Desarrollar empatía por los demás: Claves para vivir en una sociedad signada por el estrés (The Japan Times, 9 nov 2006)
[Artículo de opinión de Daisaku Ikeda, publicado en el diario The Japan Times, el 9 de noviembre de 2006.]
La sociedad en que vivimos nos impone enormes presiones y nos somete a un intenso estrés. En el Japón, los altos niveles de estrés se manifiestan en el fenómeno de la “muerte por exceso de trabajo” y en una tasa de suicidios dramáticamente elevada. Las crueles agresiones que se producen entre los niños reflejan también el mismo grave problema.
Martin Seligman, conocido por sus estudios en el campo de la psicología positiva, manifiesta su preocupación acerca de lo que él llama “el gran yo y el pequeño nosotros”, situación que describe un enorme egocentrismo y un sentimiento cada vez más débil de conexión con los demás. No cabe duda de que es necesario hacerle frente a ese síntoma generalizado si deseamos evitar que nuestra existencia se vea afectada aun más por el estrés.
En el pasado, existía una vida social en que las personas se alentaban y se apoyaban mutuamente, en especial, en situaciones de profunda tensión y presión. Lamentablemente, muchas de las conexiones que nos prestaban ese sostén se han debilitado o están menoscabadas. Enfrentados con el estrés, muchos individuos no saben a quién recurrir, sienten que no cuentan con amigos o comunidades ante quienes puedan abrirse con sinceridad y compartir francamente sus problemas y preocupaciones.
El término “estrés” proviene originalmente de la física y se refiere a la deformación de un cuerpo que ha sido sometido a fuerzas externas. Luego comenzó a usarse para indicar el efecto de diversas presiones sobre el bienestar físico y psíquico de la gente. Por supuesto, así como algunos materiales soportan mejor y otros, peor la presión física, la capacidad humana de lidiar con situaciones estresantes varía ampliamente de una persona a otra.
Un trabajo o una situación relacional que para un individuo es intolerable y agobiante, tal vez no lo sea para otro. El estrés puede perturbar a una misma persona de manera muy distinta dependiendo de las circunstancias. Acontecimientos supuestamente felices, como una boda o un ascenso, pueden a menudo producir estrés.
Por eso, desestimar la desazón que alguien está sufriendo y decirle que no es nada del otro mundo, aun cuando la intención sea alentarlo, puede intensificar la angustia en esa persona. Las reacciones del corazón humano distan mucho de ser mecánicas y predecibles; son, por el contrario, infinitamente sutiles y delicadas.
Desde cierta perspectiva, las razones fundamentales del estrés se pueden encontrar en las ideas que hoy por hoy tenemos sobre la naturaleza del yo. Por un lado, se pretende que, como “individuos independientes”, seamos capaces de manejar cualquier situación sin ayuda de nadie. Pero al mismo tiempo, las enormes estructuras burocráticas que rigen la sociedad tratan a las personas como componentes de un engranaje y, de alguna manera, nos inculcan la noción de que somos impotentes para determinar nuestro destino, mucho más aun, para conducir a la sociedad hacia una dirección más apropiada. Tironeada entre expectativas desmesuradas y sentimientos de absoluta impotencia, la gente se vuelve cada vez más susceptible a ser afectada por el estrés.
Para superar el estrés es necesario que nos observemos a nosotros mismos bajo una luz diferente. Tenemos que lograr una comprensión más profunda de nuestro potencial verdaderamente ilimitado y también, de nuestros aspectos vulnerables; debemos aprender a desarrollar nuestras fortalezas individuales mediante el apoyo mutuo.
Hans Selye, uno de los primeros en realizar estudios sobre el estrés, ofreció el siguiente consejo basado en su propia experiencia de lucha contra el cáncer: primero, establecer y sostener objetivos propios en la vida; segundo, vivir de manera que se sea necesitado por los demás, pues eso a la larga nos beneficia a nosotros mismos.
Como seres humanos, nos resulta natural mirar hacia delante. Nuestros ojos los hacen naturalmente. En tal sentido, estamos hechos para avanzar hacia un objetivo. Al mismo tiempo, ayudar a otros que sufren fortalece nuestra capacidad para resolver problemas y dificultades con coraje.
Los sutras budistas contienen esta conocida parábola:
Un día, Shakyamuni se aproximó a una mujer que se encontraba abrumada de dolor por la pérdida de su hijo. Ella, al ver al Buda, le suplicó que le devolviera la vida a su niño. Shakyamuni la consoló y ofreció prepararle un remedio que reviviría al pequeño. Para ello, iba a necesitar unas semillas de mostaza blanca que la mujer podría encontrar en una aldea vecina. Pero el grano de mostaza, sin embargo, tenía que provenir de un hogar en el que nunca hubieran tenido que lamentar la muerte de un familiar. Partió entonces la mujer y fue de casa en casa, solicitando la semilla. Pero por más que buscó, no halló una sola familia que no hubiera llorado la muerte de un ser querido. Mientras seguía yendo de puerta en puerta, la mujer comenzó a comprender que su sufrimiento era algo por lo que atravesaban todas las personas. Decidida a no dejarse abrumar más por el dolor, volvió al lado de Shakyamuni.
La capacitación física y mental transforma nuestra experiencia de las cosas. La misma pendiente empinada que llena de temor a los escaladores inexpertos, es para los que están bien entrenados, motivo de alegría y de entusiasmo. Del mismo modo, si estudiamos con denuedo, podemos extraer conocimiento e inspiración de los textos más intrincados y profundos.
Al igual que el entrenamiento físico puede extraer aptitudes desconocidas de nuestro cuerpo, y la capacitación intelectual, desarrollar la mente, es posible fortalecer y ejercitar nuestro corazón. Mediante el proceso de superar el dolor, por ejemplo, aprendemos a ver más allá de nuestro propio sufrimiento y preocupaciones, y desarrollamos un sentido del yo más expansivo y firme. Esa experiencia impulsa acciones misericordiosas y compasivas en bien de otros que han conocido las mismas tribulaciones.
Al esforzarnos junto con los demás y por el bien de los demás, es posible convertir las situaciones más tensas en una oportunidad para vivir con una nueva energía y concentración. Es poco probable que en el futuro existan menos motivos de estrés que ahora; a decir verdad, es muy posible que haya muchos más.
Por lo tanto, hoy más que nunca, tenemos que desarrollar cualidades como la fortaleza, la sabiduría y el entusiasmo, al tiempo que vamos forjando amplias redes de apoyo mutuo entre las personas.
En definitiva, la clave para vivir en una sociedad agobiada por el estrés está en sentir el sufrimiento de los demás como si fuera propio, lo que significa que debemos liberar la capacidad de experimentar empatía que todos los seres humanos poseemos. No debemos sobrellevar en soledad el peso de las aflicciones que oprimen el corazón.