Kenneth D. Kaunda
Primer presidente de la República de Zambia
(Ensayo de Daisaku Ikeda publicado el 28 de junio de 2003, en el Seikyo Shimbun, periódico de la Soka Gakkai, como parte de una serie titulada “¡Qué hermosa es la vida!”.)
Posee el rostro de un luchador, la sonrisa de un campeón que lleva largo tiempo luchando duro y parejo.
El doctor Kenneth D. Kaunda (1924- ), primer presidente de la República de Zambia (1964-1991) ha combatido durante décadas, librando lo que él denomina una “guerra no violenta”. Con la palabra como arma, ha enfrentado sin clemencia la dominación colonial, soportando a cambio el peso de la persecución y del presidio.
Después de declarar la independencia de su propio país, siguió apoyando las luchas emancipadoras de sus vecinos, ayudando a Nelson Mandela en Sudáfrica y trabajando por la liberación de Rhodesia (hoy, República de Zimbabue). A raíz de su postura, los regímenes represivos de estos países trabaron embargos comerciales contra Zambia; mediante este tipo de presión, buscaban obligarla a cesar su apoyo a las fuerzas de liberación, y someterla a su voluntad.
Pero el presidente Kaunda no se dejó intimidar. Para él, la libertad valía más que el dinero; sabía que el pueblo de Zambia aceptaría el sacrificio y apoyaría a su jefe de Estado.
Zambia es una nación continental, enclavada en el sur de África. Fue objeto de atención periodística cuando, en las Olimpíadas de Tokio de 1964, el país cambió de nombre en mitad de los juegos: se llamaba de una manera en la ceremonia inaugural, cuando sus atletas marcharon con la bandera de Rhodesia del Norte, y se despidió en la ceremonia de cierre con una denominación nueva, ya que el 24 de octubre, cuando estaban por concluir las Olimpíadas, el país logró la ansiada independencia del régimen británico. Por eso, los atletas desfilaron orgullosamente portando la nueva bandera de la República de Zambia, ante el aplauso entusiasta de los espectadores y del mundo.
El presidente Kaunda, padre de la independencia zambiana, rehúsa comer carne. Y cuenta la experiencia que lo llevó a tomar esta decisión:
Todavía recuerdo con claridad el día en que vi a un grupo de mujeres africanas pobres ser reprimidas frente a la tienda de un carnicero blanco, por protestar contra el precio y el estado de descomposición de la carne podrida que el dueño trataba de venderles. Juré no volver a comer jamás un alimento que mis compatriotas más pobres no estuviesen en condiciones de comprar.
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Lo primero que hizo el presidente Kaunda una vez que declaró la independencia fue reducir los sueldos de los funcionarios públicos y empleados estatales; sentía que eran excesivos, y por eso inició una reforma radical sobre los escalones salariales que habían quedado como resabio del régimen colonial.
El doctor Kaunda interpreta la guitarra en una reunión de la SGI de Zambia, en el Centro Cultural de Lusaka (11 de agosto de 2002)
“Hasta el día de hoy me estremezco de furia”
Efectué una visita de cortesía al presidente Kaunda en noviembre de 1990, durante su visita oficial al Japón. Me tendió una mano franca y cálida; a su lado, esperaban seis libros que había traído de obsequio para nosotros, cuatro de los cuales llevaban dedicatorias personales. Es un hombre dotado de una fina consideración hacia sus semejantes.
Le hablé de sus escritos y de su época de juventud; confesé que me habían emocionado hasta las lágrimas. El doctor Kaunda es el menor de ocho hijos; a los ocho años, quedó huérfano de padre. Su madre –maestra- tenía una profesión muy infrecuente para las mujeres en Zambia, en aquellos días. A pesar de la pobreza, se las ingenió para ahorrar dinero y enviar a su hijo a estudiar. El doctor Kaunda recuerda:
La educación costaba la onerosa suma de dos chelines y seis peniques diarios –a valores de hoy, apenas más que lo que cuesta una botella de cerveza—, pero cuántos niños inteligentes y promisorios desperdiciaron su porvenir porque sus padres no tenían esa preciada moneda… Hasta el día de hoy me estremezco de furia cuando recuerdo a amigos de mi infancia cuya pobreza les impidió competir en pos de un digno futuro.
