Fang Zhaoling
Pinturas del corazón
(Ensayo de Daisaku Ikeda publicado en la edición de julio de 2005, de la revista SGI Quarterly.)
Conocí a la pintora y calígrafa china Fang Zhaoling en 1996, durante una cena para personas distinguidas por la Universidad de Hong Kong. La artista china, una dama de gran cultura y personalidad, se veía muy activa y enérgica, resplandeciente como una joya. Después supe que su vida interior se había consolidado y pulido hasta lograr su actual brillo solo a través de profundos sufrimientos.
Fang Zhaoling
La señora Zhaoling nació el 17 de enero de 1914 y creció bajo la calidez y el amparo de una familia muy afectuosa y culta.
Su padre alquilaba una casa al general de uno de los caudillos que se dividían el control militar de la China entre ellos. Un día, cuando Zhaoling tenía once años, su padre volvía a reunirse con su familia en barco, en ese entonces, un medio de transporte muy usual en la región. De repente, tres soldados que se hallaban apostados en el lugar apuntaron sus armas y comenzaron a disparar contra el barco. Las balas atravesaron el equipaje del padre y penetraron en su cuerpo. “¡Al suelo, al suelo!”, fueron las últimas palabras que él dirigió a Zhaoling y a su hermana.
Después de los funerales de su esposo asesinado, la madre de Zhaoling hizo lo que estuvo a su alcance a fin de preparar a sus hijas para enfrentar un mundo turbulento, brindándoles la mejor educación posible. Tenía la certeza de que era lo más valioso que podía hacer por ellas.
En 1931, la joven Zhaoling viajó a Inglaterra para estudiar en la Universidad de Manchester, donde fue la única estudiante femenina de origen chino. Su futuro esposo, Fang Yingao, ya era alumno de Manchester cuando ella se integró en la institución. Se casaron cuando aún eran estudiantes. Contra las costumbres que prevalecían en aquella época, Fang Yingao, persona de gran amplitud, trataba a su esposa como a una igual, de modo que juntos consideraban todo. Luego nació su primer hijo, un varón. Fueron momentos felices.
Pero en 1940, el infierno desatado por la agresión de Hitler comenzó a llegar a las costas de Inglaterra, y desaparecieron la seguridad y la protección. En busca de refugio, el matrimonio viajó a Noruega y luego, a Nueva York. Zhaoling, que estaba encinta, tuvo que viajar tres días y tres noches por tren hasta llegar a Los Ángeles, en su travesía de vuelta a la China. Una semana después de que la familia arribó a Shangai, nacieron dos mellizas. Todos se dirigieron a Hong Kong, pero se encontraron con que allí también había guerra. El ejército japonés había invadido el territorio y estaba perpetrando las atrocidades más inimaginables contra la población local. La joven familia, acosada por el fragor de los disparos y el trepidar de botas, se desplazó de un lugar a otro por toda la vastedad del territorio chino. Los hijos de la pareja que fueron naciendo en aquellos años vinieron todos al mundo en diferentes lugares.
Los ocho hijos de Fang Zhaoling
Cada día, Zhaoling sentía como si tuviera que tomar a sus niños de la mano y realizar otro desesperado avance sobre hielo quebradizo. Pero su esposo Yingao le insuflaba esperanza y destacaba siempre su enorme capacidad. “Nunca olvides tu arte”, la alentaba; “ese es el camino que debes seguir”. Fang Zhaoling sentía que el solo hecho de estar cerca de su esposo y de sentir su espíritu amplio y solidario hacía surgir en ella un gran coraje.
En 1948, después de diez años de deambular y de huir, la familia Fang se instaló en Hong Kong. Luego, el 9 de setiembre de 1950, justo cuando todos estaban comenzando a disfrutar la dicha de la paz y retornando a una vida normal, Yingao falleció a causa de una enfermedad.
Abrumada, Zhaoling dirigió su mirada a los cielos. Y reflexionó sobre el cruel misterio del destino. A los treinta y seis años, se encontraba sola, con ocho hijos a quienes criar.
El mayor tenía once años, el menor, tres; eran seis niños y dos niñas, Ocho pares de ojos en los que bailaba una sola pregunta, un solo temor: “¿Qué será de nosotros? ¿Cómo haremos para vivir a partir de ahora?”. Ella abrazó a sus hijos con fuerza, tratando en vano de contener las lágrimas, que corrían por sus mejillas.
“Siempre estuviste a mi lado… siempre fuiste gentil. Todo lo compartíamos. ¿Por qué ha de ser la muerte lo único que no podremos compartir?”. Deambulando en plena noche, comprendió que estaba sola. Sola en un oscuro laberinto. En medio de una inmovilidad que hacía que incluso las estrellas se vieran paralizadas. Sola. Sintió el peso de un inmenso vacío, profundo como el océano, vasto como el cielo.
