Mijaíl S. Gorbachov
Mi encuentro con el presidente Gorbachov
Meeting with Soviet President Mikhail Gorbachev (Moscow, July 1990)
(Traducción abreviada de un ensayo en Las Obras Completas de Daisaku Ikeda1)
El automóvil avanzó hacia el Kremlin bajo un brillante cielo azul. Era un viernes 27 de julio de 1990. Mi encuentro con el entonces presidente soviético Mijaíl S. Gorbachov estaba previsto para las 10 y media de la mañana.
El vehículo se abrió paso a través de la suave luz matinal. Luego de cruzar los muros fuertemente custodiados del Kremlin, llegamos al edificio que ocupa el Presídium del Soviet Supremo. En la entrada, al cabo de subir un tramo de escaleras, nos encontramos frente a un conjunto de majestuosas puertas de madera, típicas de la arquitectura rusa. Dejamos atrás el vestíbulo y subimos al ascensor, que nos dejó en el quinto y último piso.
Fuimos conducidos por un largo pasillo, adornado por un gabinete de exhibición donde se lucían piezas de porcelana y obsequios de diversos países. Atravesamos una sala de espera, y se nos indicó que cruzáramos una inmensa puerta blanca, que daba al recinto de audiencias. El salón estaba decorado con austeridad. Cuando entré en él, apareció el señor Gorbachov por una puerta que había en el extremo opuesto.
“¡Buenas tardes!”, le dije, ofreciéndole la mano. “¡Me siento muy feliz de poder conocerlo!”.
“El placer es mío”, respondió.
Había llevado mi propio intérprete. Sin embargo, de acuerdo con el protocolo de los jefes de Estado, se decidió que empleáramos al intérprete del señor Gorbachov.
Las primeras palabras que pronuncié fueron: “He venido a discuti con usted”. Lo estaba invitando a participar en un diálogo amplio y fructífero.
El intérprete del señor Gorbachov, Víctor Kim, quien luego acompañaría al Presidente al Japón [en abril de 1991], pareció algo asombrado de mis palabras. Supongo que es natural que un intérprete vacile un segundo cuando un invitado comienza una conversación diciendo: “He venido a discutir con usted”.
Pero entonces, la intérprete que me acompañaba, graduada de la Universidad Soka, se incorporó inmediatamente y transmitió con acierto y sutileza el propósito de mis palabras. De pronto, todos sonrieron.
Seguí: “Que vuelen chispas, entonces. Hablemos de todos los temas, franca y abiertamente, en bien de la humanidad y de las relaciones entre el Japón y la Unión Soviética”.
El rostro del señor Gorbachov se iluminó y respondió aprovechando al pie: “Estoy muy al tanto de sus vastas actividades, pero no sabía que era un hombre tan apasionado. A mí también me gusta el diálogo directo”. Y lanzó una sonora carcajada. Era un hombre sagaz, de reflejos rápidos para la comunicación. Fiel a su reputación, estaba haciendo gala de su inteligencia.
El Presidente soviético continuó: “Siento como si usted y yo fuéramos amigos desde hace mucho tiempo; como si fuéramos viejos y queridos compañeros que se alegran de estar frente a frente por primera vez”.
En el centro de la habitación, había una larga mesa de conferencias. Después de ese espléndido intercambio inicial, nos sentamos uno frente al otro.
Al lado del señor Gorbachov se sentaron el conocido escritor Chingiz T. Aitmatov, miembro del Consejo Presidencial; el rector Anatoli A. Logunov, de la Universidad Estatal de Moscú; el presidente del Comité Nacional Soviético para la Educación, Gennadi A. Yagodin; Anatoli S. Chernyaev, edecán presidencial; Karen N. Brutents, primera delegada a cargo del Departamento de Asuntos Internacionales del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, y Vladislav I. Dunaev, de la agencia de prensa Novosti.
No soy político ni economista, sino un simple ciudadano particular. Creo que, precisamente por este motivo, he podido emprender un diálogo franco y abierto con los líderes del mundo, sin que me restringieran los protocolos políticos ni los estrechos intereses económicos.
