abrazaban la causa de la dignidad humana, como Martin Luther King (h) y Nelson Mandela (1918-2013). Conocí al presidente Mandela en julio de 1995. En esa oportunidad, nos referimos a una revista académica que había publicado un número conmemorando el 125.o natalicio del gran líder indio, para la cual ambos habíamos escrito sendos artículos. El ensayo de Mandela decía:

Así resistió el prisionero Gandhi a comienzos de nuestro siglo. Aunque el tiempo nos separa, hay un lazo que nos une por nuestras experiencias en la cárcel, nuestra oposición a las leyes injustas y el hecho de que la violencia haya amenazado nuestras aspiraciones a la paz y a la reconciliación.[23]

Para Mandela —cuya reclusión duró más de veintisiete años—, debió de haber sido un enorme aliento que Gandhi hubiera recorrido antes que él ese mismo calvario.

Hace cincuenta años, comencé a escribir en forma novelada la historia de la Soka Gakkai. El tema de los numerosos volúmenes que forman esta obra —La revolución humana— se resume en la siguiente tesis: la gran revolución de un individuo puede propiciar un cambio en el destino de todo un pueblo e incluso generar una transformación en el rumbo de la humanidad. Este postulado habla de una onda expansiva de empoderamiento cuyas posibilidades ilimitadas se extienden en el espacio, atraviesan las fronteras nacionales y, con el tiempo, se perpetúan a través de varias generaciones.

La expansión de la amistad como base para poner fin a las guerras

El tercer tema prioritario que hoy quisiera desarrollar es la expansión de la amistad frente a las diferencias, como vía para crear un mundo de convivencia armoniosa.

En años recientes, han surgido nuevas causas de preocupación asociadas a cambios importantes en la naturaleza de los conflictos. Por un lado, los conflictos internos tienden a exceder las órbitas nacionales y a internacionalizarse cada vez más, en la medida en que otros países y grupos se involucran activamente en las tensiones. Este fenómeno, por ejemplo, ha sido un factor que complicó en gran medida las posibilidades de una tregua o de la paz en la guerra civil siria.

Por otro lado, se ha producido un cambio gradual en el objetivo de la acción militar. El propósito de la guerra, tal como lo había definido el estratega militar Carl von Clausewitz (1780-1831), era obligar al oponente a aceptar la propia voluntad. Hoy, no obstante, se hace más hincapié en la eliminación de cualquier grupo percibido como enemigo. En los territorios donde se libran conflictos armados, se ha vuelto moneda corriente perpetrar ataques militares por control remoto, que hieren o matan a la población civil y, sobre todo, a los niños. Cabe preguntarnos cuál es el resultado final de estos ataques lanzados con tanta sangre fría, sin pensar en la humanidad del enemigo ni en la posibilidad de que los otros también tengan derecho a existir.

Los horrores que los avances tecnológicos han hecho posibles en materia de armamentos, combinados con la ideología eliminacionista, no solo contradicen la letra del Derecho Internacional Humanitario, sino que, peor aún, son inadmisibles desde el punto de vista del humanismo más primario.

El año pasado, las Naciones Unidas iniciaron un debate sobre la amenaza que representan los Sistemas de Armas Autónomas Letales (LAWS, por sus siglas en inglés) o «robots asesinos». Es esencial comprender que estamos frente a la automatización de la guerra en gran escala.

Al mismo tiempo, debemos reconocer que las ideologías eliminacionistas no se limitan a las áreas de conflicto, sino que han echado raíz en diversos países del mundo. En diciembre de 2013, las Naciones Unidas pusieron en marcha la iniciativa «Los derechos humanos primero», cuyo propósito es reconocer la advertencia implícita en las violaciones a los derechos humanos individuales y responder a ellas antes de que se conviertan en atrocidades colectivas o en crímenes de guerra.

El discurso de odio, por ejemplo, está siendo un grave problema social en muchos países. Aun cuando no desemboque en violencia directa o en crímenes de odio, proviene de la misma pulsión malvada a lastimar a los demás. En tal sentido, constituye una violación a los derechos humanos que no puede ser ignorada. Para cualquier persona, las expresiones de violencia o de opresión basadas en prejuicios contra el individuo o la familia resultan inaceptables. Pero cuando esa misma violencia se dirige contra los grupos étnicos o contra los pueblos, no es tan infrecuente que se la justifique en nombre de algún defecto o error atribuido colectivamente a las víctimas.

Para impedir que estas situaciones cobren magnitud, el primer paso es desarrollar un medio que nos acerque al otro y nos permita mirarnos a los ojos sin incurrir en este tipo de pensamiento generalizador. Podría ser útil recordar aquí un episodio del Sutra Vimalakirti que describe un diálogo entre Shariputra —discípulo de Shakyamuni— y una deidad.

Shakyamuni se entera de que este creyente laico, Vimalakirti, ha caído enfermo, y exhorta a uno de sus discípulos llamado Manjushri a que vaya a visitarlo. Entonces, otro de los discípulos más prominentes, Shariputra, decide ir con él. La visita da lugar a un profundo debate entre Manjushri y Vimalakirti sobre las enseñanzas del Buda.

Cuando el intercambio llega a su punto culminante, una deidad que se hallaba entre los espectadores adorna a todos con flores como expresión de su alborozo. Shariputra dice que no es propio de un practicante budista adornarse con pétalos aromáticos. Pero, aunque intenta sacudírselos, estos quedan adheridos a su cuerpo. Al verlo actuar así, la deidad le dice: «Las flores no tienen conciencia discriminatoria; y sin embargo, tú discriminas a las personas», señalando así los apegos que gobernaban la mente de Shariputra.

Este comprende enseguida la verdad que hay en sus palabras y se propone seguir interrogando a la deidad. Pero esta prefiere valerse de sus facultades para hacer que ella y Shariputra intercambien mutuamente su forma física. Mediante este artilugio, muestra a su atónito interlocutor hasta dónde llega su conciencia discriminatoria, y, habiéndolo guiado a esta revelación, al final le devuelve su cuerpo original. Esta sorprendente escena le enseña a Shariputra que las características y formas de las cosas no son entidades fijas, y que es errado dejar que la mente responda solo a las apariencias externas.

Lo significativo, a mi criterio, es que la experiencia de transformación física le permitió a Shakyamuni tomar profunda conciencia de su actitud discriminatoria hacia esa deidad femenina, y entender su profundo error a través de una vivencia personal.

El avance de la globalización ha propiciado un mayor desplazamiento de personas entre países. Muchos, a partir de vivir en el extranjero o de conocer otras ciudades, pudieron reconocer el nivel de discriminación, a veces inconsciente, con que trataban a determinados grupos en sus países de origen. Esto muestra cuán importante es el esfuerzo por entender a los demás y por ver las cosas a través de los ojos de los semejantes.

Sin esta autodisciplina —especialmente en épocas de tensiones sociales— a nuestra mente le es muy fácil esgrimir ideas subjetivas sobre lo que es la «justicia» o la «paz», y en nombre de ellas amenazar la vida y la dignidad de los otros. Por eso le fue tan valioso a Shariputra cambiar su identidad y experimentar el punto de vista opuesto. Este cambio de posición nos permite ver la amenaza implícita en la mirada que dirigimos a otros. Nos alienta a imaginar en forma activa la intimidación que sienten otros individuos y familias, y revertir nuestras suposiciones y prejuicios.

En un principio, cuando Shakyamuni le pidió a Shariputra que fuese a visitar a Vimalakirti, su respuesta inicial fue de dubitación. No bien llegó acompañado de Manjushri, su primer pensamiento fue que no tenía dónde sentarse. Por su parte, cuando Manjushri le preguntó a Vimalakirti por qué estaba enfermo, este respondió: «Porque todos los seres están enfermos, yo también lo estoy». Agregó que, si sus visitantes estaban realmente preocupados por su salud, la mejor forma de expresarlo era cuidando y alentando a otros que estaban enfermos. Mientras que Shariputra tenía un interés obsesivo en su persona, el foco de Vimalakirti era la realidad del sufrimiento que experimentaban todos los seres humanos, cualesquiera fuesen las circunstancias o las distinciones entre su yo y los demás.

Si analizamos las condiciones actuales del mundo tomando como criterio las posiciones opuestas que presenta este sutra, obtenemos la siguiente lección: mientras que la paz y la justicia deberían experimentarse como un bien común a todos los hombres, cuando el interés desmedido en el yo las convierte en valores «divisibles», en nombre de la paz y de la justicia se terminan justificando actos de violencia y de opresión contra otros grupos con quienes se está en conflicto.

Por tal razón, una clave para aliviar el sufrimiento humano yace en ampliar la esfera de la solidaridad humana, reconociendo colectivamente las amenazas a las que todos estamos expuestos, como la incidencia creciente de catástrofes naturales relacionadas con el cambio climático, o los daños ocasionados por el uso de las armas nucleares.

Lo único que podemos hacer en todo momento para ayudar a crear esa solidaridad es generar una red más extensa de amistad a través del diálogo. En mis diálogos sobre el islamismo y el budismo con el fallecido presidente indonesio Abdurrahman Wahid (1940-2009), este insistió en que el diálogo daba una faz humana a individuos de orígenes étnicos, culturales, religiosos y trasfondos históricos diferentes. A través de diversos encuentros personales y de interacciones reiteradas, vamos entrando en sintonía con la narrativa existencial del otro. Y aun valorando o reconociendo la gran importancia de aspectos como la religión o la pertenencia étnica, no dejamos que esto ocupe el foco excluyente de nuestro encuentro. La confianza y la corriente afectiva que generan estas experiencias de intercambio se traducen en melodías humanas que solo esas dos personas pueden crear juntas. Este, creo yo, es el verdadero significado, el genuino valor de la amistad. O, para citar aquí palabras del historiador Arnold J. Toynbee (1889-1975): «Estas visiones del mundo real son revelaciones de valor inapreciable».[24]

La amistad evoluciona libremente cuando, en vez de poner en primer plano los atributos de cada una de las partes, vamos a buscar en el otro la luz brillante de su humanidad. Desde que, hace cuarenta y tres años, inicié mi diálogo con el doctor Toynbee, tuve el privilegio de participar en conversaciones con prominentes figuras de los más variados orígenes étnicos, culturales, religiosos y nacionales. El hilo conductor ha sido siempre el interés común en el futuro humano. Y en el transcurso de nuestros intercambios, siempre hemos podido cultivar amistades profundamente enriquecedoras.

