Escuchemos la voz de los hibakusha, que urge a todos los Estados a firmar el Tratado sobre la Prohibicíon de las Armas Nucleares (IDN-InDepthNews, 18 sep 2017)
Pronto se someterá a la firma de los países el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, aprobado por las Naciones Unidas (ONU) en julio de este año. Las negociaciones que hicieron posible este instrumento involucraron la participación de casi dos tercios de todos los Estados miembros de la ONU. Hoy, con honda emoción estamos siguiendo de cerca los primeros pasos concretos hacia la puesta en vigor del Tratado. Ansío, sinceramente, que a los 122 países iniciales que apoyaron su aprobación se sumen otros Estados firmantes, para que el Tratado entre en funcionamiento como ley internacional sin la menor demora.
En enero de 1946, a poco de haberse constituido las Naciones Unidas, el eje de la primera Resolución de la Asamblea General de la ONU fue, precisamente, la búsqueda de un mundo sin armas nucleares. En los más de setenta años transcurridos desde entonces, el desarme nuclear ha sido objeto de reiteradas resoluciones.
El ímpetu que permitió arribar al hito histórico de hoy fue una nueva y más profunda conciencia de la comunidad internacional sobre la naturaleza inhumana de las armas nucleares. Los hibakusha del mundo, víctimas de estas armas, han expresado una y otra vez su intenso deseo de que nadie más vuelva a sufrir lo que ellos han padecido; su voz ha sido un elemento clave para transformar el discurso imperante sobre las armas nucleares.
Las gestiones de la comunidad internacional, con su progresiva influencia, crearon una base de sustento al Tratado de Prohibición. La centralidad de sus testimonios se aprecia en el Preámbulo, que incluye menciones a los hibakusha en dos ocasiones separadas.
La significación real del Tratado se encuentra en que prohíbe las armas nucleares en todas sus fases y aspectos: desde la posesión y el uso, hasta la amenaza de utilización. No se reconocen excepciones ni circunstancias atenuantes. Como constaba en la Opinión Consultiva de la Corte Internacional de Justicia de 1996, esto suple la falta de una proscripción legal explícita referida a las armas nucleares.
Esta posición tiene mucho en común con la proclama formulada el 8 de septiembre de 1957, hace sesenta años, por mi maestro Josei Toda, el segundo presidente de la Soka Gakkai. En ella, declaraba que todo uso de las armas nucleares era inadmisible y que no existía razón válida que pudiera justificarlas. Sobre esta base, abogó por su prohibición.
Los miembros de la Soka Gakkai Internacional (SGI), haciendo propia la declaración de Toda, han colaborado en los últimos años con la Campaña Internacional por la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN) para apoyar el proceso de redacción del Tratado; además, han trabajado junto a otras organizaciones religiosas en la presentación de ocho declaraciones conjuntas, firmadas como Comunidades Religiosas Preocupadas por las Armas Nucleares.
Estos manifiestos conjuntos han buscado destacar la dimensión ética del problema nuclear: «Las armas nucleares son incompatibles con los valores proclamados por nuestras respectivas tradiciones religiosas: el derecho de los pueblos a vivir en seguridad y dignidad; los mandatos de la conciencia y la justicia; el deber de proteger a los seres más vulnerables y de ejercer una conducción que preserve el planeta para las futuras generaciones».
En el centro de la doctrina de la disuasión, que ha mantenido a la humanidad cautiva en una espiral de desconfianza desde el inicio de la guerra fría, lo que existe es un escalofriante desdén por la vida, que acepta la agonía indescriptible de incontables ciudadanos como un hecho potencialmente inevitable.
Como Josei Toda destacó en su proclama, la sola existencia de las armas nucleares representa la peor amenaza concebible al derecho individual a la vida, y al derecho colectivo a la supervivencia del género humano.
El Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares expresa una crítica y un rechazo profundos a esta forma de pensar, y a esta falta de respeto a la vida. Como ha señalado la embajadora Elayne Whyte Gómez de Costa Rica, presidenta de la conferencia de negociaciones, la norma de prohibición formalizada en el Tratado puede ayudar a configurar «un nuevo paradigma de seguridad para el siglo XXI».
En la elaboración del Tratado, se prestó debida consideración a las circunstancias de los Estados poseedores de armas nucleares y de los países que dependen de ellos. Así pues, para sumarse al Tratado no se exige previamente a los países la supresión completa de sus arsenales nucleares. Los Estados pueden ser partes en el Tratado retirando sus armas del estado de alerta y presentado un plan para la eliminación de sus programas nucleares.
Como señaló el representante austríaco en las negociaciones, no existió en el ánimo de ningún participante de estas rondas el deseo de menoscabar la seguridad de ningún Estado o individuo.