Le dije: “Hoy, en nombre de las personas del mundo que esperan oír su mensaje, y en bien de las generaciones futuras, quisiera ponerme en el lugar de un alumno y preguntarle su punto de vista sobre una amplia variedad de temas”.
El Presidente extendió los brazos en señal de bienvenida y sonrió en el famoso “estilo Gorbachov”, al responderme: “¡Antes de poder darle la bienvenida como anfitrión, veo que me ha quitado las palabras de la boca!”.
Inclinándose, continuó: “Pero eso de que usted sea mi ‘alumno’... ¡Nada más lejos de la verdad! ¡Es usted el que está efectuando impresionantes contribuciones a la humanidad, sosteniendo los ideales y los valores del humanismo!
“Conozco muy bien sus ideas, y siento un profundo interés por el aspecto filosófico de sus actividades. El ‘nuevo pensamiento’ que forma parte de nuestro programa de perestroika es como una rama que parte del tronco de la filosofía que usted expone”.
Más allá de su apreciación sobre mi persona, encontré que el Presidente era alguien con quien podía realmente hablar y hacerme entender.
El significado histórico de la perestroika
Daisaku Ikeda y el presidente soviético Mijaíl Gorbachov se reúnen por primera vez (en el Kremlin de Moscú, en julio de 1990)
¿Qué es lo más importante para nuestra vida? En busca de esta respuesta, el señor Gorbachov comenzó a gestar ideas para cambiar la sociedad. Ni una vez titubeó en su determinación de implementar la perestroika, un experimento sin precedentes en la historia humana, y de promover reformas.
Como seres humanos, es de absoluta importancia vivir siguiendo fielmente la voz de nuestra conciencia y actuando de acuerdo con nuestro sentido de la justicia. Consciente de la lucha que debe de haber pasado el señor Gorbachov para sostener mis convicciones, no pude sino decirle: “Soy un defensor de la perestroika y del ‘nuevo pensamiento’ que usted busca difundir. Nuestras ideas tienen mucho en común. A decir verdad, es natural que ambos estemos centrados en el ser humano. Nuestro denominador común es el humanismo”.
Mientras hablaba, el señor Gorbachov asentía para mostrar su acuerdo.
Cuando comenté qué joven se lo veía, respondió sonriente: “Me alegra mucho que diga eso, porque un año llevando a cabo la perestroika es como envejecer cinco”.
Y agregó: “Presidente Ikeda, siento un enorme respeto por sus actividades sociales e intelectuales. Y esto se debe, en parte, a que todas sus iniciativas tienen un componente espiritual.
“En este momento, estamos tratando de incorporar gradualmente al gobierno elementos espirituales de ética y de moral. Aunque es una tarea difícil, creo que el éxito de este desafío generará tremendos resultados”.
En el rígido mundo de la política del bloque oriental, la idea de poner énfasis en los factores espirituales hubiera sido impensable tiempo atrás.
Creer en la bondad innata del ser humano y avanzar firmemente, sosteniendo los ideales del humanismo... Recalcar los valores espirituales... En estas aspiraciones, el señor Gorbachov y yo compartíamos un mismo cimiento.
“A las nuevas ideas, al principio, siempre se las cataloga de absurdas”, declaró enfáticamente el señor Gorbachov. “Los reformistas siempre son minoría en los comienzos. Por eso, es un error descalificar los planes que recién germinan o las ideas nuevas con el argumento de que son ridículos.”
No podía haber estado más de acuerdo. Justamente, era lo que quería recalcar.
En medio de una tormenta de persecuciones y de agravios, la SGI había iniciado una suerte de renacimiento religioso. Por esta razón, comprendía exactamente la situación a la que hacía referencia el señor Gorbachov.
Sentado bien erguido, el señor Gorbachov continuó enérgicamente: “Cuando propuse construir un mundo libre de armas nucleares y resolver los conflictos mediante el diálogo más que a través de la violencia, muchas personas desestimaron mi postura tildándola de utópica. Pero miren lo que está sucediendo; hoy, estos ideales se están haciendo realidad”.
Rebosaba de convicción. Brillaba de optimismo.