Los miembros de la SGI, con sus encuentros interpersonales y su permanente promoción de la amistad, han participado activamente en la transición de una cultura de guerra —dominada por las ideologías de la exclusión— a una cultura de paz, donde las diferencias se celebran como fuente de la diversidad humana y lo que une a las personas es la promesa conjunta de defender la dignidad en forma recíproca.

A partir de impulsar los intercambios culturales y educativos, hemos creado oportunidades para que hombres y mujeres de distintos países y regiones se conozcan personalmente y entablen lazos de amistad y de confianza. Nuestra esperanza es que tales vínculos de fraternidad entre individuos contrarresten cualquier ideología xenófoba que pueda surgir en su entorno, particularmente en épocas de fuertes tensiones entre naciones. De esta manera, hemos procurado construir sociedades sanas, resistentes a las fuerzas negativas de la psicología de masas. Y cuando, en ciertas regiones, las relaciones políticas o económicas se enfriaron, nosotros seguimos trabajando —incluso durante varias generaciones— para mantener abiertos los canales de diálogo y de comunicación entre todas las partes.

El año pasado, la Asociación de Conciertos Min-On, que fundé en 1963, creó el Instituto de Investigaciones Musicales Min-On. Con el aval de sus cinco décadas de experiencia promoviendo intercambios culturales y musicales con compañías e instituciones de 105 países y territorios, el nuevo instituto se dedicará a explorar el potencial y el papel de la música y de las artes —el poder de la cultura— en la creación de la paz.

Además, a través de actividades dialógicas interreligiosas e interculturales implementadas por las organizaciones de la SGI en cada país, hemos creado espacios para compartir lecciones que nos permitan trascender los ciclos de odio y de violencia de tan hondo arraigo en el mundo actual. Tomando como punto de partida la determinación de aliviar el sufrimiento humano, hemos mantenido debates sobre temas comunes sumando la sabiduría de cada tradición religiosa y cultural, para esclarecer la ética y las normas de conducta que permiten salir de estos atolladeros.

Aquí viene a cuento algo que, en 1996, observó el ex presidente checoslovaco Václav Havel (1936-2011): «La única tarea significativa que tiene Europa por delante en el siglo próximo es ser la mejor Europa posible; es decir, resurgir e imbuir su existencia de las mejores tradiciones espirituales para, de esa manera, ayudar a configurar creativamente un nuevo patrón de convivencia mundial».[25]

Si en esta frase reemplazamos «Europa» por la religión o la civilización que cada uno represente, vemos que la propuesta de Havel puede erigirse como modelo para la clase de diálogo que estamos impulsando. El diálogo nos permite compartir la energía vital más productiva y valiosa de cada tradición espiritual; nos dispone a tener una actitud abierta para experimentar la condición humana en su mayor plenitud, y a iniciar acciones conjuntas poniendo en ello lo mejor de nosotros mismos. Este es el verdadero significado del diálogo interreligioso y del intercambio entre civilizaciones.

Mediante estas actividades, hemos alentado a las personas a no ser cómplices involuntarias de la violencia y la opresión; a reforzar la atracción magnética del etos de convivencia y a construir bastiones contra la guerra. Hemos procurado crear lazos de solidaridad humana basados en la determinación común de evitar a cualquier otra persona el sufrimiento que nosotros mismos jamás aceptaríamos padecer.

En una escena del Sutra Vimalakirti se describe la aparición de un dosel tachonado de piedras preciosas que cubre la tierra. En torno a Shakyamuni se habían congregado quinientos jóvenes, cada uno de los cuales sostenía una sombrilla ricamente ornamentada. En verdad, el gigantesco dosel se formaba cuando todos esos jóvenes unían en un mismo instante sus sombrillas, en un gesto que simbolizaba su deseo de crear una sociedad de convivencia pacífica. A partir de ese momento, cada parasol dejaba de ser una herramienta de protección individual, que solo podía cobijar a una única persona del viento, la lluvia o los rayos ardientes del sol.

Todos esos jóvenes, hasta ese momento, han venido transitando caminos diferentes en la vida, pero cuando hacen a un lado sus diferencias personales y ponen en el centro su determinación común, dan lugar a la creación de ese inmenso dosel protector que cubre a todo el pueblo. Yo veo en esta escena un bello símbolo de las posibilidades ilimitadas que encierra la solidaridad entre los seres humanos.

Creo que estos lazos también están presentes en los nuevos objetivos internacionales de desarrollo que adoptarán las Naciones Unidas de cara al 2030, y que representan la decisión de proteger de todas las amenazas y sufrimientos la vida y la dignidad de cada pueblo de la Tierra. Estas metas habrán de lograrse, precisamente, en la medida en que cultivemos este espíritu de solidaridad.

La evolución creativa de las Naciones Unidas

A continuación, quisiera brindar propuestas específicas sobre temas urgentes que requieren un enfoque creativo, más allá del pensamiento convencional, para poder erradicar el sufrimiento de la faz de la Tierra.

Al rememorar las siete décadas de historia de las Naciones Unidas, vienen a mi mente las palabras que su segundo secretario general, Dag Hammarskjöld (1905-1961), expresó en su informe anual de 1960:

Las Naciones Unidas son una creación orgánica de la situación política a que hace frente nuestra generación. Sin embargo, la comunidad internacional ha llegado al mismo tiempo, por decirlo así, a adquirir conciencia política de sí misma en la Organización y, por consiguiente, puede valerse de ella, intencionadamente, para influir sobre esas mismas circunstancias creadoras de la Organización. [26]

A pesar de los límites y de las restricciones estructurales que enfrenta la ONU por aglutinar un conjunto de Estados soberanos, en todos estos años las Naciones Unidas han fomentado y nutrido en la comunidad internacional esta conciencia de sí misma, y es aquí donde encontrarán el ímpetu necesario para cumplir su misión original.

A decir verdad, con sus diversas iniciativas para implementar el espíritu de la Carta, la ONU ha influido en numerosas políticas de gobierno estableciendo un conjunto de principios que ningún país puede ignorar. Un ejemplo de ello es la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH).

Jacques Maritain (1882-1973), filósofo francés que participó de manera activa en la redacción de la DUDH, destacó: «Hombres mutuamente opuestos en sus concepciones teóricas pueden llegar a un acuerdo puramente práctico sobre una enumeración de los derechos humanos».[27] Lo cierto es que, de no haber contado con la fuerza de la plataforma común representada por las Naciones Unidas, los redactores de la DUDH no habrían podido llegar a un consenso ni trascender sus diferencias y preconceptos ideológicos y culturales.

Desde su creación, la ONU ha propuesto ideas claves —entre ellas, las de «desarrollo sostenible» y «seguridad humana»— y ha establecido «Décadas» y «Años Internacionales» sucesivos a fin de enfocar la opinión pública en diversos problemas acuciantes para la humanidad. Asimismo, ha adoptado medidas internacionales para combatir graves males, como la violencia contra las mujeres y la explotación infantil, que, de otro modo, no habrían recibido el tratamiento adecuado en los niveles nacionales.

Con los años, se han ampliado sostenidamente los instrumentos que garantizan la vida y la dignidad de las personas. En la medida en que se fueron creando «consensos convergentes» en estos temas y se fue prestando especial atención a los padecimientos de las personas oprimidas, se llegó a un derecho internacional como el de hoy, que no solo se aplica a los Estados, sino también a los individuos. En mi opinión, solo las Naciones Unidas han podido desempeñar un papel semejante.

A la hora de adoptar una nueva serie de metas de desarrollo ante las dificultades que tenemos por delante, con un alcance más ambicioso que el de los ODM, debemos propiciar juntos una evolución creativa de este organismo supranacional, dispuestos a confrontar nuestros problemas «sin la armadura de las convicciones o fórmulas probadas que hemos recibido como legado» [28]

Como anticipo de tales esfuerzos y en el marco de la reforma estructural del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), en junio de 2014 se inauguró en Nairobi, Kenia, la Asamblea sobre el Medio Ambiente, con la participación de todos los Estados miembros. Contó con la asistencia de numerosas partes interesadas; entre ellos, representantes de las organizaciones de la sociedad civil dedicadas a temas ambientales y representantes del sector empresario.

He venido postulando reiteradamente dos condiciones necesarias para la resolución de los problemas globales: una es la participación de todos los Estados; la otra, la colaboración entre las Naciones Unidas y la sociedad civil. Es necesario profundizar en la acción conjunta basada en estos dos pilares, no solo para responder a los desafíos ambientales, sino también para solucionar las numerosas amenazas que ponen en jaque la dignidad y la vida humanas. Esta, creo yo, debe ser la directriz para guiar la evolución creativa de las Naciones Unidas, que este año cumplen setenta años de trayectoria.

En vista de la misión que posee este organismo, quisiera aportar algunas propuestas específicas en tres campos que, a mi parecer, requieren con premura una acción conjunta, con miras a que la palabra «sufrimiento» sea desterrada del léxico humano.

  1. La protección de los derechos humanos de los desplazados y migrantes internacionales.
  2. La prohibición y la abolición de las armas nucleares.
  3. La construcción de una sociedad global sostenible.

Proteger los derechos humanos de los desplazados

El primer campo de acción conjunta es proteger los derechos humanos de los refugiados, los migrantes internacionales y los desplazados. Quiero proponer que el próximo otoño [setiembre a noviembre], cuando la Asamblea General delibere la aprobación de los ODS, en su texto se incluyan medidas específicas para proteger los derechos y la dignidad de todas estas personas.

Tal como mencioné antes, cuando mi maestro Josei Toda abogó por erradicar el sufrimiento de la faz de la tierra, lo hizo teniendo en mente la odisea indescriptible de los innumerables refugiados que había dejado como secuela el alzamiento húngaro de 1956.

A propósito de esto, la filósofa Hannah Arendt (1906-1975) describió el siglo xx como la centuria de los refugiados. En una de sus obras, escribe:

Algo mucho más fundamental que la libertad y la justicia, que son derechos de los ciudadanos, se halla en juego cuando la pertenencia a la comunidad en la que uno ha nacido ya no es algo que se da por hecho y la no pertenencia deja de ser una cuestión voluntaria.[29]

La base de la dignidad humana es la existencia de un mundo en el cual podamos vivenciar y expresar plenamente nuestra identidad; el sufrimiento de los desplazados se origina en la pérdida forzosa de ese mundo y de todos los derechos humanos asociados a él.