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El gobierno colonial invirtió muy poco en educación y salud para el pueblo. Por eso, cuando se declaró la independencia, después de setenta años de dominio británico, la cantidad de personas nativas que poseían estudios universitarios no llegaba a cien. Lo mismo ocurría con las demás naciones africanas.
¡Qué sed de conocimientos tenían! Infinidad de madres, decididas a enviar a sus hijos a la escuela, trabajaban de sol a sol de un empleo al otro, sumando jornales como lavanderas o haciendo otro tipo de labores mal pagas. Pero aun aquellos que conseguían asistir a clases tenían que enfrentar prejuicios y discriminación.
El presidente Kaunda recuerda un incidente que tuvo lugar cuando él trabajaba de maestro. En aquella época, a los africanos no se les permitía trasponer el umbral de las tiendas cuyos propietarios eran blancos. Tenían que detenerse frente a un agujero que había en una de las paredes, del lado de afuera del comercio, y desde allí solicitar lo que querían. Luego, por ese orificio les entregaban las mercancías, sin que pudieran ver o elegir lo que deseaban comprar.
Una vez, durante el mes de agosto, el doctor Kaunda fue a una farmacia que también vendía juguetes y libros. Cito sus palabras:
Entré y solicité un libro con toda educación. […] La jovencita que despachaba me indicó con un gesto que debía dirigirme al farmacéutico, quien estaba a su lado detrás del mostrador. Así que le reiteré mi pedido. Pero el hombre, con actitud malvada, señaló la puerta con el dedo y dijo: “Fuera de aquí”. Volví a decirle: “Sólo quiero comprar un libro, y no hay otra tienda en el pueblo donde pueda conseguirlo”. Y entonces replicó: “De esta tienda no te llevarás un solo libro, ni aunque esperes ahí hasta la Navidad”.
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Lo pusieron de patitas en la calle. Pero este tipo de experiencias alienantes, de despersonalización, terminaron haciendo de él un guerrero de la independencia. Fue un proceso inevitable, porque, como él mismo señala: “La educación debería ayudar a las personas a defenderse de todo aquello que lleva a despersonalizarla”.
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Tras citar estas palabras del presidente Kaunda, dije: “La esencia de la educación es el humanismo; la educación es la actividad que fomenta el pleno florecimiento de nuestra condición humana. Por eso, cuando la actividad educativa es auténtica, inevitablemente conduce a una lucha contra el poder o la autoridad que buscan la ‘despersonalización’. En esta contienda también participaron los dos primeros presidentes de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi y Josei Toda”.
La violación de un continente
“La autoridad que busca la despersonalización”… En todo caso, es un eufemismo para describir la realidad de la experiencia africana. Pues durante cuatro centurias, a partir del siglo XVI, África fue objeto de violencia, primero a través de la trata de esclavos y, luego, bajo las administraciones coloniales de varias naciones europeas que impusieron su dominio. “Fue la violación de un continente”
5, dijo el prestigioso escritor afroamericano W. E. B. DuBois (1868-1963). En otras palabras, la notable expansión global y el crecimiento económico que logró Europa, incluida aquí la Revolución Industrial, se sostuvieron en la explotación de África y de otras tierras; es una dura verdad histórica que hasta los historiadores europeos se apresuran a señalar.
Para el Japón, que adoptó el modelo de las potencias europeas, reconocer este hecho implica admitir sus propias transgresiones como ex potencia imperialista.
El doctor Kaunda ha escrito:
A lo largo de la historia, hubo muchos tiranos culpables de horrendos crímenes contra la humanidad que se empeñaron en justificarse y en demostrar que tenían razón. Para establecer la idea de que habían conquistado el mundo, destruyeron las pruebas de las atrocidades cometidas e intentaron reescribir la historia.
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Las atrocidades perpetradas por las potencias colonialistas en el continente africano han sido incontables. Por ejemplo, a fines del siglo XIX, en un país de África a los esclavos de las plantaciones de caucho que no alcanzaban las metas de recolección establecidas se los castigaba cortándoles una mano o un pie. En otros casos, se sometía a trabajos forzados a niños de siete u ocho años, con grilletes, cadenas y esposas. Tal era el proceder de aquellos que decían gobernar África “por el bien del propio continente”.