Durante nuestro encuentro, el señor Gorbachov fue directo a la esencia de las cosas, a la hora de explicar el proceso que conduce a la perestroika. Un Gorbachov de rostro concentrado y tono frontal me dijo: “Señor Ikeda, lo que quiero decir a continuación es muy importante: Todo lo que he logrado hasta ahora fue posible porque hubo a mi alrededor personas capaces e inteligentes, algunas de las cuales hoy están aquí presentes. Todo lo que pude concretar se debe a mi vinculación y a mi unión con estos individuos. En otras palabras, el resultado deriva de una alianza cultural y gubernamental”.
A partir de este momento, la conversación se tornó muy animada.
Las personas tienen un lado político y un lado cultural. Cuando se unen estas áreas mutuamente influyentes, surge el potencial innato del individuo, y ambas faces se elevan a un nivel superior. En este aspecto, también, ambos estuvimos totalmente de acuerdo.
La primera visita de un jefe de Estado soviético al Japón
Conversaciones con el presidente soviético Gorbachov y otros líderes soviéticos en el Kremlin en Moscú (julio de 1990)
Cuando uno eleva la calidad de la cultura, puede elevar al ser humano, y esto, a su vez, produce un mejoramiento del gobierno. Este es el punto que quería recalcar, en mi encuentro con el presidente Gorbachov, cuando manifesté que los políticos debían poseer visión filosófica y espíritu poético. Nuestra conversación estuvo auspiciada por tal pasión y entusiasmo, que nos pareció como si el tiempo se hubiera detenido.
El Presidente dijo, también: “El primer paso de la perestroika fue dar libertad a todos. Sin embargo, ahora la pregunta es cómo emplear dicha libertad. [...] La perestroika ha llegado a una etapa decisiva. Es época de cambios, no sólo para la Unión Soviética, sino para el mundo entero”.
Cuando describió la imagen del pueblo expresándose libremente, el Presidente observó, con una sonrisa: “También en el gobierno nacional, el Soviet Supremo se ha convertido en una especie de teatro”.
“¡Un teatro con cientos de buenos actores!”, intervino el doctor Yagodin. El recinto estalló en risas. El Presidente agregó de inmediato: “Es más popular que cualquier telenovela...” Siguieron las risas y el intercambio jovial.
Esta nueva libertad produjo cambios más drásticos aún. Al ver el efecto increíble de la perestroika, volví a sorprenderme ante el inmenso poder de la mente humana. Todo lo que Rusia fue capaz de lograr se hizo posible a partir de un cambio en el corazón humano.
Había un objetivo que deseaba concretar durante mi encuentro con el señor Gorbachov, y éste era su visita al Japón. En aquel momento, se especulaba mucho acerca de la posibilidad de un viaje así, dado que, dos días antes de nuestra reunión, se había interrumpido el diálogo con una delegación de parlamentarios japoneses, lo cual puso el proyecto de visita oficial en fojas cero.
Cuando nuestro diálogo giró hacia las relaciones entre ambos países, yo preferí cambiar el rumbo de la charla y comentar que la historia de su noviazgo con su esposa Raisa se había hecho bastante conocida.
Jocosamente, respondió que ya estaba empezado a olvidarse de aquello. Y agregó: “Ya que aquí está presente el rector Logunov de la Universidad Estatal de Moscú, y que el romance entre mi esposa y yo comenzó cuando ambos éramos estudiantes, no me parece conveniente ventilar detalles del asunto frente a él”. Mientras todos se echaban a reír, el señor Logunov se encogió de hombros, entrando en el juego.
Entonces, le pregunté adónde habían ido él y su esposa, de luna de miel, y le propuse la idea de que conocieran el Japón.
El Presidente respondió de inmediato: “Le contestaré la primera pregunta cuando concrete mi viaje al Japón. Y con respecto a su propuesta, tengo un gran deseo de ir a ese país, y creo que ese deseo se podrá hacer realidad”.
Al escucharlo, le manifesté mi esperanza de que él y la señora Gorbachov vinieran al Japón en la primavera, cuando florecen los cerezos, o bien en el otoño, cuando las hojas de los arces se tiñen de rojo.