La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) comenzó siendo una agencia temporal, en 1950, con el mandato de proteger a los refugiados europeos en las postrimerías de la segunda guerra mundial. Además de las ingentes filas de refugiados que provocó el levantamiento de Hungría, fueron gestándose otras crisis en Asia, África y demás regiones del mundo que provocaron el desplazamiento de enormes cantidades de personas y obligaron a extender el mandato del ACNUR. En 2003, la Asamblea General aprobó una resolución que decidía «revocar la limitación temporal del mandato de la Oficina del Alto Comisionado [...] y mantener la Oficina en funciones hasta que se dé solución al problema de los refugiados».[30]

El ACNUR ha hecho grandes contribuciones en ayuda de estas personas, y la SGI ha apoyado dichas iniciativas de muy diversas maneras. Pero el mundo actual es tan caótico que el problema de los refugiados se torna cada vez más complejo; hoy hay 51,2 millones de refugiados, asilados o desplazados, y la mitad de ellos tiene menos de 18 años.[31]

En particular, debe prestarse especial atención a aquellos que permanecen largo tiempo en situación de desplazamiento; es decir, quienes llevan más de cinco años sin poder regresar a sus lugares de residencia. Este grupo representa más de la mitad de los refugiados cubiertos por la jurisdicción del ACNUR, incluso con promedios de veinte años de alejamiento forzoso de sus hogares.[32] Esto significa que no solo los adultos, sino además sus hijos y nietos se ven forzados a vivir en circunstancias políticas, sociales y económicas de extrema inestabilidad.

No menos alarmante es el problema de la apatridia, que afecta a más de diez millones de personas en todo el mundo.[33] Los apátridas, además de verse privados de los servicios básicos de salud y educación, en algunos casos también deben ocultar su estado y vivir en la clandestinidad para proteger a sus familias. Cada vez hay más niños que nacen en situación de apatridia, sin acceso a documentación legal porque sus padres se han visto obligados a huir de la violencia y de la violación a sus derechos humanos. En noviembre de 2014, el ACNUR inició una campaña global para erradicar la apatridia en el próximo decenio.

En su libro Geografía de la vida humana, de 1903, Tsunesaburo Makiguchi postulaba que la identidad de la persona se desarrollaba en tres niveles: como ciudadano de la localidad donde transcurría su vida; como ciudadano de una colectividad nacional, en cuyas fronteras se desenvolvía la vida social, y como ciudadano de una comunidad global, con conciencia de los lazos que lo unían al resto del mundo. Destacaba que el potencial único de un individuo se expresaba de la manera más plena cuando la persona podía construir su identidad en estos múltiples niveles.

En tal sentido, la apatridia y la situación de desplazamiento prolongado no solamente niegan a las personas la oportunidad de involucrarse en la vida social de sus países; también les impiden crear lazos de proximidad con sus vecinos y participar junto a sus congéneres de otras naciones en la construcción de un mundo donde les sea grato vivir. En otras palabras, se les niega la posibilidad de ser sujetos identitarios plenos.

Si se quiere hacer realidad la inclusión de «todas las personas, en cualquier época y lugar», como plantean los nuevos ODS, es menester que en esa evolución creativa de las Naciones Unidas una de las metas clave sea aliviar el sufrimiento de estas personas. Por otro lado, esto concuerda totalmente con el ideal de los derechos humanos universales al cual aspira con tanta elocuencia la DUDH.

En este mismo tenor, otro problema que requiere urgente tratamiento son los derechos humanos de los 232 millones de migrantes internacionales que hay en el mundo actual.

En países que sobrellevan una prolongada recesión económica con inestabilidad social, existe una clara tendencia a juzgar en forma negativa a los trabajadores migrantes y a someterlos a un trato hostil y discriminatorio que incluso se extiende a sus familias. Esto limita considerablemente sus oportunidades de conseguir empleos fijos y obstaculiza el ejercicio de su derecho a la educación y a la salud pública. Muy a menudo, la sociedad cierra los ojos a la discriminación injusta que estas personas afrontan en la vida cotidiana.

Dado que los trabajadores migrantes y sus familias son cada vez más marginados y aislados, las Naciones Unidas han iniciado campañas para contrarrestar los prejuicios y las percepciones negativas. En un Diálogo de Alto Nivel sobre la Migración Internacional y el Desarrollo, realizado en octubre de 2013, los gobiernos han coincidido en que los nuevos ODS debían reflejar la importante relación que existe entre la migración y el desarrollo.

Con respecto a ello, quiero proponer que este punto no solo se evalúe en el contexto del desarrollo, y que el objetivo de proteger la dignidad y los derechos humanos básicos de los migrantes y sus familias se incluya de manera explícita en los ODS, con acento en aliviar el sufrimiento que estas personas padecen.

Es necesario fortalecer las políticas diseñadas para proteger a los migrantes internacionales. Esto podría incluir, los marcos que ya están en funcionamiento, como la Convención Internacional sobre la Protección de los Derechos de Todos los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares (aprobada en diciembre de 1990 pero solo ratificada por una reducida cantidad de países) y el Programa de Trabajo Decente desarrollado por la Organización Internacional del Trabajo.

Además de esto, quisiera proponer el desarrollo de mecanismos para que los países que comparten fronteras puedan trabajar juntos en el empoderamiento de los desplazados, particularmente en las regiones que han recibido grandes números de refugiados.

A los conflictos armados se han sumado, en años recientes, catástrofes naturales y fenómenos climáticos extremos que obligaron a muchas personas a huir de sus hogares en busca de refugio. En este contexto, destaco la importancia de las consultas regionales previas a la Cumbre Humanitaria Mundial que se realizará en Estambul, Turquía, en 2016. Este cónclave se propone explorar las mejores maneras de unir a la comunidad global para resolver las crisis humanitarias causadas por la pobreza y los conflictos, los desastres naturales y los fenómenos climáticos extremos.

La consulta regional, llevada a cabo en julio de 2014 en Tokio, hizo especial hincapié en la respuesta a los desastres. En ella, se insistió en que debía darse un lugar central a los damnificados por los desastres, y se puso de manifiesto la necesidad de redoblar gestiones de empoderamiento para que estas personas puedan vivir con dignidad.

Este ha sido, también, el enfoque adoptado por la SGI en sus actividades de asistencia a la reconstrucción de comunidades afectadas por catástrofes naturales. Las personas que han experimentado un profundo sufrimiento pueden entender y compartir mejor el dolor de las víctimas. Estas redes de empatía pueden ser de invalorable apoyo a los necesitados y ayudarlos a extraer de su interior la voluntad de seguir avanzando.

En marzo de 2015 está previsto celebrar en Sendai —en el noreste del Japón— la tercera Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Reducción del Riesgo de Desastres. Esta fecha, precisamente, es el cuarto aniversario del terremoto y tsunami que azotó la región el 11 de marzo de 2011. La SGI, como parte de las actividades simultáneas, coauspiciará el simposio «Incrementar la resiliencia en el noreste asiático mediante la cooperación en la reducción del riesgo de desastres». En este espacio, diversos representantes de la sociedad civil de la China, Corea del Sur y el Japón indagarán las posibilidades de ampliar la colaboración en áreas como la prevención y recuperación de desastres. Los jóvenes de la Soka Gakkai de esa región del país también organizarán una jornada sobre el papel de la juventud en la reducción del riesgo de desastres, y participarán en debates sobre la intervención de las agrupaciones religiosas ante situaciones de esta índole.

El foco de estas actividades será el empoderamiento de las personas afectadas por los desastres para que ellas mismas puedan tener una participación clave en el fortalecimiento de la resiliencia social. Esto es igualmente importante en las gestiones para asegurar la dignidad y los derechos humanos de los refugiados, considerando que más y más damnificados se verán expuestos a situaciones de desplazamiento prolongado. La naturaleza esencial del sufrimiento que padecen las víctimas en crisis humanitarias siempre es la misma, cualquiera sea la causa que las provoque. Se ven obligadas a abandonar sus hogares y a soportar el derrumbe de todo lo que constituía su vida cotidiana. Lo más importante en estas situaciones es cómo ayudar a estas personas a descubrir nuevas fuentes de esperanza.

Dado que más del ochenta por ciento de los refugiados del mundo han sido acogidos por países en desarrollo, se tornan mucho más relevantes los pasos dados en África para resolver la cuestión de los desplazados en situación prolongada. A través de la Unión Africana (UA) y de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO), se han hecho gestiones para implementar un marco de cooperación regional en el continente.

Según sugieren investigaciones de interés, en respuesta a las situaciones de refugio prolongado en África se están haciendo progresos en la integración de facto, que se constituye cuando los sujetos 1) no corren peligro de deportación; 2) no están recluidos en campos, 3) pueden hacerse cargo de su supervivencia y dar sustento a sí mismos y a sus familias, 4) tienen acceso a la educación, la educación vocacional y la atención sanitaria, y 5) han podido crear lazos y redes con las comunidades que los albergan a través de ceremonias nupciales o fúnebres, por ejemplo. Los investigadores sugieren que en varias regiones agrícolas del África se empieza a observar esta clase de «integración de facto».[34]

En respuesta a la exhortación del Consejo de Ministros de la CEDEAO en mayo de 2008 reclamando que los refugiados reciban el mismo tratamiento igualitario que los ciudadanos de dicha comunidad africana, los desplazados residentes en Nigeria y en otros países han obtenido pasaportes válidos expedidos por sus países. Esta medida permitió a muchos de ellos acceder a una nueva posición como trabajadores migrantes, lo cual les abrió las puertas para la radicación formal en los países donde habían encontrado refugio.

El escritor nigeriano Wole Soyinka, a quien me enorgullece contar entre mis amistades, ha señalado que la base de la justicia es poder ejercer la imaginación para situarse en el lugar de la otra persona.[35] Creo que en el espíritu de África podemos hallar una clave para solucionar la cuestión de los refugiados, en la medida en que este continente tiene una larga historia de movimientos de población y una tradición de tolerancia a las personas de diferentes culturas.

Esto me recuerda mi primera visita a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, en octubre de 1960. Impresionado por la vitalidad de los representantes de las naciones africanas recién independizadas, tuve la convicción de que el siglo xxi sería la centuria de África.

La lucha por los derechos humanos del ex presidente sudafricano Nelson Mandela y el movimiento de plantación forestal encabezado por la ambientalista keniata Wangari Maathai (1940-2011) son ejemplos de iniciativas transformadoras que podrían anunciar la llegada de un anhelado siglo xxi de paz y de humanitarismo, gestado desde el suelo africano.

