Mensaje para el 1.ᵉʳ Simposio Internacional sobre Educación para la Ciudadanía Mundial (Universidad Soka, Japón, 22 de octubre de 2022)
(El fundador de la Universidad Soka, Daisaku Ikeda, envió un mensaje con motivo del 1.ᵉʳ Simposio Internacional sobre Educación para la Ciudadanía Mundial, celebrado en la Universidad Soka, Hachioji, Tokio, el 22 de octubre de 2022).
He quedado impresionado por la instancia de John Dewey quien afirma que «[. . .] existe una mezcla de bien y mal, y que la reconstrucción en la dirección del bien indicado por fines ideales, tiene que tener lugar, si lo tiene, a través de un esfuerzo cooperativo continuado».1
Estas palabras sirven como credo que ha llevado adelante el renombrado estudioso de Dewey, el profesor Jim Garrison, a quien tengo en la más alta estima, y tan generosamente ha compartido conmigo.
El 1.ᵉʳ Simposio Internacional sobre Educación para la Ciudadanía Mundial contribuirá a que nuestro «esfuerzo cooperativo continuado» dé sus frutos. Como fundador de esta institución, les ruego, a tan distinguidas personas, acepten mi más sincero agradecimiento y admiración por haberse reunido aquí para participar en este encuentro.
La Cumbre sobre la Transformación de la Educación de las Naciones Unidas de 2022, que se llevó a cabo en septiembre, contó con una Declaración sobre la visión de su Secretario General, en la que subraya la importancia de la educación para el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y deja clara la necesidad de la reforma y la innovación educativas que permita prepararnos para afrontar un mundo perturbado por los vertiginosos cambios.
Este Simposio, cuyo tema es «Restaurar el aprendizaje a la vida cotidiana: La ciudadanía mundial y John Dewey», se realiza en un momento oportuno en consonancia con dicha cumbre. Tanto Dewey como Tsunesaburo Makiguchi —fundador de la educación Soka, creadora de valores, que sentía profunda resonancia con la filosofía educativa de su contemporáneo estadounidense— depositaron una gran fe en la capacidad ilimitada del aprendizaje que se nutre del vasto terreno de la vida diaria. Pero, hoy, dada la precaria situación de los asuntos internacionales, el ámbito del propio quehacer cotidiano se ve amenazado por numerosas dificultades. En ese sentido, quisiera abrir y ampliar nuevas perspectivas que permitan el avance de la educación para la ciudadanía mundial, mediante respuestas adecuadas a tales desafíos.
La primera de las respuestas que propongo es desarrollar la vida creativa del estudiante a través del valor de aprender.
Cuando Dewey visitó Japón, en 1919, observó lo que es crucial para el desarrollo intelectual de una persona:
Se halla en proceso constante de formación, y es condición para su retención el permanecer siempre al acecho a fin de observar las consecuencias, el que la voluntad esté siempre abierta a todas las enseñanzas, y el tener valor para los reajustes.2
En su poema Antorcha de la verdad, Dewey escribió:
Ningún rumbo está iluminado
por la luz que antes ardía
Sus versos describen con vivacidad la sombra que se cierne sobre nuestro mundo actual y, sin embargo, Dewey continúa, pidiéndonos que nos armemos de valor para abrir nuevos caminos:
De la oscuridad, poco a poco,
se aprende el camino actual.
. . . . . . . . . . . . . . .
Hasta que salgan las flechas
de tu propia llama
a través de las nieblas que se cierran
y ocultan el objetivo del viaje.3
Incluso estando en prisión bajo el régimen militarista de Japón, durante la segunda guerra mundial, Makiguchi —uno de los principales mentores en mi vida— mantuvo una lectura concienzuda de textos filosóficos. A pesar de padecer interrogatorios brutales, expuso con persistencia sus ideas sobre la construcción de la sociedad ideal del mañana, que trascendiera la época plagada de iniquidad chovinista centrada en el Estado en la que vivía.
Por tanto, cuando tengamos el valor de seguir aprendiendo, el valor moral— cualidades que yo describiría como la máxima expresión de la no violencia—, las transmitamos de generación en generación, y las cultivemos aún más mediante la práctica, con el paso del tiempo, se encenderá la antorcha de la esperanza que hará posible un nuevo avance de la vida creativa del género humano.
Otra respuesta sería entablar un diálogo incansable para construir una comunidad unida por la alegría del aprendizaje mutuo.
Tanto Dewey como Makiguchi reconocieron que la vida diaria sirve de foro para el diálogo, y que este contribuye al fomento de un fuerte sentido de compañerismo, mutuamente instructivo, entre los estudiantes. Gracias a los avances tecnológicos en ámbitos como la internet, los foros de diálogo se han vuelto aún más libres y abiertos, y cada vez más diversos.
El discurso que tiene lugar en estos foros —ya sea dentro de la comunidad local o en los intercambios entre países o pueblos— propicia una reafirmación más profunda del espíritu del diálogo, al tiempo que permite a los participantes transmitir la diversidad y las diferencias de unos y otros, y aprender de ellas. Lo cual, a su vez, debería brindarnos la oportunidad de concretar una mayor y estrecha integración creativa.
Creer que el diálogo conduce al aprendizaje es creer en la universalidad y la naturaleza inherente de la bondad humana, así como en el inestimable potencial de cada ser humano. A lo largo del tiempo en el que he venido abrazando esta creencia, me he esforzado por ampliar este tipo de comunidad donde reine la alegría, y por servir a la construcción de una corriente de paz, fiel al siguiente pasaje de una escritura budista: «Tanto uno como los demás se regocijarán juntos, al experimentar su propia sabiduría y amor compasivo»4.
La tercera respuesta que me gustaría proponer es definir lo que debería ser una filosofía de la felicidad para los ciudadanos del mundo que actúan con resiliencia.
Me ha inspirado mucho la siguiente convicción de Dewey:
Se puede encontrar la felicidad en medio de las molestias, estar contento y alegre a pesar de una sucesión de circunstancias desagradables, si se tiene valor y ecuanimidad de espíritu.5
Tras haber vivido tiempos plagados de incertidumbre y complicaciones, Dewey concluiría: «Mi filosofía de vida se basa, esencialmente, en la palabra “paciencia”»6.
Una vez le pregunté al historiador británico Arnold Toynbee qué consejo le daría a los jóvenes del futuro. Su respuesta fue idéntica a la de Dewey: «paciencia».
Esa es la filosofía de la felicidad que deseo confiar a los jóvenes ciudadanos del mundo, quienes asumen la inmensa tarea de dar forma a los resultados de este atribulado siglo, una filosofía basada en la paciencia, pero que inspira alegría y valor.
Para terminar, permítanme expresar mi firme determinación de aunar esfuerzos junto con las estimadas personalidades aquí reunidas, en bien del despliegue de la capacidad insuperable de crear valor de los ciudadanos del mundo, sean cuales fueren las circunstancias.