El tráfico de esclavos que perpetró Occidente antes del período colonial tampoco tuvo escrúpulos o cargos de conciencia. Se afirmaba que los africanos vendidos en esclavitud salían ganando, pues “así tenían acceso a la civilización y dejaban de exponerse a las continuas guerras que estallaban en África”.
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Cuando se produjo la Revolución Industrial y las máquinas reemplazaron el trabajo manual, la necesidad de esclavos disminuyó marcadamente. Entonces, fue mucho más redituable poner a trabajar a los africanos en su propio continente, y hacer dinero vendiéndoles productos europeos. Pronto comenzó a denunciarse la “inmoralidad” de la esclavitud, que no tardó en abolirse. A partir de ese momento, África fue colonizada por las potencias europeas.
Para justificar la colonización, se echó mano a diversas “ciencias”, como el darwinismo social, que en ese entonces se hallaba muy en boga. Los académicos occidentales, con “sus investigaciones parciales, sus generalizaciones al servicio de sus propios intereses, sus especulaciones tendenciosas”
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, demostraron el “retraso” de los africanos. Algunos de estos intelectuales incluso llegaron a afirmar que “la disposición de las estructuras cerebrales en los africanos del norte es responsable de la holgazanería que muestran los nativos, de su ineptitud intelectual y social, y de su impulsividad casi animal”.
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De esta manera, la violencia y la explotación quedaban justificadas por mentiras y por propaganda racista.
El doctor Kaunda ha puesto en evidencia con sus denuncias este tipo de manipulación, no sólo en bien de los oprimidos, sino también para que los opresores recuperen su humanidad. Como ha dicho un intelectual recientemente:
El colonizador, quien para calmar su conciencia tiene el hábito de ver a los demás hombres como animales, se acostumbra a tratarlos como bestias, y tiende objetivamente a convertirse él mismo en un animal.
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De manera muy semejante, muchos japoneses han sucumbido a la enfermedad espiritual del desprecio contra sus vecinos asiáticos, que los lleva a considerarse superiores.
El doctor Kaunda y su esposa con Daisaku y Kaneko Ikeda, en Tokio (12 de noviembre de 1990)
“Una espesura inhóspita llamada paz”
El doctor Kaunda comenzó a trabajar por el movimiento emancipador a los veinticinco años. Viajaba por todo el país en bicicleta, con una guitarra a las espaldas. Con “canciones de libertad” que él mismo componía, ayudaba a organizar el movimiento por la liberación de su pueblo. Como muy pocas personas sabían leer o escribir, las canciones resultaron ser un método eficaz para propagar su mensaje.
Estas actividades le impedían volver a su hogar a menudo, como hubiese querido. Y lo pusieron en peligro. Pero estaba preparado para enfrentar la adversidad. “El que quiere miel, que aguante los aguijonazos”, dice. Lo más difícil para él fueron los sacrificios que su lucha impuso a su esposa Betty y a sus hijos. Como era pobre, no podía procurarles la comida, la ropa, los remedios o los artículos domésticos que muchas veces necesitaban. A menudo, el doctor Kaunda reconoce cuánto le debe a su mujer, y atribuye a la fortaleza de ella su propia capacidad de sostener la lucha en pie.
De un día para el otro, en la década del 20, se descubrió en Zambia un gran yacimiento de cobre, que despertó la codicia de las potencias coloniales. En esa época, a poco de haber nacido el doctor Kaunda, las necesidades mundiales de cobre se encontraban en alza, y los países extranjeros no tardaron en instalarse en Zambia, apoderarse de las mejores tierras y gravar con pesados impuestos al pueblo, obligado a pagar en efectivo. Para conseguir el dinero, debían trabajar en las minas. Los salarios eran míseros, y la labor era extenuante, pero no tenían otra opción. Hasta el momento en que llegaron los colonizadores europeos, el pueblo se abastecía por sí mismo, pero luego la minería absorbió la totalidad de la población masculina, y los campos quedaron abandonados. Los terratenientes obligaron a cada trabajador agrícola disponible a cultivar productos exportables para obtener ganancias en efectivo, y entonces comenzó la tala de bosques. Pronto se diseminaron las hambrunas.
Pero aun cuando el pueblo hubiese querido rebelarse, no podía hacer frente a los europeos. Los jefes tribales no podían aportar ninguna solución, ya que, desde hacía años, las potencias invasoras habían utilizado la táctica de fomentar rivalidad entre los distintos reinos africanos, apoyando a los débiles e imponiendo gobernantes títeres para enfrentar y destruir a los reinos más poderosos. Los europeos, que llegaron presentándose como “protectores”, pronto se convirtieron en amos y dueños.