Pese a numerosas dificultades, los países africanos han seguido explorando modos de resolver el problema de los desplazamientos forzosos a través de la cooperación regional. Ahora que las Naciones Unidas se disponen a adoptar una nueva serie de metas de desarrollo, sería positivo incluir la sabiduría y la experiencia de África, que, en palabras del activista contra el apartheid Steve Biko (1946-1977), podrían ayudar a «dar al mundo un rostro más humano».[36]

A tono con el ejemplo de esta experiencia africana, quisiera invitar a expandir la cooperación internacional en la región de Asia y el Pacífico, donde existe una gran cantidad de personas desplazadas, y también en el Oriente Medio, donde la guerra civil siria ha provocado un lamentable incremento en las filas de refugiados.

Propongo aquí que, como parte de estas medidas, los países vecinos que alberguen refugiados colaboren promoviendo el empoderamiento de las personas en esta situación. Más específicamente, sugiero que se pongan en marcha programas mixtos de empoderamiento regional, en cuyos planes de asistencia laboral y educacional se incluya a la población refugiada a la par de los jóvenes y las mujeres de las naciones anfitrionas. Esto daría a unos y otros la oportunidad de interactuar y de estrechar lazos humanos genuinos, creando así un marco sostenible que no solo sirva para ayudar a los refugiados sino también para incrementar la resiliencia regional en su conjunto.

La abolición de las armas nucleares

El segundo campo de acción conjunta que quisiera considerar es el trabajo para establecer un mundo sin armas nucleares.

La primera resolución adoptada en la sesión inaugural de la Asamblea General de las Naciones Unidas, no bien se fundó el organismo en enero de 1946, fue el problema de las armas nucleares. En el momento en que se redactó la Carta de las Naciones Unidas, la existencia de las armas atómicas todavía no había cobrado estado público, de modo que los debates se centraron más en la seguridad que en el desarme. Sin embargo, cuando apenas había pasado un mes desde la firma de este instrumento en junio de 1945, se produjeron los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Mientras el mundo consternado tomaba conocimiento de esta tragedia, empezaron a oírse reclamos urgentes pidiendo a las Naciones Unidas que se ocuparan de este tremendo problema, sin demora.

La Asamblea General estableció en forma unánime la meta de erradicar por completo la totalidad de estas armas a través de una resolución en la cual se planteó «eliminar, de los armamentos nacionales, las armas atómicas, así como todas las demás armas principales capaces de causar destrucción colectiva de importancia».[37]

Esta propuesta fue prácticamente olvidada en los años de tensiones crecientes que instauró la guerra fría. Pero, aun entonces, en 1950, se presentó el Llamamiento de Estocolmo, con millones de firmas de todos los continentes, que según se afirma influyó en la decisión de no utilizar armas nucleares en la guerra de Corea. A su vez, en 1957, prestigiosos científicos de ambos lados de la Cortina de Hierro crearon las Conferencias de Pugwash sobre Ciencia y Asuntos Mundiales con el fin de advertir sobre la amenaza que representaban estas armas para la humanidad. Estas y otras gestiones de la sociedad civil dieron basamento a la creación de un marco jurídico internacional sobre las armas nucleares.

A esto se sumaron las lecciones que habían dejado otros incidentes internacionales, como la crisis de los misiles en Cuba de 1962 que puso al mundo al borde de una guerra nuclear. Como resultado de esta combinación de factores, por fin se dio forma al Tratado de No Proliferación de las Armas Nucleares, que entró en vigor en 1970. Los signatarios de este instrumento jurídico se comprometieron de buena fe a buscar el desarme nuclear, la meta primera e inconclusa que las Naciones Unidas se habían trazado en el inicio de su historia. Hoy, sin embargo, a pesar de que este tratado lleva cuarenta y cinco años en vigencia, la abolición de las armas nucleares sigue siendo una asignatura pendiente, y los avances en materia de desarme se han estancado.

En los últimos tiempos, el movimiento de activismo abolicionista ha cobrado nuevo ímpetu. En octubre del año pasado, 155 países y territorios firmaron una Declaración Conjunta sobre las Consecuencias Humanitarias de las Armas Nucleares. Con este documento, el 80% de los Estados miembros de la ONU ha hecho constar de manera clara su deseo común de que jamás, bajo ninguna circunstancia, se utilicen armas nucleares en nuestro mundo.

Las consecuencias humanitarias del uso de armas nucleares han sido, hasta la fecha, el tema de tres grandes conferencias internacionales; la primera de ellas fue la Conferencia sobre el Impacto Humanitario de las Armas Nucleares, celebrada en Oslo, Noruega, en marzo de 2013, seguida por las conferencias internacionales de Nayarit, México, y más recientemente la de Viena, Austria, en diciembre del año pasado.

A mi juicio, de los numerosos hallazgos que ofrecieron estos encuentros cabe destacar particularmente tres:

  1. Es improbable que un Estado u organismo internacional pueda responder de manera adecuada a una emergencia humanitaria inmediata causada por la detonación de un arma nuclear o brindar ayuda suficiente a la población damnificada.
  2. Es imposible contener las consecuencias de una detonación nuclear dentro del territorio de un solo país o región; por ende, sus efectos devastadores y a largo plazo amenazarían la supervivencia de todo el género humano.
  3. Una detonación nuclear ocasionaría graves efectos indirectos —como el freno al desarrollo socioeconómico y la destrucción ecológica del planeta—, cuyas consecuencias recaerían mayormente sobre la población pobre y vulnerable.

En la Conferencia de Viena, participaron por primera vez los Estados Unidos y el Reino Unido. Ambas naciones reconocieron públicamente el complejo debate que debía efectuarse sobre las consecuencias humanitarias de las armas nucleares. Como esto demuestra, los efectos del uso de las armas nucleares son tantos y tan graves, que deben ser afrontados por toda la humanidad, incluso por los Estados poseedores de estas armas.

Sin embargo, a la hora de determinar cómo proceder de aquí en adelante, las opiniones discrepan. La mayoría de los participantes de la conferencia coincidieron en que la abolición es la única forma segura de evitar las consecuencias devastadoras de las armas nucleares. En cambio, los países nuclearizados y sus aliados insisten en la teoría de la disuasión, hondamente arraigada, y plantean que la mejor forma de llegar a un mundo sin guerras es a través de un proceso gradual y progresivo.

Si bien la distancia entre ambas posiciones puede parecer insalvable, en realidad una y otra están profundamente unidas por un basamento común que es la preocupación por el impacto arrasador de esta clase de armas. De esta inquietud participan tanto los países signatarios de la Declaración Conjunta como los que aún no la han firmado. Por lo tanto, creo que es importante tomar esta conciencia como punto de partida en la búsqueda de acciones conjuntas con miras a un mundo sin armas nucleares.

Con esta coincidencia como base, es crucial que los países poseedores de estos arsenales consideren qué tipo de iniciativas hace falta tomar para evitar un daño irreparable no solo en bien de ellos y de sus aliados, sino de todos los Estados. Al respecto, antes que hacer foco exclusivo en su terrible poder mortífero, quisiera dar prioridad al carácter inhumano de las armas nucleares desde diversas perspectivas. Entiendo que son estos los aspectos que distinguen esta clase de arsenales y los sitúan en una categoría completamente distinta de cualquier otro tipo de armas convencionales.

El primer aspecto que me gustaría dejar claro es la gravedad de sus consecuencias; es decir, lo que son capaces de provocar de manera instantánea.

Me he quedado pasmado al leer las siguientes observaciones del Informe y Resumen de las Conclusiones de la Conferencia de Viena: «Tal como ha ocurrido con la tortura, que representa la denegación de la humanidad y hoy resulta inaceptable a cualquiera, el sufrimiento provocado por la utilización de las armas nucleares no solo requiere un tratamiento jurídico, sino, además, exige una evaluación moral».[38] Este llamamiento tiene mucho en común con el alegato que formuló mi maestro Josei Toda en setiembre de 1957 con su «Declaración para la abolición de las armas nucleares», en el momento más álgido de la guerra fría, cuando el mundo marchaba al ritmo de una agitada carrera armamentista. Allí, Toda urgía:

Aunque está surgiendo en el mundo un movimiento que reclama la prohibición de los ensayos atómicos o nucleares, mi deseo es ir más allá y atacar el problema en su raíz. Quiero exponer y arrancar de cuajo las garras que se ocultan en lo profundo de las armas nucleares.[39]

El budismo enseña que la amenaza más grave contra la dignidad humana es el mal que surge de la oscuridad fundamental, inherente a todas las formas de vida. A esta perversidad se le da en llamar paranirmitavasavarti-deva o Rey Demonio del Sexto Cielo. Cuando esta función innata gobierna el ser, crece la voluntad de reducir a la insignificancia la existencia de cada individuo y de privar a la vida de su significado más esencial.

Josei Toda afirmaba que, en lo más profundo de las armas nucleares, yacía esta forma extrema de depravación. Por lo tanto —exhortaba— debíamos ir más allá de prohibir los ensayos de armas nucleares e, incluso, rechazar la lógica misma de la disuasión nuclear, cuyo sustento es la disposición a sacrificar la vida de incontables personas. Esta es la solución fundamental a la amenaza de las armas nucleares, legitimada en el derecho de todos los habitantes del planeta a disfrutar de la existencia.

Una vez escuché esta reflexión en boca del doctor Joseph Rotblat (1908-2005), una de las figuras centrales de las Conferencias de Pugwash, establecidas el mismo año en que Toda dio a conocer su proclama:

Hay dos formas de analizar el problema de las armas nucleares. Uno es el enfoque jurídico, y el otro es el enfoque moral. El señor Toda, como activista religioso, adoptó este último».[40]

Existe una prohibición normativa absoluta con respecto a la tortura, según la cual esta constituye un acto injustificable en cualquier circunstancia. De la misma manera, ha llegado la época de oponerse a las armas nucleares esgrimiendo esta misma perspectiva moral.

Tras la segunda guerra mundial y siguiendo los pasos de los Estados Unidos, la Unión Soviética logró desarrollar sus propias armas nucleares. A estos dos países les siguieron el Reino Unido, Francia y la China. La proliferación de armas nucleares continuó mucho después de que el TNP entrara en vigencia; hoy en día, la comunidad internacional considera que el nivel de armamentismo nuclear del planeta es una realidad inamovible e imposible de cambiar. Lo que subyace a esta lógica es la política de la disuasión nuclear, que, presentada en términos muy simples, contempla la posibilidad de aniquilar a la población enemiga mientras la propia población soporta daños masivos.