Una y otra vez se recordaba a sí misma que debía continuar viviendo. Y sin embargo… Nada es más frágil que el corazón humano. Y al mismo tiempo, nada es más indestructible. Zhaoling había llegado a ese punto que solo conocen quienes se han sumergido en las entrañas del dolor, pero se han negado a morir. Es allí donde encontramos la luz que brilla en las profundidades de la vida, en la esencia misericordiosa del universo. Únicamente aquellos que han experimentado el lacerante frío del invierno pueden apreciar verdaderamente la misericordia y el amor del sol.
Incluso la noche más larga debe rendirse a la llegada de la aurora. Un día, Zhaoling sintió la presencia de su esposo. Oyó que este le hablaba en su corazón y le brindaba el mismo aliento cálido de siempre “Estoy ahora aquí, contigo. Y siempre lo estaré”, parecía decir.
Fue entonces cuando Zhaoling tomó la decisión de no volver sobre el pasado nunca más. “Si avanzo”, pensó, “él avanzará a mi lado, conmigo. Estaremos juntos”.
Con un precioso atado de cartas de su esposo, Fang Zhaoling inició una nueva vida. Comenzó a administrar la pequeña compañía comercial que su marido le había dejado. Se esforzó para asegurarse de que, tal como su madre había hecho con ella, sus hijos recibieran de su parte la mejor educación posible.
Una vez que hubo logrado un título en Seguridad Económica, Fang Zhaoling retomó una vez más el sendero del estudio. Mientras se aplicaba con dedicación al arte de la caligrafía y de la pintura, se inscribió en la Universidad de Hong Kong. Luego prosiguió su aprendizaje en la Universidad de Oxford.
“Protección ambiental”, por Fang Zhaoling
Fang Zhaoling buscó nuevos rumbos dentro de la pintura china. Estaba decidida a desarrollar un estilo renovado y único para retratar la figura humana y la naturaleza. Una vez me dijo que le había tomado cincuenta años desarrollar su propio estilo pictórico.
La victoria, tanto en el arte como en la vida, se halla en el esfuerzo denodado e inflexible.
El budismo enseña que el corazón es similar a un hábil pintor. El arte, así como nuestra vida, son expresiones fieles de lo que yace en nuestro corazón. Estoy convencido de que es así, en todo sentido.
Haciendo frente a la adversidad, el corazón de Fang Zhaoling se mantuvo victorioso. Ella siguió avanzando, decidida a que cada día representara un paso adelante.
La experiencia de haber atravesado y superado una tristeza tan profunda la ha liberado completamente del temor. Los sufrimientos de la vida han generado un amplio espacio en su corazón, que le da cabida al mundo entero; y en ese vasto ámbito, han surgido obras pictóricas de asombrosa belleza y energía. En todo lo que contempla, ella siente la luz, las formas y las sombras de la vida misma. Montañas, ríos, paisajes eternamente cambiantes, todo surge como un canto sin fin a la vida. Con cada año que pasa, nace un nuevo cosmos en lo profundo de su ser.
Los hijos de Zhaoling se han convertido en personas excelentes, cultivadas. Uno de ellos es intérprete simultáneo en las Naciones Unidas; otro, presidente de una empresa; un tercero es abogado y dos más son médicos. Una de las hijas de la artista, Anson Chan Fang On-Sang, desempeñó un papel crucial en el retorno de Hong Kong a la China, y luego pasó a ser reconocida como la conciencia de Hong Kong.
Daisaku y Kaneko Ikeda con Fang Zhaoling (al centro) (Hong Kong, diciembre de 2000)
Al día siguiente de conocernos, madre e hija fueron distinguidas con doctorados honorarios conferidos por la Universidad de Hong Kong.
Luego, Fang Zhaoling me envió dos fotografías de su familia. La primera, tomada un año después del fallecimiento de su esposo, muestra la imagen de ocho inocentes niños posando en apretado grupo. La segunda, tomada en 1995, es la de ocho hombres y mujeres, dignos y seguros, que sonríen congregados alrededor de su madre.
A sus ochenta años, Fang Zhaoling seguía levantándose temprano y pintando durante seis u ocho horas por día. Mantenerse ocupada, decía, era el secreto de una larga vida. “Si una se dedica a su trabajo y se mantiene ocupada, no se molesta en afligirse por nimiedades. Ni siquiera piensa en los pequeños problemas ni permite que estos la perturben”.
En enero de 1997, ya a los ochenta y tres años, Fang Zhaoling inscribió una caligrafía que pareciera resumir toda su vida: “Una vez más, me levanto para escalar la elevada cúspide”.