Hacia una colaboración creativa (The Japan Times, 13 jul 2006)
[Artículo de opinión de Daisaku Ikeda, publicado en el diario The Japan Times, el 13 de julio de 2006.]
Cualquier sociedad u organización necesitan contar, para su desarrollo, con la sabiduría y la capacidad de las mujeres. El escenario donde estas participan como contribuyentes activos y plenos se convierte en un ámbito abierto y lleno de energía nueva, que cuenta con un amplio espectro de opiniones y enfoques sumamente diversos. Esto es verdaderamente notorio en el mundo empresarial, donde las tendencias muestran a las claras que las corporaciones dispuestas a aceptar la diversidad son más creativas, receptivas y rentables.
Aceptar la diversidad hace mucho más que asegurar la protección de los derechos individuales. Al unir la inteligencia y los puntos de vista de una gran cantidad de personas, surgen nuevas energías creativas que propician un avance armonioso del conjunto de la sociedad. También visto desde esa perspectiva, el empoderamiento de la mujer es un factor esencial.
Las mujeres muestran una sana preferencia por encarar el tratamiento de problemas complejos con paciencia, concentración y flexibilidad. La economista y activista doctora Hazel Henderson, por ejemplo, ha demostrado la eficacia de esas virtudes en el proceso de resolver cuestiones relativas a la protección ambiental.
Según sus propias palabras, la doctora Henderson era “una simple ama de casa”, cuando un incidente, en apariencia sin importancia, cambió su vida. Sucedió en los años 60, cuando ella vivía en la ciudad de Nueva York. Un día, su hija pequeña regresó a casa con la piel toda manchada de hollín. Por más que frotaron, no pudieron eliminarlo. El aire que las rodeaba, se dio cuenta la madre, estaba terriblemente enviciado.
Animada tan solo por el deseo de que su hija respirara aire más limpio, comenzó a charlar con otras amas de casa de su vecindario, a las que les preguntaba simplemente: “¿No cree usted que el aire es muy malo por aquí?”. Ese empeño que puso en dialogar con una y cada una de sus vecinas pronto dio lugar a sentimientos de amistad, confianza y solidaridad, que se fueron expandiendo poco a poco.
Aprovechando la hora de la siesta de su hija, la doctora Henderson comenzó a escribir cartas al alcalde y a otros funcionarios de la ciudad. Después de cierto tiempo, recibió la respuesta del primero en la que este insinuaba que lo que ella consideraba polución era probablemente solo “bruma que provenía del mar”. Sin dejarse abatir, ella continuó su búsqueda hasta que descubrió que la ciudad mantenía un registro diario de las partículas de hollín en suspensión. Con ese dato, comenzó a ejercer presión sobre las emisoras televisivas y sobre otros medios, hasta que por fin consiguió que estos incluyeran el índice de contaminación atmosférica de la ciudad de Nueva York en sus informes meteorológicos.
La doctora Henderson puso en tela de juicio los modelos de crecimiento económico que justificaban la destrucción del entorno natural, razón por la cual inició una campaña para modificar ese estado de cosas. Pero los políticos y los supuestos expertos simplemente no la tomaron en serio. Así fue que, a raíz de la constante presión que ejerció sobre las grandes corporaciones y el gobierno acerca de temas relacionados con la problemática ambiental, comenzaron a llamarla mordazmente “una de las mujeres más peligrosas de los Estados Unidos”. Incluso el jefe de su esposo recibió cartas con críticas en contra de ella. Ciertamente, se la humilló de todas las maneras posibles. ¿Qué podía saber sobre economía una simple ama de casa, sin estudios universitarios?
La lluvia de críticas solo consiguió estimular a la doctora Henderson, quien redobló sus esfuerzos para adquirir un mayor conocimiento sobre teorías económicas y ecológicas, hasta que, finalmente, fue capaz de sostener sus propios criterios al debatir con académicos de renombre mundial y decir lo que era necesario decir. Su coraje y convicción fueron un factor fundamental que permitió a otras mujeres encontrar su propia voz.
“Ciudadanos por un Aire Limpio”, agrupación que la doctora Henderson fundó junto con sus vecinos, fue uno de los grupos pioneros del movimiento para la protección del entorno. Además de lograr la aprobación de una serie de leyes, el esfuerzo de esos ciudadanos logró cambiar definitivamente la manera de pensar de la gente y la forma en que operan el gobierno y las grandes compañías respecto de esa cuestión.
En lugar de basarse en abstracciones inútiles, la doctora Henderson trabaja con realidades concretas, como la salud, la seguridad y la felicidad de todos. Por esa razón, nunca se distrae de sus objetivos ni se aparta de la senda que se ha trazado. Con la firme persistencia del agua de río, que fluye incesante, ella siempre concreta todos sus proyectos. “Conocíamos muy bien la difícil tarea de criar a los hijos”, recuerda, “por eso ansiábamos para ellos el mejor futuro posible”.
La labor de la doctora Henderson se basa en las realidades la existencia cotidiana y en su deseo fundamental de proteger y de nutrir la vida; por tal razón, su mensaje llega profundamente a las personas que se preocupan por el futuro. Esa clase de transformación gradual que se logra en la continuidad y en la consistencia de la vida cotidiana es absolutamente opuesta a los violentos estallidos revolucionarios que tan a menudo los hombres emplean para provocar cambios.
En el transcurso de la historia, los hombres les han prestado escasa atención al pensamiento y a los esfuerzos de las mujeres. Y todos hemos pagado el precio de esa arrogancia, en la forma de conflictos constantes y de una sociedad en la cual, en el mejor de los casos, es todo un desafío vivir.
Tal como dice la doctora Henderson, con risa contagiosa: “¡Las mujeres de hoy se dedican a limpiar los problemas creados por los hombres, tal como se dedican a lavar los platos!”.
La sabiduría y la fuerza de las mujeres, su respetuoso compromiso con la realidad, su preocupación e interés por las personas y su capacidad para atesorar la vida deben reflejarse plenamente en toda la sociedad. Solo entonces veremos un sólido progreso hacia la resolución de los grandes problemas globales y la concreción de la paz. Para lograr esa meta, es absolutamente esencial una revolución en la conciencia de los hombres.
Recuerdo las palabras de Eleanor Roosevelt, una mujer que jugó un importante papel en el proceso de redactar la Declaración Universal de Derechos Humanos. En los oscuros años de la década de 1930, ella sostuvo:
“Si diez millones de mujeres desean seguridad, verdadera representación, honestidad, legislación atinada y justa, mejores y más cómodas condiciones de vida y un futuro que haya erradicado del horizonte la horrible perspectiva de la guerra, esas diez millones de mujeres deben ponerse en acción”.
La doctora Henderson me confió su esperanza de que el siglo XXI fuese una época de colaboración estrecha entre hombres y mujeres. Estoy completamente de acuerdo con ella. Los hombres y las mujeres deberían trabajar juntos sobre la base del respeto mutuo, para abrir una senda en bien de las generaciones venideras. Juntos podemos inaugurar una época en que las personas sean valoradas por su humanidad, y todos y cada uno de los individuos se consideren una manifestación única e irreemplazable de la vida. Esa será entonces una era que nos permitirá disfrutar plenamente de la rica diversidad humana.