Como Toda puso en evidencia, esto va más allá de toda distinción entre amigos o adversarios: extingue en un solo instante todos los logros de la sociedad y de la civilización, deniega el significado de toda existencia y borra para siempre la presencia de cada una de nuestras vidas sobre la tierra.

Masaaki Tanabe, director de un proyecto que recrea en imágenes la fisonomía de la ciudad de Hiroshima antes de ser destruida por el bombardeo nuclear, afirma: «Hay cosas que no pueden ser recreadas, ni siquiera usando la tecnología de computación gráfica más avanzada».[41] Sus palabras ilustran vivamente la naturaleza irreemplazable de eso que se ha perdido.

Un mundo regido por la lógica de la disuasión nuclear —un mundo cuya «seguridad» reside en la perspectiva de la destrucción inminente— vuelve frágil y circunstancial todo lo que existe. El absurdo de esta situación genera un nihilismo que ha producido graves efectos corrosivos en la civilización y en la sociedad humana. Y esto es algo que no podemos tolerar.

Además, como se debatió en la Conferencia de Viena en diciembre de 2014, siempre está en el horizonte el peligro de una detonación nuclear accidental, causada por error humano, fallos técnicos o un ciberataque. Esto, además de ser un problema no previsto por la teoría de la disuasión, representa un peligro que crece en proporción directa con el número de países que adoptan o aceptan esta política.

Durante la crisis de los misiles en Cuba, los líderes de los Estados Unidos y de la Unión Soviética tuvieron trece días para buscar la manera de desactivar el conflicto. Hoy, si se lanzara accidentalmente un misil nuclear, podrían pasar apenas trece minutos antes de que impactara en el blanco. No habría manera de implementar ninguna evacuación o escape, y la ciudad atacada, junto con sus habitantes, enfrentaría la aniquilación total.

Por mucho esfuerzo que hubiera hecho cada persona para tener una vida feliz, por muchos años de esplendor que hubiese alcanzado una cultura o una civilización a lo largo de la historia, todo eso perdería por completo el significado en cuestión de segundos. La naturaleza inhumana de las armas nucleares se encuentra en este absurdo inexpresable, totalmente lejos de cualquier cifra o dato con que se pretenda cuantificar su enorme poder destructivo.

El segundo aspecto que quisiera analizar para esclarecer el carácter inhumano de estas armas es la distorsión estructural que generan el desarrollo y la modernización de las tecnologías nucleares con fines bélicos.

En la Conferencia de Viena, por primera vez se incluyeron en el temario las consecuencias devastadoras de los ensayos nucleares. Hoy en día, se aplica el término hibakusha a todas las víctimas de envenenamiento por radioactividad asociada a las armas nucleares; entre ellas se cuentan, por supuesto, las personas afectadas por los más de dos mil ensayos nucleares que se han hecho en toda la superficie del planeta.

Se estima que, en los doce años que duraron las detonaciones nucleares de prueba en las Islas Marshall, esta república tuvo que soportar cada día el equivalente a 1,6 bombas del tamaño de la de Hiroshima.[42] Este hecho prueba los efectos reales que ha tenido la política de la disuasión nuclear, y refuta sus falsas pretensiones de evitar el uso de las armas nucleares. Dicho de otro modo, la política de la disuasión nuclear —según la cual a cada amenaza hay que responder con una nueva amenaza—ha sido la responsable de causar una carrera armamentista que exigió una tremenda cantidad de pruebas de detonación y ocasionó, en palabras de Tony De Brum, ministro de Relaciones Exteriores de las Islas Marshall, «un peso que ninguna nación y ningún pueblo hubiesen tenido que soportar jamás».[43]

Desde que, en 1996, se aprobó el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCE), la cantidad de pruebas con detonación nuclear se redujo casi a cero. Sin embargo, dado que el TPCE no ha entrado aún en vigor pese a estar firmado por 183 países, el valor de este progreso se torna muy endeble.

Por otro lado, el TPCE no prohíbe la modernización de las armas nucleares; mientras persista la política de la disuasión nuclear, habrá incentivos estructurales para que un país responda a la modernización alcanzada por otro con mayores esfuerzos por superarla. Se prevé que el gasto anual relacionado con la industria bélica nuclear —que ya ascendía a 105 mil millones de dólares en todo el mundo—[44] aumentará todavía más en el futuro. Si esta cifra ingente se destinara a mejorar la salud y el bienestar en los Estados poseedores de armas nucleares o a ayudar a las naciones en desarrollo cuya población sigue sufriendo de hambre y de pobreza, la vida y la dignidad de millones de personas mejorarían visiblemente.

La persistencia en el desarrollo de las armas nucleares no solo contradice el espíritu de la Carta de las Naciones Unidas en su artículo 26 —que invita a lograr «la menor desviación posible de los recursos humanos y económicos del mundo hacia los armamentos»—; sino que, además, perpetúa cruelmente un orden mundial distorsionado, que impone condiciones peligrosas y denigrantes a sus habitantes pudiendo mejorar sin dificultad su realidad de vida.

El tercer aspecto que quisiera señalar con respecto al carácter inhumano de las armas nucleares es que el mantenimiento de una posición nuclear encierra a los países en un estado de tensión militar continua.

En la Conferencia Encargada del Examen del TNP de 2010, los estados poseedores de armas nucleares se comprometieron, entre otros puntos que requerían acción urgente, a «seguir disminuyendo el papel y la importancia de las armas nucleares en todos los conceptos, doctrinas y políticas militares y de seguridad».[45] El año pasado informaron sobre sus progresos, pero no ha habido cambios sustanciales. Muchos líderes de estos países reconocen que es extremadamente difícil imaginar situaciones en las cuales se puedan detonar armas así, y que, por su naturaleza, a la mayoría de las amenazas contemporáneas no podría responderse con un ataque atómico. Sin embargo, en la medida en que se sigan implementando políticas de disuasión nuclear será imposible cumplir en forma práctica el compromiso con el desarme.

En relación con este punto, tal vez sea difícil que los Estados poseedores de armas nucleares y sus naciones aliadas abandonen por completo la preocupación de verse bajo amenaza de un ataque nuclear. Sin embargo y a pesar de tal inquietud, la prioridad debe ser eliminar paso a paso las causas profundas de las tensiones entre países y crear condiciones progresivas para que la amenaza de un ataque nuclear deje definitivamente de ser una opción viable.

Como esclareció en 1996 la Opinión Consultiva de la Corte Internacional de Justicia, no solo debe considerarse ilícito el uso de las armas nucleares, sino también la amenaza de uso.

El juez Luigi Ferrari Bravo, en una declaración anexa a la Opinión Consultiva, comentó que «el elemento de la disuasión que se ha agregado ha hecho crecer la brecha que separa el párrafo 4 del Artículo 2 del Artículo 51 y ello ha entrañado la necesidad de tender un puente para salvarla, utilizando los materiales que tenemos, a saber, el artículo VI del Tratado sobre la no proliferación nuclear».[46]

Como esto señala, la vigencia del estado de disuasión nuclear ha transformado la forma de interpretar y ejercer el derecho a la defensa propia, en relación con el orden que habían concebido, originariamente, los redactores de la Carta. El párrafo 4 del artículo 2 estipula que, en principio, la amenaza o el uso de la fuerza son ilegales. Sin embargo, las armas nucleares han creado la necesidad de una preparación continua para la autodefensa individual o colectiva, aun cuando estos preparativos, según el artículo 51, solo deberían ser una medida de implementación temporal, hasta que el Consejo de Seguridad estuviese listo para actuar. El propósito de la Carta ha quedado subvertido, entonces, en la medida en que algo que debería ser una medida excepcional se convierte en una práctica estándar.

Esta estructura no ha cambiado ni siquiera con el fin de la guerra fría. Incluso sin que medien choques armados o situaciones de hostilidad entre países, la amenaza de uso que implica como premisa la doctrina de la disuasión nuclear sigue generando tensiones militares que involucran a gran número de países.

Los Estados dueños de armas nucleares y sus aliados viven obsesionados por la seguridad y la clasificación secreta de documentos para ocultar información sobre sus armamentos e instalaciones bélicas. Al mismo tiempo, los países que se sienten amenazados por las naciones nuclearizadas encuentran en esta doctrina un incentivo para desarrollar sus propios arsenales y embarcarse en la expansión militar. En el peor de los casos, esta espiral lleva a considerar la opción de un despliegue militar preventivo como algo válido y factible.

Los defensores de la disuasión nuclear han planteado en todo momento que esta es un factor clave para evitar una guerra nuclear. Pero si evaluamos la naturaleza de estas armas con un enfoque más amplio y consideramos todas las implicaciones de la vida en la era atómica, vemos con trágica claridad la enorme carga que estas políticas imponen al mundo.

Creo que el hecho de que no se hayan arrojado más bombas nucleares con fines bélicos desde los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki no debe atribuirse tanto al mentado poder de disuasión como a la conciencia de la responsabilidad tremenda que le cabría a cualquier país agresor si desatara una hecatombe humanitaria irreparable sobre el planeta. Además, los países que no están bajo el paraguas protector de las potencias bélicas nunca han recibido amenazas de un ataque nuclear. La línea que los demás países sienten que no pueden cruzar es la del peso moral que brinda el compromiso a renunciar a las armas nucleares; por ejemplo, mediante la creación de Zonas Libres de Armas Nucleares (ZLAN), cuyos países se abstienen colectivamente de toda tecnología bélica nuclear.

En la Conferencia de Viena que se celebró el mes pasado, dados los efectos humanitarios inadmisibles y los tremendos riesgos asociados a las armas nucleares, Austria se comprometió a cooperar con todas las partes interesadas, Estados, organismos internacionales y organizaciones de la sociedad civil para lograr el objetivo de un mundo sin armas nucleares, no tanto como sede organizadora del encuentro, sino como simple participante de la conferencia.

Antes de las sesiones, en el Foro de la Sociedad Civil tuvo lugar un panel interreligioso organizado por la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN), el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) y la SGI, donde representantes de los credos cristianos, musulmanes, hinduistas y budistas dialogaron sobre las vías hacia la abolición nuclear. El resultado del intercambio se dio a conocer en forma resumida en una Declaración Conjunta, que expresa el juramento de los participantes a trabajar por un mundo sin armas nucleares. El documento, además, se presentó en el debate general de la Conferencia de Viena, junto a las voces de la sociedad civil.

