¿Es el rugido de la Tierra lo que se oye? ¿Es su gemido? ¿O es simplemente su risa gozosa? Lo que yo oí no era el sonido del agua: era el retumbar del trueno.
El bramido hacía que la tierra se estremeciera y parecía sacudir la bóveda del cielo azul. A medida que nos fuimos acercando, ya no pude oír las voces de los demás. Y cuando finalmente pude mirar, sentí como si el torrente gigantesco que se precipitaba aguas abajo fuese a tragarme.
La cuenca de la cascada, que se hallaba a unos cincuenta y siete metros abajo, era prácticamente invisible, envuelta como estaba por la bruma que levantaba la caída.
El carácter chino para “catarata” está conformado por una parte, que significa ‘agua’, y por otra, que quiere decir ‘dragón’. Como decenas de miles de dragones de agua que caen retorciéndose, el sobrecogedor poder de las Cataratas del Niágara parece rasgar el cielo y la tierra con fuerza explosiva.
Tal como esta soberana entre las cascadas, los seres humanos deben vivir como reyes y reinas.
Como la cascada, impetuoso.
como la cascada, infatigable.
como la cascada, valeroso.
como la cascada, exultante.
como la cascada, majestuoso.
Estuve en Canadá en junio de 1981. Habían pasado veintiún años desde mi última visita. Mi travesía alrededor del mundo de sesenta y un días estaba llegando a su fin. El año anterior, había partido hacia Canadá. Pero cuando estaba a punto de salir de Chicago con rumbo a Toronto, mi vuelo fue cancelado por un problema en los motores del avión. Fue realmente un hecho infortunado. Para mantener el calendario de viaje, no tuve más remedio que cancelar mi visita. Supe después que mis amigos que se habían congregado para saludarme en el Aeropuerto Internacional de Toronto habían derramado lágrimas de decepción.
Por tal razón, en esa nueva oportunidad, estaba decidido a crear recuerdos inolvidables con mis camaradas canadienses. Después de visitar el Centro Comunitario de Toronto, me dirigí, junto con algunos miembros hacia ese bello orgullo natural de Canadá, las Cataratas del Niágara.
Era un día espléndido. El sol de la tarde nos hacía transpirar, pero el aire cerca de la caída de agua era frío y refrescante. Según la dirección del viento, uno podía quedar empapado por salpicaduras tan intensas como el agua de una tormenta.
El nombre “Niágara” significa ‘tierra baja partida en dos’. Fiel a ello, el Río Niágara se divide alrededor de la Isla Goat, que separa el agua en dos cascadas: las cataratas estadounidenses y las cataratas canadienses [también conocidas como Cataratas “Herradura de Caballo”, que se ven aquí]. Enfoqué mi cámara hacia el lado más largo, las cataratas canadienses, que miden unos seiscientos setenta metros de ancho. Mientras observaba por el visor, podía ver los arcos iris danzar y retozar delante de la gran cortina de agua.
¿De dónde proviene el agua azul y verde que fluye en torrente incansable, momento a momento, hora tras hora? Son ciento sesenta y tres millones de litros de agua por minuto que, desde hace más de diez mil años, se precipitan desde las alturas sin un momento de respiro. Las cataratas son un símbolo del torrente de la vida, la fuerza vital del planeta Tierra, que sigue brotando desbordante, infatigable. La Tierra posee ese gran espectáculo, aunque este no puede rivalizar con el grandioso cosmos del espíritu humano.
Clamo en mi corazón ante la cascada:
Permite que tu bramido retumbe en mi vida
mientras sacude los cimientos de la Tierra.
Es la melodía vivaz de las espumosas corrientes
una sinfonía de cataratas imponentes.
¡Deja que tu corriente tempestuosa colme mi corazón!
Derrama sobre mí tus aguas de furiosa espuma,
pues mi alma, con serena sonrisa, habrá de beberla toda.
¡Las cataratas rugen!
¡Pero yo he de rugir con más fuerza!
¡Las cataratas avanzan implacables!
¡Pero más osadamente yo he de avanzar!
[Ensayo escrito por Daisaku Ikeda. Publicado en la serie “Esta hermosa tierra”, en el diario Seikyo Shimbun del Japón, el 14 de febrero de 1999.]
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