Sobre las historias escritas para niños y niñas
El poeta inglés John Milton aseveró: “La infancia hace al hombre, como la mañana al día”.
Si se compara la existencia humana con un día, la infancia correspondería al amanecer. ¿Con qué clase de luz alumbramos a los niños? ¿Qué semillas plantamos en sus vidas? Estos factores juegan un papel decisivo en el rumbo que tomarán sus existencias.
Tras reflexionar sobre estas palabras de Milton, decidí escribir cuentos infantiles con el anhelo de infundir valentía y esperanza, y plantar las “semillas del corazón” que hagan florecer el aprecio por la amistad y los lazos de confianza.
Yo empecé a trabajar en la editorial de Josei Toda cuando tenía veintiún años. Una de las primeras tareas que tuve a cargo fue la edición de una revista infantil. Esto me permitió conversar con escritores e ilustradores sobre las formas de crear publicaciones que brindaran esperanza e inspiración a los jóvenes lectores.
En aquel entonces, había un autor popular llamado Sohachi Yamaoka. Aun sabiendo lo ocupado que estaba, le supliqué que escribiera una novela para nuestra revista. “Los niños son los mensajeros del futuro”, le dije. “Queremos infundirles valor y fomentar su sentido de justicia, enseñarles la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto”. Sonrió e hizo un gesto de asentimiento diciendo: “Lo haré. Me ha ganado con su entusiasmo”.
Desde que escribí mi primera obra infantil, El cerezo, en 1974, he elaborado historias ambientadas en diversos periodos y países.
Por ejemplo, en Japón, la flor del cerezo representa la llegada de la primavera. El cerezo está basado en mis recuerdos de un árbol de cerezo que me llenó de esperanza cuando era niño. También he redactado trabajos inspirados en los encuentros que he mantenido con personas de diversos países.
El príncipe y el caballo blanco resultó de una conversación que sostuve con el señor Toda. Una vez mi maestro me dijo: “¡Daisaku, me gustaría montar a caballo por las estepas de Mongolia contigo!”. Sus palabras surgieron de un ardiente anhelo de paz en Asia y en el resto del mundo, y el relato que publiqué fue producto de su aspiración.
Las estepas de Mongolia se extienden interminablemente en el horizonte. A mí también me gustaría recorrer esos espacios amplios con los niños, los emisarios del porvenir. Me gustaría que sientan la brisa de la valentía y la esperanza en el firmamento de sus corazones. Con ese deseo es que escribí El príncipe y el caballo blanco.
Espero sinceramente que mis obras generen en los niños la conciencia de que sus vidas son infinitamente preciosas y, a la vez, que les permita desarrollar las “alas de la valentía y de la esperanza” con las cuales elevarse en el cielo hacia el cumplimiento de sus misiones.
[De una entrevista a Daisaku Ikeda publicada el 11 diciembre de 2009 en el Kwong Wah Daily, un periódico chino líder en Malasia]
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