La clave para crear acciones conjuntas con miras a un mundo libre de estas armas se encuentra en el éxito con que enfoquemos la energía de estas determinaciones durante todo este año crucial, que señala el septuagésimo aniversario de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki.

Al respecto, quisiera proponer dos iniciativas concretas:

La primera es desarrollar un nuevo marco institucional para el desarme nuclear, basado en el TNP. En diciembre de 2014, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó una importante resolución en la cual urgía «a los Estados partes en el Tratado a que, en la Conferencia de Examen de 2015, estudien opciones para la elaboración de las medidas eficaces previstas y exigidas de conformidad con el artículo VI del Tratado».[47]

Desde que, en 1995, se decidió extender indefinidamente el TNP, ha habido escasos progresos en lo concerniente a implementar los acuerdos firmados; mientras tanto, las dificultades siguen acumulándose. El documento de la ONU expresa la acuciante preocupación de los 169 países adherentes del Tratado por los escollos permanentes que rodean las cuestiones relacionadas con las armas nucleares.

Dado este contexto, quisiera instar a que, este año, a la Conferencia Encargada del Examen del TPN asista la mayor cantidad posible de jefes de Estado. También propongo que, en esta conferencia, se abra un foro donde compartir las conclusiones de los diversos encuentros internacionales sobre el impacto humanitario de las armas nucleares.

En vista de que, en la Conferencia de 2010, todas las partes del TNP expresaron en forma unánime su preocupación sobre las consecuencias humanitarias catastróficas del uso de las armas nucleares, espero que, en la Conferencia Encargada del Examen de este año, cada jefe de gobierno o de delegación nacional dé a conocer el plan de acción de su país para evitar tales efectos. Además, sugiero que la Conferencia promueva el debate sobre las medidas efectivas para el desarme nuclear que estipula el artículo VI del TNP, y que establezca un nuevo marco institucional con dichos fines.

Se entiende que el TNP se creó en torno a tres pilares: la no proliferación, el uso pacífico de la energía nuclear y el desarme nuclear. Los dos primeros objetivos están apoyados por la Organización del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (OTPCE) y la celebración de cumbres de seguridad nuclear, así como también por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). En cambio, no hay ninguna institución dedicada a discutir y vigilar en forma permanente el acatamiento de las obligaciones de desarme estipuladas por el TNP.

Tomando como base la «dedicación inequívoca de los Estados con armas nucleares de lograr la eliminación total de sus arsenales nucleares con miras al desarme nuclear», reafirmada en la Conferencia Encargada del Examen del Año 2000, propongo que se cree una comisión de desarme, subsidiaria de dicho Tratado, cuyo propósito sea el cumplimiento rápido y efectivo de la referida provisión.

El TNP establece que, si un tercio o más de las partes adherentes propone una enmienda, se deberá convocar una conferencia especial donde estudiar la propuesta. Este procedimiento podría emplearse para crear una Comisión de Desarme del TNP como la que sugiero. Este órgano podría centralizar los distintos planes de desarme y regímenes de vigilancia, a fin de alcanzar metas parciales mínimas de desarme nuclear en gran escala, como paso intermedio hasta llegar al desmantelamiento completo de las tecnologías bélicas nucleares.

La segunda iniciativa que quisiera proponer es el establecimiento de una convención sobre armas nucleares. Aunque todavía quedan varias tareas y retos pendientes, creo firmemente que el septuagésimo aniversario de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki simboliza un momento muy oportuno para impulsar las negociaciones sobre un convenio de esta índole. En particular, sugiero que a la hora de establecer la plataforma de estas negociaciones se evalúen cuidadosamente los resultados que anuncie la Conferencia Encargada del Examen.

Hace dos años, las Naciones Unidas formaron un «Grupo de Trabajo de Composición Abierta encargado de elaborar propuestas para hacer avanzar las negociaciones multilaterales de desarme nuclear a fin de establecer y mantener un mundo sin armas nucleares». Podríamos partir de esta base y convertirlo en un foro de negociaciones que incluya la participación regular de la sociedad civil.

Además, una resolución de la Asamblea General de 2013 establece que, a más tardar en 2018, las Naciones Unidas deberán organizar una conferencia internacional de alto nivel sobre desarme nuclear. Sugiero que este cónclave se lleve a cabo en 2016 y que allí comience el proceso de redacción de una convención sobre armas nucleares. Mi gran esperanza es que el Japón, con su experiencia de haber sufrido dos bombardeos atómicos, trabaje junto a otros países y a la sociedad civil para acelerar el proceso y crear así un mundo sin armas nucleares.

En agosto, la ciudad de Hiroshima será sede de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cuestiones de Desarme; en octubre y noviembre, también en dicha ciudad, se celebrará el Foro Mundial de Víctimas Nucleares. Poco después, en noviembre, tendrá lugar la Conferencia anual de Pugwash en Nagasaki.

En setiembre, por iniciativa conjunta de la SGI y de otras organizaciones no gubernamentales, también está previsto celebrar en Hiroshima una Cumbre Mundial de Jóvenes por la Abolición de las Armas Nucleares. El año pasado, el Departamento de Jóvenes de la Soka Gakkai del Japón organizó una campaña pro abolición de las armas nucleares que le permitió reunir 5,12 millones de firmas. Espero que esta cumbre dé cabida a una proclama de la juventud comprometida a terminar con la era de la guerra nuclear y que fomente una mayor solidaridad entre los jóvenes del mundo, en apoyo de un tratado de prohibición de estos arsenales.

En nuestro diálogo, el doctor Toynbee recalcó que la clave para resolver la cuestión de las armas nucleares yacía en adoptar mundialmente un «veto impuesto por las propias autoridades»[48] referida a la tenencia de estas armas. El 21 de enero de este año, los Estados Unidos y Cuba iniciaron negociaciones bilaterales para restablecer sus vínculos diplomáticos, interrumpidos un año antes de la crisis de los misiles en Cuba. Si examinamos la historia, podríamos decir que la crisis se resolvió mediante un veto autoimpuesto —es decir, la decisión de no usar armas nucleares— de parte de los Estados Unidos y de la Unión Soviética.

Cuando vislumbro la firma de un tratado que prohíba estas armas, pienso en un proceso que aliente a cada país a adoptar un veto autoimpuesto, y que estos actos de autodisciplina formen un entramado supranacional capaz de inaugurar una nueva era. Así, los pueblos de todos los países podrán vivir sabiendo que nunca más tendrán que sufrir los horrores producidos por el uso de las armas nucleares.

Construir una sociedad global sostenible

El último campo de acción conjunta al que quisiera referirme es la construcción de una sociedad global sostenible.

Para responder a problemas ambientales como el cambio climático, debemos compartir experiencias y aprendizajes mientras trabajamos para prevenir el agravamiento de las condiciones y orientar un cambio hacia la reducción a cero de los desechos terrestres. Estas gestiones serán cruciales para el logro de los ODS; en tal sentido, quiero recalcar el papel indispensable de la cooperación entre países fronterizos.

En concreto, pido a la China, Corea del Sur y Japón que sumen esfuerzos para crear un modelo regional que, a partir de recabar las mejores prácticas, incluso las referidas al desarrollo del talento humano, pueda luego compartirlas con el resto del mundo. En noviembre del año pasado, después de dos años y medio de inacción, por fin se logró celebrar una cumbre chino-japonesa. En lo que a mí respecta, habiendo dedicado tantos esfuerzos personales a promover la amistad entre la China y el Japón, me produce una enorme satisfacción ver este primer paso hacia un mejoramiento de las relaciones bilaterales, después de un prolongado período de enfriamiento.

En diciembre, al término de las rondas de diálogo, se reactivó el Foro de Conservación Energética Chino-Japonés, y el 12 de enero de este año se implementaron vías de consulta con respecto al Mecanismo de Comunicación Marítima entre ambos países. Este mecanismo puede desempeñar un papel crucial a la hora de evitar el agravamiento de cualquier incidente; espero que las gestiones para poner en marcha las operaciones este año, según han convenido ambos líderes, procedan de manera fluida y sin percances.

Además, en 2015 se cumplen 50 años desde la normalización de los vínculos diplomáticos entre Corea del Sur y el Japón. Aunque todavía deben aplacarse ciertas tensiones políticas entre ambos países, no debemos perder de vista un hecho importante, que es la expansión continua de las relaciones interpersonales en el nivel ciudadano y civil. Actualmente hay cinco millones de personas que viajan por año de Corea del Sur al Japón y viceversa; y la cantidad de pasajeros que circulan entre la China y el Japón es aún mayor. Cuando las relaciones bilaterales se normalizaron en 1965, la cifra anual apenas ascendía a diez mil personas. Aunque las encuestas de opinión pública revelan que un elevado porcentaje de la ciudadanía coreana y japonesa tiene un concepto poco favorable del país vecino, más del 60% reconoce la importancia de la relación.

Además de estos intercambios, tengo grandes expectativas en las instancias de cooperación trilateral que han venido implementándose en los últimos diez o doce años. Desde que, en 1999, comenzaron las rondas conjuntas de gestión ambiental entre estos tres países, se han puesto en marcha más de cincuenta mecanismos consultivos; entre ellos, dieciocho encuentros ministeriales y más de cien proyectos de cooperación. Para que estos espacios sigan desarrollándose más aún, es importante retomar las cumbres trilaterales entre Corea del Sur, la China y el Japón, que a causa de las tensiones políticas llevan tres años de lamentable estancamiento.

Ante la proximidad de la adopción de los ODS, estas cumbres deberían reanudarse lo antes posible para consolidar la tendencia al mejoramiento de los vínculos y virar hacia un acuerdo formal que convierta la región en un modelo de sostenibilidad. Para conmemorar el fin de la segunda guerra mundial, los líderes de estos tres países deberían plasmar las lecciones de ese conflicto en el juramento de no volver a participar jamás en una guerra, y trabajar para el afianzamiento de la confianza mutua mediante la cooperación regional, apoyando el nuevo reto de las ODS adoptadas por la ONU.

En mis encuentros con líderes intelectuales, políticos y culturales de la China y de Corea —entre ellos el primer ministro Zhou Enlai (1898-1976) y el primer ministro coreano Lee Soo-sung—, hemos analizado la forma en que el Japón, la China y Corea podrían profundizar sus lazos de amistad para contribuir de manera perdurable a la comunidad internacional.