La paz y la seguridad son el interés primordial y superior de cada país y de sus habitantes. La pregunta que cabe formular, en vista de la naturaleza inhumana de las armas nucleares, es si la posesión continua de estas armas es realmente necesaria para la seguridad nacional.
Japón es el único país que ha sufrido el impacto de una detonación nuclear en tiempos de guerra. Ha hecho valer los tres principios antinucleares: no poseer, no producir y no permitir armas nucleares en su territorio. Los supervivientes de los ataques nucleares de Hiroshima y Nagasaki han trabajado sin descanso, con la esperanza de ver cristalizado un mundo sin armas nucleares en el transcurso de su existencia. Por todas estas razones, el Japón debe sumarse al Tratado; ruego encarecidamente a celebrar, lo antes posible, sinceras deliberaciones para llevar esta incorporación a buen puerto.
Cualquier uso de armas nucleares, con su consabida represalia, provocaría consecuencias catastróficas que superarían todo intento de contener o de paliar el daño. Por otro lado, los estragos atravesarían las fronteras nacionales y se prolongarían en el tiempo, a lo largo del futuro. Estas son las realidades esclarecidas en una serie de encuentros internacionales sobre las consecuencias humanitarias de las armas nucleares, entre ellos el que se celebró en Viena en diciembre de 2014, con la participación de los Estados Unidos y del Reino Unido, dos países poseedores de armas nucleares.
Este discurso, situado en el centro del proceso que condujo a la adopción del Tratado, destaca la necesidad de diferenciar entre la posesión continua de armas nucleares, y los objetivos de seguridad legítimos que persiguen los países.
Ya no se puede debatir o tomar decisiones sobre las armas nucleares considerando únicamente las necesidades de seguridad de un solo país. El punto de partida debe ser la paz de la humanidad en su conjunto y el derecho colectivo a la vida de todos los pueblos del mundo; esta ha de ser la base sobre la cual trabajar para eliminar las armas nucleares y desarrollar un nuevo paradigma de seguridad para el siglo XXI. La esencia de la cuestión no es la disputa entre Estados con armas nucleares y Estados que aún no las tienen; lejos de ello, es la disputa entre la amenaza de las armas nucleares y el derecho del género humano a la supervivencia.
Esta es la nueva conciencia que necesita anidar en la población del mundo, y estoy convencido de que la fuerza que impulsará esta clase de cambio se encuentra en la movilización global de las voces de la sociedad civil. Hoy, existen más de 7400 ciudades en 162 países y territorios que integran la iniciativa de la organización internacional Alcaldes para la Paz. Este hecho ilustra cuán amplio y profundo es el apoyo a un mundo sin armas nucleares, incluso en Estados con armas nucleares o que dependen de las mismas.
Parece claro que, sin el potente impulso brindado por los hibakusha y por la sociedad civil en conjunto, el proceso de redacción del Tratado no habría hecho progresos. Como lo expresó el representante de Egipto: «Aunque los miembros de la sociedad civil tradicionalmente se sientan en las últimas filas de las salas donde deliberamos [...] su pasión y devoción a la causa de abolir las armas nucleares los sitúa en la primera línea del respeto a su espíritu y movilización colectiva».
Con la adopción del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, las gestiones para abolir dichos arsenales han entrado en una nueva fase. La clave, ahora, yace en promover una amplia conciencia del Tratado y de su significación, construyendo una base de apoyo realmente sólida y amplia, para el acuerdo y para sus objetivos.
El artículo 12 del Tratado exhorta a todos los Estados partes a procurar su universalización. Con esa finalidad, es fundamental que la realidad de las armas nucleares experimentada y transmitida por los hibakusha se comparta con la mayor cantidad de gente, en todo el mundo y a través de todas las generaciones. En tal sentido, la educación para la paz y para el desarme tendrá una importancia crucial.
Este tipo de formación y de aprendizaje permitirán a los pueblos de los Estados que poseen estas armas o que dependen de las mismas sumarse y participar en la empresa global de dar vida a un mundo sin armas nucleares.
En vista de las características especiales de este Tratado, que fue negociado con la participación y las contribuciones de la sociedad civil, parece claro que la sociedad civil global debe desempeñar un papel central, promoviendo el acceso universal al Tratado mediante la educación para la paz y para el desarme.
Aprovechamos la ocasión del 20 de setiembre, fecha en que se abrirá a la firma el «Tratado sobre la prohibición de las armas nucleares», para renovar nuestro compromiso de esfuerzo conjunto con socios como ICAN y otras organizaciones de la sociedad civil, a fin de alentar la incorporación al Tratado y de avanzar decididamente hacia un mundo libre de la amenaza de las armas nucleares.