Algunos líderes políticos africanos eran tiranos, y otros, no. Pero lo único que les preocupaba a las potencias europeas era si esos líderes se someterían a su voluntad. Aquellos que bajaban la cabeza eran reconocidos y apoyados por los gobiernos coloniales, fuesen despóticos o no. Pero los que no se ajustaban a sus exigencias eran derrocados, con la excusa de proteger al pueblo de su tiranía. Este estilo de gobierno bien puede ser descrito como “una espesura inhóspita llamada paz”.
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Comunicarse con economía y claridad
El joven doctor Kaunda pensó y pensó cuál sería la mejor forma de lograr la independencia. Tenía frente a sí el muro en apariencia impenetrable del sistema colonial… ¿Cómo resistir ante esas autoridades que disparaban a los trabajadores por el solo hecho de ir a la huelga? El principal problema, para él, era su convicción cristiana de que no se debía hacer daño al prójimo. ¿Pero cómo podría el país liberarse sin que alguien saliera lastimado? Se sintió atrapado entre sus principios humanitarios y la realidad empírica de la acción política, un dilema que siguió acosándolo aun después de la declaración de la independencia.
Lo que acudió en ayuda del joven doctor Kaunda fue la filosofía del Mahatma Gandhi, que resplandeció ante sus ojos “como gemas en un río de lodo”.
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Sintió como si la luz hubiera atravesado un bosque espeso. Gandhi era, por un lado, un sabio de gran integridad moral; y, por el otro, un líder político que había conquistado la independencia de su pueblo. El doctor Kaunda había encontrado la respuesta a su problema:
Nuestro principal armamento no eran los fusiles, sino las palabras: miles y millares de palabras, escritas y pronunciadas para poner en marcha a nuestro pueblo, para presentar nuestros reclamos ante el gobierno británico y ante el mundo, para expresar la ira y la frustración que nos provocaba la violación a nuestro derecho fundamental de gobernar nuestro propio país.
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Fundó el Congreso Nacional Africano de Zambia. Fue inmediatamente perseguido y expulsado, pasó nueve meses en la cárcel, durante los cuales sufrió una recaída de tuberculosis, un mal que ya había padecido antes. Pero durante esta epopeya, desde el presidio y valiéndose de cartas, siguió movilizando a sus compatriotas que luchaban por la emancipación, con palabras como éstas:
Han prohibido el gran nombre de Zambia, pero hay un nombre de naturaleza espiritual, mucho más grande aún, y es “libertad ya”. Ese nombre está fuera del alcance de ellos, y por este motivo no pueden prohibírnoslo. Organizaremos a nuestro pueblo cuando salgamos [de la cárcel] en nombre de la “libertad ya”. África, nuestra madre África, debe ser libre; nuestro destino es libertar la parte que nos toca. No perdamos el optimismo; esto acaba de empezar.
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Tras ser liberado, el doctor Kaunda pasó a ser el titular del nuevo Partido Unido de la Independencia Nacional, y anunció públicamente su política oficial de no violencia gandhiana. Postuló el diálogo constante e insistió en que las palabras de dicho diálogo debían ser transparentes como el cristal, porque “las palabras son poder. La incapacidad de expresarse es impotencia”.
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El pueblo africano había tenido que sufrir durante demasiado tiempo, por lo contrario a la transparencia, es decir, por las mentiras del oficialismo. Ya estaban hartos de equivocaciones mal intencionadas. Había llegado la hora de “barrer con todos los manipuladores, con los inventores de subterfugios, con los charlatanes y embusteros, con los traficantes de patrañas”.
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El doctor Kaunda declaró:
Gandhi fue otro maestro en el arte de la comunicación. Sus escritos merecen un cuidadoso estudio, no sólo a causa de su contenido, sino también por la espléndida forma en que el autor se expresa. Su lenguaje era sencillo como su forma de vivir; sabía lo que quería decir, y lo decía con economía y claridad.