Jean Monnet (1888-1979), una de las figuras clave que ayudó a Francia y a Alemania a superar una animosidad centenaria, dijo en 1950, durante una ronda de negociaciones entre países europeos: «Estamos aquí para culminar una obra común; [...] no para negociar ventajas, sino para buscar nuestra ventaja en la ventaja común».[49]

En setiembre de 2011, se creó una secretaría de cooperación trilateral formada por la China, Corea y el Japón. Una de sus funciones es identificar proyectos potenciales de cooperación. Espero que los tres países trabajen juntos en beneficio de todos, en cada una de las áreas trazadas por los nuevos ODS.

Como antes dije, la SGI coauspiciará un evento paralelo en la Tercera Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Reducción del Riesgo de Desastres, donde se reunirán representantes de la sociedad civil de los tres países para trazar acuerdos con miras a la prevención de desastres y a las tareas de reconstrucción posterior. Entiendo que esta iniciativa, llevada a cabo con el apoyo de la Secretaría de Cooperación Trilateral, representa la clase de participación constructiva de nivel ciudadano que complementará la ayuda regional entre gobiernos a fin de hacer realidad los ODS.

Al respecto, quisiera hacer dos propuestas para expandir los intercambios de orden ciudadano.

La primera se centra en los jóvenes. En las relaciones de posguerra entre Francia y Alemania, un punto de inflexión crucial fue el Tratado del Elíseo, de 1963, que dio comienzo a una era de mayor intercambio entre las juventudes. «Una enemistad secular puede cederle el sitio a una amistad profunda».[50] Esta frase pertenece a un artículo coescrito por el canciller francés Laurent Fabius y su par alemán Guido Westerwelle en 2013, recordando el quincuagésimo aniversario del Tratado que acabo de mencionar. En efecto, los más de ocho millones de jóvenes alemanes o franceses que han tenido oportunidad de vivir o estudiar en el país vecino cumplieron un papel decisivo en la creación de lazos firmes entre ambas sociedades.

Hace ocho años, comenzó a funcionar un programa de intercambios juveniles entre la China, Corea y el Japón; espero que este año sea bien aprovechado para expandir mucho más su alcance. Además de incrementar este tipo de intercambios educativos o culturales entre estudiantes universitarios o de enseñanza media, me gustaría que se crearan asociaciones juveniles de amistad entre estos tres países, que permitan a los jóvenes colaborar activamente en la promoción de los ODS o en otras iniciativas trilaterales conjuntas.

Para los participantes, la experiencia de compartir esfuerzos para responder a problemas ambientales o a situaciones de emergencia deja un saldo invalorable, e inculca en ellos la certeza de estar creando su propio futuro. Además, estas experiencias de vida dan lugar a amistades y a relaciones de confianza que pueden extenderse largamente en el futuro.

Hace treinta años, en 1985, la División de Jóvenes de la Soka Gakkai y la Federación Nacional de Jóvenes de la China (ACYF, por sus siglas en inglés), firmaron un acuerdo de intercambio. En las tres décadas transcurridas desde entonces, el programa ha funcionado de manera ininterrumpida. En mayo de 2014, se firmó un nuevo acuerdo de diez años, con la promesa de seguir trabajando juntos para fortalecer la amistad entre ambos países. Por su parte, los jóvenes miembros de la Soka Gakkai de Kyushu participan en amplios intercambios con Corea. Todas estas actividades surgen de creer que las redes de jóvenes sustentadas en encuentros e intercambios presenciales y personales son, en definitiva, el factor más importante para construir un mundo más humano y pacífico en el siglo xxi.

Mi segunda propuesta es incrementar en gran medida el número de intercambios entre ciudades hermanas de los tres países, de hoy al 2030, que es la meta de los ODS.

Cuando me reuní con el primer ministro chino Zhou Enlai, hace cuarenta años, nuestro interés común más notorio fue profundizar las relaciones de amistad entre los ciudadanos de uno y otro país. En un llamamiento que presenté en setiembre de 1968 instando a regularizar los vínculos chino-japoneses, señalé: «La normalización de las relaciones entre países solo tendrá relevancia cuando los pueblos de ambas naciones lleguen a entenderse y a interactuar de maneras que resulten en el mutuo beneficio y, por extensión, contribuyan al logro de la paz mundial». A tono con esto, el primer ministro Zhou mantuvo que una amistad duradera entre la China y el Japón solo podría lograrse cuando los habitantes de ambos países aprendieran a conocerse y a confiar unos en otros. En nuestro encuentro, se refirió a su juventud y a su experiencia como residente extranjero en el Japón, donde permaneció un año y medio cursando estudios. Sentí en ese momento que estas vivencias habían formado de algún modo su perspectiva sobre las relaciones internacionales.

En 1916, un año antes de que Zhou viniera a estudiar al Japón, el filósofo nipón Sakuzo Yoshino (1878-1933) escribió lo siguiente, en pleno agravamiento de las tensiones entre ambas naciones de Oriente: «Si existen relaciones de respeto y confianza entre los ciudadanos, aun cuando surjan malos entendidos u hostilidad en cuestiones políticas o económicas, estos serán como las olas que el viento agita en la superficie del océano, y no llegarán a perturbar las corrientes profundas de amistad que circulan por debajo».[51]

Esto expresa una convicción personal que he mantenido desde siempre. Si personas de distintas nacionalidades pueden entablar intercambios sinceros y desear la felicidad de sus congéneres, cultivarán un gigantesco árbol de amistad capaz de resistir la embestida de vientos y nevadas, para extender sus largas ramas lozanas hacia el lejano porvenir.

Hoy hay 356 acuerdos gubernamentales de fraternidad entre ciudades de la China y el Japón; 156, entre ciudades de Corea del Sur y Japón, y 151, entre la China y Corea. Debemos seguir promoviendo estos intercambios entre localidades hermanas, en forma paralela a las relaciones interpersonales de camaradería.

Nuestro espíritu fundacional

A la hora de hacer estas propuestas concretas, he tenido clara conciencia de que, en definitiva, será la solidaridad entre personas comunes lo que nos impulsará en nuestro esfuerzo por responder a los desafíos pendientes, incluidos los que tendremos que afrontar para cumplir los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Un 26 de enero de 1975, de hace cuarenta años, representantes de 51 países y territorios se dieron cita en Guam para fundar la Soka Gakkai Internacional. En ese momento, tuve muy presente la visión del presidente Josei Toda sobre la ciudadanía global y su determinación de erradicar el sufrimiento de este mundo. Cuando llegó mi turno de firmar el libro de asistentes, en el acto inaugural, miré la columna donde debía asentar mi país de origen y escribí «El mundo», con el juramento de hacer realidad aquella visión precursora de mi maestro.

La declaración que se aprobó en ese primer encuentro afirmaba nuestro espíritu fundacional en estos términos:

En la creación de la paz, los lazos de vida a vida entre personas conscientes de la dignidad de la vida son mucho más fuertes que los lazos económicos y políticos entre naciones. [...] La paz duradera no puede lograrse sin concretar la felicidad de todo el género humano. Por lo tanto, nos esforzaremos por establecer el ideal budista de amor compasivo como base de una nueva orientación filosófica que inspire una contribución concreta a la supervivencia y al florecimiento de la humanidad.

Este espíritu, que ha permanecido invariable hasta el día de hoy, nos ha permitido construir un movimiento con presencia activa en 192 países y territorios del mundo.

Afirmados en cimientos cada vez más profundos de diálogo y de amistad, seguiremos trabajando por un mundo sin guerras y sin armas nucleares, hasta erradicar el sufrimiento de la faz de la tierra; así, crearemos una nueva sociedad donde los beneficios de la dignidad humana sean una jubilosa realidad para todos los habitantes del mundo.

Bibliografía

ARENDT, Hannah. 1973 [2015]. Los orígenes del totalitarismo. Trad. Guillermo Solana Díez. Madrid: Alianza Editorial.

MINISTERIO FEDERAL DE EUROPA, INTEGRACIÓN Y ASUNTOS EXTERIORES DE AUSTRIA 2014. «Report and Summary of Findings of the Conference: Presented under the Sole Responsibility of Austria» [Memoria y resumen de las conclusiones de la Conferencia: Presentado bajo la sola responsabilidad de Austria]. Conferencia de Viena sobre el Impacto Humanitario de las Armas Nucleares. 9 de diciembre. Disponible en línea en inglés en: http://www.mofa.go.jp/mofaj/files/000062699.pdf [Fecha de acceso: 7 de marzo de 2015].

BIKO, Steve. 1987. I Write What I Like: A Selection of His Writings. [Escribo lo que quiero. Textos escogidos]. Londres: Heinemann.

DE BRUM, Tony. 2014. «Statement at the General Debate of the 3rd Meeting of the Preparatory Committee for the 2015 Nuclear Non-Proliferation Treaty Review Conference» [Declaración en el Debate General de la 3.a reunión del Comité Preparatorio de la Conferencia de las Partes del Año 2015 Encargada del Examen del Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares]. 28 de abril. Disponible en línea en inglés en: http://www.un.org/en/conf/npt/2015/statements/pdf/MH_en.pdf [Fecha de acceso: 7 de marzo de 2015].

Erikson, Erik H. 1950 [2008]. Infancia y sociedad. Buenos Aires: Ediciones Hormé.

———. 1964. Insight and Responsibility. [Introspección y responsabilidad]. Nueva York: W. W. Norton.

———. 1969. Gandhi’s Truth: On the Origins of Militant Nonviolence. (La verdad de Gandhi: Sobre los orígenes de la militancia no violenta). Nueva York: W. W. Norton.

FIELDEN, Alexandra. 2008. «Local Integration: An Under-reported Solution to Protracted Refugee Situations» [La integración local: Una solución poco divulgada para los refugiados en situación de desplazamiento prolongado.] New Issues in Refugee Research Series. Trabajo de investigación N.° 158 Junio. Disponible en línea en inglés en: http://www.unhcr.org/486cc99f2.pdf [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015].

Francisco: 2013. «Exhortación apostólica Evangelii Gaudium del Santo Padre Francisco a los obispos, a los presbíteros y diáconos, y a las personas consagradas, y a los fieles laicos sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual», Libreria Editrice Vaticana. Disponible en línea en: http://www.vatican.va/evangelii-gaudium/sp/index.html [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015].

