Construir un mundo donde nadie se quede atrás (Times of India, 24 de agosto de 2020)
Este año se cumple el septuagésimo quinto aniversario de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), institución establecida en respuesta a la dolorosa experiencia y posterior reflexión de dos guerras mundiales. A lo largo de este tiempo y a través de sus esfuerzos se han logrado mejoras significativas en diversas áreas, tales como la erradicación de la pobreza y el hambre, así como la promoción de los derechos humanos y la educación.
Pero ahora el mundo se ve, nuevamente, ante una grave crisis. Además del cambio climático, la propagación sin precedentes de la COVID-19 amenaza la vida, el sustento y la dignidad de las personas, en proporciones catastróficas.
Para salir de esta doble crisis se requiere, más que nunca, de una acción solidaria que trascienda las fronteras nacionales. Además de fortalecer la colaboración en las medidas preventivas de infección, debemos enfocarnos en construir un marco cooperativo que contrarreste el devastador impacto económico. Para ello, es vital que prestemos atención al sufrimiento real de tantas personas que no se refleja en las meras cifras o indicadores cuantificables; y que, el compromiso de no abandonar a ninguna persona que se encuentre en circunstancias extremas, sea lo que nos impulse a unir nuestros esfuerzos en busca de soluciones.
En este sentido, creo interesante recordar las ideas que el presidente fundador de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi (1871-1944), expuso en su obra Geografía de la vida humana, a principios del siglo xx.
Durante esa época, se vivía bajo el dominio del imperialismo y el colonialismo, y, en gran medida, se consideraba natural la búsqueda de la prosperidad a expensas de otras sociedades. En esas circunstancias, Makiguchi había advertido que esta tendencia podría dar lugar a una competencia económica regulada por la «supervivencia del más apto» cuya progresión sería incontenible, e hizo un llamado por la transición hacia modalidades de competencia humanitaria que permitan «cuidar y mejorar no solo la propia existencia sino también la de otros». Siento que esa necesidad está aumentando dramáticamente en el siglo xxi, con una globalización y una integración económica que no existían en aquellos tiempos.
Las ideas de Makiguchi yacen, fundamentalmente, en la conciencia de que el mundo es, ante todo, el escenario sobre el cual se despliega la «vida compartida». El ámbito global se construye, en principio, por la superposición, el entrelazamiento y la influencia recíproca de las actividades de innumerables personas.
Desde el momento de su nacimiento, todo individuo está conectado con el mundo. Pero cuando ignoramos esta realidad perdemos de vista la existencia de quienes sufren graves amenazas y contradicciones sociales. Lo que Makiguchi objetaba era la tendencia a basar nuestro comportamiento en el supuesto de que nuestra vida es independiente de la vida ajena. Enfatizó que, por lo tanto, era preciso enfocar conscientemente nuestro quehacer diario en la «vida compartida».
Lamentablemente, las modalidades de competencia militar, política y económica, mediante las cuales las personas y las sociedades buscan su propia seguridad y prosperidad a costa de otras, no han desaparecido. A pesar de ello, sostengo firmemente que, en la medida en que trabajemos juntos y aunemos esfuerzos, seremos capaces de generar nuevos enfoques de cómo abordar esta crisis sin precedentes.
Nadie es ajeno al cambio climático ni a este nuevo coronavirus; pero precisamente por eso, estos problemas tienen el potencial de catalizar una fuerza colectiva de solidaridad y de acción global nunca antes vista. Creo que la clave de este desafío yace en el compromiso de «no dejar a nadie atrás», valor universal de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Estoy convencido de que si actuamos con este compromiso y lo difundimos dondequiera que estemos, podremos superar juntos esta crisis y producir un cambio de paradigma que abra nuevos horizontes en la historia de la humanidad.