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El doctor Kaunda, empleando su capacidad lingüística para apelar a la conciencia pública de Gran Bretaña y del resto del mundo, obtuvo la independencia para su nación, sin necesidad de recurrir a la violencia. Luego, escribiría, reflexionando sobre el desafío que él y sus compatriotas habían tenido que enfrentar: “Si hubiésemos actuado sobre la base de un golpe por cada golpe, la historia de los últimos días de Rhodesia del Norte y los primeros días de Zambia habrían estado escritos con sangre”.
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El 23 de octubre de 1964, el entusiasmo del pueblo reunido en el Estadio de la Independencia, en la capital zambiana de Lusaka, creció hasta tocar el firmamento. Se interrumpió el suministro de energía, y un minuto antes de la medianoche sonó una salva de estruendos, y los reflectores iluminaron la nueva bandera de la República de Zambia. Por fin, ¡el pueblo tenía su propio estandarte y su propio país! Mientras sonaban los acordes del himno nacional, lentamente se izó la bandera…
De pie en los hombros de los gigantes
El nuevo presidente Kaunda trabajó durísimo; por momentos, dieciocho y veinte horas diarias. Pregonó el humanismo como filosofía nacional, propuso sistemas universales de salud y de educación. Mientras los precios del cobre se mantuvieron en alza, la economía del país se fortaleció. Pero luego, en la década del 70, el precio del cobre se desplomó y provocó una crisis financiera nacional. La política socialista de nacionalizar las principales industrias no estaba dando resultado… La economía de Zambia entró en crisis.
A pesar de esto, el presidente Kaunda y el pueblo zambiano siguieron apoyando la lucha libertaria de otros países de África meridional: Sudáfrica bajo el régimen blanco, Rhodesia (hoy Zimbabue) y África Sudoccidental (hoy Namibia).
Hubo que pagar un alto precio por esta libertad. Como sanción, las elites blancas gobernantes cerraron las fronteras nacionales y no dejaron entrar ni siquiera los trenes procedentes de Zambia. Esto determinó una suba en los costos de exportación que, para una nación mediterránea, enclavada en el medio del continente, significó una crisis de vida o muerte. Esos mismos gobiernos orquestaron planes para “derrocar a Kaunda” y lanzaron una campaña para ahuyentar las inversiones extranjeras en el país.
Pero el pueblo de Zambia resistió y siguió aceptando refugiados de los países vecinos, hasta tal punto, que el dos por ciento de la población nacional llegó a estar compuesta por personas que huían de la opresión de sus países. Hoy, la visión de la ciudadanía zambiana y del presidente Kaunda cosecha elogios en todas partes del mundo. Pero el dignatario mantiene su humildad: “Si he podido ver más allá de lo que otros veían es porque me trepé a los hombros de gigantes”, son las palabras suyas que cita el Zambia Daily Mail. “Para él”, dice el artículo, “esos gigantes son sus compatriotas de Zambia”.
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Los que sufren opresión y persecuciones reciben a cambio una clara mirada del mundo. Namakando Mubiana, una niña zambiana de 15 años, escribió en una carta (a comienzos de 1990):
Cada día, hora, minuto y segundo, hay niños que mueren o sufren, sin ninguna razón. Sufren por los terremotos, por las sequías, por las guerras, pero esto no parece conmover a muchos. Hoy, más de tres cuartas partes de la población infantil está sufriendo. Como dice un proverbio, “cuando dos elefantes luchan, la que sufre es la hierba”. ¿Pero se dan cuenta los elefantes de cuánto hacen sufrir al pasto?
La paz es la prioridad más acuciante de los seres humanos. Ya retirado de la escena política, el doctor Kaunda ha seguido denunciando la dominación de los débiles a manos de los fuertes, en todo el mundo. Nos pide que contemplemos el mundo con los ojos de las naciones pobres y de los pueblos con menores oportunidades. El año pasado, nos honró visitando el Gran Centro Cultural de la SGI de Zambia, donde habló sobre el tema del humanismo.
Aún recuerdo una de las dedicatorias escritas en los libros que me obsequió:
Al presidente Ikeda.
Señor Presidente, ambos compartimos
una visión mancomunada
en bien del hombre.
¡Hombre al Este!
¡Hombre al Oeste!
¡Hombre al Norte!
¡Y hombre al Sur!
¡Sigamos construyendo juntos
el humanismo en éste,
nuestro único mundo!
Aún hoy, a los 79 años, el doctor Kaunda sigue combatiendo en la primera línea de la lucha no violenta por la paz.