Cuando le dije que estaba ansioso por darles la bienvenida en el Japón, el Presidente dijo: “Hasta ahora, la mayoría de las conversaciones que he mantenido con japoneses han sido extremadamente rígidas. Lo cierto es que cuando las personas comienzan a comunicarse con espíritu cooperativo, las diferencias pueden resolverse. Nada se logra cuando las partes están obstinadas en plantear condiciones preliminares o en dar el ultimátum”.
Cuando le propuse que concretara su visita al Japón lo antes posible, señaló con firmeza: “Voy a ir al Japón sin falta. […] La falta de diálogo entre nuestros dos países no es normal”. Y dijo que haría el viaje en primavera.
De esta manera se decidió la primera visita que un mandatario soviético haría al Japón. La noticia de sus declaraciones echó a correr por todos lados, y salió emitida en el noticiario japonés de las 19.00, como un cambio rotundo en las relaciones bilaterales. Y en los titulares del diario soviético Pravda, la información salió publicada en primera plana, con el título “El Presidente anuncia su intención de visitar el Japón”.
Un cálido adiós
Fue un diálogo vibrante de entusiasmo. Si hubiésemos podido, seguramente habríamos seguido conversando durante horas. Pero tomé la iniciativa para ir redondeando el encuentro. A lo largo de una hora, habíamos cubierto una gran variedad de temas. “Usted es la persona más ocupada del planeta, un líder responsable de la mitad del mundo. Si yo, que soy un simple ciudadano, le quitara más minutos a su escaso tiempo, sería una grave pérdida para el resto del mundo. Así que creo que ya debo despedirme...”.
Me despedí, y el Presidente me acompañó cálidamente hacia la puerta. Cuando nos alejábamos, vi que le decía algo a mi intérprete, la señora Saito. Al parecer, le había reiterado en tono cordial: “Sin falta, voy a ir al Japón”.
“La capacidad de seguir luchando es una cuestión espiritual”
El ex presidente soviético Mijaíl Gorbachov y la Sra. Gorbachov en Japón (Universidad de Soka, Tokio, abril de 1993)
Fiel a su promesa, el señor Gorbachov viajó al Japón en abril de 1991, un año después de nuestro encuentro. Volví a reunirme con él en el Palacio Oficial de Huéspedes de Estado, en Moto-Akasaka, en pleno centro de Tokio. En otra oportunidad escribiré sobre este segundo encuentro y sobre los que siguieron después. Finalmente, estos intercambios dieron lugar a un libro de dos volúmenes titulado Lecciones Morales del siglo XXI.2
El 20 de noviembre de 1997, un día espléndido de tonos otoñales, di la bienvenida al matrimonio Gorbachov en las Escuelas Soka de Segunda Enseñanza Básica y Superior, de Katano, Osaka. En dicha ocasión, Raisa Gorbachov, que es educadora, dirigió unas apasionadas palabras a los jóvenes: “A lo largo de la vida, van a experimentar toda clase de heridas. Y no todas cerrarán. No siempre podrán hacer realidad todos sus sueños. Pero siempre habrá algo que sin falta podrán hacer. Siempre habrá un sueño que lograrán convertir en realidad.
“Por eso, la persona que triunfa en última instancia es la que se levanta después de cada caída y la que sigue marchando. La capacidad de seguir luchando es una facultad espiritual”.
Lamentablemente, la señora Gorbachov falleció de leucemia aguda el 20 de setiembre de 1999. Sin embargo, la filosofía humanística de los Gorbachov ha quedado firmemente grabada en los jóvenes líderes que construirán el siglo XXI, quienes se ocuparán de perpetuarla en su corazón.
Han transcurrido diez años desde que cayó el Muro de Berlín. En la ceremonia que celebró el aniversario, el señor Gorbachov mostró al mundo que sigue sano y rebosante de vitalidad. Sus logros, que cambiaron el rumbo del siglo XX, resplandecerán con brillo eterno a lo largo de los tiempos.
El otro día, recibí un mensaje de él donde me proponía: “Emprendamos un proyecto juntos, en bien de la humanidad”.