FUJIMORI, Katsuhiko. 2012. «Teishotoku koreisha no jittai to motomerareru shotoku hosho seido» [Las personas mayores de bajos ingresos y el sistema de seguridad social de ingresos mínimos necesarios]. Disponible en línea en japonés en: http://www.mizuho-ir.co.jp/publication/contribution/2012/nenkintokeizai01_01.html [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015].

GANDHI, Mahatma. 1959-1998. The Collected Works of Mahatma Gandhi [Obras completas del Mahatma Gandhi]. 100 vols. Nueva Delhi: División de Publicaciones, Ministerio de Información y Comunicaciones, Gobierno de la India.

GLOBAL ZERO. 2011. «World Spending on Nuclear Weapons Surpasses 11 Trillion per Decade» [El gasto mundial en armas nucleares supera el billón de dólares por década]. Informe Técnico de Global Zero. Junio. Disponible en línea en inglés en: http://www.globalzero.org/files/gz_nuclear_weapons_cost_study.pdf (Fecha de acceso: 3 de abril de 2015).

HAMMARSKJÖLD, Dag. 1954. «Address at the Inauguration of the Twenty-fifth Anniversary of the Museum of Modern Art» [Discurso inaugural en el 25.° aniversario del Museo de Arte Moderno], en CORDIER, Andrew W. y Wilder FOOOTE, eds. 1969–1977. Public Papers of the Secretaries-General of the United Nations. 8 vols. Nueva York: Columbia University Press.

———. 1960. «Introducción a la Memoria Anual del Secretario General sobre la Labor de la Organización», 16 de junio de 1959–15 de junio de 1960». A/4390/Add.1. 31 de agosto. Disponible en línea en: http://documents-dds-ny.un.org/doc/UNDOC/GEN/N60/213/94/pdf/N6021394.pdf?OpenElement (Fecha de acceso: 3 de abril de 2015).

HAVEL, Václav. 1996. «Europe as Task: An Address in Aachen» [Europa como tarea. Discurso en Aquisgrán]. 15 de mayo. Disponible en línea en inglés en: http://www.vaclavhavel.cz/showtrans.php?cat=projevy&val=173_aj_projevy.html&typ=HTML [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015].

CIJ (Corte Internacional de Justicia) 1996. Legalidad de la amenaza o el empleo de armas nucleares. Opinión Consultiva, CIJ. Informes 1996 Disponible en línea en: http://www.dipublico.org/cij/doc/103b.pdf [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015].

IKEDA, Daisaku. 2013. Proposal for the Normalization of Sino-Japanese Relations [Propuesta para la normalización de las relaciones chino-japonesas]. Hong Kong: Soka Gakkai International of Hong Kong.

———. 2014. A Forum for Peace: Daisaku Ikeda’s Proposals to the UN. edit. ingl. Olivier Urbain, Londres y Nueva York: I. B. Tauris.

——— y Arnold TOYNBEE. 1976 [2002]. Elige la vida. Trad. Alberto L. Bixio. Buenos Aires: Emecé Editores.

——— y Joseph ROTBLAT. 2007. A Quest for Global Peace [En busca de la paz global]. Londres. I. B. Tauris.

——— y Elise BOULDING. 2010. Into Full Flower [En plena flor]. Cambridge, Massachusetts: Dialogue Path Press.

JACOBSEN, Karen. 2001. «The Forgotten Solution: Local Integration for Refugees in Developing Countries» [La solución olvidada: La integración local de los refugiados en los países en desarrollo]. New Issues in Refugee Research Series. Documento de Trabajo N.° 45 1.° de julio. Disponible en línea en inglés en: http://www.unhcr.org/3b7d24059.html [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015].

MINISTERIO DE SALUD, TRABAJO Y BIENESTAR DEL JAPÓN. 2014. «Graphical Review of Japanese Household» [Encuesta gráfica de hogares del Japón]. Disponible en línea en: http://www.mhlw.go.jp/toukei/list/dl/20-21-h25.pdf [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015].

KING, Martin Luther (h). 1967. The Trumpet of Conscience [La trompeta de la conciencia]. Nueva York: Harper & Row.

MAKIGUCHI, Tsunesaburo. 1981-1997. Makiguchi Tsunesaburo zenshu [Obras completas de Tsunesaburo Makiguchi]. 10 vols. Tokio: Seikyo Shimbunsha.

MANDELA, Nelson. 1994. «Gandhi the Prisoner» [El prisionero Gandhi]. Extr. B. R. Nanda (ed). 1995. Mahatma Gandhi: 125 Years [El Mahatma Gandhi, 125 años]. Nueva Delhi: Consejo Indio de Relaciones Culturales. South African History Online [Historia de Sudáfrica en línea]. Disponible en línea en inglés en: http://www.sahistory.org.za/archive/gandhi-prisoner [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015].

MARITAIN, Jacques. 1951 [2002]. El hombre y el Estado. Trad. Juan Miguel Palacios. Madrid: Encuentro Ediciones.

MILNER, James y Gil LOESCHER. 2011. «Responding to Protracted Refugee Situations: Lessons from a Decade of Discussion» [La respuesta a los refugiados en situación prolongada: Lo aprendido en una década de debates] Instructivo sobre Políticas del RSC N.° 6. Refugee Studies Centre. Disponible en línea en inglés en: http://www.refworld.org/docid/4da83a682.html [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015].

MONNET, Jean. 1976 [2010]. Memorias. Trad. José M. Martínez García. Madrid: Ediciones Encuentro.

NAKAMURA, Hajime. 1985. Genshi butten o yomu [Leyendo los primeros sutras budistas]. Tokio: Iwanami Shoten.

NĀRADA MAHA THERA (TRAD.). 2002. THE DHAMMAPADA. [EL DHARMAPADDA], CAPÍTULO 23. DISPONIBLE EN LÍNEA EN INGLÉS EN: HTTP://WWW.METTA.LK/ENGLISH/NARADA/23-NAGA%20VAGGA.HTM [FECHA DE ACCESO: 3 DE ABRIL DE 2015].

NICHIREN. 1952. Nichiren Daishonin Gosho Zenshu [Obras completas de Nichiren Daishonin]. edit. Nichiko Hori, Tokio: Soka Gakkai.

NRC (Consejo Noruego para Refugiados) y IDMC (Centro de Monitoreo de Desplazados Internos). 2014. «Global Estimates 2014: People Displaced by Disasters» [Estimaciones globales para 2014: Personas desplazadas a causa de desastres] Disponible en línea en inglés: http://www.internal-displacement.org/assets/publications/2014/201409-global-estimates2.pdf [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015].

NUSSBAUM, Martha C. 2006 [2014]. Las fronteras de la justicia. Consideraciones sobre la exclusión. Trad. Ramón Vila Vernis y Albino Santos Mosquera. Barcelona: Paidós, pág. 238.

Soka Shimpo. 2012. «Hiroshima, Nagasaki, Okinawa seinen-bu ga heiwa samitto» [Cumbre por la Paz realizada por la División de Jóvenes de Hiroshima, Nagasaki y Okinawa]. 15 de agosto, pág. 1.

TODA, Josei. 1981-1990. Toda Josei Zenshu [Obras completas de Josei Toda]. 9 vols. Tokio: Seikyo Shimbunsha.

TOYNBEE, Arnold J. 1958. East to West: A Journey Round the World [De Oriente a Occidente: Un viaje alrededor del mundo]. New York y Londres: Oxford University Press.

Naciones Unidas (ONU). 1945. Carta de las Naciones Unidas. «Preámbulo». Disponible en línea en: http://www.un.org/es/documents/charter/preamble.shtml [Fecha de acceso: 7 de marzo de 2015].

——. DAES (Departamento de Asuntos Económicos y Sociales). 2014. «Open Working Group Proposal for Sustainable Development Goals». Disponible en línea en inglés en: https://sustainabledevelopment.un.org/sdgsproposal [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015]. Véase también, en español, «Informe del Grupo de Trabajo Abierto de la Asamblea General sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible», disponible en línea en: http://www.un.org/ga/search/view_doc.asp?symbol=A/68/970&Lang=S. [Fecha de acceso: 8 de abril de 2015].

——. Asamblea General. 1946. «Creación de una Comisión que se encargue de estudiar los problemas surgidos con motivo del descubrimiento de la energía atómica». A/RES/1(I). Aprobada por la Asamblea General. 24 de enero. Disponible en línea en: http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=A/RES/1%28I%29 [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015].

——.——. 2000. «Conferencia de las Partes del Año 2000 Encargada del Examen del Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares». NPT/CONF.2000/28 (Partes I y II). Disponible en línea en: http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=NPT/CONF.2010/50%28Vol.I%29&lang=S [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015].

——.——. 2004. «Aplicación de las medidas propuestas por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados con el objeto de fortalecer la capacidad de su Oficina para el cumplimiento de su mandato». A/RES/58/153. Aprobada por la Asamblea General. 24 de febrero. Disponible en línea en: http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=A/RES/58/153 [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015].

——.——. 2010. «Conferencia de las Partes de 2010 encargada del examen del Tratado sobre la no proliferación de las armas nucleares: Parte I», NPT/CONF.2010/50 (Vol. I). Disponible en línea en: http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=NPT/CONF.2010/50(Vol.I). [Fecha de acceso: 7 de marzo de 2015].

——.——. 2014. «Hacia un mundo libre de armas nucleares: aceleración del cumplimiento de los compromisos en materia de desarme nuclear». A/RES/69/37. Aprobada por la Asamblea General. 11 de diciembre. Disponible en línea en: http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=A/RES/69/37 [Fecha de acceso: 7 de marzo de 2015].

ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados). 2014. «Tendencias globales 2013: El coste humano de la guerra». 20 de junio. Disponible en línea en: http://www.acnur.org/t3/fileadmin/scripts/doc.php?file=t3/fileadmin/Documentos/Publicaciones/2014/9562 [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015].

WESTERWELLE, Guido y Laurent FABIUS. 2013. «Al servicio de Europa». La Vanguardia 22 de enero de 2013. Disponible en línea en: http://www.lavanguardia.com/internacional/20130122/54362960234/servicio-europa.html [Fecha de acceso: 3 de abril de 2015].

Yomiuri Shimbun. 1995. «Foramu 21 seiki e no sozo» [El Foro 21 para la Creatividad en el Siglo xxi]. 29 de noviembre, pág. 14.

YOSHINO, Sakuzo. 1995-1996. Yoshino Sakuzo Senshu [Obras escogidas de Sakuzo Yoshino]. 15 vols. Tokio: Iwanami Shoten.

Comparte esta página en

  • Facebook
  • X